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domingo, 5 de septiembre de 2021

COMPRENDER LA HISTORIA

Esto no es un artículo, sino un SOS. No soy historiador sino filósofo y a pesar de ello creo que la Historia debe ser el núcleo de todas las Humanidades. Sin conocerla no podemos comprender el presente y sin comprender el presente no podemos tomar buenas decisiones para el futuro. Por eso su postergación en los planes de estudio y su manipulación en los planes políticos es una desdicha social. La presión de las STEM -‘science’, ‘technology’, ‘engineering’, ‘mathematics’- en los programas educativos, y la ramplona defensa que hacen de sí mismas las acomplejadas Humanidades, me anima a escribir esta reivindicación de la Historia. La Historia conserva la experiencia de la humanidad. Pero no basta con conocerla: hay que comprenderla.

Aunque la experiencia es fuente de conocimiento, la experiencia sin más no lo produce. Si lo hiciera, todos los octogenarios seríamos sabios, cosa que evidentemente no sucede. Aprender de la experiencia es una tarea compleja, que necesita un método, y lo mismo sucede con la experiencia histórica. A la elaboración de ese método he dedicado mis últimos libros, y una web -‘elpanoptico.es’- a la que están invitados.

Comprender la HistoriaNo podemos comprender el presente sin conocer su genealogía. En su libro ‘¿Por qué fracasan los países?’, Daron Acemoglu y James A. Robinson hablan de la ciudad de Nogales. Una parte pertenece a Arizona (EE.UU.) y otra al estado de Sonora (México). La diferencia en calidad de vida es notable. «¿Cómo pueden ser tan distintas las dos mitades de lo que es, esencialmente, la misma ciudad?», se preguntan. Comparten clima, situación geográfica, antepasados, pero no comparten historia. Sólo ella permite comprender las diferencias. Acabo de leer un espléndido libro de Margaret MacMillan -‘París, 1919. Seis meses que cambiaron el mundo’, (Tusquet, 2021)- sobre la Conferencia de Paz en la que se diseñó el mundo tras la I Guerra Mundial. Se redefinieron las fronteras de Europa y las indemnizaciones impuestas a Alemania explican el resentimiento que aupó a los nazis al poder. En ella lanzó Wilson la idea del ‘derecho a la autodeterminación’ de los pueblos, que tanta influencia tuvo en la historia posterior. Sin conocer los avatares, imprecisiones, y aplicaciones de este derecho no podemos comprender la actualidad española, por ejemplo el problema catalán. Pero tampoco podemos entenderlo si no conocemos su historia, y ni la historia de Cataluña se conoce en el resto de España, ni la historia de España se conoce en Cataluña.

Las naciones han utilizado la Historia para fomentar la cohesión y el orgullo nacionales. Pero el ilustrado Kant ya señaló que lo que necesitábamos era una «historia universal desde un punto de vista cosmopolita», sobre todo en ese momento en que todavía sigue planteado lo que Huntington denominó «el choque de las civilizaciones». Todas las sociedades se han enfrentado a los mismos problemas -sobrevivir, organizar la convivencia, satisfacer la voluntad de poder, progresar, elaborar sistemas de creencias, dar sentido a la vida- y los han resuelto a su manera. Llamamos ‘cultura’ al conjunto de soluciones creadas por una sociedad. El que todas se refieran a los mismos problemas nos permite comprenderlas y comparar las soluciones. Enrocarse en la propia cultura impide el aprendizaje. Conocer las diferentes culturas no significa ceder al relativismo, sino lo contrario: evaluar y estar dispuestos a apropiarse de lo mejor. Ya lo dijo San Pablo.

La Historia exige una actitud de humildad, porque muestra la azarosa finitud de las creaciones humanas. No me refiriero tanto a su aspecto temporal, como a la limitación de nuestras perspectivas, de nuestra racionalidad, de nuestra capacidad para predecir las consecuencias de nuestros actos. Por eso tienen tan poco sentido los revisionismos históricos. La Historia fue la que fue, y hay que entenderla en el contexto en que sucedieron. Sólo las dictaduras aspiran a cancelar parte de la memoria. Hay que mantener en el recuerdo las páginas brillantes y las páginas atroces, para aprender de ambas. La historia de la esclavitud, por ejemplo, mancha de horror parte de la historia de muchas naciones. En España, se admitió la esclavitud en Cuba hasta el 13 de febrero de 1880. No debemos olvidarlo, porque eso nos recuerda con qué facilidad la costumbre impide ver la injusticia. Se ha publicado en castellano el libro de William Dalrymple ‘La anarquía. La Compañía de las Indias Orientales y el expolio de la India’, (Desperta Ferro ediciones, 2021), la insólita historia de una compañía comercial, autorizada a hacer la guerra, que gestionó el subcontinente indio y que en 1803 disponía de un ejercito de 200.000 hombres. La historia del Imperio inglés está llena de páginas poco gloriosas, como la de todos los imperios. No hay que cancelar esa historia, sino mantenerla viva, aunque duela, para recordar que no la hicieron hombres malvados, sino seres humanos sometidos a creencias y pasiones tal vez inhumanas, como podemos estarlo nosotros, a ‘errores invencibles’, como dice el derecho, aunque ahora nos parezcan evidentes.

La evolución cultural de nuestra especie no ha obedecido a un plan diseñado desde el principio. Se parece más a un permanente salir del paso con lo que se tiene a mano, lo que le da un aspecto chapucero cuando se la mira a distancia. François Jacob, premio Nobel de Medicina, comparaba la evolución con el trabajo de bricolaje. «La evolución no funciona con la eficacia del ingeniero, se parece más a un ‘bricoleur’, que utiliza lo que tiene al alcance de su mano». Gary Markus hablando de la evolución de nuestro cerebro pone como ejemplo una central eléctrica que ha tenido que ir ampliando, modificando, modernizando sus instalaciones sin dejar de funcionar. No tiene un diseño cartesiano, mezcla tecnologías diferentes, unas antiguas, otras modernísimas. Así funciona nuestro cerebro, manteniendo estructuras arcaicas y estructuras recientes. Así funciona también la historia. Periódicamente aparecen movimientos que desean reconstruir la sociedad desde cero. La Revolución Francesa y las revoluciones comunistas quisieron crear un ‘hombre nuevo’ y acabaron en el terror.

¿Por qué esto no es un artículo sino un SOS? Porque se están elaborando los currículos de la nueva Ley de Educación. Uno de los objetivos es integrar las disciplinas. No sé cómo se están haciendo pero me parece urgente crear un poderoso currículo, que me gustaría denominar ‘Ciencia de la evolucion de las culturas’, que integraría la historia política, social, económica, artística, religiosa, científica y filosófica, considerada como la entreverada historia de nuestra vulnerabilidad y nuestra grandeza. Fomentaría una humildad lúcida y una admiración lúcida. Como señaló el viejo y sabio DIlthey, solo conociendo las luces y las sombras de nuestra historia podemos comprender nuestra naturaleza.

 

                                                                      JOSÉ ANTONIO MARINA*  Vía ABC

*José Antonio Marina es filósofo.

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