Después de tiempo y tiempo de oír el discurso de que fuera de la UE y del euro sólo hay el mare tenebrosum, va Inglaterra, que no es cualquier cosa, y manda una carta a la Comisión Europea en la que básicamente afirma que su permanencia en el proyecto común queda supeditada a que los Estados nacionales conserven su soberanía y que la Unión sea una zona de librecambio, tal como fue diseñada en sus orígenes. En realidad, la comunicación del Premier británico, Cameron, reitera los argumentos que utilizaron los gobiernos ingleses cuando decidieron marginarse del proceso iniciado en Maastricht en 1992 que, como es notorio, ha creado una situación social y política bastante crítica en el Continente, reforzando con ello los viejos argumentos de Gran Bretaña. Es de suponer que la llamada de atención británica producirá algún efecto y esperemos que contribuya a estimular la revisión de tanta ortodoxia infundada sobre una pretendida integración, plagada de reglamentos y exigencias, que tan poco ha aportado al bienestar y a la estabilidad de los países comunitarios.
En Europa estamos viviendo una fase política y económica que ha arramplado con muchos de los proyectos y creencias asentados después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial
La negación de los fundamentos provoca la crisis de la UE
Parece innegable que en Europa estamos viviendo una fase política y económica que ha arramplado con muchos de los proyectos y creencias asentados después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial. Las causas van desde la caída del Muro de Berlín en 1989 hasta la crisis financiera desencadenada en el verano de 2007 adobada con el totalitarismo financiero. Y es posible que, contra lo que parece, el neo europeísmo insolidario, alejado de los viejos ideales europeos, provoque la necesidad de una renacionalización progresiva de las políticas de los Estados para controlar los daños del huracán que padecemos. Y es eso lo que anticipa la propuesta inglesa.
A éste propósito conviene recordar que la Unión Europea tiene su origen en el primitivo Mercado Común, nacido en 1957, cuyo objetivo principal era el establecimiento de un área de cooperación económica y de librecambio entre los países firmantes, para fortalecer su desarrollo y estabilizar la democracia. Esto último era especialmente importante para pasar la página de los enfrentamientos europeos, especialmente los de Alemania y Francia, y para estimular el desarrollo de los valores democráticos allí donde todavía no existían. Todo ello se basaba en el entendimiento de quienes, desde diferentes opciones ideológicas, se habían enfrentado al fascismo y al nazismo: socialistas, democristianos y liberales conformaban el núcleo principal de los sostenedores de aquel proyecto. Esa Europa se convirtió en un paradigma de libertad y de bienestar y durante años fue consiguiendo la adhesión de nuevos países, entre ellos España, acelerada después del desmoronamiento del bloque soviético hasta los 28 actuales. Demasiados para consolidar el objetivo de los fundadores como prueba el guirigay actual.
Poco a poco, los grandes espacios de entendimiento han ido desapareciendo en beneficio de un discurso único, de carácter utilitarista y mercantilista, que, aparte de provocar el desapego y la irritación de los ciudadanos, ha supuesto la decadencia aguda de los partidos políticos tradicionales, especialmente de los socialdemócratas, dando paso a fórmulas de contestación social y política de alcance imprevisible. Una situación que se define, en mi opinión, por la ausencia de referencias políticas templadas y la turbamulta de mensajes tecnocráticos que se proponen desnaturalizar lo que resta del proyecto de cooperación europeo. Frente al equilibrio social se estimula el conflicto y frente al acuerdo político sólo hay vacío y restricciones de derechos.
A la vista del pronunciamiento británico, se puede deducir que el objetivo de la unión política dirigida por Alemania tiene cada vez menos opciones
El aldabonazo inglés obliga a reflexionar
Creo que todas esas circunstancias, que son ignoradas o simplemente negadas por los portavoces comunitarios y por algunos países que carecen de proyectos propios, son las que
están en el origen de esta nueva vuelta de tuerca de los gobernantes británicos que, dicho sin menoscabo de nadie, representan a un país que tiene acreditada la defensa de sus intereses y el conocimiento de la geopolítica europea. Al fin y al cabo, han mantenido intacto su potencial financiero, manteniéndose fuera de la Unión Monetaria y del euro; al igual que sus viejos compañeros de la EFTA, los países escandinavos.
Resulta difícil aventurar en qué parará la crisis de la Europa continental y cuál será el modelo de cooperación futura entre los Estados, pero, a la vista del pronunciamiento británico, se puede deducir que el objetivo de la unión política dirigida por Alemania tiene cada vez menos opciones. Por tanto, convendría hacer de la necesidad virtud para recuperar las políticas de cooperación económica que velen por el desarrollo de los integrantes de la UE y los defiendan de los errores de la globalización financiera. Mantenerse en el discurso de la ineficacia, a sabiendas de que es una amenaza para la estabilidad política y social del Continente, es la mejor manera de acabar con el proyecto europeo y de que cada Estado intente buscar la vida que sin duda existe fuera de él.
MANUEL MUELA Vía VOZ POPULI
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