Las
elecciones municipales, el traspaso de importantes alcaldías a candidatos en la
órbita de Podemos, ha suscitado la preocupación de importantes banqueros y
empresarios. Por fin, tras décadas de adulación, de estomagante
peloteo, de desmesurados halagos hacia los dirigentes políticos, por muy
zoquetes que fueran, los grandes gestores empresariales comienzan a hablar de
política en serio, a manifestar opiniones críticas, a advertir de los peligros
que perciben en el horizonte. Ya era hora de que los empresarios del Ibex, y
algún añadido, expresaran criterios serios, o alarmas, en lugar de lanzar
absurdos panegíricos. Bienvenido sea un cambio de actitud en beneficio de la
transparencia, del debate de ideas... si no fuera porque fueron precisamente
los grandes empresarios quienes contribuyeron, codo a codo con los políticos, a
crear el caldo de cultivo idóneo para el arraigo del ahora denostado populismo.
De aquellos polvos... estos lodos.
Las grandes figuras
empresariales no sólo deben responder ante sus accionistas: como parte de la
élite dirigente mantienen una importante responsabilidad ante la sociedad en su
conjunto
Lo mismo que Hugo Chávez no fue fruto de la casualidad sino resultado
de la gestión de Carlos Andrés Pérez, del sistema de
corrupción sistémica que asoló Venezuela durante décadas, la difusión
de las ideas populistas en España es consecuencia de un Régimen de
arbitrariedad, privilegios y latrocinio generalizado. De dirigismos y
paternalismos que inhibieron la responsabilidad individual, otorgando a los
dirigentes la potestad de resolver a su criterio hasta la más mínima molestia
que pudiera aquejar al ciudadano. De poco sirve lamentar, rasgarse las
vestiduras, señalar los nubarrones en el horizonte cuando se ha favorecido, por
acción u omisión, la degradación del sistema. Las grandes figuras empresariales
no sólo deben responder ante sus accionistas: como parte de la élite dirigente
mantienen una importante responsabilidad ante la sociedad en su conjunto.Eliminar privilegios, no generalizarlos
La élite empresarial selló un acuerdo tácito con la clase política para obtener favores y privilegios, contratas o legislación favorable, a cambio de apoyos y comisiones. Contribuyeron a un sistema cerrado, blindado a la competencia, donde el éxito empresarial dependía mucho más de la cercanía al poder que de la capacidad innovadora o la eficiente gestión. Halagaron públicamente, dieron jabón por toneladas a todos los presidentes, fueran nacionales o autonómicos. Rieron las gracias a Juan Carlos, confundiendo el humor con la vulgaridad, favorecieron sus enjuagues, sus disparos, esos negocios relacionados con el Golfo. Hicieron oídos sordos ante la corrupción de la Corona, la vista gorda ante el desmesurado expolio de los contribuyentes. Y gastaron millonadas en paquetes publicitarios para controlar la información sensible, generando una prensa repleta de tabúes, absorta en la autocensura, sumisa al poder, un periodismo anclado a un partido u otro, cobarde, dependiente de sobres o información sensible, alejado de la objetividad. Ningún Ben Bradlee pudo surgir en semejante panorama
Las ideas populistas se difunden con facilidad en una España harta, hastiada de los privilegios de la clase dirigente, huérfana de reglas claras, alejada de la igualdad ante la ley, acostumbrada a apaños y componendas en las alturas. Donde los medios hurtan, ocultan el debate de fondo. Los populistas prometen otorgar al pueblo los privilegios de las élites, de la casta, extender los "derechos" de la oligarquía a los integrantes de otros grupos, unos sujetos que, al final, suelen coincidir con sus partidarios. Es la argucia para continuar con el secular reparto de prebendas y cargos, ahora en nombre del pueblo. Una estrategia que conduce a la máxima lampedusiana: que no cambie el fondo ni la sustancia del sistema, tan sólo los protagonistas y la retórica. La auténtica regeneración no consiste en extender las prerrogativas a todos, en distribuir favores a más grupos y facciones. No se trata de multiplicar los privilegios sino de eliminarlos, de restaurar la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
Abonaron el terreno para el populismo
El populismo encuentra un entorno favorable donde los gobernantes se atribuyeron la facultad de cuidar, guiar y proteger al ciudadano, incluso de sí mismo, allí donde fomentaron el infantilismo de las gentes, el miedo a la libertad. Con sus sencillas consignas, los populistas conectan fácilmente con una población dependiente, quejumbrosa, blanda, protestona pero muy poco crítica, inclinada a despotricar, a gritar, pero no a buscar remedios. Echan sus raíces en terrenos donde los políticos han diluido la responsabilidad individual para crear masas, rebaños, no ciudadanos. En lugares donde el discurso oficial recitó falsos derechos sin mencionar los correspondientes deberes, donde el trato no dependía de la valía personal, o el esfuerzo, sino del grupo al que se perteneciese.
Si su preocupación por el futuro es sincera, los grandes empresarios no pueden limitarse a improvisar, alarmar o dar palos de ciego. Ni a realizar declaraciones contrarias al ejemplo ofrecido. Ni a impulsar a partidos como Ciudadanos, tan solo para repescar el voto desencantado o indignado con los partidos convencionales. Ni a promocionar figuras que se apuntan a un bombardeo, personajes cuyo único objetivo es sentarse en la poltrona de ministro... aunque sea de marina. Mucho menos a animar efímeras y torpes operaciones, como la de Esperanza Aguirre, ampliamente secundada por la prensa amiga, para desplazar a cualquier precio a Manuela Carmena de la alcaldía de Madrid.
Los líderes empresariales
prestarían mejor servicio a sus conciudadanos impulsando la verdadera
regeneración
Los
líderes empresariales prestarían mejor servicio a sus conciudadanos impulsando
la verdadera regeneración, apoyados en su enorme poder mediático. Facilitando
la retirada de las barreras que limitan la competencia. Favoreciendo una prensa
libre, capaz de informar objetivamente lejos de la amenaza y la coacción de los
grandes anunciantes. Fomentando mecanismos de selección de élites con criterios
meritocráticos, lejos del amiguismo, la cuna o los privilegios. Para andar por
las ramas, marear la perdiz, quedarse en la espuma de los problemas... mejor es
callarse.
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