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domingo, 6 de junio de 2021

El procés de Sánchez y el zulo de Ortega Lara

 Con el autoindulto Sánchez yerra si calcula que más vale una vez colorado que ciento amarillo

Ulises Culebro 

ULISES CULEBRO

Cuando este martes, en la apertura del vitoriano Memorial a las Víctimas del Terrorismo, Pedro Sánchez -no se sabe si por vergüenza torera tras hacerlo los Reyes- se introdujo en la reproducción del zulo en el que ETA tuvo secuestrado 532 jornadas a Ortega Lara «sin saber cuándo es de día ni cuándo las noches son», como en el Romance del Prisionero, es difícil colegir qué rondó en su cabeza en ese breve lapso. Mientras aquel funcionario de prisiones padece ostracismo y vejación por sus ideas, sus carceleros son sus socios y el capitán de la Guardia Civil Sánchez Corbí que lo liberó en 1997 ha sido purgado por el ministro Marlaska que cada viernes de dolores acerca presos etarras para que el Gobierno vasco les dispense el favor que la Generalitat presta a los convictos del golpe de Estado de 2017. Sánchez parece la doblez misma. Un dechado de hipocresía con cabeza fría, corazón insensible y temperamento voluble bajo una máscara que ya es parte de su piel.

Luego de fingir ser un hijo de las circunstancias con la excusa de las exigencias del líder de Podemos, el adiós a la política de Iglesias, a raíz del batacazo del 4-M en Madrid, prueba que Sánchez es su propia circunstancia. Pese a sus gritos de engaño en pos del voto moderado, refrenda que el lobo era Pedro bajo piel de cordero. Así, quien en 2019 interpelaba en un mitin en Tenerife «¿os imagináis la mitad del Gobierno defendiendo la Constitución y la otra mitad, con Podemos dentro, diciendo que hay presos políticos y defendiendo el derecho de autodeterminación de Cataluña?», hoy lo acomete él sin rubor por habitar La Moncloa.

Después de cortarse la coleta Iglesias (o más bien cortársela Ayuso), Sánchez estima como presos políticos a los reos separatistas a los que busca conmutar en una desviación de poder por medio de un «autoindulto» que, como avisa el Tribunal Supremo en su informe negativo, beneficia a «los líderes de los partidos que hoy por hoy garantizan la estabilidad del Gobierno llamado al ejercicio del derecho de gracia». Como si fueran canapés, sirve en bandeja los argumentos esgrimidos por el secesionismo dentro y fuera de España, para pasmo de propios y desconcierto de ajenos que, como el galo Astérix con los romanos, proferirán «estos españoles están locos».

Con la doble puñalada trapera del autoindulto y la rebaja del delito de sedición, tras negar lo uno y prometer agravar lo otro, además de estar resuelto a poner a buen recaudo al prófugo Puigdemont, Sánchez acuchilla al Estado de Derecho forzando a que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tenga que moverse entre la perplejidad y el sarcasmo cuando estudie el recurso separatista. Desde la traición del conde don Julián dramatizada por Zorrilla en El puñal del godo, no se conoce nada igual. Ello puede arrastrar la imagen de España por los suelos y que su diplomacia sea el hazmerreír continental. ¡Cómo para batallar en el frente exterior con órdagos como el marroquí!

Para más inri, Sánchez da su venia, bajo distintos eufemismos para disimular su juego de cartas marcadas, a la Mesa de la Autodeterminación sin inconveniente alguno en acomodar a un cabecilla del 1-O como Junqueras, a quien el ministro y número dos en el PSOE, José Luis Ábalos, compara nada menos -¡oído al parche!- que con Mandela. Con claro menoscabo de quien derribó el muro del apartheid en Sudáfrica y exaltación de un racista que diferencia los genes de los catalanes de los del resto de los españoles en sintonía con el atrabiliario doctor Robert, alcalde de Barcelona a fines del XIX, que fundamentaba su independentismo en la peculiar conformación del cráneo catalán. En agosto de 2008, no se sabe si por los efectos de las altas temperaturas, Junqueras arguyó que los catalanes se asemejaban genéticamente más a franceses, italianos y suizos que al resto de españoles. Con la muestra de quien presume ser independentista desde los ocho años y de oponerse a la Constitución antes de promulgarse, se aprecia el catálogo entero.

Lo cierto es que el presidente que se compungía porque «no dormiría tranquilo» con Podemos en el Gobierno del insomnio hace suyo el cuestionamiento que entonces deploraba en su vicepresidente cuando Iglesias, en la cita catalana del 4-F, recriminaba la baja calidad de la democracia española porque los golpistas del 1-O estaban entre rejas. Reproduciendo lo escrito por el poeta francés Gérard de Nerval al pie de un retrato suyo, Sánchez puede rotular también «yo soy el otro» al ser intercambiable con Iglesias. Después de usar a éste como intermediario para que visitara a Junqueras en la cárcel a fin de preservar su mayoría parlamentaria, Sánchez ya no requiere su celestineo y se entiende vis a vis con quien acredita tener mejor ojo para calar la debilidad de Sánchez (y antes de Rajoy) que la de este tartufo independentista confundiendo realidad y deseo.

Al cabo de dos años del saludo buscado por el reo Junqueras aprovechando su permiso para asistir a la constitución de las Cortes, donde le emplazó a hablar de todo, Sánchez se apresta a ello con quien tiene dicho y redicho que «gracias a lo que hicimos en otoño de 2017, nos hemos ganado el derecho a repetirlo». Sólo un político dispuesto a sostenerse en el poder a toda costa, desentendido de las secuelas de sus actos, puede emprender tal camino de perdición de un país cuyos intereses prometió proteger situando su mano sobre un repujado ejemplar de la Constitución.

Al margen de que Junqueras, urgiendo ser amnistiado, reitere «que se metan el indulto por donde les quepa» desde antes de la sentencia, Sánchez se determina a pagar el tributo contraído después de que la amarga victoria del PSC no haya servido para configurar un tripartito con ERC que supeditara el Gobierno de Aragonès y, a través de un do ut des, facilitara un apoyo recíproco. El revés posterga al ex ministro Illa, rey por una noche, a un papel de comparsa penoso de fingir con Sánchez dependiendo de Aragonès. Este último ha escurrido el bulto, si bien sometido, a su vez, a unos socios (JuntsxCat, intramuros de la Generalitat, y CUP, extramuros de ella) que le pondrán las peras a cuarto, es decir, fecha de caducidad si no convoca un referéndum de autodeterminación esta legislatura.

Esta porfía por el liderazgo soberanista acelerará una desquiciada carrera en la que los sindicados de Aragonès tirarán de él y éste arrastrará, a su vez, a Sánchez poniendo en jaque al Estado. Se fía a un gradualismo de ERC que no es tal a la hora de la verdad. Cuando Puigdemont titubeaba si anticipar elecciones para soslayar la intervención de la Generalitat por la vía del artículo 155 de la Carta Magna, Junqueras empujó al president a ejecutar la declaración de independencia asistido por Rufián con un incendiario tuit que le incriminaba ser un Judas listo para venderse por 30 denarios de plata.

Con el autoindulto, Sánchez yerra de medio a medio si hace el cálculo de que más vale ponerse una vez colorao que ciento amarillo y que luego el tiempo enfriará la lava del volcán que desatará la gracia repudiada por la mayoría de los españoles. Ello esclarece que ahora lo saque a la palestra sin comicios en ciernes tras negarlo en vísperas electorales. Como dijo Caracol El del Bulto, padre de Manolo Caracol y mozo de estoques de Joselito El Gallo, al empaparle el traje entero un rebufo de vapor proveniente del Expreso que le había trasladado de Sevilla a Madrid con gran retraso: «Ese roneo, cojones, en Despeñaperros».

Al igual que Chamberlain festejaba la paz de su tiempo presumiendo de haber apaciguado a Hitler, Sánchez hace deliberada ignorancia sobre la voracidad de quienes carecen de límite por lo que es absurdo tener fe en ellos. Fue lo que le aclaró Ortega a Azaña en las Cortes, si bien este último se percató tarde constatando cómo Companys explotaba la revolución de Asturias de 1934 para promulgar el Estat català y reincidir en plena Guerra Civil. Esa doble traición le llevó a anotar en 1937 en La velada en Benicarló: «Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término (...), la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho».

Por eso, como un semáforo averiado, Sánchez irá del colorao al amarillo a rastras de quienes se la jugarán las veces que sea menester al sentirse impunes desbarren lo que desbarren. No obstante, creyéndose par de Federico II de Prusia, reanuda la escapada en la seguridad de que hallará, como aquel déspota ilustrado, a un idiota que justifique en Derecho la tropelía que cometa. Empero, el autoindulto será de difícil y ardua digestión para quien se empecina en incurrir en los errores del ayer bajo la máscara de la aparente novedad. Todo ello con la ansiedad del impostor que teme ser desenmascarado o quizá ya está siéndolo a tenor de las encuestas que hunden su popularidad y sus perspectivas de voto.

A este respecto, produce una mueca amarga que los servicios de propaganda de La Moncloa promuevan como acto de arrojo de Sánchez su clamorosa deserción. Rebuscando en el ropero de la historia, como el que va a la tienda de disfraces en los prolegómenos del carnaval, buscan acomodarle un traje que le dé porte de estadista, al igual que en los días más crudos del confinamiento por la Covid sin que tales atuendos cubrieran la desnudez de su negligente gestión. Es verdad que, en estos «tiempos bobos» como aquellos de Galdós, en los que cualquier estupidez tiene acomodo y asiento de ley, brota una nueva especie de impostores. Entronizándose como héroes contemporáneos, se arrogan victorias en batallas que no libraron y se apropian de los honores que aquellos otros que se dejaron girones de piel, cuando no la vida, en el envite.

Así sobre el fuste torcido del pacificador del Pas Vasco que no fue Zapatero, sino blanqueador de la derrota de ETA merced a una sostenida política antiterrorista del aparato policial y judicial del Estado, ahora los constructores de relatos copiados de exitosas series cinematográficas quieren ceñir con esa corona de laurel las sienes de Sánchez con relación a la Cataluña que incendió Zapatero para ser presidente con un estatuto inconstitucional que desató la caja de Pandora con el tripartito de Maragall.

En esa falsía, si el terrorista Otegi era un hombre de paz para Zapatero sin importar su trayectoria sanguinaria, el golpista Junqueras es Mandela para un Sánchez que vive al día abonando la hipoteca que contrajo para morar en La Moncloa por encima de las posibilidades que le otorgaban sus votos. A diferencia de los versos agradecidos del poeta libanés Yibrán Jalit Yibrán a los benditos ladrones que «me robaron mis máscaras», aflorando su auténtica personalidad, Sánchez se aferra a esa máscara para, asomado con curiosidad de turista al zulo rehecho del secuestro de Ortega Lara, salir como entró. Sin reconcomios ni problemas de conciencia.

 

                                                           FRANCISCO ROSELL  Vía EL MUNDO

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