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domingo, 15 de agosto de 2021

ELOGIO DE LAS VIRTUDES

 

Es una evidencia que el título de este bloc rinde un pequeño homenaje a la obra esencial de Alasdair MacIntyre, Tras la Virtud. A pesar de ello y desde que lo empecé en 2018, solo me he referido a tal cuestión de forma explícita, en dos ocasiones, aquí y aquí.

Aquella obra, escrita en 1984, contiene un proyecto previsor y a la vez de contundencia demoledora, como muestra esta extensa y necesaria cita del final del libro:

Se dio un giro crucial en la antigüedad cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de defender el Imperium y dejaron de identificar la continuidad de la comunidad civil y moral con el mantenimiento de ese Imperium. En su lugar se pusieron a buscar, a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo, la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales pudiera continuar la vida moral de tal modo que moralidad y civilidad sobrevivieran a las épocas de barbarie y oscuridad que se avecinaban. Si mi visión del estado actual de la moral es correcta, debemos concluir también que hemos alcanzado ese punto crítico. Lo que importa ahora es la construcción de formas locales de comunidad, dentro de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las nuevas edades oscuras que caen ya sobre nosotros. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los horrores de las edades oscuras pasadas, no estamos enteramente faltos de esperanza.”

Creo que lo escrito por el filósofo escocés, con las matizaciones, que serían eso, pinceladas que no alteran el cuadro, no solo no ha perdido actualidad, sino que es más evidente que entonces. Es así porque la situación moral en la que vive nuestra sociedad es la madre de todos los problemas. MacIntyre señaló la causa: “Mi conclusión es muy clara: de un lado, que todavía, pese a los esfuerzos de tres siglos de filosofía moral y uno de sociología, falta cualquier enunciado coherente y racionalmente defendible del punto de vista liberal-individualista”, y añade, y recuerdo que esto fue publicado hace casi cuarenta años, cuando era mucho menos evidente, “la pretensión del marxismo, en cuanto a la posesión de un punto de vista moralmente distintivo, está minada por la propia historia moral de los marxistas, que siempre han recaído en versiones relativamente simplistas del kantismo o del utilitarismo”.

El resultado es que la conciencia moral colectiva está deteriorada, y esto entraña un grave peligro, porque a la vez, la economía ha crecido de una forma tan gigantesca que coloniza todas las formas del vivir, y cada vez está controlada por menos y más poderosas manos, y el monopolio, el oligopolio, y el monopsonio, son una realidad abrumadora. Al mismo tiempo, la ciencia alcanza un desarrollo y complejidad que deja fuera de la comprensión de los gobernantes las consecuencias de sus decisiones. La Inteligencia Artificial (IA), la robótica, el internet de las cosas, la nanotecnología y la biología, especialmente en el campo de la genética, guiada solo por el mercado, es una amenaza única en la historia de la humanidad, porque en la carencia de las virtudes colectivas necesarias, solo puede acarrear el mal. La idea del progreso, sin más, como fin, es un error colosal. Nunca el desequilibrio entre la concepción moral de las élites y la sociedad, y la capacidad técnica y económica ha sido mayor que ahora.

La cuestión es cómo reconstruir la moralidad en las circunstancias actuales. Y para ello no sirven soluciones de plastilina, ni las jergas del vocabulario de lo políticamente correcto, porque el mal no está fuera de nosotros, sino dentro, en nuestra miseria moral. Por esta razón es necesario recuperar el conocimiento, formación y práctica en la virtud.

La idea de virtud, siguiendo a MacIntyre, puede responder a conceptos diferentes, aunque no antagonistas: Uno es el de la virtud como cualidad que permite desempeñar un papel social, que sería propio de lo que nos trasmite la tradición homérica. En este caso, la virtud está en función de dicho rol social. Otra es la que deviene de Aristóteles, el Nuevo Testamento y Tomás de Aquino, en la que la virtud es una cualidad que permite a un individuo progresar hacia el logro del fin humano, natural o sobrenatural, el telos, donde la virtud es un medio para alcanzar la vida buena del hombre, concebida como fin de la acción humana, sea esta la sabiduría, la felicidad o la relación con Dios y el logro de la unión final con Él. Finalmente, y mucho más reciente, es la idea de virtud como cualidad útil para conseguir el éxito terrenal y celestial de Benjamin Franklin.

Si unificamos las tres en un único concepto de lo que son las virtudes, el resultado sería:

La cualidad adquirida que permite lograr el fin humano, su florecimiento entendido como la realización de la vida buena, consistente en la vida eterna, que procura un servicio a la comunidad y facilita el éxito en nuestros propósitos.

Las virtudes constituyen aquellas actitudes que mantienen las prácticas y nos permiten alcanzar los bienes internos a las mismas, y la búsqueda de lo bueno, ayudándonos a vencer los peligros, tentaciones y distracciones a los que continuamente tenemos que enfrentarnos, capacitándonos para un acontecimiento cada vez más verdadero, y proporcionándonos un continuo y creciente conocimiento del bien.

La deliberación moral que entraña todo esto, no consiste tanto en el ejercicio de mi elección movida por el deseo, como lo concibe la cultura actual, sino como la interpretación de la historia de mi vida, que supone reflexionar dentro de esas historias más vastas de las que mi vida forma parte. Historias que a la vez son objeto de esa misma reflexión, puesto que, como afirma MacIntyre, nunca se podrá buscar el bien o ejercer las virtudes solamente a nivel individual. La reflexión moral está siempre ligada a la adscripción y al ser parte de algo. Lo bueno para mí tendrá que serlo así mismo para mis roles y sus bienes específicos, que deben lograrse con su desempeño: padre, trabajador, empresario, creyente, ciudadano, y en todo ello cumplir con el legado de mi familia, de mi comunidad, en una variedad de deudas, herencias, expectativas justificadas y obligaciones.

Lo que le ha sido dado a mi vida, constituye mi punto de partida moral. Esto es lo que, en parte, me da mi singularidad irrepetible como sujeto. Es evidente la diferencia radical con la concepción imperante basada en un individuo desligado de toda “atadura”, que no sea su deseo, hoy en día básicamente enmarcado por la sexualidad, impulsada por las fuerzas del mercado.

Solo cuando consigamos construir una alternativa cultural que entienda que mi logro personal, radica en la vida moral vivida como mi historia que forma parte de una historia y de un comunidad humana más grande que mi mismo, construiré mi realización a la vez que contribuyo al bien de mi comunidad.

 

                                            JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL  Vía FORUM LIBERTAS



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