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domingo, 23 de octubre de 2022

Una muchedumbre infantilizada, a la deriva

Una sociedad que acepta siempre lo último de forma acrítica es como una hoja seca a merced del viento
Una cola de gente con mascarilla en China
Unos de los rasgos más asombrosos de la sociedad actual es la enorme velocidad con que ciertas nociones o ideas novedosas, extrañas e insólitas, alcanzan aceptación generalizada por muy absurdas que sean. Basta que la televisión lance un mensaje repetitivo, envuelto en un relato sensiblero para que la idea subyacente se asuma de forma acrítica. Así, las creencias aparecen y languidecen constantemente, como si hubiera quebrado cualquier anclaje al pasado, como si gran parte del pensamiento navegara a la deriva de las emociones y las modas. Las pautas conocidas como “políticamente correctas” (hoy “woke”) surgen de repente y resultan inestables y cambiantes. Así, por ejemplo, ciertas palabras son constantemente sustituidas por otras nuevas, incluso inventadas, porque súbitamente pasan a considerarse ofensivas (y censuradas como racistas, sexistas etc.), aunque nunca lo fueran anteriormente. O el número de categorías de “identidad de género” va creciendo de manera asombrosa y cada cifra resulta tan aceptable como fue la anterior. La general aquiescencia es una señal de extendido conformismo y escasez de pensamiento crítico, especialmente entre las élites, el mundo académico y el mediático. Demasiados piensan que la postura crítica consiste en predicar esas pautas (aceptadas por el establishment) y atacar a quienes las cuestionan. El mundo al revés. ¿Por qué hay tanta gente dispuesta a creer cualquier cosa? ¿De dónde surge esa fuerte tendencia a adoptar rápidamente la opinión percibida como mayoritaria? En The lonely Crowd, (1950) David Riesman apuntó una interesante hipótesis: se estaba produciendo un cambio drástico en el carácter del individuo medio, una radical transformación en la manera de formar sus criterios. Y este cambio se encuadraba en una evolución mucho más amplia hacia una personalidad cada vez más flexible. Riesman identifica tres etapas históricas: individuo “guiado por la tradición”, “guiado por su propio interior” y, finalmente, “guiado por los demás”. Cada uno forma sus propios criterios, decidiendo el rumbo en cada situación nueva. No hay un camino marcado pero el individuo posee una brújula interior para orientarse Varios siglos atrás, en un entorno apenas cambiante, la mayoría se guiaba por la tradición. Con pautas rígidas, estables de una generación a otra, no era necesario buscar soluciones novedosas pues apenas había problemas nuevos. En un camino perfectamente delimitado, la rutina y el ritual dominaban el comportamiento. Las grandes transformaciones generadas por la revolución industrial, la ilustración o el auge del liberalismo, propiciaron un individuo con un carácter más flexible: guiado por su interior. Estos sujetos mantienen ciertos principios, unos valores básicos, pero, inmersos en una realidad más cambiante, ya no recurren a reglas fijas: cada uno forma sus propios criterios, decidiendo el rumbo en cada situación nueva. No hay un camino marcado pero el individuo posee una brújula interior para orientarse. El individuo guiado por los demás La aceleración del cambio tecnológico en el siglo XX y la cultura de masas, determinarían la aparición del sujeto guiado por los demás, que ha roto con el pasado y carece de principios para formar sus criterios: se limita a observar el entorno. Ya no existen grandes valores estables sino ideas rápidamente cambiantes al albur de las modas o la influencia de los medios. La etapa adolescente, con su irresistible influencia del grupo de amigos y sus impulsos emocionales, se extiende simbólicamente al resto de la vida, dando lugar a unos sujetos que buscan la aprobación del entorno como objetivo primordial. Se trata de una infantilización social que desprecia la edad y la experiencia por poco adaptativas al cambio tecnológico. El individuo ha perdido la brújula, pero posee un radar para detectar dónde se encuentran los demás. El libro, que alcanzó enorme éxito, fue interpretado como una crítica del carácter guiado por los demás y una reivindicación de quienes seguían conduciéndose por principios. No era esta, sin embargo, la intención del autor, que se limitaba a explicar la evolución hacia una mayor flexibilidad como un proceso de adaptación a un mundo cada vez más cambiante. Quizá no existía entonces suficiente perspectiva para prever las consecuencias. En una primera etapa, una masa vocinglera, considerando la vacuna como la panacea, pretendía despojar de sus derechos fundamentales a quienes no se inocularan La excesiva flexibilidad no es siempre provechosa si genera sujetos maleables, fácilmente moldeables por el poder, una masa amorfa que va adoptando formas caprichosamente cambiantes. Estas personas pueden sentirse libres, con mente abierta, pero son fácilmente influidas por el entorno, la televisión y, sobre todo, los grupos de presión. Y la supuesta flexibilidad es relativa pues, una vez convencidos, muchos mantienen una postura dogmática, incluso agresiva con quienes no comparten la creencia del momento. La guía por el entorno conduce a un mundo de contradicciones, como refleja el intencionado título del libro: la muchedumbre solitaria. Esta falta de anclajes sólidos explicaría la naturalidad con que se acepta hoy la alarmante ruptura de los principios que sostienen el estado liberal: la igualdad ante la ley, la libertad individual o la limitación de los poderes del gobierno. Así, cada vez surgen más leyes que vulneran estos principios, normas que delimitan derechos especiales para ciertos grupos, sin caer en la cuenta de que los derechos particulares no son más que privilegios. La muchedumbre se retrató en la pandemia La pasada pandemia ofreció una interesante radiografía de la falta de criterio y la flagrante desconexión del pasado, incluso del más cercano. Algo jamás aplicado, como el confinamiento de toda la población, que siempre fue descartado por contraproducente en todos los planes para pandemias, y por vulnerador de derechos fundamentales, fue impuesto en cascada en un país tras otro, simplemente porque otros gobiernos lo habían decidido antes: un criterio claramente guiado por los demás. La decisión de encerrar a la gente por parte de un régimen autoritario, China, conseguiría un efecto imitación que, ante la ausencia de anclajes, acabaría derribando casi todas las piezas del dominó. Prevaleció la inestabilidad de criterio sin que la mayoría fuera consciente de ello. En una primera etapa, una masa vocinglera, considerando la vacuna como la panacea, pretendía despojar de sus derechos fundamentales a quienes no se inocularan. Pero, una vez conseguida la vacunación masiva, esa misma muchedumbre cambió implícitamente de criterio, presionando obsesivamente para continuar con las mismas restricciones ¡como si la vacuna no hubiera servido para nada! También mostraron una completa desconexión del pasado al pretender, de manera conminatoria, histérica y furiosa, que una simple mascarilla era capaz de eliminar un virus respiratorio, algo que la humanidad sabía imposible desde mucho tiempo atrás. Largas décadas, o siglos, de saber acumulado se desvanecían repentinamente en la nada ante la abrumadora presencia de programas de televisión que rezumaban verdades científicas de aceptación obligatoria, como si fueran dogmas. Olvidaban que las proposiciones científicas nunca son verdades absolutas sino, por definición, provisionales, sujetas a crítica y posible refutación. Por suerte, siguen quedando bastantes personas guiadas por su propio interior aunque puedan constituir minoría frente a una gran masa que se alimenta de los medios y las modas. De ahí, quizá, la imposibilidad de comprensión mutua o el desconcierto de esta minoría ante la futilidad e inestabilidad de ciertos criterios de la muchedumbre. A pesar de las apariencias, el individuo guiado por su interior es suficientemente flexible y, por supuesto, más libre y crítico. Comparte con el grupo ciertos principios y valores, pero posee criterios propios. Aunque deba nadar a contracorriente, es menos manipulable porque los principios funcionan como freno a los instintos, a esa interesada influencia emotiva del entorno, los medios, los gobernantes y los grupos de presión. La flexibilidad es una cualidad valiosa… si va acompañada de juicio suficiente para determinar si algo novedoso es más adecuado que lo anterior. Sin apropiados elementos de juicio, los individuos pueden acabar prisioneros de dogmas, absurdas consignas o ridículas perífrasis (como todos, todas, todes), que no solo atentan contra el buen gusto; también contra la economía del lenguaje. O caer en un adanismo primario, dispuesto a arrasar con el pasado que, por definición, siempre fue malvado y equivocado. Difícilmente pudo imaginar David Riesman que, siete décadas después, esa misma muchedumbre exigiría a gritos en su país, Estados Unidos, nada menos que la retirada de las estatuas de Thomas Jefferson. Una sociedad que acepta siempre lo último de forma acrítica es como una hoja seca a merced del viento. Lo señaló Marco Tulio Cicerón: “si no aprendes nada del pasado, permanecerás siempre como un niño”.
Artículo de JUAN MANUEL BLANCO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 9 de octubre de 2022

UNOS PRESUPUESTOS INDECENTES

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Europa Press
Christian Lindner, ministro alemán de Finanzas, se ha declarado esta semana partidario de volver cuanto antes a la disciplina fiscal y presupuestaria en el seno de la UE, de acuerdo con los criterios de Maastricht. Su declaración no ha sorprendido teniendo en cuenta su condición de líder del Partido Democrático Liberal (FDP) alemán, hoy parte de la coalición que gobierna el país, pero ha sido contestado en distintos foros con el argumento de que eso precipitaría la recesión en el continente. Sébastien Laye, que además de empresario es economista jefe del Instituto Thomas More, un think tank con sede en París, ha acudido en socorro de Lindner, urgiendo al Gobierno Macron a poner orden cuanto antes en las finanzas públicas galas. El momento no puede ser más inquietante. El fantasma de la crisis financiera de 2008 y la forma de abordarla entonces a base del jarabe de palo del ajuste duro sigue presente en el inconsciente colectivo de una clase política (y de gran parte de la económico-financiera, por no hablar de la élite burocrática que campa a sus anchas por Bruselas) europea, que se ha acostumbrado a la vida muelle que Mario Draghi y su "whatever it takes" (lo que sea necesario) inauguró en 2015, algo que acrecentó hasta el paroxismo la aparición del Covid, merced a la política del BCE inundando de liquidez el sistema (tipos de interés negativos) y comprando deuda soberana. Hoy ya sabemos que esa política de expansión monetaria ha conducido a una inflación (9% en el caso español, septiembre) convertida en la gran amenaza a la prosperidad colectiva. Para tratar de domeñar al monstruo, el BCE puso en marcha, con mucho retraso, una política monetaria restrictiva que choca frontalmente con las políticas presupuestarias expansivas que ha venido alentando Bruselas, con el argumento de la protección a los más débiles, de no pocos países de la Unión, caso de Italia, Francia y naturalmente España, políticas (apoyo a la demanda con inyección de liquidez al sistema) que podrían hacer fracasar los esfuerzos del BCE en su lucha contra la inflación mediante la subida de tipos. Cierto que tratar de frenar esa hidra tiene un impacto negativo en el crecimiento a corto plazo, algo a lo que se resiste una opinión pública y unos Gobiernos poco a nada conscientes de que hoy la gran amenaza que se yergue frente al bienestar de las familias no es el desempleo o el bajo crecimiento, sino la inflación y la caída del poder adquisitivo, una inflación que si no se le ataca de forma rápida y decidida podría enquistarse hasta convertirse en un problema de años. Este es el contexto, que el último informe del Banco de España (BdE) describía esta semana con tintes mucho más dramáticos, en el que el Gobierno Sánchez acaba de presentar su proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2023, unos PGE descaradamente expansivos que ignoran lo que está pasando a nuestro alrededor, porque, digámoslo ya, no son los PGE que España necesita y que le vendrían bien al país en estos momentos, sino los que convienen a Sánchez para, derrochando el dinero público con la liberalidad e irresponsabilidad propia del sujeto, tratar de ganar la reelección a la presidencia en 2023. Los Presupuestos que acaba de presentar el Gobierno son descaradamente expansivos. Ignoran lo que está pasando a nuestro alrededor, porque, digámoslo ya, no son los PGE que España necesita y que le vendrían bien al país en estos momentos, sino los que convienen a Sánchez para tratar de ganar la reelección a la presidencia en 2023 Unos Presupuestos que, de entrada, nacen muertos, porque la ministra Montero se ha sacado de la manga un crecimiento del PIB para el año próximo del 2,1%, estimación que el BdE ha dinamitado al calcular que no superará el 1,4% (1,5% en el caso de la AIRef), pero que muchos expertos reducen todavía más hasta dejarlo en el 1% pelado, dependiendo de la evolución del contexto internacional. En consecuencia, las estimaciones de ingresos no financieros (307.445 millones, con crecimiento del 6%, de los cuales 262.781 millones proceden de impuestos, aumento del 7,7%) contenidas en el proyecto son papel mojado (como, por desgracia, han sido todos los PGE preparados por este Gobierno desde que está en el poder). Ese punto de PIB de menor crecimiento es muy importante, porque significa no solo que vas a crecer menos, y por tanto vas a recaudar menos, sino que no vas a crear empleo, al contrario, te va a aumentar el paro con lo que ello significa en términos de recaudación. De modo que el capítulo de ingresos está brutalmente inflado y normalmente serán inferiores, incluso muy inferiores, a los que figuran en el proyecto, ello a pesar del efecto de la inflación y de los fondos estructurales Next Generation, la varita mágica con la que Sánchez piensa cuadrar las cuentas. Con los gastos ocurre lo contrario: están claramente infraestimados, en un calculado ejercicio de trilerismo presupuestario propio de un Gobierno acostumbrado a gastar como si no hubiera un mañana, de espaldas a cualquier racionalidad económica. Un trilerismo particularmente llamativo en el caso de las cuentas de la Seguridad Social, con ingresos claramente inflados para poder hacer frente a la enorme cuantía del gasto reconocido. Cuestiones estas que sin duda no quitan el sueño a un presidente cuyo objetivo es regar el patio, captar votos creando pesebres con cargo al erario público con la intención de atraer a más y más colectivos dispuestos a apoyar su reelección. Y para regalar dinero público primero hay que quitárselo al contribuyente asfixiándolo a impuestos y, por ejemplo, negándose a deflactar la tarifa del IRPF o a retocar tipos del IVA de acuerdo con el alza de los precios. Pensionistas, funcionarios (la masa salarial del Estado supera los 25.000 millones) y rentas del trabajo inferiores a 21.000 euros son los grandes beneficiarios de esta política que refleja a la perfección el carácter de un personaje, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que desde su llegada al poder en 2018 optó por ser el presidente de la mitad -en el mejor de los casos- de los españoles y que, en consecuencia, ha pergeñado unos PGE destinados a engatusar a esa mitad de españoles, los teóricamente de izquierdas, despreciando la posibilidad de confeccionar unas cuentas públicas destinadas a dar respuesta realista a las necesidades de todos los españoles. Particularmente escandaloso es el caso de las pensiones, partida que crece un 11,4% hasta superar los 190.600 millones, con una revalorización estimada del 8,5%. Escandaloso en tanto en cuanto supone una quiebra brutal de la equidad intergeneracional. Pensiones, funcionarios y servicio de la deuda se comen más del 50% del Presupuesto. Pero suben todos los rubros que tengan que ver con el reparto del dinero público, y por subir sube hasta el sueldo del propio presidente del Gobierno (el 4%) mientras permanece congelada la asignación del Jefe del Estado, S.M. el rey Felipe VI. Como escribía esta semana un lector de Vozpópuli al hilo de una sentencia de Thomas Paine ("There are two distinct classes of men in the nation, those who pay taxes, and those who receive and live upon taxes"), vivimos en una injusta sociedad dual formada por dos grupos de personas: el constituido por "Empresarios y trabajadores sujetos a la competencia, cuyos ingresos dependen de lo que producen y de lo que los ciudadanos deciden libre y voluntariamente adquirir y pagar por ello", y el formado por "Políticos, empresarios amigos del Gobierno, empleados públicos y liberados sindicales cuyos sueldos y privilegios -decididos por los políticos- son pagados obligatoriamente por los ciudadanos del primer grupo". El Gobierno Sánchez se ha dedicado plena y conscientemente a exacerbar esa maligna dualidad. El drama del aumento del gasto en pensiones, funcionarios y demás es que va a consolidar un gasto estructural estimado en no menos de 50.000 millones, situación que pone a las cuentas públicas en una posición muy delicada, muy débil para afrontar cualquier posterior impacto negativo exterior y que, en definitiva, coloca al país al borde de la quiebra Dice el proyecto de Presupuestos de la señora Montero ("Si tú recaudas por este producto solamente puedes gastártelo en Juanolas, no te lo puedes gastar en nada más; entonces, si las Juanolas no están…") que, con un crecimiento del PIB del 2%, objetivo imposible desde todos los puntos de vista, los ingresos crecerán un 6% sobre 2022 mientras los gastos lo harán un 7,6% más. La realidad es que los primeros quedarán bastante por debajo de esa cifra, mientras que los segundos se dispararán hasta cerca del 12%, con un déficit estructural (aquel que no depende de los vaivenes del ciclo) que podría irse hasta el 6%, una salvajada se mire por donde se mire, y una deuda pública a la que habrá que añadir no menos de 70.000 millones nuevos y cuya cuantía (1.501.773.618.989 euros ahora mismo, el 124,40% del PIB o 31.660 por habitante) no deja de crecer. El drama del aumento del gasto en pensiones, funcionarios y demás es que va a consolidar un gasto estructural estimado en no menos de 50.000 millones, situación que pone a las cuentas públicas en una posición muy delicada, muy débil para afrontar cualquier posterior impacto negativo exterior -precios del gas, por ejemplo-, y que, en definitiva, coloca al país al borde de la quiebra (la prima de riesgo española es ya la tercera más elevada de la UE, tras Grecia e Italia). Toda la política fiscal del Gobierno Sánchez durante 2020, 2021 y este 2022 ha ido en contra de las verdaderas necesidades del país, toda a aumentar ese déficit estructural. Todo en contra de la más elemental ortodoxia económica. Redoblar el gasto público (aquí disfrazado siempre de "social") es retroalimentar la inflación y destruir el poder adquisitivo de los hogares. Sánchez ha hecho estos años justo lo contrario de lo que tendría que haber hecho en términos de saneamiento de nuestras cuentas públicas. Lo acaba de refrendar con este indecente ("miserable o de mal aspecto, inconveniente u obsceno. Se aplica a las cosas que ofenden al pudor" según el María Moliner) proyecto de PGE. La posición de España queda muy comprometida. Una herencia envenenada casi imposible de manejar por quien, tras las generales de 2023, se haga cargo del timón colectivo, sea el mismo canalla que hoy nos gobierna u otro cualquiera. Si el Gobierno Zapatero dejó España en 2011 a los pies de los jinetes del Apocalipsis, Sánchez la va a dejar aún peor porque, además de gastar de una forma delictuosa en beneficio propio, ha imbuido estos años en el inconsciente colectivo de los españoles, a través de un poderoso aparato de propaganda que controla, la idea de que cualquier problema que le surja a Juan Español se lo resolverá raudo el Estado con cualquier tipo de ayuda, paguita, cheque o lo que sea menester, de modo que no tendrá ninguna necesidad real de buscarse un trabajo porque podrá vivir del cuento. Eso sí, votando siempre al gran Sánchez, un tipo de una radicalidad perdida en el tiempo, un radicalismo viejo imposible de encontrar en cualquier otro país europeo: la dicotomía ricos versus pobres, la aversión a la creación de riqueza, la guerra permanente contra la libre empresa (el último atentado: el destope de las cotizaciones máximas a la Seguridad Social)… Un impostor, un personaje tras el cual quedará la sombra alargada de un auténtico apóstol de la pobreza.
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 2 de octubre de 2022

LA DURA VUELTA A LA REALIDAD

El mundo de ayer ha vuelto, y esa cosa llamada restricción presupuestaria que contaban los antiguos es bien real otra vez
Es difícil señalar la fecha exacta, pero en algún momento en los últimos veinte años el mundo se metió en un lugar muy, muy extraño. El fenómeno ocurrió a ambos lados del Atlántico, aunque Europa y Estados Unidos llegaron a ese mundo singular por caminos distintos. Hay quienes incluso dicen que Japón, que siempre vive en el futuro, llegó a esa extraña realidad en la década de los noventa. La fecha y el método para este viaje importan menos que el destino en todo caso. Lo que podemos decir es que, durante las pasadas dos décadas, las leyes habituales de la economía no han acabado de operar como decían los libros de texto en muchos lugares. En economía, hay relación más o menos clara y entendible entre tipos de interés, inflación, empleo, crecimiento económico y déficits fiscales. Los tipos de interés bajos tienden a crear inflación; tener pleno empleo también. Los déficits fiscales hacen que suban los precios. El dinero barato acelera el crecimiento económico, que a su vez puede tender a recalentar la economía. Estas son cosas que aprendes en tu primera clase de macroeconomía; los mecanismos detrás de todo ello son claros y sencillos. Lo que vimos a partir del 2000 es que los países desarrollados, sin embargo, dejaron de responder a estos esquemas. La reserva federal y el banco central europeo redujeron los tipos de interés a niveles históricamente bajos respondiendo a crisis económicas más o menos normales (el final del boom de los noventa, la resaca de la reunificación alemana y el 11-S); las economías a ambos lados del Atlántico respondieron con un crecimiento económico relativamente anémico primero, y con precios estables después. Estados Unidos, por ejemplo, tuvo un estímulo fiscal y bajada de impuestos, disparando el déficit. La inflación no se movió. Lo que si tuvimos fue una monumental burbuja financiera, una crisis que llevó a tipos de interés aún más bajos durante aún más años, déficits aún mayores, crecimiento económico anémico y… nada de inflación. Hay multitud de teorías al respecto, desde estancamiento secular a la gran moderación, pasando por China, desigualdades, o dios sabe qué, pero nada era lo que debería ser Por un motivo u otro, la relación entre tipos, empleo, crecimiento, inflación y déficits se había roto, o había cambiado, o se había disipado en algún otro lugar desconocido. Hay multitud de teorías al respecto, desde estancamiento secular a la gran moderación, pasando por China, desigualdades, o dios sabe qué, pero nada era lo que debería ser. Durante dos décadas, los líderes de Europa y Estados Unidos vivieron en un mundo donde endeudarse era gratis, los precios no subían, y la economía no parecía arrancar nunca del todo, a pesar de todo ese estímulo fiscal y monetario, pero donde, post 2010, tampoco había recesiones. Era rarísimo. Vinieron, sin embargo, tiempos económicos aún más extraños con la pandemia, y los gobernantes reaccionaron con más estímulo fiscal y monetario. La cosa funcionó, con las economías recuperándose con relativa rapidez al colosal golpe del 2020. Lo que pilló a casi todos por sorpresa, sin embargo, es que, con la recuperación, las viejas leyes de la economía edición siglo XX parecían volver a entrar en vigor, y esos problemas viejunos de los que hablaban nuestros padres y abuelos estaban de nuevo presentes. Resulta que una economía puede crecer lo suficiente rápido como para que escaseen los trabajadores. Y que los déficits fiscales pueden hacer que suba el precio de endeudarse. Y que, en contra de lo visto durante las dos últimas décadas, los precios pueden subir si la economía se recalienta demasiado. El mundo de ayer ha vuelto, y esa cosa llamada restricción presupuestaria que contaban los antiguos es bien real otra vez. Los gobernantes deben preocuparse de la tasa de desempleo natural y la curva de Phillips, que la demanda agregada no crezca más deprisa que la oferta y que emitir deuda puede tener consecuencias reales si resulta que los mercados no creen que puedas pagarlo y/o tu moneda se devalúa. Incluso las hipotecas van a tener tipos de interés positivos estos días, algo que no vemos desde tiempo inmemorial. En Europa, el euro ha protegido al bloque de grandes trastornos monetarios, pero la inflación es real, el frenazo económico considerable Las consecuencias de este retorno a la normalidad (relativa) son curiosas, y dependen en gran medida del país. Estados Unidos siempre ha sido un sitio donde los gobernantes pueden crear su propia realidad gracias a la enorme importancia del dólar. El país exporta inflación, gracias a la subida de su moneda en respuesta a la subida de tipos. Incluso con esas, el crecimiento económico se ha estancado, aunque sin que aumente el desempleo (por ahora). En Europa, el euro ha protegido al bloque de grandes trastornos monetarios, pero la inflación es real, el frenazo económico considerable, y las opciones de estímulo fiscal caras y limitadas. Las consecuencias económicas inmediatas de este retorno de la inflación y recesiones inducidas por los bancos centrales para controlarla son claras. Lo que creo que es más incierto y potencialmente peligroso es el hecho de que tenemos toda una generación de líderes que se han criado, por así decirlo, en un mundo donde ni déficits ni precios importan y que ahora afrontan un retorno a un mundo donde las políticas macroeconómicas tienen consecuencias. La eurozona y Estados Unidos son tan enormes que estas consecuencias no son inmediatas, pero la historia del Reino Unido estos días deja bien clarito que hay muchos, muchos políticos que se han olvidado de las viejas historias y sus lecciones. Los déficits importan. Los precios pueden subir. Nada es gratis, otra vez, y el dinero y la deuda aún menos. Los gobiernos tienen hoy menos margen de maniobra. Hacer política en un mundo así es mucho más difícil que en tiempos pre-covid, y las consecuencias de ello para nuestros sistemas políticos difíciles de estimar. Gobernar no es fácil, sin duda, pero las cosas se están complicando ahí fuera. Vamos a tener un invierno interesante.
Artículo de ROGER SENSERRICH Vía VOZ PÓPULI

domingo, 25 de septiembre de 2022

NAÚFRAGOS DEL SOCIALISMO

El autor sostiene que la política de Sánchez se ha sustentado en el insulto, la marginación y el menosprecio hacia los militantes y simpatizantes socialdemócratas, que permanecen en silencio por vergüenza
RAÚL ARIAS
En nuestro país, o en lo que va quedando de él, vivimos en un tiempo emocional en el cual, cada vez más, los ciudadanos van incrementando su aversión hacia la política. Siempre la hubo, pero su crecimiento durante estos últimos años, por su trascendencia, es nuevo. Sentir repugnancia ante determinados actos políticos, reiteradamente infamantes, se ha convertido en un elemento esencial de nuestra supuesta "cultura" democrática. Y no es para mejor. Descubrir que hay asesinos de primera y de segunda es aún incluso peor que darse cuenta de que hay ciudadanos de primera y de segunda, según a la comunidad que se pertenezca. Excepto los etarras, no hay ningún asesino en España que haya cometido decenas de muertes violentas y salga, sin más, libre o goce de privilegios carcelarios. Y si unos ya están en la calle o a punto de estarlo ¿por qué el resto no obtiene los mismos privilegios penitenciarios? ¿Es que los asesinatos de "carácter político" sobre víctimas inocentes son distintos que los asesinatos comunes? Esta es una carga inmoral de semejante calibre que pesará sobre el futuro electoral de este Gobierno, cuyo presidente le acaba de ratificar a Feijóo, en el Senado, que prefiere tenerlos de socios a ellos, a los jamás arrepentidos del terrorismo, que a él. Con el tiempo, será un baldón para aquellos que lo llevaron a cabo. Si hay una deontología política, tanto el presidente como el actual ministro del Interior la han manchado. Y este último es ya una vergüenza para la judicatura. Un fiel, otrora, cumplidor de la ley, se ha convertido ahora en un enemigo de sí mismo y de todo lo que representaba. Juez primero y ahora protector y abogado de aquellos a los que inculpó. ¿Hay una bolsa, más o menos inmensa, de desencantados socialistas, como afirma reiteradamente Feijóo? Evidentemente sí que la hay. Y la mayor parte de los mismos permanece silente por vergüenza. Pero son incluso muchos más de los que se piensa. ¿Cómo si no hubiera podido ganar el PP de semejante manera tanto en Madrid como en Andalucía? Y quienes han cambiado su voto no han cambiado su ideología, sino que simplemente no soportan a la actual dirección de lo que es o fue su partido. Tampoco esta es que se haya ocupado mucho de ellos. Eso sí, solo para acusarles de fascistas y renegar de lo que ellos hicieron, no únicamente para traer la democracia sino también lo que era más difícil: mantenerla durante tantos años. La política de Sánchez, y lo acabamos de volver a ver en el Senado, se ha sustentado en el insulto hacia estos militantes y simpatizantes, en la marginación y el menosprecio hacia su labor. Ninguno de los familiares de las víctimas socialistas de ETA ha recibido las atenciones que el presidente les otorga a los representantes etarras. Ha cambiado votos por asesinos. ¿Algún socialista, o alguien en general, puede admitir esto? ¿Alguien puede admitir que quienes han cometido los más graves delitos contra nuestra democracia y libertad, los independentistas catalanes, juzgados y condenados, estén ya en la calle, cuando hay delincuentes de poca monta aún detenidos? Pero hay otros muchos más motivos por los que miles de socialistas están disconformes con este Gobierno. Pactó con la extrema izquierda con la que el presidente dijo que jamás lo haría, conformando así un Gobierno paralelo en constante confrontación. Un Gobierno cuya parte del mismo es comunista y defensor de Putin, así como afectos a los autoritarismos hispanos. Un Gobierno y partido que ha penalizado y publicitado la corrupción de los otros y trata con arrogancia e impunidad la propia. Un Gobierno y partido que permite el saqueo sistemático de todos los españoles por parte de los nacionalistas, y que ha institucionalizado la desigualdad en el reparto de recursos entre las comunidades. Tratar a unas como si fueran Estados y a las otras minusvalorarlas. Redactar una Ley de Memoria Histórica en la cual se quiere borrar la labor de las generaciones socialistas anteriores, poco menos que estableciendo la llegada de la democracia con la llegada de ellos mismos al poder. De esta manera, sin consenso alguno, se destruye el pacto constitucional por el cual se instauraba la paz y el trabajo en común para sacar adelante el país. Siendo republicanos, estos socialistas han comprobado la utilidad de la monarquía frente a aquellos que quieren imponer una serie de repúblicas autoritarias independientes. Es indigno el menosprecio y apartamiento del Rey, así como la permisividad e incluso complicidad con aquellos miembros del Gobierno que tratan permanentemente de desestabilizar la Jefatura del Estado. La lista de agravios es inmensa. Añadamos solo estos otros: el zarandeo a la separación de poderes; el castigo absolutamente injusto a los representantes de las fuerzas de seguridad que cumplieron con su deber en Cataluña; la complicidad con los políticos populistas hispanoamericanos que critican el legado de España; los ataques a la propiedad privada y a las empresas; impuestos y precios ya imposibles de pagar; la nefasta Ley de Educación; la indefensión del español en las comunidades autónomas independentistas; las mentiras "piadosas" durante la pandemia; el cambio repentino y sin explicación sobre el Sáhara; el acoso continuado al CNI; el trabajo y la ausencia de expectativas entre la juventud; los decretos leyes para imponer criterios sin debate; la errática gestión económica; los ataques a la libertad de expresión en los medios de comunicación manejados, según dijo el presidente en el Senado, por "poderes ocultos", como aquellos famosos judeo-masónicos del franquismo. El presidente que debería haber sido el paladín de la concordia cívica se ha convertido en todo lo contrario. Qué es si no el acuerdo firmado entre el Gobierno de España y la Generalitat a finales de este pasado mes de julio para, según ambos, "superar" la judicialización y reforzar las garantías que, según la firma, nuestro Estado de derecho no otorga a los independentistas catalanes. Es decir: que por encima de las leyes hay otros intereses políticos superiores que pueden evitar el cumplirlas. "El Gobierno de España y el de la Generalitat se han comprometido a avanzar en el diálogo y la negociación superando y poniendo fin a la dinámica y los efectos de la judicialización de los últimos años que ha contribuido a agudizar el conflicto político...", así reza literalmente. Dicho de otra forma: que los culpables de todas las revueltas en Barcelona fueron los jueces y no los fanáticos, así como las leyes incumplidas, la Constitución violada, la seguridad pública puesta en peligro y, en definitiva, el resto de los españoles. Y todo esto lo aprueba y ratifica, unilateralmente, un Gobierno que, se supone, nos representa a todos. En este papel insólito se habla también de no criminalizar los "proyectos políticos democráticos". ¿La independencia es un proyecto político democrático? Los miles de socialistas disconformes no votaron eso cuando votaron la Constitución. Ni siquiera aparece en los estatutos de autonomía. Más que superar la judicialización, de lo que se está hablando es de una desjudicialización, de la inservibilidad de las leyes en general. Del reconocimiento implícito de que cualquiera se las puede saltar. ¿Un país que permite esto es democrático? En el tercer apartado de sus conclusiones se acuerda, así como así, concretar e iniciar las reformas legislativas. Lo mismo sucede con el acuerdo firmado, en las mismas recientes fechas, para la protección del catalán y del aranés. Desconozco que el catalán esté en peligro en Cataluña. Desconozco el porqué un Estado o región pueda estar en contra del conocimiento enriquecedor de varias lenguas, siendo dos las propias. Todas las lenguas son patrimonio de la humanidad, pero unas son de cultura y otras, además también de serlo, lo son de comunicación masiva. Y, con todos mis respetos, tantas veces demostrado y con mi más total admiración, el catalán y el aranés no lo son porque el número de hablantes no lo permite. Gracias al español, millones de gallegos, vascos y catalanes tuvieron, durante los siglos XIX y XX, un futuro mejor en Hispanoamérica. Sí, el presidente se ha descapitalizado a sí mismo. Su delirio ideológico se está comiendo a sus socios. No es que no pueda prescindir de ellos, sino que se ha metamorfoseado con ellos mismos, sufre ya el síndrome de Estocolmo. Miles de militantes y simpatizantes socialistas no lo pueden respaldar, ofrezca las dádivas y tómbolas que ofrezca. La arrogancia, el desprecio y la virulencia con tintes autoritarios ajenos a la tradición del socialismo, son difíciles de digerir. Que el presidente se mire en el espejo francés. ¿Qué le acaba de suceder en las elecciones generales a la alcaldesa de París, a quien tanto apoyó? Muchos de los males de los populismos han sido traídos por gobernantes fallidos y radicalizados. Sí, al día de hoy, la aversión política crece emocionalmente. Y los náufragos del socialismo quieren recuperar su ideología socialdemócrata arrumbada -y también a su país- en los astilleros del desguace.
Artículo de CÉSAR ANTONIO MOLINA Vía EL MUNDO

domingo, 18 de septiembre de 2022

SÁNCHEZ Y EL COMODÍN DEL IBEX

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EUROPA PRESS
“Pero no puedes negar que hay problemas, Erwin. ¿Cómo puede imponerse el bien si no es igual de fuerte? ¿No está en todas partes lo refinado, lo sabio, en peligro de ser desbordado por lo ordinario? El rubio Hans que arrolla en Thomas Mann al maravilloso Tonio. Primero se pensó que el cristianismo era la religión para los débiles y buenos, y ahora es el socialismo. ¿Y se sabe qué es el bien? ¿Acaso no estamos aquí sentados única y exclusivamente gracias al capitalismo? ¿Aunque sea con mala conciencia?” “Sí, emborrachándonos de plusvalía. En serio, Lotte, la mayoría de lo que puede decirse está ya en el Eclesiastés. Todo es vanidad. Vanitas, vanitatum vanitas. En moderno se dice: todo es relativo. Es parte del diálogo que en la página 680 de “Los Effinger, una saga berlinesa” (Libros del Asteroide) sostienen, años veinte del siglo pasado, Erwin Effinger y su prima Lotte Oppner. Son ya la tercera generación de una familia cuyo tronco echó raíces a finales del siglo XIX en la persona de Mathias Effinger, un modesto relojero judío asentado en Kragsheim, Baviera, dos de cuyos hijos, Karl y Paul, emigraron a Berlín en busca de fortuna. Tras matrimoniar con las hermanas Annette y Klarita Oppner, hijas de una familia de banqueros berlineses, ambos recrean en su descendencia una saga industrial (automóviles) y financiera (banca) que asiste en primera fila al devenir de los cambios sociales y políticos desde la Alemania de Bismarck hasta la Alemania nazi que desembocaría en la II Guerra Mundial. Tras pasar desapercibida a su publicación en 1951, “Los Effinger” se convirtió en 2019 en un fenómeno editorial en Alemania como demostración de la capacidad de una élite para acomodarse a los tiempos cambiantes, sobre la base de un estrecho contacto con la realidad y una habilidad suma para adaptarse a las mutaciones del poder político sin someterse jamás a él, guardando siempre el sustrato de independencia que les permitía enlazar de un Gobierno a otro sin solución de continuidad. Ni Karl ni Paul Effinger, ni sus hijos, ni sus nietos, se habrían arrodillado jamás, como estos años ha hecho la elite industrial y financiera española, ante un piernas como Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Estaba cantado. Lo que le ha ocurrido a Ana Botín y sus colegas banqueros y empresarios se veía venir. A los líderes de la izquierda, a la gente que escala el Everest del poder desde el barro del ensanche le encanta alternar con los ricos y poderosos tan pronto sientan sus posaderas en el trono. Les fascina ser invitados, recibidos con sonrisa galante por el banquero; les seduce pisar las alfombras de la sala del Consejo con el eléctrico, pasear entre los tilos del Distrito C con el telefónico, ser tratados como pares, más que amigos casi iguales, ellos que nunca han tenido dónde caerse muertos. Se les hace el culo pepsicola ante ese sublime incienso que destila imperceptible el mundo del gran dinero. Los ricos lo hacen por interés. Interés y miedo, miedo al sans-culotte que de pronto se encarama al BOE con poder decisorio sobre la tarifa y el destino de esa gran empresa, esa gran fortuna que el abuelo, que el padre, se esforzaron por construir con sangre sudor y lágrimas. Y hay que hacerle el rendibú, dorarle la píldora y estar dispuesto a rebajarse acudiendo a los saraos a los que nos convocan, y aguantar en primera fila discursos fatuos, y el escarnio de los flases, malditas fotos, dispuestos a dejar constancia para la posteridad de esta nuestra demostración de infinita cobardía. Capitulación. A los líderes de la izquierda, a la gente que escala el Everest del poder desde el barro del ensanche le encanta alternar con los ricos y poderosos tan pronto sientan sus posaderas en el trono. Les fascina ser invitados, recibidos con sonrisa galante por el banquero" Y a fe que Sánchez, nuestro singular Antonio, ha abusado, con el desparpajo que le caracteriza, de su poder de intimidación ante una elite con bien ganada fama de cobarde y reservona, poco dada a arriesgar porque en el fondo todo le ha sido dado, todo su poder procede de decisiones políticas tramadas en el seno del Consejo, altos ejecutivos que nunca se han jugado su capital porque no lo tienen, y a diferencia del relojero de Kragsheim, el ejemplar Mathias Effinger, a años luz de aquella otra saga de sonoro apellido, los Buddenbrook, la primera gran novela de Mann, no han regado ningún árbol de cuyas ramas haya brotado un gran entramado industrial y/o financiero, no han protagonizado ninguna saga, no han superado guerras y/o revoluciones, no han creado cultura empresarial, no la han mamado… Y sí, Sánchez ha abusado. Durante estos años les ha traído como puta por rastrojo, Madrid arriba, Madrid abajo, la Casa de América, el Reina Sofía, el Ifema, la propia Moncloa, y allí estaban los abajo firmantes con su media sonrisa en rictus, haciéndose perdonar, de rodillas ante el percherón sin más representación real que la que le otorga la banda que le sostiene en la peana, los enemigos del empleo y la gran empresa, el separatismo catalán, los herederos de ETA, y la paleoizqueirda de Unidas Podremos llegar a casa con piscina sin haber dado palo al agua nunca jamás. Todas eran, un suponer, muy conscientes del riesgo de meterse en la cama con un tipo sin escrúpulos, acostumbrado a mentir como a respirar. Todos sabían del peligro de bailar con lobos. Todos asistían en silencio, desde sus fortines almenados, al escarnio que el bandido propalaba contra el pobre chico que, en la calle Génova, pretendía gallear sin dar nunca el tono, aislado Pablo, perdido Pablo, porque los ricos españoles, el mundo de la banca y la gran empresa, Pablo, están conmigo, Pablito, que ese era el mensaje que Moncloa y sus Redondos expandían urbi et orbi tras los aquelarres ante las cámaras donde Pedro, adicto al teleprompter, extendía ufano sus plumas de pavo real ante el país aterido. Y fue una mujer la que, con singular entusiasmo, se subió al tren de las ideologías basura que el Gobierno de coalición social comunista ha paseado por España estos años. Ana Botín, hija y nieta de banqueros, saga, esta sí, de gente dura, con callo, Emilio Botín-Sanz de Sautuola, Alfonso Escámez, Aguirre Gonzalo, Ángel Galíndez, Pedro Toledo, Asiaín, tipos con sustancia, gente que se fue para no volver, desgracia de paisaje yermo de eso que hace ricas a las naciones: emprendedores ilustrados… Y nadie sabe muy bien por qué, producto de qué, Ana cayó rendida ante la progresía, el feminismo, el cambio climático y demás ismos, en una indisimulada complicidad imposible de comprender, más aún de perdonar, en la presidenta del mayor banco privado de la UE, mujer con especial responsabilidad no solo sobre el dinero de sus accionistas, que va de suyo, sino sobre el presente y futuro de la economía española. Fue ella la primera en sentir el zarpazo de la fiera. Ocurrió cuando el sátrapa tuvo necesidad de desalojarla de la dirección –por persona interpuesta- del grupo Prisa, convencido el tiranuelo de la necesidad de convertir los restos del imperio Polanco en un apéndice de su poder terrenal, el Pravda de Moncloa, correa de transmisión de la pulsión autoritaria de un bandolero necesitado de una fuerza de choque en los medios. El tipo ha ido mucho más lejos: ha llegado a poner a su antigua entusiasmada en la diana (“si protestan Botín y Galán, vamos en la buena dirección (…) Son los mismos que dijeron que se iba a caer España por la reforma laboral y por subir el SMI”, como ejemplo de esos “poderes ocultos” empeñados en derribar al “Gobierno de la gente”. No sé qué pensará hoy Ana Botín de su recorrido por los pitones de este robaperas, Narciso sin más oficio ni beneficio que su insuperable enfermedad de poder, pero cabe suponer que habrá aprendido la lección. Porque todo se le ha puesto en contra. No a la señora Botín, que vuelve a ganar dinero (su obligación) como en los mejores tiempos, sino al vendedor de peines que nos preside, situado hoy entre la espada y la pared por unas encuestas cuyo signo parece, salvo milagro, imposible de torcer, porque no hay sociedad desarrollada que, en la UE, consienta hoy la presencia en el poder de personajes hechos con el barro de Perones y Erdoganes, dispuestos a poner nuestras libertades en almoneda. No sé qué pensará hoy Ana Botín de su recorrido por los pitones de este robaperas, Narciso sin más oficio ni beneficio que su insuperable enfermedad de poder, pero cabe suponer que habrá aprendido la lección" Son las encuestas las que han provocado el último salto en el alambre de este saltimbanqui, de modo que los banqueros y empresarios que tanto me quieren y a quienes tanto debo han pasado de pronto a ser los enemigos de nuestro vocacional Perón. “El dinero tiene mucho poder, pero más lo tiene la mayoría social”. Sánchez y el comodín del Ibex. Los ricos que antes acudían presurosos a la Casa de América, aquellos señorones que le reían las gracias de la Agenda 2030, ¿o era la 2050?, agua con gaseosa del garrafón ideológico de un notable ignorante, se han convertido de repente en los malos de la película, ahora son “los poderes ocultos”, los enemigos del pueblo, los “malos” a perseguir. Porque el personaje, en lugar de protagonizar ese giro al centro que auspiciaban sus exegetas en la segunda parte de la legislatura, se ha hecho fuerte en la extrema izquierda, ha echado raíces en el populismo más agraz, se ha metamorfoseado de Pablo Iglesias, en un intento por revertir las encuestas, en la inicua pretensión de retener el voto de quienes, entre los escombros de la izquierda moderada, huyen de él como del demonio. Y para castigar a los “ricos”, para señalarles con el dedo como culpables, ha metido un impuesto a los “beneficios extraordinarios” de bancos y empresas energéticas, peras con manzanas, porque si en el caso de las últimas ese impuesto podría tener algún sentido (el desmesurado aumento del precio del gas y del CO2), no lo tiene en el caso de los primeros. Como escribía aquí Carmelo Tajadura esta semana, “no hay beneficios extraordinarios, por mucho que lo repita el Gobierno y sus voceros. Lo que hubo fue falta de beneficios ordinarios durante años por los tipos de interés bajos o negativos. Y ahora caminamos hacia una normalización que tampoco llevará a tipos históricamente altos ni mucho menos”. No hay beneficios extraordinarios, señor Sánchez, y tampoco hubo un rescate a la banca en tiempos de Rajoy. Lo que se rescató fueron las Cajas de Ahorro mangoneadas por políticos de todos los partidos. Usted, que fue consejero de la Asamblea de Caja Madrid entre 2004 y 2009, bajo la presidencia de Miguel Blesa, lo sabe mejor que nadie. Para el nivel de gasto enloquecido de este Gobierno, el impuesto, 3.000 millones en dos ejercicios, es apenas el chocolate del loro. Con los 22.000 que el Tesoro lleva recaudados de más en lo que va de año gracias a la inflación, Sánchez y sus mariachis tienen dinero “pa asar una vaca”, que decía la madre del socialista Juan Lanzas, y subvencionar a todo tipo de colectivos. Pero se trata de “joder”, de señalar a los banqueros como los enemigos de esa pretendida igualdad, esa supuesta “preocupación de la izquierda por la pobreza, puesta en evidencia por su absoluta falta de interés sobre la forma de crear riqueza”, en palabras de Thomas Sowell. Una iniciativa inicua, asentada en los principios filosóficos del “exprópiese” chavista; una doble imposición que hace añicos, una vez más, la seguridad jurídica, que retraerá la inversión extranjera y, quizá más grave, endurecerá aún más la política monetaria puesta en marcha por un BCE obligado a controlar la inflación subiendo el precio del dinero. En efecto, como es fácil imaginar, la banca tratará de repercutir de una u otra forma ese impuesto en su clientela encareciendo los préstamos y, en definitiva, cercenando el crecimiento. Se lo han ganado a pulso. Se lo tienen merecido. Banqueros y empresarios son responsables de lo que les está ocurriendo. “Aquellos que renuncian a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen libertad ni seguridad” que dijo Benjamin Franklin" Se lo han ganado a pulso. Se lo tienen merecido. Banqueros y empresarios son responsables de lo que les está ocurriendo. “Aquellos que renuncian a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen libertad ni seguridad” que dijo Benjamin Franklin. Esta misma semana hemos asistido en la calle Sauceda, Las Tablas, sede del BBVA, al espectáculo insólito de un Carlos Torres, presidente de la entidad, recibiendo desmelenado a Pedro Sánchez, corbata fuera, como Sánchez, pin Agenda 2030 en la solapa, como Sánchez, totalmente mimetizado con Sánchez, riendo sin rubor las gracias de Sánchez, y Sánchez abanicando su desenfado con la risa floja de quien sabe que cualquier tropelía le será consentida por una clase que, además de demostrar su extrema debilidad (Turquía y la espada de Villarejo), es muy capaz de decir que llueve cuando le están meando encima. Eso ocurría casi el mismo día en que Alejandra Kindelán (AEB) y José María Méndez (CECA), llamaban a la puerta de VOX para pedir árnica, para animar al partido de Abascal a plantear recurso de inconstitucionalidad ante el TC por el “impuestazo”. Tuvieron la respuesta que cabía esperar: verdes las han segado. Y Botín escondida, y Pallete construyendo arbotantes capaces de soportar las tensiones futuras tras años de compadreo con el inquilino de Moncloa, y Galán haciendo lo que le sale del nardo, que para eso es el amo del “prao”, que básicamente consiste en invertir fuera el dinero de Iberdrola, y los Entrecanales callados cual muertos, callados y muy asustados, y los Del Pino escandalizados, decididos a salir fuera cada día más… La responsabilidad de nuestras elites económico-financieras en el deterioro de la situación española es innegable. Parapetados en esa abominable hojarasca retórica titulada “responsabilidad social corporativa” o nada con gaseosa, han olvidado lo fundamental en cualquier elite creadora de riqueza y empleo: que su obligación es mirar al futuro, otear caminos, advertir de errores, denunciar abusos, actuar de faro. Amonestar sobre los riesgos de una deuda pública insoportable. Trabajar para lograr un crecimiento sostenible, capaz de traducirse en un país más rico y más justo, más vivible, más democrático. Hablar alto y claro. Todo menos consentir y mimetizarse con el paisaje. Lo cual pasa por dejar de reírle las gracias al gaznápiro que nos gobierna. Los errores se pagan, a veces incluso con la vida. Un anciano de 81 años, Paul Effinger, escribió una carta a sus hijos un día del año 1942: “me devora el arrepentimiento de no haber hecho caso a vuestra querida madre, mi querida Klarita, que como todas las mujeres siempre quiso marcharse. Ahora la he arrastrado a una desgracia inimaginable. Me sentía enfermo y no quería ser una carga para nadie. He creído en la bondad del ser humano. Ha sido el más profundo error de mi errada vida. Ahora los dos tenemos que pagarlo con la muerte. Ojalá que vosotros veáis tiempos mejores. Ojalá mi predilecto, Emmanuel, crezca para alegría de la humanidad”. La carta de Paul Effinger llegó a manos de sus hijos en abril de 1946, entre las ruinas de Berlín.
Artículo de Jesús Cacho vía VOZ PÓPULI

domingo, 4 de septiembre de 2022

¿CÓMO HEMOS PODIDO CONSENTIR TANTO?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el primer acto de la campaña socialista 'El Gobierno de la Gente', el sábado en Sevilla. EUROPA PRESS
Vuelva usté en septiembre. Solía ser el veredicto inapelable con el que el catedrático de matemáticas del Instituto Jorge Manrique de Palencia al que un servidor sufrió en sus años de estudiante de bachillerato despedía a los alumnos incapaces de aprobar la asignatura en junio. Vuelva usté en septiembre. La irrefutable autoridad de aquel hombre cuya fama de hueso traspasó las fronteras provinciales, obligaba al cateado a ponerse las pilas y trabajar con denuedo durante el que entonces nos parecía interminable verano para poder superar el listón en septiembre. Y si uno estudiaba y se sabía la asignatura, pasaba. Me he acordado estos días de aquel cátedro al que veíamos entrar en el aula con un indisimulado respeto lindando con el pavor porque su nivel de exigencia reclamaba imperativo de su grey el esfuerzo necesario para poder obtener la recompensa del aprobado. Al contrario de lo que ocurre hoy en España. Nos fuimos de vacaciones con el país hecho unos zorros, íntimamente dispuestos a disfrutar unas semanas de la playa como si no hubiera un mañana, y la vuelta al cole nos sorprende con una España igualmente descompuesta, todo manga por hombro, sin atisbo en el horizonte de reforma o cambio de rumbo, y con el pesimismo convertido en moneda de curso legal en el mercado de las expectativas colectivas. Un país que se cae a pedazos. Aquí nadie estudia. Suspendemos en junio y volvemos a suspender en septiembre. Cena de viejos amigos en mi Palencia natal. Eclosión de afectos, serial de anécdotas, abundancia de risas, buena comida y humor que fluye espontáneo hasta que, a última hora, casi lindando con las despedidas, a alguien se le ocurre mentar la soga en casa del ahorcado, hablar de España y su circunstancia, sacar a colación la situación del país. Y ahí se acaba la alegría. Entonces irrumpe la depresión. "Qué equivocados estábamos", resume un amigo muy querido. "Nosotros que nos creímos los reyes del mambo, que nos imaginamos los grandes triunfadores del siglo, casi unos artistas que habíamos sido capaces de sacar a este país de las catacumbas de la dictadura y la miseria, asistimos ahora perplejos al espectáculo de una España donde todo está en quiebra, donde la propia democracia está en entredicho… ¿En qué se ha equivocado nuestra generación? ¿Qué clase de chapuza hicimos con la famosa transición? ¿Cómo hemos podido consentir tanto…?". Nos fuimos de vacaciones con el país hecho unos zorros, íntimamente dispuestos a disfrutar unas semanas de la playa como si no hubiera un mañana, y la vuelta al cole nos sorprende con una España igualmente descompuesta El gran país que en algún momento de los noventa asombró al mundo y mereció sus respetos parece a punto de irse por el desagüe. Ha fallado la clase política, desde luego, pero también la empresarial-financiera, la intelectual (si alguna vez hubo tal cosa) y naturalmente la periodística. Se ha producido una quiebra radical de los valores que en la segunda mitad del siglo pasado sacaron de la pobreza extrema a este país. Se ha quebrado el prestigio de las instituciones. Las leyes no significan nada. Ante la aparente indiferencia general, se hacen leyes chapuza que apenas reflejan el intento de una minoría de izquierda radical de imponer su cosmovisión sobre la mayoría silenciosa. Las leyes no se cumplen. Leído el jueves: "Ningún aula aplicará en Cataluña el 25% de castellano este curso", a pesar de la sentencia en contra del TSJC. Un tal Comité de Derechos Humanos de la ONU emite una condena a España por la supuesta vulneración de derechos de los autores del golpe de estado de octubre de 2017 y el Gobierno de España calla cual muerto. Lo denunciaba Eva Parera, de Valents, este viernes: "Es muy grave que Sánchez no defienda los intereses de España ante dictámenes que no se ajustan a la realidad y que encima han sido subvencionados por la Generalitat con casi 200.000 euros". Iñaki Ellakuría elevaba en El Mundo la suma de lo abonado a "casi un millón de euros desde el año 2019". Ocurrió lo mismo el pasado julio, con motivo del supuesto espionaje con Pegasus a políticos independentistas. Sánchez acepta que se humille a España a pesar de estar al corriente del montaje urdido entre los separatistas y sus amiguetes del Citizen Lab (Universidad de Toronto). El propio Sánchez y su ministro Marlaska, "Marlasqueta", como lo ha bautizado Jiménez Losantos, acaban de acercar a cárceles del País Vasco a dos de los más sanguinarios pistoleros de ETA, Txapote y Henri Parot, presos por Presupuestos, lo que no es obstáculo para que el aventurero de Moncloa asegure en público que los etarras "cumplirán íntegras sus penas" cuando sabe que el asunto ya no está en sus manos una vez transferidas las competencias en materia penitenciaria. ¿Cómo hemos podido consentir tanto? El personaje sigue desplegando su infinita capacidad para embarrar el campo con polémicas artificiales destinadas a camuflar bajo el fuego fatuo del engaño su ausencia de talla, intelectual y moral, para resolver los interrogantes del momento. Ayer mismo en Sevilla: "Sánchez radicaliza su discurso y acusa a la derecha económica y mediática de ir de la mano del PP", titulaba José Carlos Villanueva en Vozpópuli. En la balsa de piedra a la deriva en que se ha convertido España nadie se ocupa de las cosas importantes. La situación se deteriora paulatinamente tanto en el frente político como en el económico sin que nadie toque a rebato sobre la necesidad de unas reformas hoy más importante que nunca para enderezar el rumbo. Los datos de paro y afiliación conocidos el viernes adelantan un futuro cargado de incógnitas. "La subida del paro y la destrucción de 190.000 empleos en agosto confirman la desaceleración", escribía el viernes Mercedes Serraller. Lo peor de la crisis que llega, lo que la hace más temible en el caso español, es la incapacidad de este Gobierno para tomar las medidas correctoras llamadas a amortiguar su impacto "El descalabro se anticipa generalizado para la economía europea", contaba aquí ayer Carmelo Tajadura. La subida de tipos, probablemente del 0,75%, que el BCE anunciará el jueves, mermará sin duda la renta disponible de las familias endeudadas y afectará a la cuenta de resultados de las empresas, muchas de ellas en números rojos. La decisión del tirano ruso de cerrar el gasoducto Nord Stream (que al parecer se ha caído también desde un sexto piso en Moscú) anuncia un invierno de combustible racionado que mermará considerablemente el crecimiento. Lo peor de la crisis que llega, lo que la hace más temible en el caso español, es la incapacidad de este Gobierno para tomar las medidas correctoras llamadas a amortiguar su impacto. La recesión amenaza a un país con los fundamentales de su economía muy castigados por una serie de decisiones erróneas, casi todas producto de la ideología, que han dejado las cuentas públicas sin margen para la reacción. Padecemos un Gobierno doctrinalmente volcado hacia el gasto público como única forma de pagar los peajes que le imponen sus socios y proseguir su política de compra de votos. Leído estos días: "Calviño sugiere un alza salarial moderada para los empleados públicos para frenar la inflación". Sin que cupiera duda alguna sobre esa subida salarial en año electoral, ¿piensa la señora Calviño, la incompetencia hecha sonrisa, domeñar la inflación subiendo salarios a los funcionarios e indexando las pensiones al IPC? Misterios de una tropa a la que le da lo mismo la inflación, la sostenibilidad de las finanzas públicas y todo lo demás. Los españoles llevamos años registrando descensos continuados en los niveles de renta per cápita y esa tendencia se va a acentuar. Vamos a ser más pobres, con la pobreza llamando a la puerta de esas "clases medias trabajadoras" a las que Sánchez dice querer proteger. Las clases medias como paganas de la crisis, porque los ricos, muy asustados por el impuestazo a banca y energéticas decretado al más puro estilo del "exprópiese" chavista, van a seguir siéndolo con independencia de la política fiscal del Gobierno. Esos ricos escondidos, esos grandes empresarios cuya voz apenas se escucha en el desierto de sumisión a un bandolero sin escrúpulos en que se ha convertido España. Aquí solo prospera quien vive agarrado a las faldas del presupuesto o tienen capacidad de chantajear. Nuestro héroe, por eso, es Villarejo, que esta semana confesaba ante Gema Huesca que "apenas ha salido el 10%" de las grabaciones que efectuó en las últimas décadas. "Al final se dan cuenta de que soy el espejo donde todos quedan reflejados y por mucho que me rompan ya es inútil. La ciudadanía se ha dado cuenta de lo que era la realidad de España en los últimos 40 años y no lo que han contado". Ha tenido que ser un gánster de medio pelo, un golfo que tiene cogido a medio país por los faldones de la corrupción, quien definiera como nadie más de 40 años de realidad española. Ha tenido que ser un gánster de medio pelo, un golfo que tiene cogido a medio país por los faldones de la corrupción, quien definiera como nadie más de 40 años de realidad española Este es el marco en el que nos movemos en la vuelta al cole. Ninguna esperanza en el buen juicio o el patriotismo de un Gobierno que voluntariamente eligió los peores socios y amigos posibles. Qué razón tenías, Albert Rivera, cuando aquel 22 de julio de 2019 denunciaste desde la tribuna del Congreso a Sánchez y su banda. Hoy ya sabemos que si Sánchez Pérez-Castejón vuelve a presentarse a la relección lo hará como candidato de ERC y de Bildu, no de un PSOE muerto por inanición. Esto no da más de sí. Asistimos al final agónico de un sistema. A tenor de lo que hoy dicen las encuestas, el triunfo de la oposición en las próximas generales no supondría una nueva alternancia en el Gobierno sino un obligado cambio de régimen. Quizá la última oportunidad que tendrá España para, reprobando en las urnas a la coalición social comunista responsable del actual destrozo institucional, enderezar el rumbo hacia una democracia plena de ciudadanos libres e iguales ante la ley, una circunstancia que obliga a los demócratas españoles a fijar involuntariamente la vista en Alberto Núñez Feijóo. El líder del PP se muestra reacio a hacer públicas las líneas maestras de un futuro Gobierno de centro derecha liberal, defraudando las expectativas de quienes reclaman ya un proyecto de país, incluso de aquellos que se conformarían con el enunciado de un puñado de grandes reformas imprescindibles para sacar España del atolladero, porque ya no será suficiente con gestionar con acierto la herencia recibida. No sé si en Génova son conscientes de la gravedad de la situación, pero el PP no puede volver a cometer el error que Mariano Rajoy cometió en 2012. El fracaso de las elites políticas tanto conservadoras (Silvela, Maura, Sánchez Guerra) como liberales (Moret, Canalejas, García Prieto, Romanones, Alba) a la hora de convertir en el primer tercio del siglo XX el régimen liberal de la restauración canovista en una democracia parlamentaria plena, agravado por el golpe de estado de Primo de Rivera en 1923, desembocó al final en la tragedia de la Guerra Civil y la dictadura. Lo explica divinamente Guillermo Gortázar en su 'Romanones, la transición fallida a la democracia' (Espasa). La derecha española ha vuelto a fracasar con Aznar (Rodrigo Rato y otros de su estirpe) y con Rajoy a la hora de abordar las reformas que ya resultaban inevitables a finales de los noventa. No puede volver a hacerlo una tercera vez. Y no por la suerte del PP, que eso importa un rábano, sino por el futuro de España. Porque, repito, esta será muy probablemente la última oportunidad para enderezar el rumbo de colisión que hoy lleva el país. Si esta oportunidad se perdiera, no habría más horizonte para España que el de Argenzuela. Con una UE hoy diluida con factor de contención de las trapacerías del sujeto. En cuyo caso no quedaría para nuestros hijos y nietos otra opción que buscarse la vida en el extranjero. Se avecinan unos meses de infarto, de polarización extrema. Lo de la pistola de la Kirchner podría resultar un juego de niños comparado con lo que aquí nos espera. Hay, sin embargo, motivos para la esperanza. Consiste en resistir poco más de un año. La victoria de la España constitucional está a la vuelta de la esquina.
Artículo de Jesús Cacho en VOZ PÓPULI

domingo, 28 de agosto de 2022

El odio como herramienta política

Para nuestra desgracia, el presidente del Gobierno tiene el odio por divisa y no ceja en fomentar la división y el enfrentamiento
El presidente del Gobierno junto a Alberto Núñez Feijóo Europa Press
Ha llamado la atención de muchos comentaristas en las últimas semanas la absoluta falta de comunicación entre Pedro Sánchez y el líder de la oposición y eventual sucesor suyo al frente del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo. Esta ausencia de interlocución, que dura ya siete meses, entre las que son hoy las dos figuras centrales de nuestro sistema político ha sido vista con razón como una anomalía dentro del funcionamiento normal de una democracia parlamentaria. La situación del país es de una extrema gravedad y sin duda estamos atravesando una de las peores etapas de nuestra vida colectiva desde la Transición. Todo parece conjurarse en contra de España, su prosperidad, su seguridad y su bienestar. Los efectos de la guerra de Ucrania sobre el suministro energético y el alza de los precios, la terrible sequía, los devastadores incendios forestales, la pérdida progresiva de relevancia en el plano internacional, tanto en el seno de la Unión Europea, donde hemos sido progresivamente relegados a un papel meramente secundario, como en la escena global, con un retroceso evidente de nuestro prestigio y autoridad moral en Iberoamérica, un endeudamiento público alarmante, el inmisericorde ataque a la unidad nacional de las fuerzas separatistas, una calidad en caída libre de nuestra enseñanza secundaria, un paro juvenil aterrador y una sensación general de fatiga, de desánimo y de pesimismo que invade la sociedad española pese a los patéticos esfuerzos de la coalición en el poder por enmascarar con propaganda demagógica y estériles golpes de efecto las penosas dificultades en las que se debaten millones de familias, de autónomos y de pequeñas empresas, dibujan un panorama que exige sin duda la máxima conjunción de voluntades para salir adelante. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en otros Estados miembros de la UE, en los que gobierno y oposición mantienen un diálogo leal en los temas de trascendencia nacional -véase por ejemplo el comportamiento del tripartito alemán y de la alternativa demócrata-cristiana- de forma madura y constructiva, en nuestros pagos el jefe del Ejecutivo se niega a cualquier contacto o colaboración con el cabeza de filas del principal Grupo opositor de la Cámara, reemplazando lo que debería ser un respetuoso intercambio de puntos de vista y un análisis conjunto de soluciones por una retahíla de insultos y descalificaciones de una tropilla de ministros salidos en tromba de manera servil a cubrir de denuestos a su oponente sin el menor respeto institucional ni el mínimo decoro que se supone inherente a su cargo. Consiste en fomentar el antagonismo feroz entre izquierda y derecha sin matices ni ecuanimidad alguna, empleando sin el menor escrúpulo la caricatura, la mentira, la calumnia, la reinvención de la Historia Pedro Sánchez ha recurrido invariable y pertinazmente, desde que inició su andadura presidencial, a un método de movilización electoral que revela a la vez su incapacidad como gobernante y su desprecio por el interés superior de la Nación que los votantes le han confiado. Aunque esta estrategia innoble fue utilizada ya por Zapatero, Sánchez la ha llevado a su extremo más deletéreo. Consiste en fomentar el antagonismo feroz entre izquierda y derecha sin matices ni ecuanimidad alguna, empleando sin el menor escrúpulo la caricatura, la mentira, la calumnia, la reinvención de la Historia o la etiqueta infamante para crear una imagen del adversario político tan injusta como repulsiva. Así, mediante la excavación de una sima de rencores y rechazos viscerales entre las dos Españas machadianas que el gran pacto civil de 1978 había reconciliado y que su antecesor y actual lobista de una narcodictadura comenzó a resucitar, pretende cegar cualquier posibilidad de que los ciudadanos examinen la realidad con ojos objetivos y alcancen conclusiones racionales por encima de los enfrentamientos ideológicos. Diabólico y amoral conocedor de que el votante obedece más a sus emociones y prejuicios que a las evidencias probadas, concentra enormes recursos y dedica innumerables horas a excitar lo peor que los seres humanos llevamos dentro, la envidia, la frustración, la desconfianza, la pereza, el egoísmo y el odio a un enemigo inventado en lugar de apelar a lo mejor de nuestra condición, la solidaridad, el equilibrio, el esfuerzo, la búsqueda de la excelencia y el sano patriotismo. La ruina general La herramienta preferida del actual inquilino de La Moncloa para suscitar la adhesión de amplias capas de nuestra sociedad que experimentan los embates de la presente crisis con particular intensidad no es invitarles al trabajo en común, no es animarles a poner de su parte para mejorar su desfavorable coyuntura, no es hacerles ver que navegamos todos en el mismo barco y que si dañamos el motor las hélices se detendrán e iremos a la deriva, no es ofrecerles un camino de esperanza mediante la ayuda que merecen combinada con la motivación para ascender en la escalera social, nada de eso pertenece a su universo mental. Por el contrario, les azuza contra aquellos cuya desaparición, desistimiento o paralización traería la ruina general y provocaría el mayor perjuicio precisamente a los que dice cínicamente proteger. Para nuestra desgracia, el presidente del Gobierno, cuya misión es despertar y cohesionar las energías más saludables y positivas de una España atribulada y desorientada, tiene el odio por divisa y no ceja en fomentar la división y el enfrentamiento. En su ciego empecinamiento, no sabe que esta senda despreciable contiene la semilla de su derrota dentro de año y medio. Lo escribió clarividentemente Alphonse Daudet hace siglo y medio: "El odio es la cólera de los débiles". En efecto, la profunda y amarga hostilidad hacia sus semejantes que revela la siempre tensa mandíbula de Pedro Sánchez, empezando por la inquina hacia su propio partido, denota una irremediable, triste e impotente debilidad.
Artículo de Alejo Vidal-Quadras vía VOZ PÓPULI
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