Agobiados por la situación económica y financiera de sus
países, algunos gobernantes europeos dicen que “la solución es Europa, más Europa”. Pero ¿qué Europa? Actualmente hay
una Europa imperfecta y mezquina: es la Europa de los tecnócratas y de los
mercaderes, que es solamente una Unión Económica entre diversos países. Sin embargo, tras la segunda
guerra mundial algunos estadistas soñaron con otra Europa: el francés Schuman,
el alemán Adenauer y el italiano De Gasperi, crearon entonces el Mercado Común
del carbón y del acero, que se extendía a sus tres países y al Benelux:
Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Su intención era la de poner en común intereses
industriales y comerciales para beneficio mutuo y para evitar que en el futuro
sus Estados quisieran enfrentarse en otra guerra fratricida.
El Mercado Común europeo era dinámico porque se preveía
aumentar más adelante los bienes y servicios que iban a circular sin aranceles
por el territorio comunitario, así como la instauración progresiva de la
libertad de circulación de capitales y de personas. A largo plazo, dichos tres
“padres” de Europa aspiraban a la unión económica, política y militar de los
seis países fundadores del Mercado Común y de otros europeos, para lo que
debían instaurarse órganos de gobierno supranacionales, hasta que por fin se
fundasen los Estados Unidos de Europa. Pero los recelos y los egoísmos nacionales
hicieron imposible avanzar en la unidad militar y obstaculizaron el desarrollo
de la circulación de personas por el territorio comunitario. Solamente la
libertad de circulación de capitales avanzó sin cortapisas.
A pesar de las sucesivas ampliaciones de la Unión Económica
europea, que cuenta ya con 28 Estados miembros, su órgano ejecutivo superior
sigue siendo el Consejo integrado por los primeros ministros de cada nación que
se reúnen periódicamente para examinar los asuntos que les presenta la
Comisión, que está excesivamente burocratizada. Las decisiones importantes del
Consejo han de ser tomadas por unanimidad, lo que ralentiza su toma de
decisiones, pues entre los 28 Estados que integran la Unión hay diversidad de
criterio sobre cada asunto. Desde luego se echa en falta un Gobierno de la
Unión que sea supranacional, con plena capacidad para obligar a los Estados
miembros, que suelen tener visiones nacionales o nacionalistas –e incluso
antieuropeas- en lugar de continentales europeas. Por su parte, el Parlamento
posee todavía pocas facultades legislativas.
El déficit político de la Unión repercute negativamente en la toma de
decisiones, que suelen adoptarse tarde y mal, por intentar una búsqueda de
consenso entre los países miembros en el seno del Consejo. No existe, por
tanto, una verdadera Unión política europea porque no hay un proyecto político
común, ni siquiera a nivel confederal. Además, se trata de una Unión Económica
incompleta pues no incluye la fiscal y bancaria.
Lo que sí que existe es un Banco Central europeo encargado
de una cierta política monetaria y del euro, la moneda común de muchos miembros
–no todos- de la Unión que todavía no posee la plenitud de funciones de un
Banco central emisor pues, entre otras carencias, no es prestamista de última
instancia, lo que se echa mucho en falta en épocas de crisis como la actual.
En definitiva, la construcción de Europa está inacabada,
aunque la fachada del edificio aparezca
completa. El fallo de Europa se encuentra en la ausencia de cimientos sólidos
capaces de sostener el edificio europeo cuando llegan grandes movimientos
sísmicos en los mercados financieros o de bienes y servicios o en la economía
global. Más aún, la imperfecta Unión Económica europea tiene más de zona de
libre cambio que de verdadera unión económica pues carece de estructura
política y, por supuesto, de un sustrato ideológico, como pudiera ser una
cultura común o unas creencias semejantes. Para ser miembro de la Unión lo
único indispensable es la pertenencia de sus heterogéneos Estados al espacio
territorial denominado Europa.
La Unión Económica europea tiene principalmente una
finalidad económica, si bien avanza poco a poco en una cierta coordinación
política, que es necesaria para llegar a
ser una potencia económica capaz de competir ventajosamente a nivel universal.
Esa Unión Económica es la Europa de los tecnócratas y los mercaderes, queno
coincide con el proyecto de Unión política en que habría de terminar siendo el
proceso de integración que, comenzando por un Mercado Común, programaron los
“padres” de Europa: Schuman, Adenauer y De Gasperi.
Ahora, en un mundo globalizado donde la economía real está
sometida a las instituciones financieras internacionales o multinacionales que
poseen unos capitales que circulan libremente por casi todo el mundo, los
países miembros de la Unión europea dependen de la financiación global y no
están suficientemente protegidos y amparados por instituciones y organizaciones
financieras europeas como el propio Banco Central Europeo (BCE), por lo que
dependen excesivamente de los mercados financieros globales, lo que les hace
especialmente vulnerables en la actual situación de crisis económica, pues cada
país ha de defenderse individualmente, sin suficiente ayuda de la Unión
Económica europea e incluso del BCE, a pesar de haber adoptado el euro como
moneda en el país. Lo peor es que los dirigentes europeos –que no suelen ser
elegidos democráticamente-, en muchos casos sirven mejor a los intereses de los
poderes financieros globales, que a los
ciudadanos de los diversos y heterogéneos Estados miembros, quienes no
los eligen ni les pueden pedir rendición de cuentas.
Con las diferencias de tipos de interés para financiarse los
diversos países de Europa, la velocidad de europeización de Grecia o de Portugal
no puede ser la misma que la de Alemania. Además algunos Estados miembros de la Unión Europea tienen una moneda común: el euro; mientras que otros han firmado el Tratado de Schengen sobre eliminación de sus fronteras entre ellos. Por todo ello, la Europa de diferentes
velocidades es ya un hecho.
En definitiva, la
tarea que debería llevarse a cabo es la instauración de una verdadera Europa
confederal, o sea, un espacio territorial con soberanía política y suficiencia
económica para llevar a cabo un proyecto de vida colectiva atractivo,
beneficioso y aceptable para sus habitantes y para sus Estados confederados. En
esta tarea Europa tiene la ventaja de que, desde la Edad Media, posee una
cultura común y unas creencias similares, al menos a nivel sociológico; porque
existió entonces un líder carismático, Carlomagno, que supo descubrir e imponer
un dinámico denominador común capaz de unir secularmente a todos los pueblos de
Europa occidental. Actualmente Europa es un ente a la deriva, por lo que es
preciso encontrar líderes políticos capaces de orientarnos hacia un sugestivo
destino colectivo común que sea aceptado democráticamente creando una Europa
política.
La instauración de una Europa confederal es muy factible.
No se trata de una quimera: es suficiente con que unas próximas elecciones al
Parlamento europeo sean constituyentes y que los diputados electos elaboren una
Constitución que instituya Europa como una Confederación de Estados
confederados, similar a Suiza. En esa Constitución habrán de especificarse los
órganos de gobierno de la Confederación europea, las competencias que corresponden
a la Confederación y a los Estados confederados, la hoja de ruta para la
transformación de la Unión Económica europea en esa Confederación y los
requisitos que han de cumplir otros Estados europeos no pertenecientes a la
Unión Económica europea que quieran integrarse en la Confederación.
Por supuesto la Confederación europea ha de fundamentarse
en unos valores que serán un denominador común aceptable por la mayoría de los
habitantes de la Europa confederal en referéndum popular. Esta es la cuestión
básica que debe ser debatida desde ahora mismo por la sociedad civil europea y
por sus entidades políticas o sociales. Para los cristianos esos valores son
los que corresponden al cristianismo sociólogico que pervive en ciertos Estados
europeos; para otros, la convivencia ciudadana debe basarse en la libertad, la
igualdad y la fraternidad; para otros en el liberalismo político y económico;
etc..
En fin, mientras que Europa no sea una entidad política
soberana, confederal o no, los europeos seguiremos estando avasallados y
explotados por los mercados financieros globales, por las grandes potencias y
por los Estados más ricos dentro de la Unión Económica europea, que impiden la
existencia de los eurobonos para financiar la deuda de todos los países de la
Unión con un mismo tipo de interés. En todo caso los europeos, ricos y pobres,
del Norte o del Sur, queremos ser libres, independientes y capaces de ejercer
plenamente nuestros derechos políticos, sociales y económicos en una sociedad
culta, democrática y verdaderamente libre -por ser autosuficiente
económicamente-, perteneciente a un Estado confederal llamado Europa, heredero
y depositario de la secular civilización tradicional europea. Ésta es la Europa
de los ciudadanos que tenemos que construir: los Estados Unidos de Europa. ¡Esta nueva Europa sí que sería la solución!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario