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domingo, 3 de octubre de 2021

CASADO: SIN TIEMPO PARA MORIR

Al disponer de una última bala, Casado no debe desperdiciarla contra alguno de los suyos ni permitirse legar un bonito cadáver político para la posteridad como Albert Rivera, emulando a James Dean

Casado: sin tiempo para morir 

ULISES CULEBRO

Hecho a sacar partido a cualquier contratiempo a la ribera del Mississippi, Tom Sawyer, héroe infantil de la obra maestra de Mark Twain, se enzarza en una riña callejera. Al retornar a casa hecho un cromo, su tía Polly le castiga a encalar la cerca. Sin arrugarse, obra con astucia y habilidad. Así, persuade a sus amigos del privilegio de pintar la valla hasta cobrarles por liberarle de su penitencia. De esta guisa, el avispado se adueña de los boletos que aquellos pardillos habían juntado memorizando versículos bíblicos en la Escuela Dominical para canjearlos por regalos. Cuando Tom acude con los vales, la sorpresa es morrocotuda por resultar absurdo que aquel mozalbete hubiera retenido dos mil versículos de sabiduría bíblica cuando una docena de ellos hubiera reducido su cerebro a fosfatina.

Este episodio de Las aventuras de Tom Sawyer ilustra como el convencimiento y la convicción -y por qué no con sus dosis de picardía y tunantería- originan frutos inesperados como para que convenciones y convencionalismos salten por los aires. Es lo que acaeció cuando, en julio de 2018, Pablo Casado se proclamó presidente del PP tras derrotar contra pronóstico a la ex vicepresidenta Sáenz de Santamaría en una elección de doble vuelta en la que se llevó el gato al agua. Con un vibrante alegato, arruinó el guion de un cónclave auspiciado para refrendar a la tapada de un Rajoy recién defenestrado de La Moncloa por la moción de censura Frankenstein de Sánchez con neocomunistas y soberanistas de toda laya.

Casado izo bueno aquello de Goethe de que, a veces, hay que hacer una locura para estar vivo una temporada. Y a fe que así fue.

Luego de colarse de rondón en la contienda a brazo partido entre las dos mujeres en que Rajoy apoyó su mando -Santamaría, en La Moncloa, y Cospedal, en Génova- y, al anularse estas entre sí, Casado se alzó como caballo blanco de la situación con un discurso renovador y crítico con unas políticas del PP que redundaron en la eclosión de fuerzas relevantes a babor y estribor como Cs y Vox con los despechados votantes que habían facultado la mayoría absoluta a Rajoy a modo de candidatura-rescate de la España colapsada por Zapatero. En un lapso embarazoso en lo personal y en lo político, el ex vicesecretario de Comunicación del PP hizo bueno aquello de Goethe de que, a veces, hay que hacer una locura para estar vivo una temporada. Y a fe que así fue.

Con arrojo, Casado simbolizó ante correligionarios (y votantes) la necesidad imperiosa de cambiarle el paso a un parsimonioso PP al que el marianismo mató en vida y cuya parálisis evocaba al ciempiés que, al ser inquirido sobre cómo podía mover sus 42 patas a la vez, no volvió a saber andar por no ser capaz de explicarlo. De facto, su holgada victoria se cifró en una implícita moción de censura contra Rajoy, cuya losa aplastó a su ex vicepresidenta e hizo saltar las varillas del abanico que ésta desplegó al compás de su exposición final ante los compromisarios. Una puesta en escena que parecía una coreografía del grupo electro-pop Locomía.

En aquellas horas y en las semanas postreras, atendiendo a la distinción establecida por Isaiah Berlin entre el erizo y el zorro, según la cual el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una grande, Casado se mostró como un político erizo, de convicciones, frente al zorro que hace del «depende» su norte, esto es, un político que se anticipa al acontecer en vez de dejarse arrastrar por él. Empero, al cabo de los más de 1.100 días desde su aclamación, el erizo ha trocado en zorro con la barba mariana que se dejó a la vuelta del verano que le cambió la vida y en el que arrumbó su aspecto de querubín barbilampiño de la derecha imberbe.

Desde el acto de contrición y expiación marianista que supuso la entrega de la cabeza de Cayetana Álvarez de Toledo, a la que designó portavoz parlamentaria en su arrancada de caballo andaluz, estigmatizándola como si fuera la Dalida que enamoró a Sansón y lo perdió, Casado fue frenándose sin llegar, claro, a parada de burro manchego. En ese cambio de marcha, ha contraído como un virus el principio arrioliano (de Arriola, Pedro, el tanto tiempo gurú del partido) de que el PP debe hacerse el muerto para no movilizar a la izquierda y, mediante la abstención del electorado de ésta, asumir la gobernación de España cuando toque para luego, siguiendo esa máxima, no alterar las leyes de ingeniería social de la izquierda para no avivar sus protestas. Cual taller de averías de los desaguisados económicos de ésta, el PP, una vez reparado el vehículo y llenado el depósito, devuelve las llaves a quien se considera legítimo dueño para que lo conduzca libérrimamente con el dominio que le otorga una derecha a la que tiene cogidas las vueltas.

Admitiendo que el sino del PP es «arreglar lo que otros desarreglaron», como le significó Rajoy a Casado en Santiago de Compostela en la apertura de la Convención Nacional que hoy se clausura en Valencia, ello sentencia al PP a consolidar en el Gobierno lo que rebate en la oposición. Si no conservó La Moncloa tras operar Rajoy el «segundo milagro económico español» en una crisis más grave que la del covid, como blandió Casado, por qué va a recuperarlo exclusivamente por la economía con un Gobierno Frankenstein que se rearma electoralmente y que modifica las reglas de juego para forjar un cambio del régimen constitucional con socios resueltos, además, a fracturar la integridad territorial. Si Casado se fía a que el poder le caerá como fruta madura, yerra de medio a medio y al PP le acontecerá lo que al jumento que, con expresión estúpida y dichosa a la vez, hace girar a la noria figurándose que hace algo para sí mismo cuando, cegado más por su testarudez que por la venda que cubre sus ojos, trabaja para quien lo ha uncido al palo que mueve los cangilones de agua.

A nadie se le escapa que falta convicción sobre su estrategia

En este sentido, esta cita trashumante del PP, que tiene como cierre la misma ciudad de Valencia que registró el agrio congreso de 2008 en el que Rajoy rompió con Aznar y le enseñó la puerta de salida a los liberales en la persona de Esperanza Aguirre, puede entrañar el espejismo de que es la hora de Casado y de que hay que cerrar filas en su derredor para sacar a Sánchez de La Moncloa. No obstante, a nadie se le escapa que falta convicción sobre su estrategia y conturba cómo su guardia pretoriana parece más inclinada en garantizarle y garantizarse los resortes del partido para que, en caso de revés, no perder el Ministerio de la Oposición al aguardo de una nueva oportunidad que, inevitablemente, Casado no disfrutará.

En caso de adversidad, esta Convención abocaría a la Refundación como la de Aznar en Sevilla en 1990 encabezada por algún barón autonómico, sino fuerza a reconfigurar todo el espacio a la derecha de un PSOE podemizado como bolchevizado estuvo con Largo Caballero en los estertores de la II República. Al disponer de la última bala, Casado no debe desperdiciarla contra alguno de los suyos ni permitirse legar un bonito cadáver político para la posteridad como Albert Rivera, emulando el accidentado final de la estrella joven por antonomasia que fue James Dean.

Entre tanto pláceme y abrazo como abunda en este tipo de saraos partidistas, siempre conviene estar al acecho para no caer atrapado, cual golosa mosca, en el panal de la rica miel del halago y el aplauso, sino rehuir esa tentación y evitar confundir la esperanza inmediata con la victoria final. No es cosa de lanzar las campanas al vuelo antes de tiempo. Sin duda, es condición sine qua non la unidad, aunque se aprecie artificial e hija de la necesidad, pero más lo es enderezar el rumbo de una formación que suele prometer reformas que nunca acomete con la excusa de no contar con la venia de un PSOE, cuyas leyes son, en la práctica, las únicas vigentes desde los 80, al margen de que sean benéficas o nefandas para el común.

Tras ganar la Presidencia rectificando a un Rajoy que evitó el colapso de la economía, desde luego, pero sostuvo incólume la política antiterrorista de Zapatero agraciando al carcelero y asesino etarra Bolinaga y se dejó engatusar por el separatismo, primero con Mas y luego con Junqueras, hasta el simulacro de referéndum ilegal y la tentativa de golpe de Estado del 2017, dejando a salvo leyes hemipléjicas como las de violencia de género o «memoria histórica», el presidente del PP tiene por delante la ardua tarea de recobrar la confianza y credibilidad ante un electorado que se escora a un lado a otro como las cargas mal fijadas en la bodega de un barco y que provocan naufragios.

Sin tiempo para morir, como el título de la última entrega de la saga cinematográfica del superagente británico James Bond, Casado no debiera obsesionarse con Vox y con Cs, si no quiere distraerse y caerse de la bicicleta por no mirar hacia adelante centrado en el maillot de Sánchez. Como éste con Podemos y con sus socios Frankenstein, el jefe de la oposición deberá tenerlas tiesas, a veces, con Vox y con Cs, y viceversa, pero sin esa conjunción no desalojará a Sáncheztein.

Si Tom Sawyer convenció a su cuadrilla de que enjalbegar la empalizada era un regalo digno de recompensa para él, Casado deberá hacer lo propio. Con la pillería del protagonista de Mark Twain o, si desea, con un ardid parejo al del amancebado párroco siciliano de A cada cual lo suyo, de Leonardo Sciascia. Al no quedarle otra que confesarle al obispo, alarmado por las murmuraciones, que, en efecto, compartía tálamo con una mujer, trata de apiadarlo aclarándole que, aun así, no tiene por qué apurarse. Así, el inverosímil célibe le detalla que ha instalado unos goznes en la pared del dormitorio y todas las noches, antes de acostarse, fija en ellos una traviesa grande y gruesa entre la pareja. Oído lo cual el prelado le espeta, no sin retranca, a la descarriada oveja: «Sí, muy bien, la madera es una buena precaución. Pero dime, hijo mío, cuando la tentación te asalta, violenta, irresistible, infernal como es, ¿qué haces?». «Pues muy fácil -replica el presbítero-, quito la tabla».

Como la política es tan hacedera de extraños compañeros de cama como la vida, ése será el designio de un Casado al que no le conviene excederse en justificar su muro con Vox para que no sea infranqueable a la hora de la verdad. Como Warren Betty, quien estuvo a punto de arruinar su superproducción Rojos. Puso tanto encono en que los actores, e incluso los extras, de su homenaje a la Revolución Rusa se empaparan del pensamiento del protagonista, el periodista John Reed -defensor del comunismo en EEUU y cronista de ascenso bolchevique-, que, al cabo de tres semanas, le montaron una huelga demandando más sueldo. Al igual que el conocido director hubo de rascarse del bolsillo, Casado deberá hacer una buena digestión de algunas invectivas y desprecios contra Vox, como su admirado Churchill se tragó sapos bien diferentes a los que merodeaba Tom Sawyer.

 

                                                                   FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

 

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