La ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño.
El mundo económico todavía no se ha repuesto. El martes 21 Nadia Calviño presentó con gran pompa el cuadro macroeconómico que acompaña los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2022, y dos días después el Instituto Nacional de Estadística (INE) provocó una erupción volcánica similar a la que aflige a La Palma al hacer público el dato corregido del PIB del segundo trimestre del año, que para sorpresa de todos era apenas del 1,1% frente al 2,8% adelantado por el propio INE el pasado julio. Nada menos que un 1,7% de diferencia. Un escándalo sin paliativos. Porque la credibilidad del aparato estadístico del INE nunca ha estado en cuestión, con ningún Gobierno, todo el mundo se fiaba, palabra de Dios, de unas predicciones que sirven de base para elaborar estimaciones, cálculos y presupuestos varios. Y de repente, ¡zas…! Una sensación de perplejidad se adueñó esa mañana de todos los servicios de estudios, en particular, y del mundo económico, en general. ¿Está el INE siendo víctima del mismo virus sectario que ha convertido al CIS de José Félix Tezanos en un juguete roto sin la menor credibilidad?
La primera conclusión que cabe extraer del zarpazo al PIB trimestral es que el crecimiento es menos boyante de lo que se pensaba, el león no es tan fiero, por desgracia, como lo pintan, y que los desequilibrios básicos de nuestra economía siguen gravitando sobre un crecimiento que, dadas las circunstancias, teniendo en cuenta el viaje a los infiernos que experimentó la actividad en 2020 a consecuencia de la pandemia, estaba llamado a registrar, por un simple efecto rebote, guarismos nunca vistos por estos pagos ("La economía francesa crecerá este año un 6,25%, según el INSEE, su mejor guarismo desde 1973, lo que permitirá que la actividad vuelva al nivel de 2019 a finales de año", podía leerse esta semana en Le Figaro). El jarro de agua fría aportado por el INE permite asegurar que el crecimiento del PIB anual basculará a final de año entre un 5% y un 5,5%, lejos de las estimaciones que se habían efectuado (6,5% la propia Calviño, después de haberse contraído casi un 11% en 2020), y que el nivel de actividad de 2019 no se recuperará en España hasta finales de 2022 o principios de 2023.
La segunda conclusión es que el Gobierno ya puede ir metiéndose donde le quepa el cuadro macro que soportaba el proyecto de PGE para 2022, obligada como está Marisú Montero y sus expertos a reelaborar unas estimaciones, básicamente ingresos y gastos, que dependen de la variable clave del comportamiento del PIB. Doña Nadia ha quedado en evidencia, arrollada por el tren expreso que el INE ha hecho descarrilar contra unas expectativas de crecimiento que el bello Sánchez pensaba utilizar a conciencia para afianzar su condición de experto salvador del mundo ("la democracia está en peligro"). Curioso lo de esta mujer en quien el mundo económico ha querido ver siempre, a la fuerza ahorcan, una especie de rompeolas del rigor contra el que debían estrellarse las "ideíllas" iliberales del único partido socialista que en la UE gobierna en coalición con los comunistas. El mundo financiero ha pensado eso, y el listo de Sánchez ha imaginado en ella a la embajadora afable, el obligado trampantojo para mantener embebido en el engaño de una falsa ortodoxia al aparato estadístico de Bruselas y en particular a esa Comisión encargada de velar por la armonización de las políticas en la Unión.
Y de justicia es reconocer el carácter amable y dialogante de una mujer que en nada se parece a las agraces Lastras y a algunos/as de los ministros/as, particularmente de Podemos, que hoy se sientan en el banco azul. Dicho lo cual, poco más que añadir en su haber. En opinión de expertos que se han batido el cobre a su lado, Calviño se defiende mal que bien en materia macroeconómica y/o financiera, con su área de especialización centrada en las políticas de competencia. La señora se ha sacado de la manga estos días un término ("el PIB diario") del que nadie había oído hablar nunca, un concepto inexistente, imposible de calcular y/o contrastar. Para el caníbal Sánchez, su papel continúa centrado en seguir actuando como pararrayos ante las autoridades comunitarias y poco más. Nada cabe esperar de ella, ningún gesto de autoridad, para, en caso preciso, plantarse ante su patrón y enmendar el rumbo presupuestario de este Ejecutivo.
Cada día que pasa su carrera adquiere un creciente parecido con la de aquel Pedro Solbes cobardón que, sabiéndose la asignatura, porque este sí la sabía, fue incapaz de decirle al mendaz Zapatero que las medidas de gasto público adoptadas tras la crisis de 2008 solo iban a ahondar la dimensión del déficit público en lugar de contribuir a un crecimiento sostenido. Y una sospecha recorre estos días los cenáculos madrileños: ¿Tiene Nadia Calviño agenda propia? Su posición se antoja complicada. A la señora se le han cerrado las puertas de esa Bruselas a la que pensaba regresar con honores. Las comisarías están todas cubiertas, y otro tanto ocurre con los puestos clave en los organismos internacionales de relumbrón. ¿Conformarse con una dirección general en la capital belga quien ha sido vicepresidenta y ministra de Economía del Gobierno de España? ¿Una dirección general de la Competencia a estas alturas? Quiere ello decir que Calviño, para quien propios y extraños preveían un futuro venturoso en el Gobierno de la Unión, no tiene más arbotante en que apoyar su figura que su condición de vicepresidenta primera del Gobierno de Sánchez, ni más futuro que seguir apalancada en el banco azul que él preside, prisionera del cepo tendido por un personaje capaz de destruir todo lo que le rodea.
¿Proyecta Calviño jugar fuerte en la política española? Sería la dimensión política de una Nadia desconocida, cuya trayectoria habrá que seguir con interés de cara a futuras contiendas electorales porque hoy no es diputada. De lo que caben pocas dudas es del riesgo que corre al vincular su futuro al de su patrón, su credibilidad contaminada por lo que con él ocurra, y a fe que no puede ocurrir nada bueno a medio plazo, porque lo contrario sería dar ya por muerto a este gran país nuestro. "Nadia hará lo que le digan que haga, avalará lo que Sánchez le diga que avale, y quien espere algo distinto se equivoca", asegura un alto cargo de su ministerio. De momento, las cosas no pintan nada bien para ella ni para la economía española.
"La recuperación se retrasa", aseguraba Antonio Maqueda este viernes en El País. "La economía llegó a perder un 22% de actividad y se sitúa ahora a 8,4 puntos porcentuales del nivel prepandemia. En cambio, Alemania y Francia están a casi tres puntos de restablecer la actividad previa al coronavirus. Italia, a cuatro. Y Portugal, a cinco". Mientras el PIB de la zona euro cayó un 0,3% en el primer trimestre y subió un 2,2% en el segundo, en España se desplomó un 0,6% en el primero y remontó apenas un 1,1% en el segundo. Es decir, en el primer trimestre la economía española cayó el doble y en el segundo creció la mitad. Una recuperación débil, cuando cabía esperar un rebote vigoroso a tenor de la contracción experimentada. La inversión empresarial no tira, como ha demostrado el INE, dicen que porque las empresas están esperando a ver qué pasa con los fondos de la UE que Sánchez quiere repartir a su conveniencia, corruptelas por docenas, y el consumo privado se retrae, temerosas las familias de gastar hoy lo que podrían llegar a necesitar mañana en un entorno político tan oscuro como el que sintetiza el inquilino de Moncloa.
Para disgusto de Sánchez, dispuesto a utilizar el rebote del PIB por palanca con la que fortalecer su deteriorada imagen, la recuperación ni puede ser franca ni duradera a tenor de las debilidades estructurales que arrastra. Una economía que sale muy debilitada de la pandemia, con un crecimiento menor del esperado, unas cifras de paro escandalosas, y un endeudamiento, público y privado, insostenible en el largo plazo. Un crecimiento financiado con deuda. Casi una década sin acometer una sola reforma de cierta importancia, a lo que se une el caldo de cultivo de un Gobierno que recela de la actividad empresarial y, en consecuencia, se dedica a poner palos en la rueda del crecimiento con la camisa de fuerza regulatoria y fiscal. Los Gobiernos no crean riqueza ni empleo. Ni los de derechas ni los de izquierdas. Los buenos Gobiernos deben centrarse en establecer las condiciones "medioambientales", tanto en términos legislativos como fiscales, sin olvidar los sociales, imprescindibles para que la actividad privada pueda emplearse a fondo en la consecución de ambos objetivos. Y este es un Gobierno enemigo de la libre empresa y la iniciativa privada.
Por eso la recuperación puede ser apenas un fogonazo de varios trimestres propulsado por el gasto público, que a mayor abundamiento financia gasto corriente y no inversión, que rápidamente decaiga en un horizonte de estancamiento prolongado si no se hacen reformas. Y Sánchez no las va a hacer. Con el riesgo añadido de una crisis financiera que podría presentarse más allá del verano de 2023, en un país con el mayor déficit de la zona euro y las mayores tasas de paro, y con el caldo de cultivo de un endurecimiento de las políticas monetarias por parte del BCE y un aumento de los tipos de interés. Pero doña Nadia sigue erre que erre inyectando optimismo. Que esto va de maravilla, dice. Y que si en el segundo trimestre hemos crecido poco, que nos esperemos al tercero para ver cómo se dispara la cosa. Es la hasta ahora desconocida dimensión política de doña Nadia. ¿Está la señora dispuesta a jugar fuerte en la política española? ¿Sueña incluso con reemplazar un día no lejano y con el apoyo de Bruselas (atención a lo que ocurra hoy en Alemania) al propio Sánchez al frente del Gobierno, como una versión menos agraz de este PSOE echado al monte de la radicalidad que hoy conocemos? .
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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