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Laudato Si´ abunda en
pronunciamientos de Francisco sobre numerosos asuntos de detalle, desde el
deterioro de las barreras de coral (n. 41) a su apuesta por "priorizar
el transporte público" porque "en las ciudades circulan muchos
automóviles utilizados por una o dos personas" (n. 153).
Nadie puede pretender que los católicos estén obligados en conciencia a
seguir esas opiniones. A tenerlas en cuenta con humildad y prudencia, sí,
pues no en vano provienen de quien tiene a su cargo la guía de la Iglesia.
El 18 de agosto de 2014, en la
rueda de prensa con los informadores en su vuelo de regreso de Corea,
el Papa habló así del documento que preparaba: "De la protección de la
creación, de la ecología, también de la ecología humana, se puede hablar
con relativa seguridad hasta un cierto punto. Después vienen las hipótesis
científicas, algunas bastante seguras, otras no tanto. Y una encíclica así
debe ser magisterial, debe ir únicamente sobre seguro, basándose en las
cosas que son seguras... Hemos de ir a lo esencial y a lo que se puede
afirmar con seguridad".
El texto final no ha respondido a ese criterio, y asume sin apenas matices
hipótesis sobre el medio ambiente o el clima que son objeto de contestación
por una parte significativa de la comunidad científica.
Hay incluso en la encíclica un juicio de intenciones sobre los
discrepantes, considerados acomodaticios o fanáticos y convertidos en
obstáculos: "Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun
entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la
resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas"
(n. 14).
Sin embargo, es evidente que numerosas afirmaciones en la encíclica pueden
ser legítimamente discutidas. Veamos un ejemplo. Al hablar de los residuos,
dice el Papa que "la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez
más en un inmenso depósito de porquería" (n. 21). Sin embargo, en su
ya clásico libro El ecologista escéptico (Espasa, 2003), Bjorn Lomborg demuestra que toda la basura
producida en Estados Unidos a lo largo del siglo XXI cabría en un vertedero
de 28 kilómetros de lado, esto es, un 0,009% del territorio del país. ¿Está
obligado un católico a rechazar este dato por razones que surjan de otro
lado que no sea la discusión científica?
Del mismo modo, en el capítulo III las culpas de la situación
medioambiental mundial tal como ha sido descrita recaen sobre el
"paradigma tecnocrático", el "sobreconsumo" y el
"sistema industrial". Sin embargo, es un hecho que "el
aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación
ambiental" (n. 25) que también denuncia Francisco se produce precisamente
desde las zonas de menor "paradigma tecnocrático", menor
"sobreconsumo" y menor "sistema industrial" a las zonas
donde el "paradigma tecnocrático", el "sobreconsumo" y
el "sistema industrial" florecen con mayor vigor.
Por otro lado, ¿cómo puede la "degradación ambiental" deberse al
"sobreconsumo" y a la vez empeorar la "miseria"? La
pretensión resulta insostenible salvo en una versión ecologista de la lucha
de clases (ricos/pobres, Norte/Sur) que el Papa, en su manifiesto rechazo
de la metodología marxista, no acepta, y que además rebaten numerosos
economistas con datos en la mano.
La cuestión, pues, no es si el Papa tiene razón o no al incorporar esas
denuncias a una encíclica. Hay quien piensa que la tiene. Quizá la tenga. Y
en cualquier caso, si lo hace, no lo hace frívolamente. La cuestión más
bien es que en ellas no está concernida su autoridad magisterial como Papa,
y por tanto no puede exigirse a los católicos que las acepten como
magisterio ni cohibir el deseo de rebatirlas de los católicos que no las
compartan.
Sería muy triste, por el contrario, que el amplio elenco de afirmaciones no
vinculantes de Francisco en Laudato Si´ nos hiciese pasar por alto aquellas que sí son vinculantes porque
en ellas las palabras del Papa sí tienen autoridad de Papa y demuestran su
independencia respecto a los poderes mundanos y mundialistas que patrocinan
el catastrofismo medioambiental. (Religión
en Libertad destacó varios de esos párrafos, muy importantes.)
Como su certero golpe a quienes, ante los problemas de pobreza y/o
medioambiente, "atinan sólo a proponer una reducción de la
natalidad" y condicionan "ayudas económicas a ciertas políticas
de «salud reproductiva»" (n. 50). (El mismo Lomborg, en un
artículo en USA Today respetuosamente crítico con la
encíclica y con las formas que propone para combatir la pobreza, incide en
ese mismo error.)
Los católicos no estamos hoy más obligados que hace dos semanas a estar de
acuerdo con Al Gore, el Protocolo de Kyoto o la Cumbre de la Tierra. Sí lo
estamos, sin embargo, a leer y meditar algunos párrafos de Laudato Si´ de singular belleza como auténtico programa
de amor a la Creación en cuanto don de Dios.
¿O no lo son los siguientes (nn. 228-229)?
"El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica
capacidad de convivencia y de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a
Dios como nuestro Padre común y que eso nos hace hermanos. El amor fraterno
sólo puede ser gratuito, nunca puede ser un pago por lo que otro realice ni
un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los
enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a amar y aceptar el viento, el sol
o las nubes, aunque no se sometan a nuestro control. Por eso podemos hablar
de una fraternidad universal" (n. 228).
"Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que
tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena
ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral,
burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó
la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco.
Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos
unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento
de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una
verdadera cultura del cuidado del ambiente" (n. 229).
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