Felipe VI no debiera claudicar a los cantos de sirena de quienes quieren dictarle el camino de perdición y de servidumbre sometiéndole al chantaje por el inadmisible escándalo de su padre
ULISES CULEBRO
La «mundana ignorante» -como ironizaba sobre sí misma en su fluida correspondencia con Voltaire- Madame du Deffand, cuyo salón parisino fue punto de cita y disfrute de los enciclopedistas, escribió, no sin retranca y causticidad, pero con enorme tino: «Habitualmente estamos rodeados de armas y de enemigos, y los que llamamos amigos son aquellos por los que no se teme ser asesinado, pero que dejarían hacer a los asesinos». Esta mujer de letras, clave para entender el espíritu del siglo XVIII francés, no hablaba a humo de pajas.
Elegante, lúcida y libérrima, Marie de Vichy Chamrond, tras su discreta separación del marqués Du Deffand, fue amante del regente Felipe de Orleans y del presidente del Parlamento. Cuando frisaba los 50 años, constituyó su propio salón concitando, amén de al propio Voltaire, a inteligencias del numen de D'Alembert, Montesquieu, Madame de Staal y -ya casi ciega- su postrero amor, el joven escritor inglés Horace Walpole.
A tenor de la aguda apreciación sobre la doblez de quien se desenvolvía con desparpajo y deleite por las alcobas y los aposentos en los que se disponía la suerte de Francia, es difícil no colegir ciertas analogías con el doble juego que se traen el presidente Sánchez y su copresidente Iglesias, dejando hacer y haciendo, en la acometida antimonárquica en marcha. Explotando el escándalo del Rey Emérito, Don Juan Carlos sirve de valioso ariete de la operación de desguace del régimen constitucional dispuesto por la mayoría parlamentaria Frankenstein que llevó y sostiene en La Moncloa a su actual inquilino.
Se trata de ir dando pequeños pasos, en apariencia insignificantes, para lograr el objetivo deseado sin provocar una reacción masiva o la desaprobación internacional. Dado que el salchichón favorito de los húngaros es el salami y debe degustarse en finas rodajas, quien fuera dictador comunista del país hasta 1956, Matyas Rakosi, se sirvió de ese embutido para denominar una estrategia política enormemente eficaz. Otro tanto hizo Hitler, sin darle ese nombre, para apoderarse de Renania, Austria y los Sudetes, así como para deshacerse de judíos, comunistas y demás disidentes, y practica ahora China con los habitantes de Hong Kong o sus adversarios y minorías religiosas.
Así, en vísperas del tradicional discurso de Nochebuena de Felipe VI, se ha hecho especialmente perceptible como Sánchez otorga carta blanca a Iglesias, lo que éste aprovecha para redoblar sus hostilidades contra la Monarquía usufructuando sus atribuciones gubernamentales, así como el manejo de TVE, cuya parrilla es la agenda de Podemos, como hoguera abrasiva contra la Corona en línea con lo que vienen haciendo los canales públicos dominados por el separatismo. Como si Iglesias no engrosara su Consejo de Ministros, Sánchez dora la píldora presentándose como gran valedor de la Corona, mientras achica espacios a Su Majestad como si el rol de éste fuera ornamental, cual estatua en vida, y limitar su carácter constitucional de cabeza de la nación que supo guarnecer con su histórica alocución televisiva del 3 de octubre de 2017, tras el golpe de Estado perpetrado en Cataluña por los vigentes socios de Sáncheztein y que estos buscan hacerle expiar.
De esta guisa, diríase que el primer ministro obra con el jefe del Estado con el cinismo del ministro franquista Serrano Suñer cuando se ofreció al embajador británico mandarle policías para que le salvaguardaran de los falangistas que él mismo convocaba ante la legación diplomática para reivindicar la españolidad de Gibraltar. De igual modo que SirSamuel Hoare le replicó con fina ironía: «En realidad me bastaría con que me enviara menos manifestantes», otro tanto cabría argüir por la Casa Real al observar cómo Sánchez tolera la hostilidad de su vicepresidente.
Se trata de un premeditado plan para crear, con clara semejanza a como los soberanistas operan para propiciar la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña arrastrando al PSC, un clima propicio para hacer virar al PSOE y al conjunto de la opinión pública hacia posiciones que redunden en una consulta pareja sobre la Republica.
Después de que el hoy jefe de gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo, gran muñidor del pacto de Gobierno de hace un año, adiestrara a Iglesias, al ser invitado por este a su programa televisivo de La Tuerka como admirado consultor al que le gustaría tenerlo trabajando a sus órdenes, sobre cómo un peón podía dar jaque mate al rey, hay que convenir que esta rara posibilidad se facilita si las fichas que tienen encomendada la protección de pieza tan capital se vuelven contra ella al tener el Rey su movilidad reducida, pese a su importancia coronada, a únicamente desplazarse de casilla en casilla.
Sánchez se ampara en que «el PSOE y Podemos son partidos distintos y venimos de culturas diferentes», lo que suena a aquello de «ni quito ni pongo rey, pero sirvo a mi señor» (en este caso, a los compañeros de viaje escogidos para gobernar y que pretenden finiquitar el régimen del 78). Aquel Gobierno con «varias voces, pero una misma palabra», augurado por Sánchez tras el regalo de Reyes del Gabinete de cohabitación socialcomunista que endosó a los españoles en enero, se ha revelado tan falaz como su promesa de que jamás formaría un Ejecutivo de esas características por producirle un insomnio que, a la postre, ha resuelto traspasar al conjunto de la ciudadanía.
Cuando cierto cardenal francés le mostró su asombro porque San Dionisio de Areopagita (Saint Denis) hubiese recorrido, con su cabeza cortada bajo del brazo los nueve kilómetros que mediaban entre la colina de Montmartre y la basílica de su advocación, Madame du Deffand le interrumpió cortante: «Su Eminencia debería estar al tanto de que, en ese brete, sólo el primer paso cuesta».
Por eso, en su plática navideña de este jueves, aun discerniendo que sus amigos no precisarán de justificaciones, sus enemigos no las creerán y los estúpidos no las entenderán, al decir de Oscar Wilde, Felipe VI no debiera claudicar a los cantos de sirena de quienes quieren dictarle el camino de perdición y de servidumbre sometiéndole al chantaje por el inadmisible escándalo de su padre por sus cuentas suizas y su regularización fiscal.
Mucho menos cuando ha mantenido una actitud ejemplar hasta repudiar a Don Juan Carlos y apartar a su hermana y cuñado para preservar su integridad y la de la institución que corona. Justo en los antípodas de los demagogos que, sirviendo intereses espurios, acreditan corrupciones generalizadas que los tienen en el punto de mira de una justicia a la que quieren usurpar sus atribuciones para garantizarse la impunidad plena y sostienen en cargos públicos a condenados en firme.
Si el Rey supo estar en su sitio como pocos -cosa que empieza a sorprender por lo insólito en este país- con ocasión del golpe de Estado secesionista del 1-O, debe sustentar la misma entereza y gallardía de entonces sin dar la impresión de que se hace perdonar la vida por aquellos que le chantajean con un padre del que, dolorosamente, ha juzgado poner fuera de ese pabellón de caza que responde al nombre de Palacio de La Zarzuela.
Visto lo visto, la Casa Real cometió un error avalando la salida de España de su padre a requerimiento de La Moncloa, permitiendo que se fabulase con un eventual exilio no sólo de su progenitor sino de toda la familia. Pero lo agrandaría mayúsculamente si da la sensación de condescendencia con quienes marcan su fatal destino y el de la nación trimilenaria siguiendo la falsilla de un Gobierno que, con no estorbar, sería de gran ayuda para un buen rey que no tiene a su lado un presidente del que pueda fiarse y que lo hace rehén de sus cofrades de investidura.
En Lecciones de Febrero, el premio Nobel Solzhenitsyn se pregunta cómo llegó a desencadenarse la Revolución de 1917, cuando sus promotores no estaban pertrechados para ella, y lo achaca a la inoperancia general derivada de aguardar a que todo se arregle por sí solo, empezando por la conducta evanescente del zar de aquel gran imperio. Por eso, como tiene acreditado en las pruebas a las que el destino lo ha sometido en su corto reinado, es seguro que Felipe VI sorteará esa «indefensión aprendida» que, según los psicólogos, conduce a la pasividad al interiorizarse que se carece de capacidad para hacer nada y para darle vuelta a la situación.
El escritor y terapeuta argentino Jorge Bucay lo reflejó en un cuento en el que, partiendo de su atracción infantil por el circo, razonaba cómo era posible que un elefante enorme y poderoso pudiera quedar inmovilizado al atarlo a una pequeña estaca. «No escapa -explicaba- porque cree que no puede hacerlo tras renunciar a intentar ser libre». Debido a experiencias previas en las que no se pudo o no se quiso actuar sobre la situación, se aprende que no puede hacerse nada y esa percepción de no poder hacer nada lleva a la inacción y a la inercia.
Todo lo contrario que precisa España cuando se la quiere precipitar en un cambio de régimen. Ora poniendo en la picota instituciones primordiales del sistema como la Corona, apuntando al padre para cobrarse la pieza del hijo, o el Poder Judicial, procurando supeditarlo a los dictados del Ejecutivo para que sea una escribanía; ora socavando órganos constitucionales esenciales del sistema con normas que los maniaten y reduzcan a una vida vegetal.
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO
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