Sánchez propicia un referéndum consultivo en Cataluña que los independentistas presentarán como plasmación del 'derecho a decidir'
ULISES CULEBRO
Hace años, el psicólogo americano-israelí Dan Ariely, en su libro ¿Por qué mentimos?, desarrolló la tesis de que el engaño trata de conciliar el afán humano por obtener ganancias con la necesidad psicológica de sentirse bien con uno mismo. A su juicio, la mentira es una moneda corriente -de hecho, la falsa suele desplazar a la verdadera- que casi todo el mundo cursa siempre que permita conservar un buen concepto de uno sin ruborizarse ante el espejo. Para ejemplificar el uso común del embuste, relata la anécdota del padre que recibe el aviso del colegio de que su hijo ha sido pillado sustrayendo un lápiz de la cartera de un compañero. Como reprimenda, lo encierra en su cuarto reprochándole: "Y, además, para qué robas un lapicero si sabes que yo puedo traerte los que quieras de mi trabajo".
Ariely aclara que los más proclives a echar mano de las trampas se deslizan por una resbaladiza pendiente de imposible marcha atrás como en el relato de Pedro y el lobo. Es la circunstancia de Noverdad Sánchez, evocando el apelativo que Azaña aplicaba a Largo Caballero. Así lo hizo para arribar a La Moncloa con su alianza Frankenstein con aquellos a los que negó más veces que San Pedro a Jesús y con los que persiste en obrar, aunque disimule sus planes con eufemismos que doren la píldora a unos ciudadanos deslumbrados por espejuelos televisivos.
No ha hecho cosa distinta desde que, sin ser nadie, se aupó al mando del PSOE por el error de cálculo y la estupidez de la hoy proscrita Susana Díaz y se ha conducido por las líneas rojas que se comprometió a no saltarse. Aun así, hay quienes se obstinan en conjeturar, contra toda evidencia, que transita por donde no quiere.
Cierto que, como sentenció Hannah Arendt, la sinceridad no figura entre las virtudes políticas y las mentiras siempre se estiman medios justificables en este campo de Agramante. Pero pocos casos como el de un presidente que el miércoles puso de acuerdo a tirios y troyanos, a oposición y a socios, en que su palabra no vale ni lo que cuesta el folio en el que está escrita. Hubo incluso quien, siendo socio y portavoz de una formación beneficiada con unos indultos ilegales, como el ezquerrista Rufián, lo ridiculizó. Al negar un referéndum de autodeterminación en Cataluña, le espetó procaz: "La verdad es que también dijo que no habría indultos, así que denos tiempo". Y es que, por encima de que su palabra esté más devaluada que una peseta ya fuera de la circulación, los hechos lo retratan. Cuando pronuncia "nunca jamás", debe entenderse que está en ello. Lo saben en el hemiciclo, pero también en esa calle que rehúye, por más que la credulidad de la gente le incline a comulgar con ruedas de molino si se les persuade con insistencia y se halaga sus pasiones.
Para Ariely, el engaño merma mucho bajo la observancia ajena de la conducta propia, aunque sea de manera tácita, logrando efectos sorprendentes. Como experimentaron unos investigadores con sólo adherir una pegatina en el armario donde se depositaba el té y el café del que se surtía el profesorado a cambio de depositar el dinero en un canastillo. Así, en semanas sucesivas, se fijaron primero dibujos de flores y luego unos ojos. Con la imagen de la mirada, casi se triplicaron esos desembolsos sin cobrador. Por eso, desde que alcanzara la Presidencia el doctor Sánchez, ¿supongo? acompaña sus mentiras de un proceso de descalificación y destrucción de las instituciones de control para no rendir cuentas. Al tiempo, acusa a sus rivales de carecer de autoridad moral bajo el tu quoque («tú también») o el «y tú más».
Junto al intento de someter a tribunales y órganos de control como el Tribunal de Cuentas, arguyendo que una ex ministra de Aznar figura en el mismo, cuando la candidatura precisó el voto del PSOE y una ex vicepresidenta socialista preside el Consejo de Estado, dispone de leyes habilitantes que demuelen los pilares de la Constitución sin atender a los procedimientos reglados. Al no poseer los dos tercios de la cámara para modificar la Constitución y entrañar un camino tortuoso, propicia un referéndum consultivo en Cataluña que negará que sea de autodeterminación por no ser conforme a la Carta Magna, pero que los independentistas presentarán como plasmación del derecho a decidir si les peta. Haciendo de liebre, como con los indultos que ya apuntaban la defenestración de Edmundo Bal como abogado del Estado en el juicio del 1-O y el alunizaje de la ex ministra Delgado en la Fiscalía General del Estado, el plurinacional ministro Iceta ha cantado como un papagayo sobre la nariz de Pinocho del presidente. La vía no será otra, como ya se vislumbró en esta página hace año y medio, que el artículo 92 de la Constitución que validó el ingreso en la OTAN y el nuevo Tratado de la UE. Por medio de ese portillo, se propiciaría una consulta, en apariencia no vinculante, sobre la permanencia de Cataluña en España. ¡Como si fuera cosa particular y no afectara al conjunto del pueblo español como depositario único de la soberanía nacional!
Los biempensantes dirán que esa argucia, esa muestra de derecho creativo -mejor, alternativo- no colaría ante el Tribunal Constitucional. Pero hay precedentes de soluciones salomónicas, como la que dejó pasar la rectificación socialista del nombramiento de vocales del CGPJ en 1985, aun cuestionando su ortodoxia, o directamente arbitrarias, como la que legalizó el brazo político de ETA contra el criterio del Tribunal Supremo y del Tribunal Europeo de Estrasburgo, con Pascual Sala como sumiller de Zapatero.
En este brete, el otrora Fiscal General del Estado con Zapatero, Cándido Conde-Pumpido, se entroniza hoy como gran factótum de un alto tribunal que dilata las sentencias contrarias al Gobierno para que éstas no produzcan efectos prácticos y que preside quien, por andar ocupado con sus expectativas de futuro, se apoya en el brazo firme de quien apadrinó la doctrina de conveniencia de que "el vuelo de las togas de los fiscales no eludirá el contacto con el polvo del camino" para blindar el diálogo con ETA a prueba de bombas. Como alternativa al referéndum, Sánchez preferiría reintegrar los artículos declarados inconstitucionales del Estatut de Maragall que dejaría a la Constitución en estado de corpore insepulto, pero quienes dictan su suerte quieren todo y ya.
Ni que decir tiene que el artículo 92 desampararía a los españoles como a Alicia el artículo 42 del País de las Maravillas cuando, en el juicio sobre el robo de unas tartas, el rey-juez ordenó que, en virtud de éste, toda persona que midiera más de un kilómetro abandonara la sala. Al concitar todas las miradas, Alicia aclara que ella no alcanza ese tamaño. "Sí lo mides", zanja. Vanamente, se planta Alicia -"Se lo acaba de inventar"- ante quien le replica: "Es el artículo más viejo del libro". Ese remendado artículo 42 serviría para deambular por la senda anticipada por el contador de naciones Iceta, una vez el PSOE funciona como sucursal del PSC de modo que, como Cataluña con el conjunto de España, la parte supedita al todo. Ello confirma al PSC como caballo de Troya del procés y de la devastación constitucional.
Si Zapatero legitimó el terrorismo de ETA haciendo cosas que helaron la sangre y que prosigue Sánchez, éste resarce igualmente a los golpistas del 1-O. Que nadie inquiera luego a ningún Zavalita, remedo del personaje de Vargas Llosa, cómo se jodió España ni quiénes fueron sus causantes. Miren al banco azul y a quienes lo sostienen. A unos les inquieta seguir viviendo del erario y a otros destruir España con la financiación de ésta. Y todo, claro, por el susodicho artículo 92, por el que un gobernante sin principios retoma la afrentosa claudicación de Pedralbes que fija una relación de pares entre los gobiernos de España y Cataluña para resolver un "conflicto político" como si fuera un aparente proceso de descolonización.
Si aquel filósofo de cabecera de Dalí que fue Francesc Pujols profetizó que advendría el día en el que a los catalanes, por serlo, le serían sufragados todos sus gastos, los golpistas ya gozan de indulgencia plena por la gracia de Sánchez. Como si España tuviera que resignarse a premiar cualquier fracaso separatista a costa de la media Cataluña silenciada y ahora a toda esa España a la que busca silenciar un presidente que pedirá al ciudadano que lea en sus labios como prueba irrefutable de que no finge.
En todo caso, conviene preguntarse no tanto por qué trapacea Sánchez como por qué calla esa mayoría silenciosa y por qué no apela a ella un constitucionalismo que no puede limitarse a levantar acta, sino cumplir con su deber de forjar una estrategia contra la deriva irreversible de las mentiras de Sánchez. No cabe demandar generosidad en ellos, pero sí la inteligencia y el arrojo que exige lo grave del momento convergiendo en una estrategia que frene el cambio de régimen emprendido por La Moncloa como extensión del procés.
Nadie debiera llevarse a andana. Al revés de aquellos infaustos habitantes de la mitológica Argos, cuna de los héroes de la Guerra de Troya, sorprendidos la tercera noche de un armisticio de siete días. Fiada a la palabra de Cleómenes, quien arguyó que no habían dicho nada de las noches, Argos fue derrotada con nocturnidad (y alevosía), si bien sus dioses se vengarían de quienes entendían que "valor o engaño, si es con el enemigo, todo es uno". Aquí, en cambio, como para fiarse de la virgen y no correr, como hizo don Tancredo antes de empitonarle el toro.
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO
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