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domingo, 19 de septiembre de 2021

¿POR QUÉ CASADO TEME A DÍAZ AYUSO?

Casado debiera poner los pies en el suelo y ser consciente de que o es presidente en las próximas elecciones o no lo será nunca, porque su partido -o el electorado- se volcará hacia otro líder u otra opción

¿Por qué Casado teme a Díaz Ayuso? 

ULISES CULEBRO

 Desde su credo luterano, a Goethe, el intelectual por excelencia de Alemania, se lo llevaban los demonios que los católicos siempre hicieran piña, aunque anduvieran a la greña, a la hora de enfrentarse a un país protestante. "Son -bramaba- como una jauría que se muerden entre sí; pero que, en cuanto aparece un ciervo, se ponen enseguida de acuerdo y salen a su caza". Esta apreciación del gran escritor y filósofo viene como anillo al dedo para interpretar cómo, ante la perspectiva demoscópica que consolida un vuelco electoral en España que desaloje a Sánchez y a su alianza Frankenstein del poder, el inquilino de La Moncloa, con la condescendencia de sus socios neocomunistas y de sus aliados soberanistas, cierra filas con ellos buscando sellar las vías de agua del consorcio que derribó a Rajoy y capear el temporal para completar una singladura que sea coronada como presidente de turno de la UE en el último semestre de 2023. Y así, alzado sobre ese pedestal que no le sirvió a Zapatero, acudir en las mejores condiciones a una cita con las urnas que, estrujando la Constitución como una bayeta, proyecta retrasar a inicios de 2024 cuando su mandato expira el 10-N de 2023.

Para que la hipoteca contraída para llegar y mantenerse en La Moncloa no le hunda por debajo de los cien escaños, como vaticinan las encuestas, salvo las del mendaz Tezanos, persuade a sus socios de que hay que bajar el pistón e hibernar la agenda soberanista en lo que hace a la celebración de consultas en Cataluña y, por ende, en el País Vasco, para no favorecer la victoria del centro derecha y luego, conjurado el peligro, reemprenderla. Ahí se resume el "sin prisas y sin plazos" de Sánchez tras su reencuentro con Aragonès, pero también sin luz ni taquígrafos ("reuniones periódicas y discretas", lo bautizan), a espaldas de las Cortes.

Apremiado Sánchez por los sondeos y Aragonès por sus "enemigos íntimos" de Puigdemont, en su pelea por la primogenitura independentista, ambos suscribieron un pacto de socorro mutuo en una estrategia que, a medio plazo, como han verbalizado estos meses los líderes del PSC, Miguel Iceta, y de ERC, Oriol Junqueras, franquee una consulta semiconstituyente en Cataluña por la puerta falsa del artículo 150.2 de la Carta Magna que permite acceder a competencias exclusivas del Estado, si bien no para trocear la soberanía nacional, aunque se la endulce como una mona de Pascua. En este bienio, mediante, se procurará que los españoles -como la rana a la que se sumerge en agua templada hasta fenecer dormida- rumien mal que bien el proceso catalán con concesiones llevaderas una a una, pero cuya suma proporcione, sin alboroto, sus codiciadas pretensiones.

En el entreacto de esta ópera bufa, los artífices del golpe de Estado de 2017 se aplicarán en sustraer a los españolitos los medios que sufraguen su independentismo y sacar al Estado de Cataluña. Como el ujier de Aragonès retiró la bandera nacional tras doblar Sánchez la cerviz 45º ante la señera en el Palacio donde reside, paradójicamente, la primera autoridad de un Estado al que repudia leyes y símbolos. A la par, el separatismo aprovecha para ampliar su base electoral para que fructifique la ruptura territorial. Sea dicho en los términos expresados por el ministro Iceta, en 2019, al periódico vasco Berria: "Si un 65% quiere la independencia, la democracia debe encontrar un mecanismo". Allí concretó que, en 10 o 15 años, se operaría el cambio de mentalidad que forjara un sólido bloque secesionista.

No es que el procés haya muerto, como coligen los biempensantes, sino que cambia de envoltorio como las aves de plumaje sin trocar su naturaleza. Con la apariencia de «dejar reposar el suflé catalán», el preparado sigue en el horno para que no se contraiga su volumen. Valga el símil del president Maragall para sofocar la crisis que originó en 2005 al romper la omertá sobre el cobro de comisiones de los gobiernos de CiU y que pronto catalogó de "accidente" porque "no es bueno para nadie y nos haremos daño", al poner en riesgo la reforma estatuaria emprendida después de Zapatero se comprometería a aprobar cualquier cosa que dispusiera Cataluña y que desembocó en la carta maximalista de los hermanos Maragall. Desde entonces, no ha dejado de crecer el suflé que hornearon los mismos partidos que ahora gobiernan en La Moncloa y en la Generalitat.

De esta guisa, Sánchez justificará sus aquiescencias erigiéndose en pacificador como Godoy y los soberanistas cebaran su victimismo congénito con fingidos agravios que no son tales. No en vano son determinantes en la gobernación de España y atesoran "el voto de oro" de los Presupuestos del Estado, así como impusieron el actual sistema de financiación autonómica a pachas con Zapatero. Tras el fiasco de la tentativa golpista del 1-O, el separatismo sigue a lo suyo, con la complicidad de Sánchez, más allá de la retórica del "lo volveremos a hacer". Como viene reprobándole el Tribunal Constitucional, éste no deja de menoscabar el Estado de Derecho y de desintegrarlo hasta la hora en que la estructura se venga súbitamente a tierra, como si fuera una catástrofe de la naturaleza, cuando se deberá a la mano de un gobernante sin escrúpulos que contrajo una hipoteca gravosa para habitar La Moncloa y prorrogar su estancia.

En esa encrucijada, la estupidez ajena ha acudido en auxilio de Sánchez. Éste observa -y con él la opinión pública- cómo el jefe de la oposición, Pablo Casado, a través de sus edecanes, se enreda en una ofensiva contra uno de los principales activos del PP, la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuyo éxito electoral de mayo produjo una onda expansiva que puso patas arriba la tendencia de voto en toda España y disparó las expectativas de arribar a La Moncloa de quien venía de recoger un duro varapalo en Cataluña. Luego de una campaña errática en la que fue desbordado por Abascal, sin cosechar voto alguno del desplome de Arrimadas, a diferencia de quien sí frenó a Vox, arrampló con el electorado de Cs y se aprovisionó además con sufragios del PSOE.

De pronto, como si Casado tuviera más miedo que Sánchez a quien pasa por ser la bestia negra del jefe del Ejecutivo al que dobló el brazo tras imbricarse éste en la contienda madrileña, así como a su vicepresidente Iglesias, al que retiró de la política, se vuelve contra ésta para que, a diferencia de sus homólogos de toda España, no encabece la dirección del partido como reclama con merecimiento y sentido. Un trágala que oscila entre la arbitrariedad y capricho de quienes, tras no ser profetas en su tierra perdiendo primero la Alcaldía de Murcia y luego la de Granada a manos de PSOE y Cs, se oponían a que Ayuso anticipase las elecciones para conjurar la tentación de su vicepresidente Aguado de confabular con la izquierda una moción de censura contra ella para cumplir su ambición de reemplazarla en el despacho principal de la Puerta del Sol emulando la maniobra de Sánchez contra Rajoy. Amén de eternizar a Sánchez en La Moncloa, salvo que piensen que tampoco se vive mal en el Ministerio de la Oposición, ahora pueden comprometer la reelección de Ayuso en 2023, pues lo ganado un día no se puede conservar invariable en salmuera.

En vez de felicitarse de tener hombros en los que apoyarse para catapultarse a La Moncloa, Casado llama a voces a los fantasmas que quiere espantar y obtendrá que estos se corporicen. Como ya se percibió en Andalucía, donde el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, se plantó contra la tentativa del secretario general del PP, Teodoro García Egea, con el refuerzo de soldados de fortuna provenientes de Cs, de arrebatarle el control del partido hasta negarse a clausurar el cónclave de Sevilla, Génova maniobra ahora en Madrid. En todos los lares, ha tratado de desestabilizar a los barones autonómicos, salvo al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, quien hace de su capa un sayo, como en la campaña en la que refrendó su hegemonía electoral, oponiéndose a los trajines de Génova.

Mientras Feijóo tiene cerrado todo el calendario congresual, Génova retarda el de Madrid en manos de una gestora desde la dimisión de Cifuentes y arma una guerra de cien días que hará que la organización llegue hecha unos zorros a esas auténticas primarias que serán las elecciones autonómicas y locales de 2023. A lo que se ve, ni estando dispuesta a suscribir un documento negando cualquier apetencia nacional, como esgrimió Moreno Bonilla para que no comprometieran su reelección en 2022 después de tomar el Palacio de San Telmo tras cuarenta años de gobiernos socialistas merced a una conjunción estelar, le va a bastar a Ayuso para que dejen de removerle el patio para no comprometer su Presidencia dentro de dos años.

Logrado ese punto de torpeza o idiotez por quienes repiten como ametralladoras lo de "presidente Casado", como si precisara escucharlo para creérselo, el líder del PP corre serio riesgo de que sus electores le lancen aquello que el gran Alfredo Di Stéfano, como entrenador valencianista, le soltó a un portero manazas que tenía en el plantel: "¡Che, por lo menos, no metas las que van fuera!". Siguiendo con las lecciones de la Saeta rubia, tan rápido con los pies como con la cabeza, quien les recordaba a sus jugadores que "el balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto", Casado debiera poner los pies en el suelo y ser consciente de que o es presidente en las próximas elecciones o no lo será nunca. Si no aprovechan la oportunidad que puede malbaratar estúpidamente, no tendrá otra porque su partido -o el electorado- se volcará hacia otro líder u otra opción por culpa de quien sería uno de esos "talentos forzados" que aspiran a algo que queda más allá de sus fuerzas.

Por eso, si no quiere ser uno de esos fracasados que cometen el error de no ser capaz de convertir estos yerros en experiencia y no entrar en bancarrota, primero gradualmente y luego de repente, debiera hacer oídos sordos a quienes le van con las insidias de si Feijóo esto, Bonilla lo otro y Ayuso lo siguiente, con la especie de que el simpar Miguel Ángel Rodríguez trata de llevarla a La Moncloa como hizo con Aznar siendo presidente de Castilla y León, mientras deja en baldío fértiles campos electorales de antaño como Valencia o Baleares. En política, las oportunidades no vuelven, y menos si uno es el causante de echarlas a perder.

No tendrá mañana arruinando el presente de la manera en que se guía en vísperas de una convención nacional que puede derivar en una trifulca de fulanismos al por menor tras encizañar su relación bien amigada con Ayuso y desatar pasiones destructivas como en esa obra cumbre del teatro norteamericano: ¿Quién teme a Virginia Woolf?, y de la que la mayoría recuerda la versión cinematográfica en la que Elizabeth Taylor y Richard Burton se despedazaban mutuamente. Como Casado y Ayuso con el alcohol de la política, mientras Sánchez disfruta del espectáculo con un paquete de palomitas.

 

                                                                         FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

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