Una amalgama de ideas, avances tecnológicos, oleadas activistas y políticas públicas está creando un escenario social en el que se pretende modificar la naturaleza humana y la cultura de occidente. Aunque parezcan movimientos dispersos o paranoias conspirativas, existe un patrón común: es la era de las bioideologías.
Es ateo declarado y enseña Filosofía en la Universidad de la Sorbona, como el célebre filósofo existencialista Jean Paul Sartre, quien, por cierto, fue “pareja abierta” –sin casarse y con amantes por ambas partes– de la ideóloga del feminismo contemporáneo y del abortismo radical, Simone de Beauvoir. Sin embargo, el marsellés Jean-François Braunstein dista mucho de compartir el discurso que Sartre y Beauvoir alumbraron, y que hoy se asume sin cortapisas en medios de comunicación, teatros, universidades y parlamentos.
Su último ensayo, La filosofía se ha vuelto loca (Ariel, 2019), le ha valido, de hecho, numerosas descalificaciones y orillamientos por atreverse a cuestionar los postulados de las teorías de género, del especismo animalista, y de la eutanasia. Y todo, sin recurrir a argumentos confesionales ni políticos: solo mostrando las contradicciones de sus discursos, los datos objetivos, y los desvaríos, delitos y hasta psicopatologías de los padres de estas tres corrientes (género, animalismo y eutanasia), que hoy se presentan como intocables en el discurso políticamente correcto.
Brausntein no está solo en su denuncia. Cada vez más intelectuales como el canadiense Jordan Peterson, el norteamericano Charles Murray, los británicos sir Roger Scruton, Niall Ferguson y Tom Holland, o los franceses Michel Houellebecq y Phillipe Muray –todos, autores de éxito en sus disciplinas, y todos, agnósticos o ateos– levantan la voz frente a una amalgama de ideas, propuestas pseudocientíficas, oleadas de activismo y políticas públicas hipersubvencionadas que dibujan ante nuestros ojos un futuro cada vez más alejado de la civilización occidental que conocemos. La pregunta es: ¿de verdad son delirios filosóficos, como dice Braunstein, o estas corrientes responden a un patrón común?
El sustituto de las ideologías
“La teoría de género, el transhumanismo, el ecologismo, el animalismo, el antiespecismo, la ideología de la salud, la eugenesia y la eutanasia, el cientifismo, el feminismo, el abortismo, el darwinismo social… Cada una de las corrientes que están transformando nuestra forma de ver el mundo y al ser humano tiene sus particularidades, pero comparten algo: son bioideologías”.
“Las bioideologías –argumenta Negro– son el sustituto de las ideologías. Esas buscaban transformar la sociedad con la política y la economía; las bioideologías tratan de cambiar la naturaleza humana, que consideran defectuosa y modificable, a través de la tecnología y de la ciencia. Y como la tecnología no va al ritmo que desean, aceleran los cambios a través de leyes coercitivas que transforman la moral, el pensamiento y la actuación de las masas”.
Un ADN nazi
Negro señala que “las bioideologías están obsesionadas por liberarse de lo humano y por deconstruir la cultura. Su cientificismo es un sustituto de la religión, y el enemigo a batir es la naturaleza entendida como creación divina. Aunque algunas se digan de izquierdas, solo crecen en un entorno hipercapitalista y su origen es el nacionalsocialismo, porque el nazismo llevó a la máxima expresión el intento de mejorar la biología –la raza– a través de la ciencia, descartando a los individuos que suponían un lastre para su progreso”.
Este origen, según Negro, permanece en su ADN, pues “bajo una apariencia pacífica y humanitaria, tienen carácter totalitario: se imponen como incuestionables y, más que buscar la transformación del mundo exterior, son obra de oligarquías que persiguen hacer al hombre como a su juicio debe ser. Por eso, sus medios preferidos son la reivindicación de derechos, la ingeniería educativa y la propaganda, apoyados por la ingeniería médica y genética”.
El doctor en Biología y experto en Biomedicina de la Universidad Pompeu Fabra Miquel-Ángel Serra, que intervino en el Congreso sobre Transhumanismo que celebró en junio la Universidad Francisco de Vitoria, señala para Misión que “las bioideologías avanzan rápido porque hacen propuestas que miran hacia delante y suenan bien: ¿quién no quiere un futuro mejor, beneficiarse de la tecnología y respetar los derechos de las personas?”.
Individualistas y selectivas
El problema, señala, es que “consideran que mejorar es sinónimo de que se cumplan nuestros deseos subjetivos, aunque eso implique alterar o negar las leyes de la naturaleza. Su individualismo es radical, sostienen que los sentimientos son fuente de ley, y no les importa dejar atrás a una parte de la Humanidad, ni descartar a las personas que no cumplan sus estándares, lo cual es deleznable. Porque negar la naturaleza humana, entre otros muchos efectos, también implica alterar todo lo relativo a los derechos humanos y civiles”.
Este retorcer la naturaleza a golpe de ciencia y de derechos subjetivos, como denuncia Braunstein en su libro, abre la puerta no solo a que se acepte (o imponga) que nos implantemos miembros biónicos o microchips conectados a internet, sino también a mutilarnos miembros sanos; a cambiar de género varias veces a lo largo de la vida (con las consecuencias familiares y sociales que implica); a que se nos reconozca una edad distinta; a humanizar a los animales y a animalizar a ciertos humanos privándoles de sus derechos; a permitir nacer y vivir “por compasión” solo a los sanos y a eliminar a los defectuosos, o a tener relaciones sexuales con otras especies o con menores.
Como concluye Negro, “las bioideologías tienen aire pueril, son más confusas que las ideologías clásicas y ofrecen menos resistencia al análisis intelectual. Pero, por eso, son más destructivas, y es alarmante lo rápido que se asientan. Son una contracultura que ha dado lugar a la biopolítica: una política integral que da poder sobre los cuerpos y sobre la vida humana. No son paranoias: el siglo xx nos enseñó que tenemos que denunciar los peligros reales de esta tiranía del pensamiento, antes de que sea demasiado tarde”.
Bioideologías: 3 grandes bloques
Según Dalmacio Negro, las bioideologías podrían aglutinarse en tres bloques:
De género: la más extendida y financiada. Afirma que el sexo fisiológico y el propio cuerpo no nos constituye, y puede ser elegido, modificado y vivido al margen o en contra de la naturaleza. Creen que la naturaleza humana, y el sexo en especial, es una construcción social, origen de un mal que se debe erradicar. Promueven la liberación sexual, que rompe los lazos humanos primarios y fomenta el individualismo hedonista, para ganarse a los jóvenes y a las voluntades débiles. Ej.: Feminismo, ideología de género, homosexualismo y transexualidad.
Ecologistas: nace frente a excesos condenables, pero se pervierte al idealizar la naturaleza. Frente a la ecología de los agricultores, impone el ambientalismo de los urbanitas. Proclama que el ser humano es el mayor enemigo de la naturaleza, y que si desapareciese total o parcialmente, o fuese sustituido por otras especies, sería mejor para el planeta. Antepone el bienestar de la naturaleza al de la humanidad. Humaniza a los animales y animaliza a los humanos. Propone el control de la natalidad humana y considera que lo único antinatural es la natural acción del hombre. Ej.: Veganismo, animalismo, ecologismo, ambientalismo, antiespecismo o transespecismo.
Sanitarias: busca la salvación en este mundo a través de la ciencia y la tecnología. Sustituye la salvación del alma por la salud del cuerpo, medicaliza la sociedad, aumenta el control social, idealiza la condición física y oculta la muerte. Estigmatiza al enfermo, promueve eliminar a los no aptos y propone crear una raza de seres humanos física, mental y moralmente superiores al resto. Ej.: Eugenesia, eutanasia, abortismo y transhumanismo
Cómo crear alternativas
Tras intervenir en el Congreso sobre Transhumanismo que organizó, en junio, la Universidad Francisco de Vitoria, Alfredo Marcos, catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Valladolid, explicó para Misión que “tan importante, o más, que denunciar los excesos y errores de las bioideologías es que seamos capaces de crear alternativas. A muchas personas nos parecen extravagantes y terribles algunas de sus propuestas y acciones, porque la mayoría somos aún capaces de reconocer el camino a la felicidad que esconde una visión natural de la vida”.
Dada la velocidad a la que se desarrollan los cambios impulsados por la contracultura bioideológica, Marcos reclama “aprovechar mejor nuestro tiempo para hacer propuestas positivas, que tengan una visión más constructiva, verdadera y hermosa del ser humano y del mundo, y poner el foco en tradiciones venerables, como las de la antigua Grecia y Roma y el judeocristianismo”. Además, propone “prácticas de desapego tecnológico, el contacto con la naturaleza, comunicarnos en persona, y crear comunidades y lazos afectivos fuertes”.
Sus planteamientos coinciden con los del filósofo francés Fabrice Hadjadj, una de las voces más críticas y brillantes contra los desvaríos de la nueva contracultura bioideológica. En ¿Por qué dar la vida a un mortal? (Rialp, 2020), reclama recuperar en nuestro día a día la actividad manual, el ritmo de vida natural y la libertad de frenar ciertos avances porque “el verdadero progreso es libre y exige, más que en el pasado y principalmente, no solo la mejora, sino la salvaguardia de la condición humana”.
Además, hace una llamada de atención a los católicos para que no se dejen seducir por el ídolo del progreso bioideológico: “Sea cual sea el progreso posible, siempre sabremos que el hombre perfecto es Jesucristo, trabajador manual, nacido en una familia, que ha muerto a los 33 años por el más terrible de los suplicios, ha recorrido los caminos rodeado de sus discípulos y de algunas mujeres piadosas, ha hablado de su Padre como de un viñador, ha comido pan y bebido vino alrededor del fuego, ha conversado con sus amigos acerca de los ángeles y de los lirios del campo hasta el punto de que también Resucitado, hace fuego, asa el pez, corta el pan y comenta las Escrituras”. Y remata: “Siempre sabremos que un progreso que nos aleje de estas cosas ordinarias no es un progreso humano”.
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