Las comunidades que prosperan son las que abrazan la totalidad del evangelio, que mantienen la confianza, que lo proclaman como verdad de salvación y misericordia, y lo hacen más allá de las paredes de su zona de confort.
Sí, necesitamos un Gran Despertar de la fe y de su difusión, porque si, con lo que está sucediendo, no nos atrevemos a lo extraordinario, la Iglesia se sumirá en la más completa de las marginalidades.
En un editorial de Alfa y Omega de esta semana, el semanario de la diócesis de Madrid, y con el título España, ¿un terreno fértil para sembrar la Buena Noticia?, se señala que, según el CIS, solo el 16,7% de los ciudadanos se declaran católicos practicantes, mientras quienes se consideran ateos son el 15,7%.
Y si la situación es esta, una verdad resulta evidente: Si se continúa haciendo lo mismo, se obtendrán resultados parecidos. Esta es una relación difícil de obviar.
Y otra evidencia empírica: las comunidades que prosperan son las que abrazan la totalidad del evangelio, que mantienen la confianza, que lo proclaman como verdad de salvación y misericordia, y lo hacen más allá de las paredes de su zona de confort. Las que sitúan en el centro de sus actividades educativas, culturales, solidarias, a la persona de Jesucristo y el evangelio, y que son capaces de ofrecerlo como respuesta a los interrogantes, crisis, miedos y frustraciones, personales y colectivas, de hoy.
Y este anuncio y transmisión es la misión, porque la Iglesia no hace la misión, sino que es la misión misma, y no hay verdadera evangelización “si no se proclama el nombre, la enseñanza las promesas, el Reino y el misterio de Jesús (Pablo Sexto. Evangeli Nuntiandi 22)
Es a toda la Iglesia a quien les corresponde esta misión, y este es el cambio fundamental, porque hoy por hoy la Iglesia misiona poco más allá de las paredes de los templos.
Por consiguiente, este es el primero y principal eje, pero no el único. Existen tres más.
El segundo es revitalizar nuestras comunidades dándoles vida como tales, y no simples lugares de encuentro. La comunidad lugar de acogida, acompañamiento, celebración y fiesta, empezando por las familias, las parroquias, escuelas y grupos. Necesitamos comunidades vivas y vibrantes, donde el visitante o el recién llegado se asombre de su bienestar.
El tercero y vital es la alternativa cultural cristiana. La Iglesia española se resiste a asumir que el marco de referencia dominante de esta sociedad, cultural y políticamente, tiene como uno de sus fundamentos el rechazo y la marginalidad a lo que es y representa.
La cuarta cuestión es el problema no superado de la presencia de la concepción cristiana en la política. Para algo debe estar la Doctrina Social de la Iglesia en la vida pública. No puede limitarse al individualismo de lo que hacen unos católicos aislados.
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