La suerte de Estados Generales que se han
constituido en Barcelona para iniciar la ruptura con el Estado español ha
causado asombro e incredulidad no sólo entre las gentes normales, sino en el
conjunto del establishment que, según parece, carecía de
previsiones sobre el particular: los balbuceos de los representantes
institucionales, las controversias mediáticas sobre el qué hacer y la falta de
iniciativa de la máxima magistratura de la nación, han puesto de manifiesto
que la crisis del Estado español no es una invención de los críticos
con su configuración actual; es más bien el resultado de una suma de
errores que van desde las carencias educativas del país hasta el
aprovechamiento clientelar de los poderes públicos con desdoro para el interés
general. Todo ello ha conseguido que la percepción del Estado en España sea
nula en los feudos nacionalistas y casi inexistente o gaseosa en el resto del
solar patrio. Por ello, creo que las tesis a favor de la refundación o
reconstrucción del Estado sobre los valores de nuestra tradición liberal y
republicana adquieren una actualidad que debería ser tenida en cuenta por
aquellos partidos políticos que aspiran a sustituir a los que han desacreditado
al Poder Público hasta hacerlo objeto de vilipendio.
La ausencia de una clase burguesa vigorosa hizo
que, desde su fundación, nuestro Estado padeciera debilidad
La debilidad endémica del Estado en España
La ausencia de una clase burguesa vigorosa hizo que, desde
su fundación, nuestro Estado padeciera debilidad, circunstancia que ha
contribuido a que la historia de España haya sido accidentada e irregular, por
lo que las diferencias de la evolución de la política y la historia españolas
en relación con la europea no han sido casuales ni producto de conspiraciones o
animadversaciones exteriores: sus orígenes se encuentran en nuestro propio
país, que no ha podido desarrollar y fortalecer
suficientemente al Estado que se dio en el siglo XV. Tampoco se consiguió el aprecio de los españoles hacia
él y las consecuencias, después de dos siglos de agitada historia
constitucional, las seguimos padeciendo aún como es fácil comprobar observando
la crónica de los acontecimientos de Barcelona, no por anunciados menos inquietantes. En realidad, parecemos condenados a ser un pueblo errante
a la búsqueda de un proyecto estatal vigoroso y democrático.
En el ir y venir de monarquías, repúblicas y
dictaduras, desembocamos en el último experimento arbitrado en 1978, el llamado
Estado de las Autonomías, cuya construcción obedeció básicamente a satisfacer
las aspiraciones de los nacionalistas burgueses de dos de las regiones más
ricas del país, Cataluña y País Vasco, que, en virtud de ello, se convirtieron
en una importante viga maestra de la Constitución de 1978. Durante treinta
años, los nacionalistas han gozado de poder y de privilegios sin fin que han
contribuido a transformarlos en las fuerzas dominantes en sus territorios,
en gran medida por el dominio absoluto de la educación: casi tres generaciones
de catalanes y vascos así lo atestiguan. Mientras tanto, en el resto de España,
sembrado de Comunidades Autónomas inventadas por los partidos dinásticos como
medio para afianzar sus organizaciones partidarias, se prescindió del objetivo
de construir un proyecto nacional y se prefirió enfatizar el casticismo
regionalista, utilizando también la herramienta de la educación.
Constatamos, con profundo pesar, que nuestro
Estado, entendido por los españoles como la referencia máxima del Poder
Público, prácticamente no existe
Jaque al Estado de las Autonomías
Y
hete aquí que, cuando Cataluña pone en marcha lo que allí denominan la
desconexión con España, miramos a nuestro alrededor y constatamos, con profundo
pesar, que nuestro Estado, entendido por los españoles como la referencia máxima
del Poder Público, prácticamente no existe. Hágase un repaso de la situación de
sus instituciones y de cuáles son los sentimientos y percepciones del pueblo
español para con las mismas. Desde mi punto de vista, eso es lo que explica en
gran parte la indecisión de los gobernantes y la confusión que observamos entre
las elites nacionales.
Tan es así que la crisis de éste Estado liviano y casi
gaseoso no mueve a su Jefe a
llamar a consultas a los implicados en el problema, empezando por el presidente
del Consejo de Ministros y terminando por los díscolos dirigentes de Barcelona,
con el fin de intentar algún tipo de arbitraje. Y no sólo eso, sino que se nos
cuenta que el remedo de consultas montado por el jefe del Gobierno ha sido
iniciado por presión del Secretario General del PSOE. El propio transcurso de
aquellas y las declaraciones de la mayoría de los protagonistas son
indicativos, a mi juicio, de que el pronunciamiento catalán ha puesto de
manifiesto nuestra carencia de proyectos nacionales capaces de contrarrestarlo
con la razón y los votos y que, inevitablemente, habrá que recurrir al
expediente de la fuerza, declarar el estado de sitio, con los independentistas. No se me ocurre otra manera en el plazo inmediato, y en
eso coincido con el ilustre jurista republicano D. Antonio García-Trevijano,
aunque soy consciente, como me imagino que lo serán los dirigentes que hemos
visto desfilar por La Moncloa, que eso será el principio de una travesía hacia un
puerto ignoto.
Nuestro dilema como españoles no es el de la
reforma o la ruptura, porque ya se ha roto todo lo que había de romperse y
sobre los cascotes caben pocas reformas
Un Estado nuevo para superar el fracaso del
actual
La caída de Cataluña desencadenará convulsiones
en el decrépito entramado institucional y provocará la necesidad de pensar
seriamente en la reconstrucción del Estado sobre bases diametralmente opuestas
a las experimentadas y ya fracasadas. Por eso, apelar a la resurrección
del 78 me parece tan falto de realismo como intentar la restauración de la
Segunda República, por citar las dos experiencias constitucionales del
siglo XX. En estas condiciones, nuestro dilema como españoles no es el de la
reforma o la ruptura, porque ya se ha roto todo lo que había de romperse y
sobre los cascotes caben pocas reformas.
Los
sucesos de Barcelona, que representan la imagen más llamativa de la crisis
española y del fracaso del 78, obligarán a utilizar la fuerza y a suspender los
derechos constitucionales allí, pero, una vez hecho eso, los que aspiran a dirigir España por la vía de la democracia
tienen la obligación de reflexionar y someter a la consideración del pueblo
español, mediante la apertura de un proceso constituyente, sus proyectos para
refundar el Estado, sabiendo que la educación será el primer objetivo para su
reconstrucción, que llevará tiempo, esperemos que algo menos del que se ha
empleado en destruirlo, para que por fin podamos dar por terminado nuestro
accidentado viaje en pos de la plenitud democrática. Caveant consules…
MANUEL MUELA Vía VOZ POPULI
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