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domingo, 5 de septiembre de 2021

LA CAPITULACIÓN OCCIDENTAL

La política geoestratégica de los EEUU ha asumido que el modelo político democrático que han intentado extender por todo el mundo ha alcanzado los límites naturales

 Foto: Foto: EFE. 

Foto: EFE


Los análisis que sobre la crisis de Afganistán se están publicando a ambos lados del Atlántico tienen un regusto a decadencia, a final de una era, a bisagra entre el ayer fecundo de occidente y el mañana incierto de potencias lejanas inspiradas por inquietantes facciones ideológicas.

 

El modelo occidental que ha liderado Estados Unidos desde, al menos, la II Guerra Mundial ha mostrado la cara de la derrota. No era el primer signo de su decadencia, ya había dado muestras de debilidad en el ámbito comercial e incluso en el tecnológico, también, y con graves consecuencias, en el demográfico, pero, en esta ocasión, la derrota militar, no solo de Estados Unidos, sino de toda la coalición atlántica, ha sido el signo definitivo para expresar sin ambages el cambio de ciclo que ya se había advertido desde el inicio del siglo XXI.

 

Occidente capitula. La política geoestratégica de los Estados Unidos con Biden, ya antes con Trump, ha asumido que el modelo político democrático que han intentado extender por todo el mundo ha alcanzado los límites naturales a los que tenía acceso y que las sociedades que no se han sumado ya a esa interpretación de la política no es presumible que lo hagan en un futuro cercano y, menos aún, mediante la fórmula coercitiva de la presión militar.

 

La derrota militar ha sido el signo definitivo para expresar sin ambages el cambio de ciclo que ya se había advertido desde el inicio del siglo XXI

 

El liberalismo no se puede imponer. Ya lo vimos durante la primavera árabe, en la que las revueltas sociales contra los gobiernos totalitarios que gobernaban el norte de África y oriente medio, y que, en ocasiones, fueron apoyadas por los países occidentales, resultaron más intransigentes y tiránicas que los clanes que con apoyo militar controlaban despóticamente el país.

 

La democracia no conduce, necesariamente, como ingenuamente se podría creer, a la interpretación social que opera en Europa y Norteamérica. El modelo cultural y político occidental no es el destino natural de todas las sociedades que se expresen con libertad. Es necio pensar que si las sociedades islámicas disfrutaran de libertad, acabarían teniendo la misma percepción que los franceses o los alemanes tienen de la familia, la religión o el sexo. El destino natural de la libertad no es el modo de vida que tenemos en los países europeos. Y no solo a efectos de la indumentaria, de la percepción de la mujer, de la procreación o sobre el movimiento LGTB, también respecto al modo de establecer liderazgos y legitimidades.

 

El hecho de que un modelo ideológico claudique no es nuevo. El comunismo, que tiene la ventaja de que al ser un modelo totalitario se puede establecer en cualquier espacio físico, también se agotó sin alcanzar al conjunto del "género humano" como proclamaba musicalmente 'La Internacional'. Las propias religiones globalistas como el cristianismo o el islamismo también acabaron localizadas geográficamente en aquellos espacios físicos en los que ofrecían las soluciones que las sociedades locales comprendían.

 

La democracia no conduce, como ingenuamente se podría creer, a la interpretación social que opera en Europa y Norteamérica

 

El modelo occidental se ha hecho consciente, en este trance, de sus límites y capacidades y el resultado solo se puede percibir como derrota, se han agotado las esperanzas globales del proselitismo y nuestra ideología ha periclitado, no casualmente, en el momento en el que nuevas potencias ideológicas ocupan su espacio en el planeta.

 

Ya conocemos los límites de la expansión liberal, también debiéramos de aceptar que nuestro sistema no es el destino natural de cualquier sociedad moderna y, por último, es el momento de reconocer que nuestro propio sistema está en riesgo de decadencia y descrédito también allá donde está instalado porque su fracaso internacional desvela sus debilidades, ya no se puede presentar como el denominador común universal.

 

El modelo democrático de libertades que se ha abierto paso en Europa durante los dos últimos siglos y más recientemente en otros países del mundo pierde buena parte de las referencias que le han dado prestigio. Hoy ganan terreno las ideologías alternativas que, como ha sucedido en Afganistán, han sabido ganar su espacio y se han impuesto al modelo occidental. La experiencia afgana fortalece a quienes aspiran a instalar la sharía en otros países de Asia o África y debilita a los sistemas que se aproximaban a la protección occidental y, particularmente, a la de Estados Unidos.

 

La experiencia afgana fortalece a quienes aspiran a instalar la 'sharía' en otros países

 

A su vez, al margen de las experiencias teocráticas, la debilidad manifestada por la coalición internacional que controlaba Afganistán da una oportunidad a nuestro principal competidor comercial y tecnológico, China, para ampliar su influencia geoestratégica con recursos diplomáticos distintos a los aplicados por Europa y Estados Unidos y que no muestran los mismos escrúpulos respecto a los derechos humanos que mostraban, aunque siempre costara reconocerlo, las potencias occidentales.

 

En este contexto en el que los países democráticos han conocido los límites de su capacidad de influencia y expansión exterior, hay también una oportunidad para analizar las implicaciones que el ocaso internacional tiene en el seno de los propios países occidentales. Las habituales dudas que los regímenes políticos constitucionales han despertado en los países con democracias menos consolidadas y las preferencias por fórmulas distintas al modelo de representación parlamentaria y a la economía de mercado adquieren un nuevo protagonismo ante el repliegue ideológico que la salida de Afganistán ha ilustrado con sus explícitas imágenes de evasión.

 

La capitulación de occidente tiene, por tanto, una vertiente internacional evidente, pero también conlleva un riesgo interno de descrédito para el sistema que los populismos que nunca simpatizaron con el régimen democrático van a querer aprovechar. España tiene una buena cuota de esos oportunistas que no están, precisamente, en decadencia. Es un nuevo reto para el modelo con el que nos regimos políticamente y que tiene que saber afrontar sin incurrir en las mismas debilidades que lo han noqueado en el tablero político internacional.

 

                                                          JAVIER DE ANDRÉS   Vía EL CONFIDENCIAL


 

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