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miércoles, 27 de mayo de 2015
EL COMPLEJO CAMINO DEL CAMBIO
Los resultados de las pasadas elecciones en España, las reacciones de los partidos ante posibles pactos para gobernar autonomías y ayuntamientos, proporcionan algunas pistas que deben analizarse trascendiendo el mero morbo o cotilleo. Fijando la vista más allá del simple reparto de poder entre formaciones políticas. Resulta llamativo, pero no sorprendente o novedoso, que los electores aprovechen las elecciones autonómicas y municipales para castigar a Mariano Rajoy. Es demasiado común que las autonómicas se voten en clave nacional, un fenómeno advertido hace años, con inquietantes consecuencias. La complejidad, la multiplicidad de escalones en la administración, conducen a una enorme dificultad para identificar las competencias de cada cual, para atribuir responsabilidades concretas. Ante tal indefinición, muchos votantes fijan su mirada en el gobierno nacional, allí donde los grandes medios focalizan su atención.
Los políticos regionales perciben mucho más rentable expandir redes clientelares, colocar a los partidarios y repartir favores, que establecer una administración eficiente
Así, los gobiernos autonómicos poseen pocos incentivos para gestionar bien pues se sienten tan solo débilmente controlados por el voto. Los políticos regionales perciben mucho más rentable expandir redes clientelares, colocar a los partidarios y repartir favores a ciertos grupos de presión, que establecer una administración eficiente, capaz de prestar servicios de manera eficaz y barata. De todos los males, siempre tendrá la culpa Madrid.
El hecho de que la corrupción nunca afectara significativamente a los resultados electorales, fue interpretado como indiferencia o consentimiento de la población ante el latrocinio generalizado. Errónea explicación. Con una corrupción tan extendida, desde el Rey hasta el último concejal, siendo la putrefacción la regla, no la excepción, de poco sirve negar el voto al partido que protagoniza un escándalo. Habría que apoyar a otro que, seguramente, sigue el mismo procedimiento de cobro de comisiones. La corrupción se daba por descontada, igualaba a los participantes, nivelaba el terreno de juego. Y el voto respondía a otros motivos diferenciales. Sólo quedaba la abstención como derecho al pataleo.
Cambio de reglas, no de caras
El enfoque ha cambiado en estas elecciones. Pero solo en parte. Siendo la corrupción una característica consustancial al sistema, parte del electorado se ha decantado por nuevos partidos, todavía vírgenes, no identificados con el Régimen. Pero no se ha producido el vuelco de la Italia de los 90, donde el descubrimiento de Tangentopoli condujo a la desaparición de los partidos tradicionales. Quizá mucha gente considere que un mero cambio de caras no es garantía de limpieza, que la corrupción generalizada no surge de la intrínseca maldad de los dirigentes: constituye un equilibrio perverso sustentado en la ausencia de controles y contrapesos eficaces. Si no cambias las reglas, acabarás con idénticos resultados.
Sin una reforma profunda, radical y sostenida, el encaje de los nuevos partidos en el sistema corrupto es solo cuestión de tiempo. Máxime cuando surgen con un discurso plagado de discrecionalidad y arbitrismo, proponiendo medidas simples para cada problema complejo, sin considerar el conjunto, los efectos secundarios que crean problemas nuevos. Llegan con un enfoque de arbitrariedad y demagogia, no de reglas generales. Gran parte del electorado continúa votando a los corruptísimos y nefastos partidos dinásticos porque aun no vislumbra una opción alternativa coherente y fiable. Ni unos dirigentes que proporcionen un ejemplo intachable.
Abocado a acuerdos con los partidos tradicionales, Ciudadanos pretende no mojarse de momento, solicitando ciertas condiciones puntuales para pactar. Una de ellas es la exigencia de primarias, una medida necesaria en términos generales, pero ineficaz en partidos ya degenerados o en sistemas completamente podridos. Con buena parte de la militancia colocada en puestos de la administración, o aledaños, el voto de las primarias no refleja solo la valía o ideas del candidato. Responde también a inconfesables intereses corporativos, a intercambios de favores. Un clientelismo extremo donde cada cual vota al capo de su mafia, aquél a quien debe las prebendas.
¿Una ley para cada problema?
Las primarias podrían resultar improductivas incluso en los nuevos partidos, si el voto refleja expectativas de reparto de favores futuros, si responde a una perversa dinámica de grupos de intereses. ¿O piensan que todos los recién llegados a la política vienen movidos por generosidad, patriotismo, ansias de servir a sus conciudadanos? La exigencia de primarias es un buen ejemplo de medida atractiva, de gesto de cara a la galería, que se diluye en agua de borrajas si no va acompañada de reformas mucho más profundas, capaces de atajar el clientelismo, el particularismo o el intercambio de favores. La pretensión de cambiar el sistema con medidas puntuales, parciales, sin considerar el panorama global, ni atajar de raíz las causas últimas de los males, conduce a una trampa de difícil salida. Los nuevos partidos entonan una letra distinta. Pero la música, el tono y el ritmo, podrían sonar igual.
El Régimen entra en una nueva etapa de acelerada descomposición, con un panorama político mucho más fraccionado, mayor competencia por el reparto de puestos, ventajas y prebendas
El Régimen entra en una nueva etapa de acelerada descomposición, con un panorama político mucho más fraccionado, mayor competencia por el reparto de puestos, ventajas y prebendas. Unos pretenden estirar el brazo más que la manga, prometiendo un presupuesto de goma, capaz de satisfacer cualquier "derecho" a cambio de una papeleta. Otros cantan loas a la ansiada regeneración, sin saber muy bien qué significa o cómo llevarla a cabo. Pero todos parecen dispuestos a implantar numerosas medidas puntuales: ante cada problema, nueva norma, nuevo decálogo. Olvidan que la regeneración comienza suprimiendo la selva de leyes, las múltiples excepciones que fomentan el favoritismo y la arbitrariedad. Primando reglas generales, sencillas e iguales para todos. In claris non fit interpretatio.
A pesar de su nulidad, su visión estrecha, su limitación a intereses particulares, partidistas y grupales, a pesar de ser la quintaesencia de un Régimen que se descompone, Mariano Rajoy ha tenido suerte. Si hubiera encontrado enfrente una opción alternativa seria, coherente, con claro proyecto de futuro, con dirigentes dando ejemplo de valía, honradez y valentía, despreocupados de tácticas electoralistas, no hubiera quedado de él ni las raspas.
JUAN M. BLANCO @BlancoJuanM (Vía VOZ POPULI).
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