De Gaulle fue un gran defensor de la independencia
de Europa del seguidismo norteamericano
El pasado 9 de noviembre y con un eco más bien
escaso fuera de Francia se conmemoró el 45º aniversario de la muerte del
general De Gaulle en su ciudad natal de Colombey-les-Deux-Églises, donde vivió
retirado en La Boiserie, su casa familiar desde que abandonó la presidencia de
V República Francesa, de la que él fue su fundador. En esta ocasión, no es la
primera vez, han acudido a homenajearle gentes de todo el espectro político
francés, desde el centro derecha de nombre cambiante, hoy “Los Republicanos”,
que se consideran sus herederos políticos, hasta la izquierda con el Partido
Socialista gobernante a la cabeza. Incluso el Frente Nacional, que en gran
medida es el heredero de otra tradición, acérrimamente enemiga del General, la
de los defensores de la Argelia francesa, acudieron a recordarle, quizás porque
consideran con razón que es el forjador de la nueva Francia que recibió un gran
impulso bajo su mandato. Pero esto son versiones internas, si nosotros traemos
a colación su nombre es por otro motivo.
De Gaulle fue en ajustada definición el
primer ciudadano del siglo XXI, un adelantado a su época, aceptado y
elogiado en muchos aspectos, duramente descalificado en otros, pero precursor
en muchos aspectos, que aunó capacidad realizadora del presente, con una gran
visión a largo plazo. Sus aciertos no justifican los errores, pero los primeros
dibujan a un político excepcional. No vamos a reparar en la construcción de su
imagen histórica, que de hecho empieza cuando se niega a aceptar la derrota
francesa y el subsiguiente pacto con Alemania. Lo que ahora nos interesa
subrayar sobre todo es su visión de Europa.
De Gaulle tenía una idea de Europa en buena
medida distinta a la que se ha realizado. Ya entonces, era partidario
no solo de la colaboración con lo que él se empeñaba a llamar Rusia -y que
muchos veían en esto una antigualla, más que una premonición- en lugar de la
URSS, su nombre real en aquella época, y afirmaba la necesidad de colaborar con
ella hasta constituir la verdadera Europa, del “Atlántico a los Urales”. Una
Europa de los pueblos, una idea abierta a diversas interpretaciones,
porque De Gaulle, no debe olvidarse, fue en buena medida un nacionalista
francés, y en este sentido un estatista, pero capaz de abogar por Europa y de
acometer lo impensable como fue el aceptar la traumática independencia de
Argelia, cuyo estatus político no era colonial, al menos no formalmente, sino
el de una región francesa. Fue un gran defensor de la independencia de
Europa -de Francia- del seguidismo norteamericano, y por esta causa
abandonó la OTAN y defendió siempre la creación de un ejército europeo, que
como tal debía de colaborar con Estados Unidos, pero como unidades
independientes. Su gran caballo de batalla, mejor dicho uno de ellos, fue el no
a la integración del Reino Unido al entonces Mercado Común, porque pensaba que
nunca encajaría en una institución política europea, y que siempre seria el
caballo de Troya del “primo” americano.
Hoy, cuando se observa el enorme error cometido en
el conflicto de Ucrania, simplemente por seguir cerrilmente a los intereses
americanos, cuando nos enfrontamos a Rusia en lugar de colaborar con ella, que
pesar de todas sus diferencias tiene el régimen más democrático y estable de
toda su historia, cuando se es tan generoso con los abusos y desmanes del
gobierno turco y se alza el grito ante todo paso de Putin, hay que
descubrirse y repetir la teoría de De Gaulle, y proclamar que el horizonte de
destino es la articulación de la UE y Rusia, y que a corto plazo la
colaboración económica y militar es la respuesta.
Y ahora, cuando Cameron, por intereses
absolutamente partidistas y locales, viene a reivindicar concesiones que
destruirán, de aceptarse, una ya tocada Unión Europea; cuando se niega a
aceptar condiciones regulatorias que limiten a la City de Londres como centro
mundial financiero; cuando es evidente que el capitalismo liberal anglosajón es
cada vez menos compatible con el neocapitalismo europeo; cuando quiere reducir
su aportación a las arcas comunes y pide que se proclame el principio de no
aceptar una mayor integración política, y que se reconozca el estatus de moneda
europea a la Libra; y se pretende recortar el derecho a la libre circulación de
personas, que es uno de los fundamentos de la Unión, entonces nos viene a la
cabeza que quizás De Gaulle tenía razón cuando se negaba a que el Reino
Unido fuera parte de la Europa política, y que sus ideas sobre Europa
merecen un renacimiento.
EDITORIAL DE FORUM LIBERTAS del
13 de Noviembre de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario