De Madrid a Madrid tras orbitar la nada y sin otro cielo que ese particular firmamento que se ha hecho a su medida y a su gusto en forma de casoplón en Galapagar y del que tiene difícil retorno político
RAÚL ARIAS
A inicios del siglo pasado, el modernista belga, naturalizado francés, Maurice Maeterlinck, invitaba a sus lectores a efectuar un curioso experimento en La vida de las abejas. Proponía introducir media docena de moscas y otras tantas abejas en una botella, volcarla y situarla horizontalmente con la base hacia la ventana. En minutos, constatarían que las moscas, desdeñando la lógica y dando con la suerte de los tontos, escapaban por el gollete del frasco, mientras las abejas se empecinarían horas y horas en huir por el fondo del casco feneciendo extenuadas o exánimes dentro del vidrio.
El futuro Premio Nobel concluye que la limitada inteligencia de la abeja le lleva a deducir que, en toda prisión, la vía de escape está donde hay más luz, mientras que la mosca es más hábil para salir del paso, aunque sea a trompicones. Maeterlinck añade la circunstancia de que, además, a diferencia de la cautelosa mosca, la abeja se arroja de cabeza al recipiente de los alimentos líquidos y se ahoga sin que su funesto destino frene a sus congéneres arrastradas a correr pareja suerte. A juicio de Maeterlinck, los tenidos por más avispados se guían, a veces, de modo incomprensible y sucumben con estrépito allí donde se salvan quienes parecen más zotes y con menos seso.
Dentro de La colmena del poder, como tituló otra de sus obras el gran entomólogo literario, es digno de observación ese gran parásito político que es el dimitido vicepresidente segundo del Gobierno y cabecilla de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, un aburrido enfermo de notoriedad que este lunes notificó con gran ruido y altanería que se presenta como candidato a diputado a la Asamblea de Madrid. Tras un año holgazaneando a la sombra de Sánchez, desentendido de sus competencias e incapaz de poner un pie en las residencias de ancianos diezmadas por el coronavirus, hace mutis por el foro. Obra en consonancia con una vida regalada como estudiante becado en el extranjero por la extinta Caja Madrid, como eterno profesorcito de la Facultad de Políticas y como agitador con una incurable adicción televisiva.
De hecho, bajo el ampuloso rango de Vicepresidente de Derechos Sociales y Agenda 2030, su agenda estaba vacía con la pandemia desatada. Entre tanto, el tiempo se le iba en tuits y en series figurándose ser protagonista o escudriñando claves para sus juegos de ajedrez televisivo con Iván Redondo, el asesor-jefe de Sánchez. Ambos participan de la idea común de que es más fácil cambiar la sociedad que la realidad si se hace un buen manejo del lenguaje y un omnímodo dominio de la propaganda.
En efecto, en estas vísperas de las elecciones madrileñas del 4 de mayo, convocadas por Isabel Díaz Ayuso para conjurar la moción de censura que urdía su vicepresidente Aguado con el PSOE en el curso de la operación de la actual líder Ciudadanos, Inés Arrimadas, para denunciar los pactos suscritos por su antecesor, Albert Rivera, con el PP tras la cita municipal y autonómica del 26 de mayo de 2019, nadie ilustra como Iglesias el zumbido del abejorro dentro de la botella. Tomando a sus adversarios por estúpidas moscas, se ha introducido en el vidrio impulsado por la soberbia característica de quien no cree tener par ni igual.
Así, sin miramientos con la institución que representa hasta que salga por la puerta del adiós, desde su despacho oficial, se arremangó el lunes para sorprender a todos con un vídeo con el que, olvidando sus deberes y poniéndoselos al presidente del Gobierno sobre a quién debía nombrar y cómo hacerlo, al igual que ya probó en la abortada investidura de marzo de 2016, comunicó su concurrencia a los comicios de una comunidad en la que aterriza abruptamente tras su malogrado abordaje del cielo. En suma, de Madrid a Madrid tras orbitar la nada y sin otro cielo que ese particular firmamento que se ha hecho a su medida y a su gusto en forma de casoplón en Galapagar y del que tiene difícil retorno político. El ahorro logrado en la hipoteca de su dacha soviética lo sufraga crecidamente Podemos al elevado interés de vaciar sus urnas.
Como gran símbolo del aprovechamiento de la política para el enriquecimiento personal, Galapagar es la gran losa del gran impostor que ha pasado de quejarse de la incomodidad de tener que hacerse selfies por la calle mientras denigraba, paseando cámara en ristre por el infierno de Vallecas, a quienes se iban a vivir a grandes mansiones. Con gran descaro, puso en la picota pública la efigie del ministro Guindos por comprarse un ático que luego se comprobaría que no alcanzaba ni de lejos lo desembolsado -crédito ingenieril en el bolsillo- por un político a la violeta. Como aquellos engreídos y vanidosos a los que el escritor y militar gaditano José Cadalso satirizó por dárselas de sabios en los salones de la España dieciochesca y que vaporizaban -de ahí el título- una penetrante fragancia a agua "de violeta", como la que desprende Iglesias cada vez que habla escuchándose a sí mismo.
Todo ello después de capitalizar el acéfalo movimiento surgido el 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol, con la complicidad en su germinación de Zapatero y en su ascenso de Rajoy, en el intento común de PSOE y PP de usar a Podemos como ariete contra el otro. Jugando a aprendices de brujo, con Podemos en televisión a todas horas, de la noche a la mañana, la franquicia neocomunista de la dictadura narcovenezolana, sin cuya financiación no se habría apoderado del 15-M, se constituyó en la fuerza determinante que ha sido hasta el lento declinar que se ha patentizado en las últimas citas con las urnas hasta correr riesgo cierto de quedarse fuera de la Asamblea de Madrid por no tener garantizado superar el 5% del voto exigido para alcanzar representación.
Por eso, con aires de valentón de patio de colegio, Iglesias ha querido quitarle la merienda electoral que le puso la ex alcaldesa Carmena al bebesaurioErrejón instándole a que Más Madrid, fundado a raíz de haberlo purgado matonamente en Podemos, se una a su candidatura. Escuchándole, parecía el mismísimo Belaustre, aquel centrocampista del Athletic que marcó el histórico gol de la medalla de plata española en la Olimpiada de Amberes tras reclamar el esférico al grito de "¡A mí, Sabino [en su caso, Iñigo], que los arrollo!".
No imaginaba que, dada su prepotencia y la antipatía que suscita, singularmente entre los que conocen el percal, su "explosión de testosterona" fuera la excusa perfecta para que algunos de los que antaño le bailaban las gracias se pusieran de uñas con quien aparecía en el vídeo de la anunciación dándose golpes de pecho con la mecanicidad y comicidad de muñecos de peluche de guantera de taxista de filme de Almodóvar. Así se lo hicieron saber cuñas de la misma madera como son dos antiguas correligionarias y escindidas de Podemos.
Si la gaditana Teresa Rodríguez lo retrató de cuerpo entero por su «enorme inmadurez» después de la que montó para ser vicepresidente y «aburrirse» a los pocos meses, la madrileña Mónica García, portavoz parlamentaria de Más Madrid y candidata el 4-M, lo enmarcó rechazando el ucase de quien, para rematar su vendetta con Errejón, contemplaba Madrid como una serie de Netflix en la que este político a la violeta irrumpía estelarmente apartando a un lado a mujeres cansadas de "hacer el trabajo sucio".
Ninguna de las dos descubría una gran novedad a los ojos de la mayoría de españoles, aunque la primera borrara su tuit al asustarse por cómo lo había desnudado y el desolador espectáculo producido. Pero ambas exteriorizaban lo peor que le puede ocurrir a un caudillo devaluado a la condición de petimetre: que ya no les merece el menor respeto por mucho que apele a la "revolución pendiente" como aquel prohombre del falangismo irredento desde su residencia costasoleña que fue Girón de Velasco, a la sazón protector del padre de Iglesias, cuyos postreros gironazos en el tardofranquismo sólo conmovían a los medios adictos.
Haciendo lo que nadie esperaba para imprimir un gironazo a los acontecimientos, como agitador y paladín de la "política de lo peor", Iglesias persigue evitar la desaparición de Podemos. Pero también desestabilizar primero la Comunidad de Madrid debilitando el baluarte que es ahora frente a las políticas del Gobierno socialcomunista y su alianza Frankenstein, y embarcándola en su propio procés. Es una pieza a cobrar en la estrategia mancomunada de neocomunistas e independentistas de acabar con el régimen constitucional y desintegrar España con la martingala de hacerla más plural tirando de la hebra de la cooficialidad en el conjunto del territorio nacional de todas sus lenguas y hablas.
Así, con un retén de ministros intramuros de La Moncloa y él capitalizando el descontento de la calle, haciendo de Gobierno y de oposición, Iglesias se lanza a procurar rearmar a Unidas Podemos y reemprender el cambio de régimen en España. Podría darse la circunstancia de que Iglesias encabezara el malestar de los parados que multiplique la contrarreforma laboral de su compañera Yolanda Díaz, a la que otorga graciosamente el título de mejor ministra de la historia cuando arribó al puesto sin saber lo que eran los ERTEs introducidos por Fátima Báñez, quien tanto empleo auspició en esa cartera.
Con relación a esa pinza podemita, se cita una anécdota del presidente Lyndon B. Johnson al llegar a la Casa Blanca tras el asesinato de Kennedy. Al preguntarle al secretario de Defensa McNamara sobre si debía sustituir al director Hoover al mando del FBI, éste le respondió cáustico: "Presidente, mejor tener al indio dentro de la tienda meando hacia fuera, que fuera meando hacia dentro". Lo cierto es que, sentado en el Consejo de Ministros, ya miccionaba hacia dentro.
Como Iglesias no ignora que, según anotó Stefan Zweig sobre Fouché, "un hombre de poder sin poder, un político liquidado, un integrante agotado, siempre es la cosa más miserable del mundo", se dispone a armar guerra en Madrid. Por eso, habiendo tanto en juego y debiendo solidificar las posiciones, cada día está más claro el acierto de Ayuso para que sean los madrileños quienes resuelvan un futuro en riesgo en vez de cocinar zarangollos murcianos.
Al modo de este revuelto tradicional de la región, con ocasión de la moción de censura de PSOE y parte de Cs contra el Ejecutivo de coalición de la otra parte naranja con el PP, se ha condimentado un zarangollo con el PP pactando con Vox para retener la Presidencia de la Comunidad tras repudiar Casado a su líder Abascal en las Cortes y con el PSOE negociando a hurtadillas con quienes descalifica como la ultraderecha para desencallar su moción con un Cs roto que tampoco hacía ascos a Podemos para desalojar a sus ex socios del PP.
Eso sí, con todos adoptando la hipocresía del capitán Renault en Casablanca. Cuando el mayor alemán Strasser le ordena clausurar el Café de Rick al no impedir que el resistente Laszlo inflame los ánimos patrióticos de los concurrentes entonando La Marsellesa, su propietario (Bogart) le exige una razón y Renault le replica cínicamente: "Es un escándalo: acabo de descubrir que en este local se juega..." Sin acabar la frase, alarga la mano bajo la bocamanga para atrapar el fajo de billetes que le desliza el croupier con arraigada inercia.
Parafraseando a un testigo de la etapa que retrata la cinta de Michael Curtiz como fue el neurólogo y psiquiatra austriaco Viktor Emil Frankl, superviviente de campos de concentración nazis, las ruinas en las que pretende Iglesias convertir Madrid pueden abrir las ventanas para ver su cielo sin abejorros que pretendan apoderarse del mismo.
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO
No hay comentarios:
Publicar un comentario