Los frailes franciscanos se iban pasando de generación en generación el secreto de los restos de Dante: ellos sabían dónde estaban
Auténtico retrato de Dante (de rojo y con un libro) en el Palacio del Bargello de Florencia, ideado por Giotto y completado por sus discípulos
Ocho años después de la muerte de Dante intentaron quemarlo como hereje. El legado del Papa, el cardenal Du Pouget, quiso exhumar sus restos para hacer un auto de fe. Dante había sido partidario del Emperador en la querella que a lo largo de la Edad Media enfrentó al Imperio y al Papado, y se lo hicieron pagar. Su ciudad natal, Florencia, dominada por los partidarios del Papa, lo mandó al exilio de por vida, con pena de muerte si se le ocurría volver.
“Aquí estoy enterrado yo, Dante, exiliado de mi patria, nacido en Florencia, madre con poco amor”, dice una lápida en su sepultura en la ciudad de Rávena. Es parte de un poema compuesto por un antiguo discípulo de Dante, Bernardo Canaccio. Porque si en aquella Italia de su época muchos le odiaban, también era amado por muchos más. Desde su fallecimiento el 14 de septiembre de 1321 Rávena, donde falleció, Venecia o Verona se ocuparon de dignificar su sepultura. Y los frailes franciscanos, en cuyo claustro se encontraba la tumba, se tomaron en serio proteger los restos de Dante.
Florencia se arrepintió pronto de haber sido “madre con poco amor” para Dante. Ya en 1373 fundó una cátedra en su Universidad para el estudio de la Divina Comedia, contratando como profesor al literato más famoso de la época, Bocaccio. En 1519 un Papa florentino, León X Medici, hijo de Lorenzo el Magnífico, barriendo para su casa, ordenó trasladar los restos de Dante de Rávena a Florencia. Pero cuando procedieron a la exhumación se encontraron el sarcófago vacío. Los franciscanos los habían escondido para impedir que el Papa se llevase a Dante.
Durante siglos se creyeron perdidos los restos del autor de la Comedia, pero los frailes del convento de San Francisco se iban pasando de generación en generación el secreto: ellos sabían dónde estaban. El misterio no se desveló hasta 1780, cuando un legado papal de carácter ilustrado, el cardenal Gonzaga, encargó al arquitecto Camillo Morigia un monumento funerario digno del padre de la lengua italiana. Era como un gesto de reparación por parte de la Iglesia de Roma, que tanto había perseguido a Dante.
Morigia levantó junto al claustro de los franciscanos un elegante templete neoclásico de mármol y estuco para albergar un auténtico sarcófago romano, como se merecía quien fue un precursor del Renacimiento, y los frailes depositaron allí los despojos mortales que habían escondido durante dos siglos y medio.
No gozó Dante del reposo en su magnífica tumba durante mucho tiempo. Tras la Revolución Francesa los franceses invadieron Italia, de modo que los franciscanos volvieron a sacar los huesos de Dante del sarcófago romano, los metieron en un cajón de madera y lo emparedaron en un muro. Esta vez se perdió la memoria de dónde estaba, pero en 1865, durante unos trabajos de restauración con motivo del VI Centenario del nacimiento de Dante, los obreros derribaron el muro y apareció una caja con una significativa leyenda: Ossa Dantis, los huesos de Dante en latín.
Dante y Florencia, "madre con poco amor"
Tras ser exhibidos al público en una urna de cristal para conmemorar el Centenario, los Bones Dantis regresaron al templete de Morigia. Antes de la pandemia el monumento funerario era visitado por 400.000 personas cada año, pese a que Ravena no suele estar en los circuitos turísticos. Sin embargo la “tumba de Dante” más popular, por la que pasan millones de turistas cada año, está vacía, esperándole en Florencia desde 1830. Se encuentra en la Basílica de la Santa Croce, considerada el panteón de las glorias nacionales de Italia, donde tienen también sus mausoleos Miguel Ángel, Maquiavelo y Galileo Galilei.
Como premio de consolación, Rávena entregó a los florentinos en 1865 lo que llamaron “cenizas de Dante”, aunque otros dijeron que eran simples raspaduras de la caja donde estaban los huesos. Italia vivía la efervescencia nacionalista del Risorgimento, y el Estado italiano se enfrentaba a la Iglesia, cuyos Estados Pontificios serían el último objetivo a conquistar, de modo que en vez de llevar las cenizas al imponente cenotafio de Santa Croce, las llevaron a la Biblioteca Nacional de Florencia, templo laico donde pensaron construir un monumento para albergarlas.
Las cenizas se guardaron en unos sobres, en un cajón de la mesa del director, y ahí se olvidaron, porque Italia alterna el entusiasmo por el creador de su idioma con la desidia. Reaparecieron en un congreso internacional en 1929 y volvieron al olvido, pero en 1987 unos funcionarios denunciaron su desaparición. No se supo si sería durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se combatió en Florencia casa por casa, o en las catastróficas inundaciones de 1966, en las que se perdieron innumerables tesoros artísticos florentinos. O si algún espabilado las robó para sacar algún provecho, el caso es que el escándalo fue mayúsculo, y la campaña de recuperación de los restos de Dante, iniciada por Florencia en el siglo XVI, recibió un torpedo en la línea de flotación.
Pero súbitamente, en 1999, la directora de la Biblioteca anunció que habían aparecido. Supuestamente unos bibliotecarios que clasificaban documentos hallaron por casualidad un sobre con una bolsa de cenizas y un escrito que decía que eran de Dante. Nadie sabrá que había pasado en realidad con las cenizas de Dante, pero Italia es así.
En realidad Dante regresó a Florencia, “madre con poco amor”, de forma clandestina y cuando aún estaba proscrito. Diez años después de su muerte en el exilio, un buen amigo de Dante recibió el encargo de decorar una capilla de Florencia. Se trataba de Giotto, el inventor de la pintura moderna, y los frescos eran para la capilla del Palacio del Bargello o Capitán del Pueblo, el magistrado que había perseguido a Dante. Giotto tenía que pintar en las paredes de la capilla el Juicio Final, y allí, en el cortejo de los bienaventurados, los buenos que van al Cielo, metió a su amigo Dante, con un libro en la mano representando la Divina Comedia.
Era una burla a la autoridad de Florencia, pero de momento pasó desapercibida. A finales del siglo XVI el Palacio de Bargello se convirtió en cárcel, y la capilla en el lugar donde los condenados a muerte pasaban sus últimas horas, cubriéndose de cal las pinturas de Giotto. Sin embargo el historiador del arte Vasari, que vivió en el XVI, las había visto y lo reseñó en su obra Vidas. Así a mitad del siglo XIX, cuando Florencia pugnaba por recuperar la memoria de Dante, se pudo rescatar el fresco de Giotto.
Lo extraordinario de este retrato no es ya que lo pintase un contemporáneo que conocía a Dante, sino que Giotto fue quien, superando la Edad Media, reintrodujo el realismo en la pintura, haciendo retratos del natural, por lo que el Dante del Bargello es su vera imagen, la única que existe. Bien puede decirse que de la mano de las Artes, como corresponde a un gran artista, Dante volvió a Florencia.
LUIS REYES Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario