Celebración de un entierro por un fallecido a causa del coronavirus en el Cementerio de Santa Mariña, Orense. EFE
“Difícil ser optimista cara a 2020”, se decía en esta columna, titulada 'Un presidente al precio de una democracia', hace justamente un año, el 29 de diciembre de 2019 para ser exactos. “Con el viejo PSOE recluido en las catacumbas, el tipo que se ha hecho con las riendas del socialismo español está dispuesto a aceptar la ruptura de España antes que renunciar al poder. Y aceptar esa ruptura significa acabar con la Constitución del 78, que es la norma que nos ha permitido vivir en paz desde la muerte de Franco a esta parte. Significa, en definitiva, acabar con la democracia. Que los Dioses les sean propicios durante 2020”. Es evidente que los Dioses tenían otros planes para nosotros durante el año que ahora termina, porque, además de haber consentido la deriva hacia la ruptura de la unidad nacional que arriba se denunciaba, nos reservaban una sorpresa terrible, una desgracia sanitaria como la que la covid-19 ha representado para nuestro país y para el resto del mundo, con el correlato añadido de una crisis económica de consecuencias mucho más graves que la sufrida en 2008.
Al cierre del ejercicio, el espectáculo que se divisa desde el puente no puede ser más desolador. La pandemia se ha llevado por delante la vida de más de 71.000 personas (exceso de mortalidad en España entre el 10 de marzo y el 21 de diciembre pasado, según el Instituto de Salud Carlos III y el INE), 71.000 españoles que, como ese soldado desconocido al que se homenajea tras las grandes guerras, han fallecido en silencio, muertos sin rostro, a menudo en el mayor de los abandonos, desaparecidos sin dejar rastro por expresa voluntad de un Gobierno decidido a ocultar una tragedia cuya dimensión contrasta violentamente con el enanismo moral de sus miembros. Tragedia sanitaria y derrumbe económico añadido, porque no otra cosa se podía esperar del peor Gobierno que le ha tocado a España en la peor de las circunstancias imaginables. Y junto a la tragedia sanitaria y el desplome económico, la mayor de las crisis políticas ocurridas en el país desde la muerte de Franco, crisis existencial en la que se juega no ya la independencia de Cataluña, esa pesadilla recurrente en la memoria de los españoles, sino la propia existencia de España como nación.
El deterioro de las constantes vitales de nuestra democracia es tan evidente, el desprestigio de las instituciones tan acelerado, las humillaciones a que los socios de Gobierno de Sánchez –y que Sánchez consiente mirando hacia otro lado- someten cada día a los ciudadanos son tan brutales, que para muchos la pertenencia a la Unión Europea (UE) se ha convertido en la última instancia, el clavo ardiendo al que los demócratas españoles se aferran para imaginar que no todo está perdido y que aún es posible el milagro de evitar la caída en ese abismo de miseria y pérdida de libertades al que el Ejecutivo social comunista pretende conducir a este gran país llamado España. Situación paradójica la que vivimos con la UE. Por un lado, mantiene con vida al Gobierno Sánchez gracias a las compras de deuda pública que el Banco Central Europeo (BCE) realiza de las emisiones del Tesoro, evitando así el riesgo de tener que salir a colocarlas en los mercados. Por otro, permite abrigar la esperanza de que ese club de democracias liberales al que pertenecemos en ningún caso consentirá que España se deslice por la pendiente que ha convertido a países ricos, caso de Argentina, Venezuela, en Estados fallidos condenados a la miseria económica y la ruina moral.
Como aquí se dijo el domingo pasado, la decisión del BCE de seguir comprando deuda soberana de los países miembros al menos hasta la primavera de 2022 augura al Gobierno Sánchez un próximo año relativamente tranquilo desde el punto de vista de las variables macroeconómicas, aunque la realidad de un déficit y una deuda pública desbocadas acabará por imponer su amenazadora presencia ante la Comisión Europea en el momento en que Alemania, Holanda y resto de países “frugales” empiecen a crecer con fuerza. Ese será el momento de nuestro “rescate”, y esta vez no solo económico. España, que llevaba tiempo deslizándose por la pendiente de la irrelevancia como país, ha visto ese proceso acelerado con la llegada al Poder de un Gobierno iliberal y proclive a fórmulas peronistas (Sánchez) cuando no abiertamente comunistas (Iglesias) en la gestión de los asuntos públicos. A estas alturas de la covid-19, está claro que los países que mejor han resistido la pandemia han sido aquellos que han sabido mantener sus finanzas públicas bajo control (caso de Alemania, Holanda, Corea del Sur, Taiwán, Nueva Zelanda, etc.), sin entregarse al frenesí del gasto público urgido por el populismo rampante. No es solo que el exceso de endeudamiento público y privado reduzca el crecimiento potencial (Italia apenas ha crecido un 4% en los últimos 20 años) y aumente las desigualdades sociales, es que los países que han perdido el control de sus finanzas públicas han perdido también el control de la crisis sanitaria, son los que peores resultados han cosechado en la lucha contra la covid. Y para muestra basta el botón de España bajo el Gobierno de Pedro & Pablo.
Y lo que vale para España, vale en mayor grado para Italia e incluso para Francia. El mito del dinero gratis esconde la realidad de un crecimiento económico muy pobre, un paro convertido en estructural y un nivel de crecientes desigualdades, con el riesgo de que esas desigualdades macroeconómicas, traducidas al final en riqueza o pobreza per cápita, terminen llevando al euro al punto de ruptura. Es lo que está en juego en esta Europa post Brexit, hoy empantanada en un cruce de caminos en medio del cual se halla nuestro país. Desde el punto de vista español, está claro que la moneda única y el fortalecimiento de la UE no es que sigan siendo la mejor opción a la hora de frenar nuestra deriva hacia la irrelevancia, sino que se ha convertido en la única para asegurar la paz social y un cierto progreso económico. Y lo que es más importante aún, para preservar nuestras libertades amenazadas hoy por las pulsiones autoritarias de los nuevos tiranos revestidos de apóstoles del igualitarismo por decreto.
La libertad en juego
Digámoslo alto y claro: lo que en este final del maldito 2020 está en juego es ni más ni menos que la libertad. Pocas frases resumen, con ejemplar economía de lenguaje, el desguace al que está siendo sometida España, como esta de Félix de Azúa que figura en un breve texto que bajo el título “Progresamos” fue publicada el pasado 22 de diciembre: “El último [escarnio de este Gobierno] ha sido el ataque directo a la cabeza misma. Con razón: el rey Felipe es el jefe de las Fuerzas Armadas y hay que descabezarlas. El penúltimo es someter al poder judicial para acabar con el arcaísmo de la división de poderes. ¿Alguien imagina a un peronista, a un chavista, a un comunista, obedeciendo al poder judicial? Ya hay una parte de España que no acata las sentencias jurídicas y no pasa nada. Ahora falta el resto del país que, menos Madrid, es fácil de someter”.
¿Algún asidero para la esperanza, esa esperanza a la que tan reiteradamente aludió la reina Isabel II en su mensaje de Navidad a los británicos? Nada que esperar de una clase política que sigue ciega, prisionera de los vicios adquiridos a lo largo de una Transición cuya muerte parecen empeñados en ignorar. Tampoco de una “intelligentsia” hace tiempo desaparecida como grupo, y menos aún de unos poderes empresariales y financieros entregados de hoz y coz al Gobierno Sánchez, dispuestos como están a participar en el festín de esos 72.700 millones gratis total que la Comisión Europea ha destinado a España y que van a servir no para modernizar este país, sino para engendrar un ramillete de nuevas grandes fortunas a las ya tradicionales. La esperanza se llama Juan Español, ese español medio que trabaja con dedicación, cumple religiosamente la ley, educa a sus hijos en los valores de la honestidad y el esfuerzo, defiende la propiedad privada, paga sus impuestos y se muestra solidario como pocos cuando la ocasión lo requiere. La esperanza reposa en esos millones de familias españolas que la noche del 24 se sentaron frente al televisor esperando divisar un rastro de luz en el discurso del rey Felipe VI. Ese Juan Español, ¡Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor!, no está muerto por más que pueda hoy parecer dormido.
Al servicio de Juan Español quiere estar este diario digital que el pasado 18 de diciembre estrenó nuevo director en la persona de Álvaro Nieto. Paradojas de la vida, el año 2020 ha sido el mejor en la corta historia de Vozpópuli, doce meses en los que hemos doblado nuestra audiencia y aumentado plantilla en lugar de reducirla. Si la degradación de los medios de comunicación es una de las mayores desgracias que le han ocurrido a España en los últimos tiempos, he aquí un medio liberal y de progreso dispuesto a prestar su humilde contribución a la tarea de consolidar una sociedad abierta, una nación de ciudadanos libres e iguales, un país más rico, más libre y menos corrupto. Un periódico empeñado en la regeneración de este hermoso oficio hoy prostituido, centrado en hacer el viejo periodismo de siempre, el bueno, el que consiste en salir a la calle a buscar noticias, contrastarlas y publicarlas sin miedo a la reacción del anunciante. Nos alienta la determinación de no ser portavoces ni marionetas movidas por control remoto por partidos políticos ni grupos de poder empresarial o financiero. Libres y fiables. No somos los únicos, cierto, que en este país hay medios como el nuestro dispuestos a honrar la profesión y millones los españoles que hacen su trabajo sin corromperse. Pero no queremos parecernos en nada a quienes babean ante el mundo del dinero en espera de recompensa, quienes tiran de recortada a la hora de conseguir publicidad, quienes se han convertido en oficinas de propaganda al servicio del partido de turno, o quienes, esclavos de doctrinas pasadas de fecha, diariamente están dispuestos a sacrificar información por ideología. Al iniciar nuestro décimo año de vida, quienes hacemos Vozpópuli solo estamos dispuestos a servir a la verdad en defensa de la libertad. Porque lo que está en juego ahora se llama libertad. Feliz 2021 para todos.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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