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domingo, 2 de agosto de 2020

'¡Sonría, estamos en España!'

Sánchez no ha descubierto en Simón un solvente científico, sino un avalado mentiroso acorde con un presidente que se valió de una sentencia falsa para montar su moción de 'investidura Frankenstein' contra Rajoy

ULISES CULEBRO

El destino se complace en repetir las cosas y lo que pasa una vez pasa muchas otras, por decirlo con palabras del maestro Borges. Por eso, ahora que Sánchez, empecinado en repetir las políticas fracasadas de Zapatero que retrotraen a España a la dramática situación de 2008, como se aprecia en su negligente gestión del coronavirus con cerca de 50.000 fallecidos, con una devastación de empleo sin parangón y con una destrucción de riqueza sin igual en las principales economías del mundo, quizá convenga recordar un chiste que obtuvo fortuna durante aquellos años bobos y trasladable a los días aciagos del presente por dibujar fielmente ambos periodos -en realidad, dos fases del mismo ciclo- con los pinceles del humor.
En el curso de una visita de mandatarios comunitarios al Louvre con motivo de la presidencia de turno francesa, la comitiva hace un alto delante de uno de los óleos barrocos que Nicolás Poussin obró por encargo del cardenal Richelieu. En concreto, el que simboliza la primavera y aparecen desnudos Adán y Eva en el Paraíso Terrenal. Extasiada ante su esplendor, Angela Merkel se fija en la magnificente figura de la edénica pareja, pese a su carácter minúsculo en medio de la frondosidad del paisaje que los envuelve. A su juicio, tales arquetipos respondían al canon de beldad germánico y, por ende, el artista se había inspirado en compatriotas suyos. Esta apreciación es acogida con un displicente mohín por su anfitrión Sarkozy, quien le refresca la memoria sobre la nacionalidad francesa de Poussin y reivindica la naturaleza gala de su erotismo.
Claro que, conformando la comitiva el premier británico, receloso como buen anglosajón del eje francoalemán, la disputa no podía darse por zanjada. Así, Gordon Brown, buscando llevar el agua a su molino, tercia con que lo siente mucho pero que, si ambos se despojaran de sus anteojeras, constatarían que la serenidad de la primera pareja de la Creación, así como sus comedidas formas, muestran a dos ingleses en el Paraíso.
Al no haber manera de ponerse de acuerdo, se reemprendió el paseo por la pinacoteca. De pronto, cuando el traductor pone al tanto al presidente español de lo dicho por sus homónimos, Zapatero echa su particular cuarto de espadas. «No puedo estar -les refuta- en más abierta disconformidad. Dejen de advertir sobre la belleza, el erotismo o la sobriedad de los personajes, y reparen mejor en cómo, pese a estar desnudos, carecer de techo y no disponer de más alimento que una manzana no se quejan y piensan encima que se hallan en el paraíso. ¿Pueden dudar de que son españoles?».
Pese a que entonces la tormenta acechaba con un fuerte aparato eléctrico que hundiría a aquel supuesto Titanic y miles de náufragos se arrojarían por la borda mientras la orquesta de la Plataforma de Apoyo a Zapatero tocaba en la cubierta alegres marchas como si no pasara nada, aquella España zapaterista de tan buen conformar aparentaba ser un mundo feliz del que gozaban -sin preocupación ni tristeza- sus afortunadas gentes. Como en la distopía de Aldous Huxley, los ingenieros de emociones de la Casa de la Propaganda del Poder entonaban sus consignas y aleluyas hipnóticas como verdades irrebatibles.
En suma, un dechado de perfección en el que sus moradores gustaban de la felicidad proporcionada por la ingesta de soma, mezcla de cocaína y de morfina, con la excepción del salvaje de la novela huxleyana nacido en la reserva india bautizada simbólicamente como Malpaís. En consonancia con aquella Arcadia pareja a la del lienzo de Poussin, la campaña de promoción mundial del turismo español se lanzó bajo el lema: «¡Sonría, estamos en España!» (Smile! We are in Spain), a modo de santo y seña de aquel zapaterismo rampante.
Al igual que la rana muere cocida sin darse cuenta si se la mete en un cazo con agua tibia que se va calentado poco a poco hasta dormirla sin opción alguna de que vuelva a despertar, mientras que pegará un enérgico brinco si la cazuela está hirviendo, la España de los telediarios -donde el presidente Sánchez oficia de copresentador como la otra noche con «evidentemente, Pedro» (Piqueras) en Telecinco-, se deja adormilar por los arrullos de un Gobierno que le acuna sermoneándole con que no se preocupe (primero, con el coronavirus, luego con la recesión y luego con lo que menester fuere) hasta que la cosa no tiene remedio ni solución. Hay ciudadanos que se conducen con el indiferentismo de una copla de Concha Piquer: «Que no me quiero enterar / no me lo cuentes vecina, / prefiero vivir soñando / que conocer la verdad».
Mientras se deja cocer quedamente como la crédula rana, España se abisma por una acentuada depresión en forma de L grande de autoescuela con un mástil cada vez más alargado y que no halla fondo que le sirva de base. Nada que ver ni con esa recuperación en forma de V asimétrica -lo asimétrico sirva para un roto y un descosido-, ni tampoco con perfil de lámpara milagrosa de Aladino que entrevió una mañana el ministro Escrivá ante el Espejo Público de la televisión a una hora que, aun siendo temprana, los sueños nocturnos ya se han desvanecido.
Por desgracia, una economía en caída libre arrolla todo lo que encuentra al paso como una cortadora de césped sin control y que amenaza con retrotraer a los españoles a una década atrás en su bienestar una vez que, en el primer semestre del año, se han registrado ya más despidos que en los ocho años siguientes al batacazo de 2008. Todo ello a la espera de lo que depare la finalización de unos ERTEs con parados en diferido.
Con todo, lo peor no es que esta España con más personas sin trabajar que trabajando recree la fábula de la cigarra y la hormiga, como le achacan las naciones más previsoras y que le acusan de dilapidar lo que luego echa en falta en la despensa, sino que es asolada por una plaga de langosta que arrasa siembras y cosechas como ha comprobado esta semana con su principal industria. Un turismo al que el premier británico Boris Johnson le ha pegado el tiro de gracia con la pistola y las balas depositadas en sus manos de pistolero por el Gobierno español cuando la número dos del Centro de Emergencias Sanitarias, una titubeante María José Sierra, manifestaba que España oteaba una segunda oleada de coronavirus, con su jefe, Fernando Simón, surfeando en el Algarve luso.
Si el personaje de Orson Welles en Ciudadano Kane -biografía en celuloide del magnate del periodismo amarillo Hearst- le reclama a sus corresponsales que pongan la poesía, que él se encargara de proporcionarles la guerra, el Gobierno español ha aprovisionado al antaño periodista sensacionalista y hoy presidente populista Johnson los mimbres para montar la guerra propagandística que perseguía para sacudirse su funesta actuación contra la Covid-19 y poner el foco en España. Al tiempo, evita que salgan divisas del Reino Unido con su cuarentena a los turistas que vuelen a España. Tras semanas tragando bilis, la ocasión se la pintaron calva y no la desaprovechó este clon de Trump pillando incluso a dos de sus ministros en Lanzarote e Ibiza.
Pero, como la estupidez no tiene límite, el coste inicial de popularidad por el malestar de las clases populares británicas por tener que cancelar unas inmejorables vacaciones a precios asequibles también se lo ha sufragado España por medio del bocachancla de Simón El Embustero al apuntar con bala: «Desde el punto de vista sanitario, estas decisiones nos ayudan, y es un riesgo que nos quitan».
Desde que Franco soltó aquello de «no hay mal que por bien no venga» al enterarse del asesinato por ETA de su amigo, el vicepresidente Carrero Blanco, no se había oído sinsentido mayor que celebrar la ruina del 13% del PIB y el 13% del empleo del país. No se puede argüir, tratando de disculparlo, que hablaba un epidemiólogo, no un economista, pues su condición de tal le imponía haber adoptado las garantías precisas para que la reapertura de fronteras se hubiera hecho con los controles preceptivos en aeropuertos y puertos, en vez de ser pasos francos.
Si Zapatero mandó a un chiquilicuatre a representar a España en el Festival de Eurovisión, Sánchez ha convertido en estrella a otro que, tras acreditar su incuria para prevenir de lo que se venía encima ocultando informes esclarecedores de organismos internacionales sobre la pandemia, dilató las medidas necesarias que atajaran su propagación y miente sistemáticamente, pero al que cierta izquierda le ha comprado la moto con las tragaderas con que Roma consintió que Calígula designara senador a su caballo predilecto.
Sánchez no ha descubierto en Simón un solvente científico, sino un avalado mentiroso acorde con un presidente que se valió de una sentencia falsa para montar su moción de investidura Frankenstein contra Rajoy y se doctoró con una tesis plagiada. Cualquiera diría que, evocando las palabras de Rubalcaba sobre el manejo del PP de la masacre islamista del 11-M de 2004, una porción de la población se comporta como si se mereciera un Gobierno que le mienta y que se aplauda a sí mismo un día sí y otro también con decenas de miles de muertos y con centenares de miles de parados.
El triduo de aclamación a Sánchez va camino de novena tras disponer este miércoles, a fin de armar más ruido que la semana anterior, que la bancada socialista se saltara el protocolo sobre la pandemia por el que cada grupo sólo podría estar representado presencialmente en el Pleno por el 50% de sus diputados. No obstante, cuanto más se hace ovacionar más trasluce su debilidad, como no se le escapa al siempre atento refranero: Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
A nadie de la oposición se le ocurrió rememorar una anécdota que tuvo como destinatario un irrecordable Ricardo Samper, episódico presidente del Gobierno de la II República entre abril y octubre de 1934. Al sentarse en el banco azul de las Cortes tras justificar una atonía que propició la revolución de Asturias y la proclamación del Estat català, una de sus señorías le gritó con sorna: «¡Descanse en paz!». Pues lo mismo cabría espetarle a Sánchez hasta que, con el signo de los tiempos, como le ocurrió a Kruschev en el Comité Central del PCUS en el que renegó de los crímenes del estalinismo, alguien inquiera: «¿Dónde estabas, compañero, cuando no dejábamos de aplaudir al secretario general Sánchez?». Probablemente, la evasiva, a falta de voces críticas, sea la misma del jerarca soviético: «Yo me encontraba exactamente en ese lugar en que tú estás ahora».
Empero, en situación tan comprometida, nada mejor para Sánchez que, abusando de su buena suerte, Vox salga en su rescate anunciando para septiembre una moción de censura inviable que remeda la de Podemos en junio de 2017. Notificada contra Rajoy, iba contra Sánchez dentro de la estrategia de Iglesias de dar un sorpasso al PSOE. Ahora Abascal apunta a Sánchez, encendiendo el piloto del coche en esa dirección, pero maniobra para atropellar al PP de Pablo Casado, fracturando un eventual bloque opositor al actual Gabinete de cohabitación socialcomunista.
De cara a un otoño caliente, la derecha extrema da un balón de oxígeno a quien escruta la política a través de la ranura de una urna. No le preocupa tanto el destino d e España como el suyo particular, al tenerla como una simple circunscripción. Por eso, su jefe de gabinete, Iván Redondo, es un estratega electoral y a él le encomienda el aprovechamiento en esa dirección del supuesto maná europeo aprobado por los 27 en Bruselas contra la marabunta del Covid-19.
En cierto modo, Sánchez trae a colación al protagonista de la comedia de capa y espada de Lope de Vega titulada ¿De cuándo acá nos vino? Superviviente de los tercios de Flandes y gran burlador, aquel alférez don Leonardo fue capaz de jugar a la vez con la madre soltera y con la hija casadera, y luego, al destaparse el engaño, no por ello perdió la posición adquirida con picardía y desvergüenza de logrero.

                                                                      FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

ADIÓS, TURISMO, ADIÓS

Para Sánchez parece que no hay una solución alternativa a la declaración de un nuevo estado de alarma mientras busca culpables a toda prisa

Una viajera con mascarilla en el aeropuerto de Madrid-Barajas-Adolfo Suárez. 
 
Una viajera con mascarilla en el aeropuerto de Madrid-Barajas-Adolfo Suárez. EFE


Una de las grandes cuestiones que quedaban en el aire al concluir la última fase de la 'desescalada', esa que venía avalada por un consejo de expertos inexistente, era si se conseguiría salvar la temporada turística. El turismo es el sector que más aporta al PIB español, el año pasado un 15%, unos 190.000 millones de euros entre ingresos directos e indirectos que proporcionan los más de 80 millones de turistas que visitaban nuestro país hasta el año pasado. Sin esta industria que equilibra la balanza de pagos la economía española queda herida de muerte porque no hay nada con que sustituirla.
Este año la cosa empezó a pintar mal en marzo. La llegada de turistas se desplomó a principios de mes, luego vino el confinamiento y se redujo a mínimos históricos. Algo razonable y previsible. España no era el único país que estaba encerrado, en mayor o menor medida todos los países europeos andaban de la misma guisa. Pero, por fortuna, aquello pilló en temporada baja, aún se podía salvar el verano si la situación epidemiológica no se complicaba. A lo largo del mes de junio las aerolíneas reemprendieron sus vuelos, los hoteles reabrieron y los turoperadores internacionales volvieron a incluir destinos españoles en sus catálogos de viaje. Todo parecía marchar bien. Se asumía que este iba a ser un verano flojo, pero al menos se podría salir de él sin haberlo perdido todo.
Justo en ese momento se estaba empezando a gestar la tragedia. Según se decretó fin del estado de alarma los poderes públicos respiraron aliviados e hicieron como si ya no pasase nada, pero pasaba. El contagio masivo empezó en Aragón y Cataluña. A principios de julio surgieron las primeras voces de alarma seguidas de confinamientos parciales en Lérida y Huesca. El Gobierno entretanto se lavaba las manos. Aquello dependía de las comunidades autónomas, pero no se había diseñado marco jurídico alguno para que los Gobiernos regionales hiciesen frente a los rebrotes. Nada había preparado. Ni protocolos, ni rastreadores, ni siquiera un sistema de recuento de casos y fallecimientos digno de tal nombre.
En Moncloa, aquejada de un brote de inexplicable triunfalismo, se miró para otro lado, pero otros Gobiernos del continente se tomaron el informe de Cambridge muy en serio
En aquella vorágine la universidad de Cambridge publicó su informe anual sobre desarrollo sostenible y España salía muy mal parada en lo referente a la gestión de la pandemia de covid-19. Estaba la última de los 33 países de la OCDE auditados. No había chovinismo alguno, el Reino Unido figuraba en el puesto 31. En Moncloa, aquejada de un brote de inexplicable triunfalismo, se miró para otro lado, pero otros Gobiernos del continente se tomaron el informe en serio. Sólo necesitaban mirar con atención lo que estaba sucediendo en España en esos mismos momentos para que cundiera el desánimo.
Dejando a un lado la cifra oficial de víctimas mortales, desconectada ya por completo de la realidad, y los problemas que había tenido el sistema sanitario para proveerse de material y proteger a sus profesionales, la situación a mediados de julio era cuando menos preocupante y no ha hecho más que empeorar. El número de casos positivos diarios está al mismo nivel que a principios de mayo cuando entrábamos en la primera fase de la 'desescalada'. Pero la respuesta que la administración está dando es caótica, tardía y descoordinada. Para Sánchez parece que no hay una solución alternativa a la declaración de un nuevo estado de alarma mientras busca culpables a toda prisa. Hoy son los jóvenes, mañana el llamado ocio nocturno y pasado los insolidarios que no se ponen mascarilla.

La reserva vírica de Europa

El resultado de este caos lo tenemos a la vista. Irlanda, el Reino Unido y Noruega han impuesto cuarentenas para todos los viajeros que lleguen de España. En el caso británico la cuarentena es obligatoria. Francia ha pedido a sus ciudadanos que no viajen a Cataluña, Bélgica ha hecho lo propio con las provincias de Lérida y Huesca. Esto en la práctica supone poner al país entero en la lista negra y que los turistas alemanes, italianos o suecos lo eviten por precaución. Aquí, de nuevo, el Gobierno ha ido a remolque de los hechos. In extremis trató de convencer a Boris Johnson para que sacase a Baleares y Canarias de la cuarentena forzosa. Sin éxito, por cierto, pero de haberlo conseguirlo de nada hubiese servido porque la idea de que España es algo así como la gran reserva vírica de Europa se ha extendido por todo el continente. Ni en Alemania, ni en el Reino Unido, ni en Francia los medios de comunicación afines a Moncloa pueden hacer nada para invertir la certeza que se ha asentado por toda Europa de que España es un país inseguro y se puede uno infectar en cualquier sitio.
Si criticas al Gobierno es que estás politizando la pandemia. Por el contrario, si aplaudes eres un genuino patriota
El hecho es que cuando un viajero procedente de cualquier parte del mundo llega a España lo primero que advierte es que los principales aeropuertos son auténticos coladeros. Se aterriza y se entra en el país como si aquí nada anormal sucediese. La Comunidad de Madrid lleva semanas pidiendo que se endurezcan los controles en Barajas, pero al otro lado hacen oídos sordos. El mensaje oficial es que todo transcurre normalmente, es la hora del aplauso y la felicitación, hemos salido más fuertes y todo lo que no comulgue con eso se ignora. El autoengaño puede llegar a ser efectivo dentro de España, donde los terminales mediáticos del Gobierno se encargan de transmitir una imagen de falsa normalidad y de recuperación ejemplar, pero no fuera.
Aquí se ha alcanzado un extraño consenso. Si criticas al Gobierno es que estás politizando la pandemia. Por el contrario, si aplaudes eres un genuino patriota que sabe estar a la altura de las difíciles circunstancias que ha tenido que enfrentar Sánchez y su Gabinete. Un viejo recurso dictatorial que exonera al poder de toda responsabilidad y carga las culpas sobre los ciudadanos, reconvertidos por la propaganda oficial en seres egoístas o directamente en saboteadores. Pero fuera, este mecanismo no funciona. Ahí miran las frías cifras, no se las terminan de creer y sacan conclusiones. Ese es el origen de la crisis turísticaque preludia un otoño negro porque sin los recursos que aporta el turismo la economía española se hunde sin remedio.
Para esto no hay rescate posible, pero el Gobierno sigue a lo suyo fingiendo que nada extraño sucede. La misma inacción suicida que vimos en febrero y las dos primeras semanas de marzo. En fin, ya sabemos como terminó aquello.

                                                   FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA  Vía VOZ PÓPULI

sábado, 1 de agosto de 2020

CONVIENE QUE HAYA MIEDO

La izquierda española necesita irregularidad y caos para llegar al poder con el único propósito –quizá ya inconJavier SomaloscijAVIER ente– de seguir provocándolos

                                                              Javier Somalo
El 13 de febrero de 2008, durante una entrevista de Iñaki Gabilondo a José Luis Rodríguez Zapatero en la cadena Cuatro, se pudo escuchar está conversación cuando los micrófonos deberían estar cerrados:
- Gabilondo: ¿Qué pinta tienen los sondeos que tenéis?
- Zapatero: Bien…
- Gabilondo: Sin problemas…
- Zapatero: Lo que pasa es que lo que nos conviene es que haya tensión
Doce años después –se dice pronto– queda más que acreditado que la izquierda española necesita irregularidad y caos para llegar al poder con el único propósito –quizá ya inconsciente– de seguir provocándolos. Lo vimos tras los atentados del 11-M o en una moción de censura, con la excusa espuria de la corrupción, que generó alianzas con los que poco antes perpetraron un golpe de Estado y con un partido extraído del Palacio de Miraflores.
Pocas cosas hemos vivido en los últimos tiempos tan irregulares, desconocidas y amenazantes como la pandemia por el coronavirus y España ha tenido que ser uno de los países más golpeado por culpa de la siniestra gestión gubernamental. Lejos quedan los aplausos que también ayudaban a contar los días entre cuatro paredes, sin alegría, sin familia y con miedo, siempre con miedo. El miedo a lo desconocido, a la falta de información, al contraste entre la realidad y los mensajes oficiales. La ausencia de liderazgo ante una tragedia también produce miedo y, pronto, dependencia.
Hubo un "comité de expertos", capitaneado por el doctor Simón, que nunca se dio a conocer. Cuando ese comité se formó –si es que ha existido o ha hecho algo– España ya llegaba tarde a todo porque había que salvar actos políticos de reafirmación como el del 8-M. Sólo por eso. Aunque nadie se contagiara en aquellas manifestaciones, fue el dique que impidió actuar a tiempo con la alarmante información de la que se disponía. En los meses de la muerte –45.000 reconoce hasta El País para poder seguir vendiendo algún periódico– los periodistas preguntaban sobre la composición de ese comité obteniendo sólo silencio o evasivas. ¿Por qué? Quizá porque nunca hubo expertos de verdad, más allá de los que salvaban vidas o morían al hacerlo en los hospitales. Si de verdad hubo expertos en ese comité alguno habría reivindicado su esfuerzo y quizá habría dimitido por una cuestión lógica de honor y prestigio profesional. Pero ni expertos, ni comité. Sólo miedo.
Ahora sabemos que en la famosa y horrísona "desescalada" ni siquiera estuvo en funciones el comité fantasma. Ya andaban en otras cosas, en sus cosas, si es que –insisto– alguna vez ha habido realmente un equipo cualificado de profesionales coordinado por el Gobierno. Hoy sabemos que las fases del estado de alarma las decidía Salvador Illa, un licenciado en Filosofía que aspira a presidir la Generalidad, o quizá la República catalana, según propicie el desorden calculado. ¿Hay expertos para los rebrotes que vuelven a confinar a muchos y atemorizan a todos? De momento, sólo hay veladas amenazas de confinamiento y crecientes cifras de contagios sin demasiada explicación.
El beach boy Simón suspiró de alivio cuando los países emisores de turismo hacia España cerraron la persiana. Una preocupación menos. Él, tan asiduo a las olas de contagios, ya había surfeado otras en Portugal, sin mascarilla, y hasta se sorprendió de que le reconocieran. Ese es nuestro experto conocido, un tipo que se sacude la responsabilidad y que se alegraría de que quebraran todas las compañías automovilísticas del mundo para acabar con los accidentes de tráfico… como esos que podrían justificar los 20.000 muertos que faltan en las cuentas, que se atrevió a decirlo. Si criticamos a los jóvenes de 20 años por divertirse a medias y muchos de ellos con mascarillas, no olvidemos nunca al beach boy de moto, chupa y tabla de surf porque debería cargar con las culpas de todos cada día.
El miedo a morir o a perder a un ser querido, el pánico a revivir la angustia del confinamiento, a tocar una puerta, a pulsar una botón o a subirse a un autobús vuelve a paralizar un país sin necesidad de estado de alarma. Pedro Sánchez es el único que de veras ha cambiado de fase al apartarse del dolor para fingir ser un estadista europeo sin tiempo para atender a caprichos autonómicos. Que se peleen las comunidades entre ellas, que ya están El País y el resto de sóviets de prensa para decidir de forma inapelable si la peor es Ayuso, o quizá Feijóo o tal vez Moreno Bonilla. Que compitan a ver quién confina más o menos, a ver quién cierra más bares por fuera. Sánchez ya sólo recibe el eco de sus aplausos por meternos, además, en la peor crisis económica posible. Que cierren otros para que el desastre que ya ha llegado sea, en todo caso, compartido.
España sale peor parada en todos los sentidos que Italia, Alemania o Francia donde el virus también golpeó con fuerza. Ahora al desgarro por la pérdida de vidas se une el récord de un batacazo económico sin precedentes y la razón no es que Nueva York, Madrid, Teherán y Pekín estén en línea recta, como dijo Carmen Calvo al descubrir un mapa, sino la incapacidad para la gestión económica y la probada inutilidad para manejar situaciones de emergencia a favor de los ciudadanos.
Pero Sánchez y sólo Sánchez –a lo peor, con ayuda de Iglesias– será el que reparta los fondos críticos a una España rota, sin turismo y con miedo. Y así será como compongan el nuevo mapa de favores y agravios hasta que sientan la tentación del decreto o, si la cosa se tuerce, de un nuevo estado de alarma.
Quizá por eso ya no hay comité de expertos, porque tendrían que explicarnos con detalle que, pese al riesgo y a las precauciones debidas, las oleadas y los rebrotes van a ser habituales durante un tiempo, que los contagios no están colapsando las UCI de momento y que los prometedores avances en las vacunas podrían convertirse en remedio antes del invierno. Eso sí, también tendrían que decirnos por qué España siempre se queda fuera en la compra o reserva de esos remedios. La última explicación que nos dieron fue que "el mercado está loco" y que las "gangas" no funcionan.
Cambiar el miedo por la esperanza no es buen negocio para un gobierno de extrema izquierda que subsiste generando dependencia y dejando volar la amenaza de un futuro peor. Cualquier venezolano de bien sabrá explicarnos cómo se afianzó Hugo Chávez en el poder gracias a la excepcionalidad posterior a las inundaciones de Vargas, en diciembre de 1999. Ahora Sánchez e Iglesias reparten los fondos en la ruina y esperan a que la oposición –ultraderecha toda– se desmarque de la lealtad debida al Gobierno, salvo que ese gobierno sea del PP y muera un perro por ébola.
Sin miedo, con esperanza y con todas las precauciones que dicta el sentido común –que son muchas y duras– hay que decir ‘no’ a este Frente que sólo piensa en seguir gobernando en un páramo absolutamente dependiente del Estado, sin negocios prósperos y poblado por generaciones atemorizadas con la nariz aplastada y las orejas de soplillo.
Lo dicho: "Lo que pasa es que lo que nos conviene es que haya tensión". O miedo.

                                                 JAVIER SOMALO  Vía LIBERTAD DIGITAL

Nuevos cimientos: edificar una sociedad nueva

Edificar una sociedad

La pretensión de edificar una sociedad radicalmente nueva, ilusoriamente sobre nuevos principios y cimientos, es especialmente dañina y destructiva:
Se trataría de una sociedad de espaldas a Dios, en vez de fundada en su Creador. El hombre sería el nuevo y mísero dios, como si una criatura tan necesitada de sentido y salvación pudiera ser la base de todo. Y se rechaza a Dios, sobre todo al Dios bueno y misericordioso.
En cambio, subrayando este endiosamiento del hombre, se erigen ídolos modernos, como una Naturaleza despiadada y adorada a la que se sacrifican víctimas humanas, por ejemplo, los niños abortados: Deberíamos tener mayor preocupación por los huevos de cigüeña que por nuestros propios hijos aún no nacidos. Sería una Naturaleza que se vengaría de nuestras agresiones. Una Madre Tierra que no sabemos bien si hemos de respetar o adorar, como supuesta causa de todas las cosas.
Otro principio que se pretende borrar es el que, inscrito en el corazón del hombre, nos inclina al amor a nuestros hermanos y a toda criatura. Y en vez de ello se entroniza la lucha y el odio y los intereses egoístas.
Cuando el hombre abandona la fe en un Dios bueno, como no puede vivir sin creer en algo, se inclinará a creer en dios no bueno y se hará así – el propio hombre – adorador de la no bondad y abrazará caminos tortuosos, que justificarán actos execrables, según la maligna máxima de que el fin justifica los medios.
Y cuando el hombre abandona el principio del amor verdadero, lo sustituirá por sus intereses egoístas, redoblados, y como justificados, por el egoísmo de clase, de raza, de sexo, de religión… Se fomentará de modo suicida, la guerra de clases, de razas, de sexo, de religión, etc.
¿Qué se construye si se abandonan los principios, los cimientos, que han perdurado siglos?: Una selva inhumana.
Elevemos nuestra mirada hacia el contenido sobrenatural de los cimientos de la mano de una revelación privada que resulta iluminadora (“Mensajes de la Misericordia (…) El Pastor Supremo”, págs. 56, 57, 60 y 339)
“Como una casa que amenaza ruina, así está mi pueblo. Sus cimientos se derriten como la cera y amenazan derrumbarse, porque se ha alejado de su Dios y Señor, del que murió por él en la Cruz. Él era su cimiento, su piedra angular, pero mi pueblo es obstinado y quiere elegir él sus cimientos, y son materiales vanos y de poca consistencia, hasta el punto que nunca podrá edificar sin la ayuda de su Señor” (p. 56)
“Dejadme que os hable con rigor, el médico debe utilizar el bisturí para sanar, para salvar y se lo permitís porque queréis salvar vuestras vidas. ¡Y a Mí, a vuestro Redentor, a vuestro Salvador no me dejáis hablaros con rigor para salvar algo más grande que vuestra vida: vuestra alma!” (p. 57)
“Siempre vais tras todos los que hablan y os prometen la felicidad en este mundo, pero no buscáis la felicidad eterna, ni pensáis en ella, clavados en este mundo, no tenéis cimientos sólidos y vuestras casas caerán al mínimo temblor ¡Agarraos a Mí, agarraos a mi Cruz! Amad vuestra cruz… “(P. 60)
“Oh pueblo mío, la conciencia en este mundo está siendo destruida por el enemigo infernal. Está destruyendo los cimientos de la conducta humana para acabar siendo presa de los bajos instintos y la soberbia y el orgullo de no querer seguir los caminos de obediencia a los Mandatos de Dios, y seguir los caminos de la razón humana y el raciocinio abocado irremediablemente al instinto y a la soberbia de los hombres” (P. 339)
Ilustremos esto último con un ejemplo: si se abandona el principio o cimiento espiritual de que nunca es lícito dañar a un inocente, una razón que cojea especulará sobre cuándo es lícito hacerlo, dando pie al daño del inocente no nacido.
Y es que el cimiento espiritual está por encima, no contra, de la mera razón y ésta ha de estar a su servicio y no al revés: la ciencia está o debe estar al servicio de la sabiduría espiritual y una ciencia que reniegue de sus cimientos espirituales engendrará monstruos. Aparte de conducirnos por caminos opuestos a la salvación de nuestro espíritu, de nuestra alma.

                                                       JAVIER GARRALDA   Vía FORUM LIBERTAS

AQUEL VERANO DEL 2020

O sea que lo del comité de expertos virólogos era mentira. O sea que vivimos bajo las ocurrencias de un estafador de la opinión pública

Varios ministros aplauden a Pedro Sánchez 
 
Varios ministros aplauden a Pedro Sánchez EFE


Hay demasiadas razones para pensar que este verano será de los que no se olvidan. Por los muertos, pero también por los vivos. Con ese ejercicio de prestidigitación a que nos someten un día sí y otro también no sabemos ni siquiera a qué número ascienden las víctimas del virus. Las cifras bailan, los fallecidos no. Cada autonomía elabora su propia lista de afectados, siempre a la baja. Aseguran que es para no asustar a la ciudadanía y la verdad es que provocan una inseguridad capaz de asustar hasta a los más crédulos entre los creyentes. Hemos llegado a un punto en el que nadie se cree nada y la diferencia entre quienes comulgan con ruedas de molino y los hartos de ser engañados ha dejado de tenerse en cuenta.
La única verdad incontrovertible es que estamos acojonados porque tenemos miedo al miedo y no hay persona ni institución que nos otorgue una mínima seguridad de dónde estamos y hacia dónde vamos. Tenemos conciencia de que el presidente se reúne con los suyos, su gabinete íntimo, y prepara la mentira de la jornada. Cada día una diferente pero entreverada con asuntos generales que sirven para salpimentar el plato. Hay que estar muy imbuido de tus propias mentiras para colar como argumento frente a los países que ponen cortapisas a la llegada a España de sus residentes, que ellos tienen más contagiados que nosotros. ¿Por qué nos ponen condiciones si están peor que nosotros? Una idiotez para niños de escuela; si cuentan con más infectados, razones tienen para hacer cuarentenas con los que están en la misma tesitura. El “¡Y tú más!” elevado a categoría de política de estado es la prueba de la infantilización de nuestra vida social.
Nos tratan como a niños y además tontos. Y el presidente se ríe. Hace chistes jaleado por los suyos. Si no viviéramos lo que estamos viviendo se diría que no va con ellos, que lo suyo es durar hasta el final de la legislatura, casi cuatro años, y a fe que van a conseguirlo. No hay nada que se lo impida a menos que una revuelta social en otoño barra con todo. No hay sociedad que pueda aguantar un paro del 50% mientras las instituciones se desmoronan.
Escuchar a Sánchez vanagloriarse de una victoria que él acaudilló resulta patético
Hay quien interpreta los fondos europeos como si fueran el maná en el desierto y, al margen de las hombradas de Sánchez sobre un supuesto Plan Marshall que él ha conseguido frente a la cicatería de los llamados “frugales”, la realidad es otra. Ni estamos al final de una gran guerra ni está la economía globalizada en condiciones de cubrir gastos a fondo perdido. Los empréstitos, sean del tipo que sean, han de pagarse, ya sea en dinero o en especies, y las especies entre estados se traducen en dependencias.
Escuchar a Sánchez vanagloriarse de una victoria que él acaudilló resulta patético, casi tanto como los aplausos de sus ministros y no digamos de la ovación de sus diputados, cual Procuradores en Cortes, reunidos para la ocasión en un pleno que tenía mucho de procaz. Una provocación para sus aliados -los de Podemos ya saben cómo se aplaude a quien les da de comer-, para la oposición y hasta para el común que, como yo mismo, no acabamos de entender el homenaje al hombre que no sabe cómo confinarnos, ponernos las mascarillas y rebozarnos en alcohol. ¡Y encima se ríe y hace chistes con los descerebrados de Vox y se cisca en la oposición!
No hay que negar que una de las razones para que la república no tenga largo recorrido no procede de las barrabasadas del Emérito, al que una democracia frágil concedió poderes que él usó al modo Borbón, como su abuelo y su bisabuelo. Lo que nos aterroriza sería una república con un presidente como Pedro Sánchez. Sería una pandemia histórica de tratamiento imposible. Pedro Sánchez I, el Mentiroso, o el Falaz, o el Soberbio. Hay para escoger.
Adoctrinados los medios de comunicación, poseedor de la bolsa de los fondos, con un gobierno de retales y un partido convertido en rebaño, no hay coronavirus capaz de ponerle en un aprieto. Por si fuera poco, cabe la máxima teresiana o ignaciana de que en tiempo de aflicción conviene no hacer mudanza, lo que aplicado a los ciudadanos es la garantía de que cualquiera puede hacerlo peor. Y sobre el campo de batalla en el que sólo destacan los muertos, esos cadáveres tan abandonados que ni siquiera son registrados por su número de serie, sobre ese panorama del que sólo se burlan los señores diputados del partido que dice gobernar, sobre eso está el miedo, ese fantasma ubicuo que se cuela por todos los resquicios.
El que lo sabe todo, incluso lo que jamás osaría decir porque no tiene ni idea, ha informado a la adormilada población española que conoceremos el número de muertos cuando termine la epidemia y él tenga a bien darlo a conocer. ¿Para qué antes? Quizá porque entonces la gente se haría tantas preguntas que ni los trileros que nos gobiernan serían capaces de abordarlas. El conocimiento se ha convertido en una ciencia al alcance de dos muñidores, Sánchez e Iván Redondo. El resto debemos conformarnos con los restos de borona, ese pan basto tan comido antaño en Asturias y que administra la chica de los recados, Adriana Lastra; asturiana, una vida entregada a servir al señorito de turno, con la fidelidad que concede muchos años de vasallaje. La servidumbre es todo un modo de hacer política, que no es mortal como el coronavirus, pero empaña la sociedad de tal modo que exige cura en cuidados intensivos. El verano de 2020 no ha hecho más que empezar, pero promete ser de los que dejan huella. Aunque sólo sea por eso, inolvidable… como nuestros muertos.

                                                                 GREGORIO MORÁN   Vía VOZ PÓPULI