Si la Democracia ha de enfrentarse recurrentemente a una falacia que
pretende cuestionar de manera negativa su naturaleza, ésta no es otra que
aquella que alude a la imposición de la tiranía a través de la propia
democracia. Un ejemplo citado hasta la saciedad es lo sucedido en Alemania en
1930, cuando Adolf Hitler se valió de las instituciones y procesos democráticos
de la renqueante República de Weimar para, a través de las elecciones,
desembarcar en el Reichstag. Y desde ahí conspirar hasta instaurar una
dictadura, aprovechando hábilmente la fragmentación del espectro político, las
diferencias ideológicas irreconciliables entre los diferentes partidos y
facciones, que imposibilitaba mayorías suficientes y estables para gobernar, la
terrible crisis económica y el caos general en que se hallaba sumido el país.
Aunque ambas posturas parecen ser antagónicas, están de acuerdo en lo
fundamental: que la democracia es el gobierno de la mayoría
Sin embargo, de otra parte, con el fin de negar que lo sucedido en la
Alemania de la década de 1930 tuviera una base realmente democrática (obviando,
por supuesto, la agitación y la violencia paralela practicadas por los nazis),
se suele argumentar que en realidad el Partido Nazi, en el mejor de los casos
(elecciones parlamentarias de julio de 1932) solo obtuvo el 38% de los votos
frente al 62% que fue a parar al resto de opciones políticas. Lo que evidencia
que el nazismo no fue una opción mayoritaria.
Lamentablemente, aunque ambas posturas parecen ser antagónicas, están
de acuerdo en lo fundamental: que la democracia es el gobierno de la mayoría y
nada más. Esa sería la única unidad de medida. Por lo tanto, ambas estarían
dando por válido que si el pueblo decide abolir la democracia e instaurar una
tiranía, esta decisión, aun cuando acarree consecuencias terribles, puede ser
escrupulosamente democrática y legítima. Craso error.
De la dictadura a la tiranía blanda
Si bien es cierto que hoy está mal visto que todo el poder recaiga en
un único tirano, sin embargo no sucede así con otras formas de tiranía. Por
ejemplo, antes que un solo tirano, aquellos ciudadanos que estén gobernados por
un dictador aceptarán de buen grado, como síntoma de apertura, cambiar a un
gobierno formado por 30 prohombres bienintencionados. Y si en vez de 30 son
300, aún con más razón. Yendo de menos a más, distribuir a todos los
“prohombres” en organizaciones opacas llamadas partidos y que, al amparo de un
sistema electoral ad hoc, concurran a elecciones con listas cerradas, donde los
candidatos son previamente seleccionados por tres o cuatro cabecillas, tal cual
es el caso español, puede resultar el colmo de lo democrático. Y que, por
añadidura, una vez elegidos los gobernantes se sitúen al margen de la
jurisdicción de los tribunales ordinarios a nadie debería extrañar, pues tan
solo sería la guinda del pastel.
Al ciudadanos común se le ha inculcado que, bien sea de forma directa
o bien posteriormente mediante pactos, nuestros gobiernos son fruto de la
elección de la mayoría. Lo cual les otorga una legitimidad incuestionable
Es en base a esta idea de tiranía mayoritaria que los españoles han
asumido como legitimas las decisiones más delirantes y dañinas de los sucesivos
gobiernos que en España han sido. Y no ha quedado línea roja por traspasar,
ingeniería social sin experimentar, tributo por inventar y estafa por
perpetrar. Al fin y al cabo, al ciudadanos común se le ha inculcado que, bien
sea de forma directa o bien posteriormente mediante pactos,
nuestros gobiernos son fruto de la elección de la mayoría. Lo cual les
otorga una legitimidad incuestionable. Y he aquí la perversión fundamental: la
liturgia del voto atropellando los principios democráticos.
Que los gobernantes amparados en esa mayoría se hayan dedicado con
entusiasmo a restringir sistemáticamente la libertad individual, violentar de
una y mil maneras el sagrado ámbito privado de las personas, articular un
sistema de reparto de rentas discrecional que ha terminado por necesitar una
máquina confiscatoria increíblemente sofisticada y capilar, limitar el acceso a
la creación de la riqueza, conculcar la separación de poderes e imposibilitar
la auténtica representación política serían a lo sumo daños colaterales de la
tiranía de la mayoría, que, lógicamente, necesita legitimar el abuso para
garantizar la gobernabilidad… y el reparto de la tarta.
La democracia no se basa en el principio de que debe gobernar la
mayoría, sino en el de que los diversos métodos igualitarios para el control
democrático son sobre todo salvaguardias contra cualquier tipo de tiranía
El burro, la zanahoria y la democracia en el cajón
Como bien explicaba Karl Popper, es evidente, o al menos debería serlo
para el ciudadano mínimamente ilustrado y consciente de los peligros que le
acechan, que la democracia no se basa en el principio de que debe gobernar la
mayoría, sino en el de que los diversos métodos igualitarios para el control
democrático, como son el sufragio universal y el gobierno representativo, han
de ser considerados sobre todo salvaguardias institucionales contra cualquier
tipo de tiranía. Y puesto que este sistema institucional de salvaguardias
tiende con el tiempo a corromperse y a no cumplir cabalmente su función, hay
que reformarlo y perfeccionarlo constantemente. No hacerlo, por más que se
argumente lo contrario, acarrea tensiones e inestabilidad. Ni que decir tiene
que si tal sistema institucional está sometido en origen a reglas del juego
perversas no hay otra solución que cambiar las reglas del juego y reformar el
sistema por completo.
Así pues, si los políticos, sean cuales sean sus bondadosas
intenciones, vituperan las reformas institucionales, anteponiendo ocurrencias
economías, políticas finalistas e ingenierías sociales diversas, lejos de ser
prudentes y sensatos; cualificados y altruistas, evidenciarán que o bien no
comprenden la gravedad del problema, o bien, por razones que a estas alturas
todos conocemos, prefieren preservar la tiranía de la mayoría. Lamentablemente,
para nuestra clase dirigente, que parece encontrarse a medio camino entre el
flautista de Hamelín y los hijos de Pisistrato, la mayoría lo es todo, mientras
que la democracia no es más que un engorroso problema. Y así piensan seguir
hasta que ustedes quieran.
JAVIER
BENEGAS @BenegasJ (Vía VOZ POPULI)
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