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domingo, 27 de junio de 2021

Sánchez se abraza al avispero separatista

Sánchez se apoya en los independentistas para dar un golpe desde La Moncloa contra el Estado, como el que aquellos buscaron desde la Generalitat, para operar un cambio de régimen. Ello pasa por modificar la Constitución por la puerta trasera

Sánchez se abraza al avispero separatista 

ULISES CULEBRO

 Nada más asentar sus posaderas en 2018 en la Silla del Águila, como trono republicano de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) descalificó por «absurda y desquiciada» la beligerancia que, a partir del sexenio de Felipe Calderón (2006-2012), habían sostenido de modo intermitente algunos antecesores contra el narcotráfico. Así, imprimiendo un giro copernicano, el caudillo populista, cuyos diarios monólogos mañaneros carecen de parangón democrático por cómo se despacha con sus críticos, puso en danza un plan de apaciguamiento de los cárteles del crimen organizado bajo el marbete buenista de «abrazos, no balazos».

Alcanzó su cénit al sacar de prisión a Ovidio Guzmán López, hijo del histórico jefe del cártel de Sinaloa condenado a cadena perpetua en EEUU, Chapo Guzmán, por temor a que consumara su amenaza de desatar una masacre en la capital del estado. Su asunción del chantaje la cumplimentó acercándose a presentar sus respetos a la madre del Chapo Guzmán y abuela de Ovidio Guzmán. En el imaginario colectivo, su extraña cortesía evocaba el beso en la mejilla que, según declaró un arrepentido, le habría soltado el jefe mafioso Totò Riina al democristiano Giulio Andreotti por ser «uno de los nuestros». Aquella denuncia sentó en el banquillo a Il Divo Andreotti, si bien fue absuelto.

Ante la escandalera, el jerarca del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) aparcó su amnistía a los cabecillas del crimen sobre la falsa premisa de que la responsabilidad última de la violencia en México estribaba más bien en Calderón por pegar «un golpe a lo tonto al avispero». Como le refutó el aludido, «no había necesidad de salir a patear nada: el avispero ya estaba dentro de la casa y las avispas invadían ya amplios espacios de ésta, se habían vuelto cada vez más agresivas, con aguijones cada vez más potentes y venenosos». Empero, en el mundo al revés de López Obrador, los pájaros disparan a las escopetas en vez de ponerse a salvo de su pólvora.

En el ecuador de su mandato, su abrazo al avispero de los narcotraficantes se ha revelado trágico en vidas y en daños al Estado de Derecho. Así, los forajidos campan a sus anchas por vastas partes del territorio, a la par que se registran fugas masivas de reos, al haberle tomado la medida a un presidente echado en sus brazos. Fue ello con la frivolidad jeremiaca de la clase política, figuras de la Iglesia, intelectuales de izquierda (entre ellos, muchos periodistas), poderosos empresarios y notorios dirigentes sindicales. Sin sentido de la responsabilidad ni calcular sus consecuencias, todos ellos -como quienes aplaudieron a Chamberlain al regreso de su cita con Hitler en la que presumió establecer «la paz de su tiempo» cosechando el deshonor y la guerra- han favorecido la preeminencia criminal de unos asesinos a los que, dando la mano, se tomaron el brazo.

Por eso, cuando Edward Halifax, ministro de Exteriores con Chamberlain y partidario de persistir en templar gaitas con Hitler, instó a Churchill a desistir, éste estalló como un basilisco: «¿Cuándo aprenderemos la lección, señor, ¿cuántos dictadores más deberán ser cortejados, apaciguados, colmados de inmensos privilegios antes de que aprendamos? ¡No puedes razonar con un tigre con tu cabeza en el interior de sus fauces!». Versado en la verdadera naturaleza del tigre, aunque finja ser vegetariano para confiar a su víctima propiciatoria, aquel primer ministro británico por excelencia estaba persuadido de que ni se debe banalizar el mal ni basta que, para que éste triunfe, con que los demás no hagan nada, bien mirando para otro lado, bien traicionando a sus ojos.

Al estrecharse con los cárteles, AMLO no procuraba tanto domesticarlos como valerse de ellos para socavar el Estado de Derecho al servicio de «un gobierno destructor» que, como fustiga el escritor Enrique Krauze, albacea de la obra de Octavio Paz, preside un «déspota electo» que, presentándose como redentor, le bastaron sus primeros 15 meses de mandarinato para llevar a cabo lo que a otro «Mesías Tropical» como Chávez le costó 15 años en Venezuela.

Por eso, tras atravesar el Rubicón del autoindulto ilegal prodigado a los golpistas del 1-O de 2017 en Cataluña que lo sostienen a La Moncloa y a sí mismo para borrar el pecado original de su alianza Frankenstein, obrando en contrario de lo que prometió, ya no cabe engañarse con que Sánchez es hijo de las circunstancias, sino que es la circunstancia misma. Transita voluntariamente por el camino de perdición que le marcan quienes hacen bandera de la destrucción del orden constitucional y de la integridad territorial yendo de la democracia al despotismo, por más que travista de valentía una abierta traición que, como en la tragedia shakesperiana sobre la oscura ambición de poder de Macbeth que le lleva a asesinar al rey de Escocia, Alba Duncan I, le acompañará como la sombra al cuerpo.

Si ya fue un error una intervención de la autonomía después del 1-O con el solo propósito de convocar elecciones mientras el separatismo seguía usufructuando las instituciones desde las que dio el golpe, ahora se dota de impunidad a un independentismo al que todos sus crímenes le serán conmutados. Cuando no se puede avanzar en un conflicto, mejor parar, pero nunca dar pasos en falso.

Habiendo legalizado el golpe catalán y legitimado a los facciosos independentistas dispensándoles la cédula de «presos políticos», tras blanquear a ETA y acercar al País Vasco a sus asesinos con falsas cartas de arrepentimiento como la de Junqueras para que tomen igualmente las de Villadiego, Sánchez se apoya en ellos para dar un golpe desde La Moncloa contra el Estado, como el que aquellos buscaron desde la Generalitat, para operar un cambio de régimen. Ello pasa por modificar la Constitución -de hecho, ya está siendo deformada por leyes colaterales- por la puerta trasera de las mesas de la autodeterminación bilaterales con los soberanismos catalán y vasco. Como desliza, entre bailes y jipíos, el ministro ocho naciones, al menos Iceta.

En su asimilación del lenguaje soberanista, Sánchez cortejó esta semana a la portavoz de Junts per Catalunya en las Cortes, Míriam Nogueras, como antes a la de Bildu, sustituyendo el concepto de nación española por el de pueblos de España que auspicia ese Estado plurinacional confederal que La Moncloa escamotea aludiendo a una España federal como si ésta ya no lo fuera de facto con el Estado de las autonomías. Como Julio Camba refirió con respecto a algunos diputados de la II República a los que tachó de energúmenos, no es lo mismo ensamblar las piezas de un puzle para formar un cuadro, que coger ese cuadro y hacerlo añicos para crear un puzle. De esa guisa, se finiquita la igualdad de los españoles y la unidad de España sería una fantasmagoría. No es preciso visualizarlo como trozos navegando a la deriva, al igual que la fértil de La balsa de piedra del Nobel luso Saramago.

Para rescatar de la Justicia a sus socios de aventura y para allanarse su porvenir, Sánchez echa abajo el Estado de Derecho buscando anular la independencia judicial a base de gubernamentalizarla como la Fiscalía General del Estado y de humillar al Tribunal Supremo. Como si el Gobierno fuera una instancia revocatoria de sus sentencias sin importante trasladar su ofensiva a instancias europeas en lía con las campañas de desprestigio del independentismo con el dinero de todos los españoles.

Si Zapatero se valió del «puñal del godo» del magistrado López Guerra para liquidar en el Tribunal Europeo de Estrasburgo la doctrina Parot como le exigía ETA, este otro Zapatero sin frenos que es Sánchez hace lo propio con la sentencia unánime del Tribunal Supremo que condenó por sedición a sus socios independentistas para, a renglón seguido, rebajar el delito de sedición y correr a Waterloo para traer en andas al prófugo Puigdemont que Noverdad Sánchez prometió poner a recaudo de la Justicia. Para el Gobierno, como ha corroborado con su desahogo y desparpajo el ministro Ábalos, el Estado de Derecho no deja de ser piedras en el camino que hay que «ir desempedrando» para complacer a sus socios y aplanar el cambio de régimen. Todo ello con la complicidad silente de un Tribunal Constitucional cuyos miembros están más pendientes de alimentar sus expectativas de destino que de cumplir con su alta encomienda, como ejemplifica que, al cabo de año y medio, siga sin pronunciarse sobre la primera declaración del estado de alarma por la covid. Cuando se aclare si es churra o merina, ya la oveja estará muerta.

Tal metamorfosis avanza rauda hasta adueñarse de la casa tomada misteriosamente como en el relato inolvidable de Julio Cortázar favorecida por esa tendencia ancestral de los españoles a engañarse. Por ello, cuando el problema catalán se revela casi tan irresoluble como la cuadratura del círculo y genera el hartazgo que verbalizó un camarero de la cantina de la estación de Córdoba al ver en el televisor las imágenes de un nuevo atentado de ETA exclamando «esto de lo vasco es mú cansao y mú seguío», en presencia del escritor Luciano Rincón, quien desayunaba allí en su peregrinaje por los presidios en los que cumplió condena durante el franquismo, muchos se hacen la ilusión de que el tigre se puede amansar y convertir en gato doméstico hasta comprobar que quien monta un tigre no puede descabalgarlo cuando se le antoja. Como la dama de Riga del relato de Kipling que salió a pasear a sus lomos y regresó de su excursión dentro del estómago de una más que sonriente fiera.

No obstante, hay quienes se disfrazan de tigre buscando amigarse hasta acabar engullidos con la piel de tigre puesta. Bajo el embozo de tigre nacionalista, ha discurrido el PSC desde su tripartito con ERC para las presidencias sucesivas de Maragall y Montilla hasta propiciar la hegemonía independentista con un president de una formación minoritaria hasta que multiplicó sus polluelos en el nido socialista. Como en el poema de Martín Fierro, «de los males que sufrimos / hablan mucho los puebleros, / pero hacen como los teros / para esconder sus niditos: / en un lao pegan los gritos / y en otro tienen los güevos». Por la senda del PSC, llegaron al mando del PSOE tanto Zapatero como Sánchez, tras ser removido éste último por los barones que le asentaron en el machito a la espera en vano (como Godot) de una Susana Díaz que hoy llora como una Magdalena.

Tratando de encajar primero al nacionalismo y ahora al independentismo, el PSOE ha dejado de ser un partido de Estado y ha desencajado España hasta el punto de abominar con el sanchismo su proyecto capital de la Constitución de 1978 dentro de un amplio consenso nacional que coronó el complejo tránsito de la dictadura a la democracia para ejemplo y prestigio internacional de España. Sánchez se abraza al avispero, como López Obrador, apelando a una política de utilidad pública que es provecho propio en perjuicio del interés común. De ahí que a la Cataluña silenciada por el procés no debiera seguir la España silenciada por un proceso español en el que la frivolidad de actual establishment -desde la política a la económica, pasando por la intelectual y la eclesial- se corresponde con aquel otro al que el filósofo Julián Marías, gran discípulo de Ortega y Gasset, achacó la Guerra Civil de 1936.

 

                                                                        FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

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