El PP
quiso ser partido de todo el centroderecha. Pero en sus listas sólo se entra
apoyando el aborto. O se sale por no aplaudirlo. ¿Sólo caben progres y sumisos?
He recibido en los últimos días una invitación de
lo más simpática. El Presidente de las Nuevas Generaciones del Partido Popular
en Navarra, Álvaro Sobejano de Pablo, ha tenido la amabilidad de
contarme que el próximo sábado 21 de noviembre tendrá lugar EXPOVIDA, “un
evento para defender el Derecho a Vivir”, en Pamplona.
Me dice mi amable invitador que “en Navarra se
ha querido que el acto fuera festivo y amable para todos los que defendemos la
vida. Por ello, se ha organizado una exposición que cuenta con elementos
gráficos, la verdad científica sobre el desarrollo de la vida humana desde la
fecundación hasta el nacimiento, así como la terrible realidad del aborto”
y que además “estarán presentes todas las asociaciones pro vida de Navarra”.
Lo que me extraña es que entre
ellas esté este PP navarro. El PP recurrió la reforma de la ley del aborto que
aprobó el Gobierno de Zapatero en 2010 (aún esperamos sentencia), y
cambiar eso fue una de las promesas electorales del Partido Popular en las
últimas elecciones generales.
Rajoy las ganó con la mayoría absoluta necesaria
para promulgar una nueva Ley Orgánica, en 2011. La legislatura termina sin que
nada real se haya hecho, ni siquiera el intento de componenda leguleya, pero en
suma positivo, de Alberto Ruiz Gallardón con su Ley Orgánica de
Protección del Concebido y de los Derechos de la Embarazada. Su padre habría
sido más directo.
A él no le consintieron ni eso. ¿Y nos veremos
ahora en una manifestación pro vida, justo cuando la pérdida de la mayoría
volverá a servir de excusa, excusa que no vale para explicar nada de estos
últimos cuatro años?
¿Qué ha cambiado desde la ley
socialista de 1985, ley de supuestos que Aznar no cambió pudiendo
hacerlo, y desde la ley socialista de 2010, ley de plazos pura y dura que Rajoy
no ha cambiado pudiendo hacerlo? Ha cambiado, desde luego, España. Hay
una aceptación social brutal del holocausto infantil. Pero eso no legitima
nada, diga lo que quiera Pedro Arriola y su dulce esposa Villalobos.
El cambio de mentalidades, cambio de cultura
popular, que no es aún completo, es consecuencia de lo que los Gobiernos han
hecho y han dejado hacer en las aulas, en los medios de comunicación y en la
propia sociedad. Ese cambio no es una causa de la aceptación; es la aceptación
del aborto por parte de la derecha económica y del centro progre y pringoso, y
su imposición a un pueblo inocente y poco formado, la que explica el cambio.
Pero aún más que España ha cambiado la derecha
política. Los dirigentes hoy del PP asumen la ideología de género, la memoria
histórica y lo que haga falta, si se trata –creen ellos- de poder. Por eso
mismo, los diputados y senadores que no siguieron el cambio de postura oficial
del PP sobre el aborto se han quedado fuera de las listas electorales.
Castigados, quizá por
incumplidores, Lourdes Méndez, Javier Puente, Antonio Gutiérrez, José
Eugenio Azpíroz y Eva Durán en la carrera de San Jerónimo y Ángel
Pintado, José Luis Sastre, José Ignacio Palacios, Gari Durán y Ana Tormé en
la plaza de la Marina Española. Se han salvado de la exclusión los que, aun
habiéndose declarado contra el aborto, respetaron prudentes la disciplina de
grupo, como las diputadas Sandra Moneo, Rocío López y Beatriz Escudero.
Y ojo, que es cuestión de ideas y no de
renovación. No hay tal renovación porque no la representa la camarada
sindicalista Celia Villalobos, que votó una propuesta del PSOE contra
anteproyecto de Gallardón. Villalobos, juvenil y moderna como
pocas, será diputada por Málaga. Es cuestión de complejos, como lo sería seguir
diciendo y hasta pensando a estas alturas que los altos ideales del difunto André
Glucksmann son los que iluminarán el futuro de Europa. No es el caso.
Hacer política a partir de encuestas y no a
partir de principios puede ser muy práctico, pero tiene varios problemas a
largo plazo. El primero, que uno pierde sus votos más fieles, como nota Mariano
Rajoy. Y otro, que uno deja de saber quién es y dónde va, o más bien se
convierte en lo que no era y termina yendo donde no quería.
Desde luego, Villalobos no irá a una marcha
pro vida, como tampoco habría ido el ideólogo progre Glucksmann. ¿Son ellos futuro o más bien
pasado?.
PASCUAL TAMBURRI Vía
EL SEMANAL DIGITAL
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