No cabe calificarlo de otro modo. Luego de que estos hacendados apremiaran en 2017 la diligencia del Estado para sofocar el fuego que habían avivado atizando las brasas de Artur Mas hasta arder sus negocios con la proclamación de independencia de Puigdemont y Junqueras, ahora arropan unos indultos que saben -de hecho, no lo ocultan- que no frenará los propósitos soberanistas, sino que los acelerará al sentirse impunes los condenados por sedición por el Tribunal Supremo al haber logrado, a la postre, doblar el brazo al Estado de derecho. Si el tribunal sentenciador se opone a tal medida de gracia, por entender que se trata de un "autoindulto" que premia a Sánchez y a quienes le sustentan, otro tanto cabe interpretar con relación a un establishment catalán hecho a comer a dos bocas del erario a base de manifestar en Barcelona una cosa y en Madrid su contraria, despachando a la vez el veneno y su antídoto. Como ese gran impostor que es el conseller de Economía, Jaume Giró, que, viviendo toda su vida tan ricamente de los españoles, se dolía este viernes en este foro de haber sido víctima del Estado opresor. ¡Qué desencaminado andaba el gran Albert Camus cuando proclamaba con vigor ético que el patriotismo no es una profesión! Más que una profesión, puede ser un lucrativo negocio para un pícaro de corbata y traje caro como el ínclito Giró. A éste no se le apreciaba muy sojuzgado cuando recorría España publicitando la bienaventuranza de la absorción de empresas locales por catalanas con sonrisa de truhán como para engañar a Rinconete y Cortadillo en el mismísimo Patio de Monipodio.
Atendiendo a la historia, cierto empresariado catalán ha hecho tradición de ello. Pero esta reunión del Círculo de Economía, consagrada a la confirmación del compromiso de Sánchez con el soberanismo y a propiciar un clima de opinión que edulcore el trágala de un indulto con visos de ilegalidad, ha tenido tintes fáusticos. No se trata de un juego de palabra aprovechando el apellido del presidente del Círculo, Javier Faus, quien reivindicó de principio a fin de las jornadas el indulto al servicio de Sánchez y Aragonès, sin importarle comprometer al Rey presente en la cena de apertura de la convención, sino por cómo parte del empresariado ha vendido su alma al diablo como el Fausto de Goethe. No por casualidad, ya en 1902, el gran poeta Joan Maragall, en un artículo que tituló Por el alma de Cataluña, aludía al «Fausto catalán» y en cómo lleva, como una maldición, a Mefistófeles dentro de sí.
En este aquelarre fáustico, una gran sorpresa ha resultado el destape del presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, al darle, con lengua de madera, su bienvenida a los indultos para solaz y disfrute del Gobierno que la víspera le confería una alta distinción al mérito militar y el trato de excelencia. Poniendo en almoneda unos principios bien acreditados hasta ahora y saltándose a la directiva de la CEOE, como Sánchez con el PSOE, su Excelencia Garamendi tiene bien merecido tal reconocimiento de un Consejo de Ministros que ata en corto a organizaciones dependientes del erario en el que abrevan con pase de privilegio y que aprestan a pastar en las verdes praderas de los fondos europeos destinados a la era post Covid. A cambio de fructuosas prebendas, una subvencionada sociedad civil patrocina el discurso oficial bajo los auspicios de una supuesta independencia que no es tal al ser, en la práctica, una extensión del Ejecutivo y, por ende, un instrumento de control social.
Lo indudable es que, tras desplomarse el tinglado de la farsa por el golpe de 2017, Sánchez repone, con tal concurso, el entremés cervantino de El Retablo de las Maravillas en el que los sablistas Chanfalla, Chirinos y Rabelín hacen como que interpretan lo nunca visto bajo la artimaña de que quien no sea cristiano viejo e hijo legítimo no se percatara del portento. Como nadie quiere sentirse señalado y granjearse la animadversión de una comunidad de crédulos, todos tragan con lo que aquellos randas tienen por pertinente. Como en aquel teatrillo del sabio Tontonelo, los verdaderos títeres no son los que aparecen en la representación, sino los espectadores a la función, cuyos cordeles maneja a conveniencia la trinca de rufianes.
En ese estupefaciente estado de cosas, cuando el presidente del PP, Pablo Casado, llegó a Barcelona, como el furriel del sainete que arriba al pueblo para apalabrar el alojo de la soldadesca y hace notar que el retablo no alberga prodigio alguno, y se negó a comulgar con las ruedas de molino de indultos por ilegales e inútiles, cosechó una reprimenda de sus anfitriones pareja a la del despensero del regidor de las milagrerías: "¡De ellos [judío o bastardo] es, pues no ve nada!". Tal rudeza contra el jefe de la oposición sólo se compadecía porque todos ellos acallan su comezón como el edil de monterilla mascullando: "Habré de decir que lo veo por la negra honrilla".
Como admitió en la presentación de Casado uno de sus apuñaladores en la celada barcelonesa, Jordi Gual, a la sazón presidente de CaixaBank en las fechas en las que la primera entidad de ahorro de España hubo de sacar de Cataluña su sede social por seguridad jurídica a causa del 1-O, saben que esta merced no atajará nuevas tentativas. De hecho, así figura prístinamente en el pacto de investidura de ERC, JuntxCat y CUP, y revalidaron este viernes en Waterloo el president Aragonès y el prófugo Puigdemont, a la par que despreciaron unos indultos no pedidos refrendando su apuesta por un nuevo embate por la amnistía y la autodeterminación. En lugar de obrar en coherencia, Sánchez trata de velar, como deudor de sus votos, la realidad y armará mañana un montaje estelar del Retablo de las Maravillas en el Teatro del Liceo, donde la corrupción y el golpismo hallan asiento.
A este respecto, Cataluña consigna menos variaciones que un espectáculo de music hall, como bromeaba Bernard Shaw. Para ejemplificarlo, relataba que una noche, aburrido de un prestidigitador ejercitándose con unas bolitas, se marchó y, al regresar al cabo de 10 años, se topó con el mismo artista manoseando aquel número y aquellas bolas. En Cataluña, los ilusionistas fluctúan, pero el plan no. Lo más dramático es que, habiendo quedado a las puertas del infierno en 2017, ahora el secesionismo se precipita a franquearlas arrastrando a toda España al averno.
Como no se le escapa ni a un lerdo, estos indultos no traslucen el fin de nada, sino el inicio de un nuevo ensayo. Las medidas de gracia sirven para cerrar procesos, pero aquí lo reabrirá como, en Venezuela, el indulto al golpista Chávez sumió al país en la dictadura y en el desastre. Esto no dejan de verlo ni los ciegos. Significa autoengañarse como la rana que le diera una segunda oportunidad al escorpión que mató con su letal aguijón a su congénere en la creencia de que el mortal alacrán puede mudar su naturaleza. "¡Démosle ocasión de redimirse al escorpión, hermanas ranas!", proclaman enmascarados con buenos propósitos los que, en verdad, ansían el sesteo de los batracios españoles introduciéndoles en un cazo con agua fría para ponerlos a calentar a fuego lento de forma que su cuerpo se vaya aclimatando hasta que, dormidos, finiquiten cocidos sus horas. Hágase así, a diferencia de 2017, que, al ser arrojados los ciudadanos catalanes de golpe al liquido hirviente, muchos reaccionaron poniéndose a salvo de brioso brinco.
Para que el sopor facilite la devastación de la nación española, el Gobierno busca dar aire de normalidad -cuasi rutinario y oficinesco- al hecho capital de la firma de Felipe VI a los indultos de la ignominia. En tal menester, tan innegable es el deber constitucional de la Corona de sancionar las leyes que se promulguen, al margen de su estima sobre ellas, a modo de fedatario gubernamental, como que, en casos límite para un jefe de Estado que es cabeza de la Nación, como verificó el padre el 23-F de 1980 y el hijo el 3-O de 2017 en sendas asonadas, una militar y otra civil, esa obligación adquiere hoy características agravantes de imposición e, incluso, de humillación con un "autoindulto" que Sánchez se dispone a cristalizar contraviniendo al Tribunal Supremo que juzga una clara desviación de poder para eternizarse en La Moncloa. En un Estado de derecho, el uso que se hace de la ley es tan importante como la ley misma para respetar el espíritu de éstas y preservar su genuino sentido, como prueba un Reino Unido que carece de Constitución escrita.
A nadie se le oculta -menos a un presidente sin escrúpulos- que esta sanción real personifica un trágala para quien aquel turbulento octubre supo estar en su sitio y al que hogaño se le pena a debatirse hamletianamente entre la incomprensión de parte de la Nación y el jolgorio de quienes se vengan por mano de Sánchez de su histórica apelación a restaurar el orden constitucional gravemente quebrantado en Cataluña por los golpistas alzados desde el Gobierno autonómico, así como su compromiso de no abandonar a los catalanes traicionados por aquellos rebeldes con nómina oficial.
Aunque La Zarzuela se atenga al "Yo no soy el rey de Bélgica" de don Juan Carlos cuando una periodista italiana de la agencia oficial Ansa le inquirió en 1990 sobre la renuncia al trono de Balduino de Bélgica durante 36 horas para no respaldar la despenalización del aborto por objetar de la misma merced a un ardid constitucional, nadie ignora el brete en el que Sánchez sitúa a don Felipe. Con su acto de lesa traición por no apearse del burro independentista, éste se hace merecedor del enrabietado dicterio del gran economista canadiense John K. Galbraith contra el primer ministro británico Chamberlain. A medida que Hitler se tragaba Europa, aparecía con "una perfecta sonrisa de imbécil, una definitiva beatitud de tonto consentido, de tonto dichoso que sonríe más cuanto más irreparable es el desastre que está provocando con su sonrisa". Sin duda, no cabe peor remedio de los males que ignorarlos, ni vía más recta a la autodestrucción que disculpar actos criminales que, en consecuencia, serán reiterados e imitados.
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO
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