El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el acto en el Liceu.
“En esa cárcel se negociaron indultos”, decía Albert Rivera desde su escaño el 31 de octubre de 2018, dirigiéndose directamente a Pedro Sánchez. “En esa cárcel se negociaron prebendas, en esa cárcel se negoció impunidad. Señor Sánchez, yo le pregunto [sí, usted ríase pero a mí no me hace ni pizca de gracia], ¿usted va a prometer indultos a los que han intentado romper nuestra democracia? Es muy fácil: ¿sí o no? Y ya le digo yo lo que va usted a hacer si no me contesta: evidentemente lo va a hacer, ¿y sabe por qué? Porque usted no tiene escrúpulos, porque a usted le vale todo por estar un cuarto de hora más en Moncloa, y porque el señor Iceta ya dijo en campaña que había que indultar a los que habían dado un golpe contra la democracia; también lo dijo la señora Cunillera, que también es del Partido Socialista y ustedes callan y otorgan. A mí me da vergüenza que los Presupuestos de mi país se negocien en una cárcel, señor Sánchez…”. En su respuesta, el aprendiz de sátrapa negó con vehemencia la acusación de los indultos: “Falso es falso, no es no, y nunca es nunca”. ¿Quién podía imaginar que casi tres años después este hombre todo virtud, este personaje anclado a la verdad como una roca, traicionaría a la mayoría de españoles indultando a los delincuentes que le mantienen en el poder?
Tenía razón Rivera, quizá el político español que más rápida y profundamente llegó a calibrar la catadura moral del personaje que hoy ocupa la Presidencia del Gobierno. Conviene regresar, siquiera incidentalmente, a lo que en economía se llaman los “fundamentales”. Sánchez firmó un pagaré la tarde noche del 31 de mayo de 2018 con los socios -los separatistas de ERC y los herederos de ETA (EH Bildu), además del nacionalismo vasco de derechas (PNV)- que le ayudaron a ganar la moción de censura contra el Gobierno de Rajoy, pagaré que debe ir pagando en los plazos que sus acreedores reclamen. Porque si incumpliera sus compromisos de pago, al día siguiente tendría que disolver las Cortes y convocar elecciones generales. Esta es la pura realidad, la atroz encarnadura que mantienen a la nación atada a “Sánchez y su banda”, en feliz expresión también de Rivera. Esta es la cuerda con la que el personaje y su partido, el PSOE, decidieron ahorcarse y de la que un día no lejano acabarán colgando, que nadie lo dude, pero es una cuerda que van a pagar a muy alto precio España y los españoles. Y todo lo ocurrido esta semana, en realidad todo lo que viene sucediendo desde finales de mayo del 18, además de todo lo que va a ocurrir tras la concesión de los indultos, todo, está anclado, fundido en piedra como la espada Excálibur, a la moción de censura.
Asistimos al final del régimen del 78 y la apertura de un periodo de incertidumbre que nadie sabe bien a dónde nos conducirá. Es el sometimiento de uno de los grandes Estados europeos de siempre a las ambiciones de un solo personaje. Con la coda de que la humillación a la nación de ciudadanos libres e iguales, el sacrificio al prestigio de España y el golpe mortal a su sistema judicial, no van a servir de nada, porque no se puede convencer a quien ha hecho del odio a España su medio de vida. Muchos españoles estarían encantados en reconocer su error y, llegado el caso, celebrar con general volteo de campanas la evidencia futura de que la gracia concedida sirvió para cerrar heridas, tender puentes y empezar a caminar por esa senda de concordia que Sánchez se ha encargado de pregonar estos días. Y, de hecho, han sido tantas las toneladas de estiércol propagandístico vertidas sobre la ciudadanía que muchos españoles de buena voluntad han terminado por comprar la mercancía, dispuestos a dejarse seducir por la eventualidad de ese arreglo milagroso. Cualquiera, sin embargo, que conozca mínimamente el paño sabe que no está en la naturaleza del nacionalismo dar marcha atrás, como los propios indultados se han encargado de dejar bien claro en la desafiante puesta en escena de su excarcelación. Indultados, unos pocos; humillados, casi todos.
Para una mayoría de catalanes que vienen soportando el flagelo nacionalista, los indultos han supuesto apurar el cáliz de la marginación a que vienen sometidos desde tiempo ha. “Como ocurría con Franco, en Cataluña se puede vivir bien si no te metes en política, si no te enfrentas al nacionalismo hegemónico. Si te conviertes en una sombra que se dedica a ir y venir al trabajo y hacer tu vida con tu familia mirando hacia otro lado. Pasas de política. Llevamos ya muchos años de sometimiento, de no contar para nadie. Muchas broncas familiares, muchos lazos afectivos rotos, mucho resquemor, muchas algaradas, muchos contenedores ardiendo en la calle y en las conciencias. Oponerse al nacionalismo supone tener cierta madera de héroe y exponerte a la marginación o a algo peor. Y luego está el abandono, esa sensación de traición por parte de los gobiernos de Madrid. A quienes nos sentíamos españoles además de catalanes, siempre nos han dejado en la estacada. Toda traición ha tenido su relato. De modo que hoy toca comernos en silencio la rabia de este nuevo atropello y pasar página. Mañana será otro día, agosto está a la vuelta de la esquina y con él las vacaciones. Lo único que tengo que decidir con mi familia, como les ocurrió a tantos judíos en la Alemania nazi, es en qué momento vamos a irnos de Cataluña y a dónde. Los héroes han muerto, y aquí lo han hecho a paladas”.
No es el final de nada. Es, desde luego, la puerta que se cierra al sistema del 78 y la apertura de otra que nos conduce al museo de los horrores de ese referéndum de autodeterminación que vienen reclamando los separatistas y que, más pronto que tarde, Sánchez otorgará sin la menor duda en tanto en cuanto suponga una exigencia inexcusable de sus socios para seguir sosteniéndole. Ya se han encargado ellos de aclarar estos días a qué tipo de referéndum se refieren: “Un referéndum de autodeterminación que conduzca a la independencia de Catalunya”, que no les vale cualquier otro que puedan perder. Es la culminación de la deriva iniciada en 2004 por Zapatero, el desmantelamiento de la España constitucional y el inicio de un camino que debería conducirnos, de la mano de Iceta y del PSC, a esa república federal o confederal que supondrá el final del periodo de convivencia más largo y fructífero que ha conocido la historia de España. Ahora mismo Sánchez y su banda ultiman en el Congreso el desguace de la reforma que en 2015 llevó a cabo el Gobierno de Rajoy para dotar al Constitucional de poderes ejecutivos para hacer cumplir sus sentencias. Desmontar las instituciones del Estado, vaciar la Constitución. Sánchez y su banda necesitan preparar el terreno para que los acuerdos que se puedan alcanzar en esa vergonzante mesa de diálogo que proyectan al margen del Parlamento no choquen frontalmente con la obligación del alto tribunal de interpretar las leyes conforme a los principios constitucionales. El bergante está haciendo lo mismo que el separatismo hizo en las jornadas del 6 y 7 de septiembre de 2017 en el Parlament de Cataluña. Para gobernar como el autócrata que de hecho es, necesita terminar de someter a la Justicia. Hasta ese punto llega su hermanamiento con los golpistas. Como ellos, le urge cubrirse ante la eventualidad de, un día no lejano, ir a parar a la cárcel por el crimen contra la nación que está perpetrando.
La propaganda gubernamental, siempre tan poderosa, ha iniciado ya el cerco a los partidos opuestos a los indultos, particularmente al PP, la parte más débil de la cadena de rechazo una vez Ciudadanos reducido a un papel meramente testimonial. El diario gubernamental desbarraba el jueves sobre “la soledad del PP”, y el director de La Vanguardia iba más lejos, dispuesto a perdonar a Casado su extravío y devolverlo a la casa del padre: “Reencontrar a los populares”. Y claro que hay alternativa a unos indultos que, en fondo y forma, no son otra cosa que el salvavidas que el felón que ahora ocupa la presidencia lanza –sociedad de socorros mutuos- a un movimiento fragmentado y en claro retroceso que apenas representa al 25,8% del censo electoral (todo el separatismo, incluyendo al PDeCAT y otros grupúsculos que no obtuvieron representación el 14 de febrero pasado) en las últimas autonómicas, frente al 37% del censo que lograron en diciembre de 2017. Un movimiento xenófobo y supremacista que apenas representa el 18,66% de la población total de Cataluña. Cifras, no elucubraciones. Un movimiento al que solo la debilidad extrema –en eso tiene toda la razón Oriol Junqueras- de un Estado caído en manos de un forajido y su banda va a permitir recuperar resuello.
En Cataluña se ha intentado todo y por su orden, y todo ha fracasado. Se ha intentado todo menos hacer cumplir la ley. Desde hace mucho tiempo vengo escribiendo que el de Cataluña es un problema de democracia, de ausencia de democracia arteramente sustituida por el diktat nacionalista con la connivencia dolosa de los gobiernos centrales. La dictadura del separatismo, la impunidad de los Jordis. Se trataría de algo tan elemental como de darle una oportunidad a la democracia, lo que implicaría intentar gobernar para el 100% de los catalanes o por lo menos para el 81,34% de la población que en febrero pasado no votó por la independencia y que son tratados como extranjeros por la minoría opresora que se ha adueñado de las instituciones catalanas. La abrumadora evidencia de esos porcentajes no hace sino poner de relieve la monstruosidad perpetrada por Sánchez con unos indultos que no solo no van a resolver el contencioso, sino que van a dar nuevo impulso a un “procès” que había entrado en vía muerta y caminaba hacia la extinción. Gobernar para la mayoría de los catalanes, en la convicción de que siempre habrá un porcentaje de entre un 15% y un 20% de nacionalistas con quienes será preciso seguir practicando la famosa “conllevanza”.
Lo que no puede hacer nunca un Estado con siglos de historia detrás como el español, un Estado que se respete a sí mismo, es rendirse ante la tropa de desalmados que esta semana y a su salida de la cárcel recibían el regalo del indulto con todo tipo de bravuconadas e improperios contra el otorgante de la dádiva y lo que él, por desgracia, representa. El enemigo de España no es Puigdemont, ni Junqueras, ni los Jordis, ni su prima la de Vic, una tropa que en el vecino país del norte ni siquiera serían un grano en el culo de la República Francesa, fácilmente extirpable. El enemigo de España se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón, un adversario, conviene no olvidarlo, ciertamente formidable, un tipo muy peligroso, un profesional de la mentira, un psicópata del poder que hará cualquier cosa, aceptará cualquier compromiso, romperá cualquier norma, para seguir en el poder; un aventurero sin escrúpulos, conviene también recordarlo, dispuesto a convertir nuestra feble y doliente democracia en un sistema más parecido al de la Rusia de Putin o a la Turquía de Erdogan que al de las democracias europeas de nuestro entorno. Pedro Sánchez y el PSOE, un partido que al tolerar y sostener a este personaje cierra el círculo de oprobio de su hoja de servicios a España.
Un enemigo formidable que no se rige por norma moral alguna. Sánchez sabe que, con un BCE dispuesto a seguir comprando la deuda que el tesoro público emita, tiene la legislatura garantizada más allá de la eventual prórroga de los PGE. Pero Su Sanchidad no está pensando en 2023, sino en una fecha mucho más lejana. Él está pensando en una democracia meramente nominal, una democracia vaciada de contenido, con elecciones cada 4 años que la claque del IBEX y una mayoría de medios, públicos y privados, le ayudaría a ganar cómodamente. El destrozo podría resultar irreparable. No lo tendrá fácil. Los sondeos indican que el PSOE sigue cayendo y que la credibilidad entre los votantes del tiranuelo engolado está por los suelos. Por encima de la fantasmagoría de medios adscritos al poder, por encima de la vergonzante rendición del episcopado, por encima de un empresariado que ha decidido ponerse de alfombra en espera del qué hay de lo mío, está la opinión de una calle que ha sentido los indultos como una profunda humillación y no parece dispuesta a rendirse. Se trata, Pablo, de no rendirse, de mantenerse firme, de atarse al palo mayor del futuro de este gran país y no escuchar los cantos de sirena de tanto Garamendi con rodilleras como pulula por Madrid dispuesto a susurrarte al oído que cedas y colabores en la tarea de demolición. Como heredero que eres del infame Rajoy y sus Sorayas, es un compromiso que le debes a la ciudadanía, si quieres que los que abandonaron el PP avergonzados con Rajoy y el partido vuelvan a votarte un día. Ha llegado tu hora.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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