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viernes, 11 de diciembre de 2020

DE SUMMA LINGUARUM STULTITIA

 «Es un proceso fascinante este de buscar o crear una variante lingüística dialectal y convertirla en lengua por decreto y luego imponérsela a la población de un territorio, la hable o no»

 

 
Dice el diccionario de la RAE que «vehicular», dicho de una lengua, es «que sirve de comunicación entre grupos de personas de lengua materna distinta». De donde parece deducirse que vehicular y materno son cosas diferentes. 


Va lo dicho sin intención alguna y en tono meramente deportivo, porque el español da igual que sea vehicular o materno, lo que es verdaderamente es un proscrito. Ha estado fina la empleada del señor Feijóo en la taifa galaica al auparse soberbia en la tapia de su corralito identitario. Total, lengua que hablan casi 500 millones de personas, ¿para qué la quiere nadie?

Ante semejante panorama conviene espabilar y, como en el sur somos lentos de reacción, es preciso ir haciendo algunas sugerencias lingüísticas de cara al futuro, no sea que nos quedemos sin lengua «vehicular». Pero qué bobada, si solo hay que tirar del hilo un poco...

Cuando las legiones de Trajano entraron en el Lacio para servir de apoyo a su general que acababa de ser nombrado emperador, Roma estaba en una situación muy delicada pero los de la Bética resultaron muy eficaces. Trajano era, como su sucesor Adriano, puritito hispano. O sea, cien por cien autóctono. De una autoctonía celtibérica absolutamente primigenia, tribal, purísima. 

He estado un rato reflexionando sobre si los vascones del RH incontaminado que poblaron las Merindades deben ser considerados más autóctonos, más genuinamente precastellanos -esos eternos invasores- que mi primigenia tribu bética. Esto me ha sumido en un mar de perplejidades, sin duda por falta de pericia en la investigación teológico-genética de los arcanos sublimes de la autoctonía. 

El asunto es peliagudo y, como primera medida, hay que convocar un congreso en alguna universitat o univertsitatea con probadas credenciales en la creación y gestión de hechos diferenciales. Es que verán, sin esos vascones, que hablaban fatal el latín, no existiría el español (¿!?¡).

Pavoroso. Esta línea argumental hay que abandonarla de inmediato porque conduce a la melancolía autonómica. Vamos a la Bética. La cosa es que mi tribu hablaba latín estupendamente. Ya ven. Estos andaluces, como muy bien sabía el molt honorable Jorge Colina, son unas criaturas desestructuradas. Entonces lo que pasó, para abreviar, es que vinieron los romanos y nos estructuraron la mar de bien. Tan es así, que luego les prestamos dos emperadores autoctonísimos a Roma, los cuales vinieron a culminar una tendencia al intercambio que se veía invencible desde los Escipiones: ministros bajo el gobierno de Julio César, filósofos suicidas en tiempos de Nerón… 

Total, que como a nosotros en realidad el español nos fue impuesto por los vascones de las Merindades -o por quien quiera que fuese que hablara usando cinco vocales, que esto, hasta que no se celebre el congreso de la universidad autonómica (tolérese el oxímoron) no podemos determinarlo con seguridad- lo que nos conviene, siguiendo la genial inspiración del alcalde de León de resucitar dialectos muertos, pero con vida ectoplasmática, es buscar nuestra perdida identidad lingüística. 

Sigue en esto el alcalde una larga saga, que se ha mostrado sublime inventando lenguas y haciéndolas oficiales. Verbigracia, la del Gobierno autónomo de Asturias. El cual a su vez va tras una estela en la que ya había destacado brillantemente el Gobierno autónomo de las Vascongadas que tanta creatividad mostró enseñando en las ikastolas un vasco que nunca habló nadie... Es un proceso fascinante, puramente vanguardista, este de buscar o crear una variante lingüística dialectal y convertirla en lengua por decreto y luego imponérsela a la población de un territorio, la hable o no. 

El faro inspirador de este proceso había sido el Gobierno autónomo catalán, faro y guía de tantos y tantos gobiernos autónomos que han andado navegando en la oscuridad sin administrar correctamente nuestras identidades verdaderas, deturpadas por las tinieblas de esa lengua invasora y terrible (vehicular o materna, ¿chi lo sa?), hablada solo por pueblos inferiores que es el español. Agradezcamos al molt honorable Jorge Colina, y a sus dignos sucesores Picodemonte y Joaquín Tuesta, y a sus no menos inspirados y admirables predecesores, el habernos alumbrado a todos: valencianos, baleares, navarros, gallegos, asturianos, etcétera. 

Y ahora a los andaluces, que hemos estado un poco lentos por razones que el molt honorable don Jorge y el también molt honorable Tuesta bien saben y han explicado con la claridad de ideas y la soltura verbal que caracteriza a ambos. Pero hemos comprendido por fin que debemos recuperar nuestra auténtica identidad lingüística y quitarnos de encima esta mugre española inquisitorial y fascista.

Y hete aquí que invocado el espíritu del profeta Blas Infante en aquelarre identitario (siempre inspirados por la guía del inmarcesible Sabino Arana y del no menos sublime Prat de la Riba) mostrose esquivo, mas acudieron prestos en nuestro socorro los trajanos, adrianos y sénecas. La calzada romana es lo que tiene, que se va y se viene en un plis plas, incluso del más allá.

Precedidos de los crótalos de las puellae gaditanae, el gran poeta cordobés Lucano manifestose a ritmo de hexámetro y demostró, sin posibilidad de duda científica, que a compás de tanguillo y bulerías puede nuestra lengua madre latina recuperar los viejos metros espondaicos, dactílicos y trocaicos. ¿Se dan ustedes cuenta de lo que sería la «Eneida» cantada por tío Borrico? Escalofríos dan solo de pensarlo.

Item más (y dejemos de lado la vertiente emotiva del asunto), que no hay lengua en la historia ni la habrá como el latín y que los andaluces, de estar desestructurados, pasaríamos a poder leer los «Principia» de Newton en versión original. 

O sea que echamos nuestra lengua madre latina, recién resucitada y todo, con lo que eso desconcierta, a pelear con euskeras o euskaras (u otros bosques de vascos, que eso nunca estuvo claro), los dialectos «celtas» del macizo galaico, el bable, las variantes levantinas desde el lemosín al menorquí, el lleonés (vivo o muerto) y cualquiera otra manifestación lingüística real o ficticia, catatónica o bullente, presente o pasada, ya impuesta o en fase de imposición (dicho para que ustedes lo entiendan mejor: normalizada o sin normalizar) y qué quieren que les diga: no hay color. 

Goleada. Al loro, que tenemos el latín y la Lex Flavia Malacitana, como derecho histórico, de una antigüedad imbatible. Resígnense los forales. Somos los únicos que tenemos leyes escritas en piedra. Así que nos disponemos a reclamar referéndum, independencia y concierto. Todo a la vez para ir abreviando. El orden de los factores no altera al producto. Alea jacta est.
 
 
                                         Mª ELVIRA ROCA BAREA   Vía ABC

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