Sin el órdago de Díaz Ayuso, con una dirección catatónica, es posible que el PP hubiera contemplado la irreversibilidad de los hechos como vacas mirando pasar el tren y no hubiera hecho fracasar la intentona murciana
ULISES CULEBRO
Al cabo de ese bienio corto al frente de la Comunidad de Madrid, en el que primero fue acogida con displicencia para luego ir deshelando la fría acogida de la recepción, Isabel Díaz Ayuso ha acreditado el arrojo de aquel espontáneo Juan Belmonte que saltó a un tentadero que contaba con la presencia como novillero de postín de un Joselito con quien mantendría una enconada rivalidad hasta la mortal cogida de éste en Talavera. Frente a aquel invitado con todos los honores, el futuro Pasmo de Triana no pasaba de ser uno de tantos maletillas que merodeaban estas capeas para ver si surgía la oportunidad de dar algún buen capotazo y la caprichosa fortuna imprimiera su nombre en un cartel ferial librándolo de las cornás del hambre.
Cuando Belmonte se pegó al eral, muleta en mano, oyó que Joselito le prevenía a voz en grito: «¡Por ahí no, muchacho; que te va a coger!». Pero era tal su ansia de triunfo que, impertérrito, hizo oídos sordos. Al cabo de un par de volteretas, obtuvo que el novillo pasase sin rozarlo gracias a los vuelos de engaño con el percal. Sólo entonces alzó la mirada hacia Joselito. Con arrogancia e ínfulas del venido arriba, le soltó como el que fija los rehiletes en el punto exacto de la cerviz del morlaco: «¡Que me iba a coger ya lo sabía yo! ¡La gracia estaba en torearla por ahí!».
En su concepción de la tauromaquia, madurada en tientas clandestinas de noches de luna llena en la Dehesa de Tablada, con un ojo en la vaquilla y el otro para no ser pillado in fraganti por el caporal de la ganadería, Belmonte no admitía derecho prevalente en el ruedo. Rebatiendo a Pepe Hillo y su clásico «si viene el toro, te quitas tú; si no te quitas tú, te quita el toro», él argüía: «Me pongo en el terreno del toro, y ni me quito yo ni me quita el toro».
Si Belmonte no consentía al toro terrenos propios, tampoco Díaz Ayuso. Viendo como le rondaba el cortejo fúnebre de la moción de censura con sus socios de Ciudadanos portando los cirios tras cristalizarse la noche anterior esa maniobra en Murcia contra su correligionario López Miras, no quiso quedar a merced de los acontecimientos y tomó la iniciativa firmando en horas la convocatoria anticipada de elecciones para que fueran los madrileños quienes resuelvan en las urnas, y no en la oscuridad de los despachos sin luz ni taquígrafos, lo que se perpetraba a sus espaldas merced al golpe palaciego urdido entre La Moncloa y la jefa de filas naranja, Inés Arrimadas.
Sin el órdago de Díaz Ayuso, con una dirección catatónica y en estado de shock desde hace meses, con una militancia desconcertada y desanimada, es posible que el PP hubiera contemplado la irreversibilidad de los hechos como vacas mirando pasar el tren y no hubiera hecho fracasar la intentona murciana. Es verdad que el secretario general, Teodoro García Egea, se vio que perdía de facto el cargo al dejarse arrebatar la cartera en su propia casa en un momento en el que, coincidiendo con la celebración de congresos telemáticos con participaciones propias de comunidad de vecinos, los barones territoriales le acusan de desestabilizar las estructuras provinciales y de debilitarlos frente a tentativas como la de Murcia.
Si escarmientan, tal vez Pablo Casado enderece su camino de perdición impresionado por los saltos de la rana de la factoría de La Moncloa, donde el jefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, a quien ya debía conocer por haber velado armas en los cuarteles del PP y haber asesorado a prohombres de su formación, da brincos extraordinarios de batracio, pero no siempre acierta a saber dónde cae. Como en Cataluña, donde el triunfo de Illa se ha revelado estéril como el de Arrimadas, con el añadido de dejar desguarnecida la oposición al depender la estabilidad parlamentaria de Sánchez de quienes reemprenden la marcha hacia la secesión, y como en esta ofensiva para bombardear las posiciones del centroderecha con la asistencia cómplice de Cs tirando por la borda todo su capital político. Cúmplese el aforismo griego de que los dioses ciegan a quienes quieren perder para que los hombres venideros tengan qué cantar.
Tras catalogar de irresponsables y amorales a quienes promovieran planes de esta índole en plena pandemia, la sucesora de Albert Rivera se adentró en la habitación del pánico en la que el fundador del partido naranja alertó el 22 de julio de 2019, en el debate de investidura, que Pedro Sánchez negociaba «con su banda» de neocomunistas y separatistas para perpetuarse y que ya operaba antes de la moción de censura Frankenstein contra Rajoy de 2018; en concreto, desde que fuera defenestrado de la dirección del PSOE en octubre de 2016 por saltarse las líneas rojas del partido.
Ahora, poniendo en solfa sus pactos autonómicos y locales con el PP tras las elecciones de mayo de 2019, Cs se abrazaba como un náufrago a un PSOE sin romper éste su alianza Frankenstein ni tener la menor intención de hacerlo. Arrimadas se sumaba a este pretendido golpe de gracia a una eventual alternativa de centroderecha aprovechando el desconcierto de una formación que, de un tiempo a esta parte, es una veleta carente de un firme punto de apoyo sobre el que girar sin desbaratarse.
Al asumir hace un año la presidencia de Cs, Arrimadas se dejó acariciar el oído con el canto de sirena de un PSOE. No escarmentó en la cabeza ajena de Rivera cuando, tras los comicios de diciembre de 2015, se dejó engatusar por Sánchez con el Pacto del Abrazo (del oso, cabría añadir). Suscrito con gran parafernalia en las Cortes bajo el cuadro de Genovés sobre la amnistía a los presos del franquismo, la pretensión del hoy inquilino de La Moncloa era burlar con esa foto al Comité Federal del PSOE en su objetivo no declarado de pactar con los secesionistas. Así, cuando Arrimadas se ofreció para aprobar los Presupuestos del Estado como pieza de recambio de los independentistas, solo le interesó como cebo para atraérselos. Soñando con la carroza de Cenicienta, cosechó calabazas.
Con la excusa de buscar una aproximación al PSOE para captar a los desengañados votantes socialistas con la podemizada gobernación de Sánchez, Arrimadas reincidió en su negligente gestión de su gran triunfo catalán de 2017 y que tiró por tierra rehuyendo sus compromisos. Con el trampantojo de tender puentes con un nacionalismo contrario a la proces(ionaria) segregacionista, emprendió viaje a ninguna parte. Sin satisfacer a tirios y troyanos, perdió a propios sin atraerse ajenos.
Salvo que persiga acomodar al núcleo dirigente en puestos oficiales, su realineamiento sólo daría visos de centralidad a Sánchez. Sin oposición que le turbe, el doncel de La Moncloa seguiría en sus tratos con la alianza Frankenstein menoscabando el régimen constitucional y la integridad de España a base de deconstruir su Estado de Derecho y diluir su identidad al equiparar, por ejemplo, su idioma oficial a la última habla lugareña.
Pese a ser malquerida de ese modo, Arrimadas persistió en deambular por la calle del Desengaño hasta propiciar una encadenada caída -a modo de fichas de dominó- de sus gobiernos de coalición con el PP. Ello redundaría en que Cs fuera, con relación a la Alianza Sáncheztein, un remedo del Partido Agrario de la Alemania Comunista. Si es que subsiste tras el petardazo de su moción de censura en Murcia a las pocas horas de presentarse en el registro y apearse en marcha tres de los diputados naranjas que la habían firmado. Siguiendo las analogías taurinas tan apreciadas por Ortega, Arrimadas ha quedado en Murcia peor que Cagancho en Almagro. Coetáneo de Belmonte y Joselito, abandonó la plaza manchega, preso de la Guardia Civil, para no volver a levantar cabeza.
A este respecto, pareciera que la hecatombe naranja del Día de los Enamorados en Cataluña, al favorecer el trasvase de votantes de Cs al PSC tras morder el anzuelo de los cabezas de huevo monclovitas de presentar al ministro Illa como falsa alternativa constitucionalista siendo interlocutor con los independentistas por encargo de Sánchez, hubiera persuadido a Arrimadas de que la mejor forma de salvar los muebles es integrarse a medio plazo con quien tiene los posibles. Al modo del Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, haciendo que el adquirente se haga cargo de las hipotecas y coloque a los firmantes de la claudicación. Como acaeció con el viejo profesor y sus acólitos Bono y Morodo, entre otros.
Pese a haber tornado en esperpento en Murcia, la maniobra torticera de Arrimadas en conchabanza con el estado mayor monclovita, como en la trama de los Diez negritos de Agatha Christie, quería cobrarse por riguroso turno las cabezas también de los presidentes de Madrid, Castilla y León y Andalucía con el apoyo de Podemos si menester fuera. Sin olvidar a algunos regidores locales. En este sentido, la autonomía madrileña, hostigada por La Moncloa hasta el punto de sugerirle Sánchez a Casado la entrega de la cabeza de Ayuso como prueba de confianza para signar pactos de Estado, era empeño preferente.
Jugaba a favor de obra que la convivencia entre la presidenta Ayuso y su vicepresidente Aguado se había revelado imposible al anidar esa enfermiza celotipia entre aquel que tiene tan alto concepto de sí mismo que no respeta a quien cree que usurpa el trono que él está seguro de merecer y que se acrecienta al mirarse al espejo (más si es televisivo). Nada más contraer matrimonio de conveniencia, Aguado le asestó una puñalada trapera donde más daño podría hacer a su socia. Para ponerla bajo sospecha, Cs facilitó una investigación de «ultratumba», evocando las memorias de Chateaubriand, sobre las ayudas percibidas por la empresa del padre de la presidenta y que el fallecido liquidó en un proceso que originó la ruina patrimonial.
Al tiempo, además de contraprogramarla y alinearse con el Gobierno contra Ayuso por su gestión alternativa del coronavirus, Vellido Aguado, como el que abre el portillo de la traición -no en Zamora, sino en Madrid-, alimentaba la especie de una moción socialista que le aupara a la Presidencia. Lista para servirse, hace nueve meses, debió meterse en el congelador al interponerse la imputación -luego sobreseída- del delegado del Gobierno, José Manuel Franco, jefe del PSOE matritense, por propagar el Covid-19 al autorizar las marchas del 8-M.
Ayuso estuvo en un tris de adelantar urnas, pero Casado frenó lo formulado este miércoles. No era cosa de asistir a su entierro político como Rajoy durmiendo el sueño de Morfeo en brazos de Sánchez creyendo que el puñal del godo lo portaba Rivera. No es empresa fácil la que aguarda a quien se enfrenta a un reto sin saber si es la elegida para arrancar la espada Excalibur de ese yunque superpuesto en una roca que tiene forma de urna y donde Esquilo podría haber anotado aquello de que «a Dios le encanta ayudar a quien se esfuerza por ayudarse a sí mismo». Fue lo que espoleó a Belmonte a revolucionar el arte de Cúchares inyectando esa emoción trágica que ponía en pie el redondel y que empujó a su amigo Valle-Inclán a lanzarle: «Ahora, Juan, ya sólo te queda morir en la plaza». «Se hará lo que se pueda, don Ramón, se hará lo que se pueda», fue la contestación de quien marcó la Edad de Oro del toreo en franca lid con Joselito.
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO
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