El traslado del World Economic Forum del centro de Europa a la región de Asia-Pacífico no es solo una consecuencia del covid-19
Pasillos del Foro Económico Mundial de Davos, en una imagen de archivo. (EFE)
Seguramente, usted está tan desolado como yo. En 2021, el encuentro del World Economic Forum, que todos los eneros se celebra en la localidad suiza de Davos, cambiará de fecha y de sede. Este año, los jefes de Estado, ejecutivos, emprendedores, 'celebrities' y ese extraño y reducido grupo de intelectuales convertidos en inspiradores de millonarios se reunirán en mayo en Singapur. Para entretenernos durante la espera, sin embargo, el mes que viene se celebrará un evento virtual llamado Davos Agenda Week, que la organización describe, con su lenguaje característico, como “una movilización pionera de líderes globales”.
La razón principal para llevar el Foro de Davos a Singapur es el riesgo persistente que supone la pandemia de covid-19 en Europa. Con el miedo que sigue habiendo al contagio, no era una buena idea reunir a 3.000 participantes y centenares de periodistas en un gélido pueblo de difícil acceso situado a 1.500 metros de altitud. Allí, el contacto físico dentro de las instalaciones del resort de esquí lo es todo, hasta el punto de que el estatus del invitado se explicita en función de las salas de reunión a las que se le concede acceso y a las que no. De Davos, uno puede salir convencido de que ha tenido éxito si coincide en el ascensor con un famoso.
En Davos, el contacto físico dentro de las instalaciones del resort de esquí lo es todo, y es un indicador del estatus
En Singapur, cuyas fronteras han estado prácticamente selladas durante la pandemia, las reuniones se dividirán en grupos de 50 personas, cuyos miembros no tendrán contacto con los de los demás. El principal objetivo de la organización es preservar la salud de los participantes, dijo en un comunicado el World Economic Forum, y Singapur era el lugar ideal para lograrlo porque tiene bajos índices de contagio y su sector de eventos ha estado experimentando medidas de seguridad contra el virus.
De la retórica a la mala imagen
Pero más allá de esta razón más o menos lógica, hay otras dos explicaciones para el cambio de ubicación. La primera tiene que ver con el creciente descrédito de la cumbre, a la que se llama cada vez con mayor frecuencia “el circo”. Por un lado está su retórica, a medio camino entre la autoayuda y la publicidad. La sesión de 2020 defendía un “capitalismo de 'stakeholders” (no solo pensado para los accionistas, sino para todos los ciudadanos que participan en el proceso económico) con el fin de lograr “un mundo cohesionado y sostenible”. Entre las áreas clave, estaban las tituladas “Cómo salvar el planeta”, “Una economía más justa”, “Futuros sanos” y “Más allá de la geopolítica”.
Por lo que respecta a las iniciativas para reducir el impacto climático de la cumbre, esta afirmaba apostar por la contratación de “proveedores de comida de proximidad, la introducción de fuentes de proteínas alternativas para reducir el consumo de carne (...) la reducción o eliminación del uso de materiales que no pueden reciclarse o reutilizarse fácilmente, como las alfombras, y la introducción de más vehículos eléctricos”. Por suerte, esta clase de mensajes nunca llega a las personas a las que no están dirigidos. De ser así, quizás el actual desprecio hacia las élites nos parecería poca cosa. Pero, en todo caso, no solo se trata de la retórica: las discusiones sobre la desigualdad, las llamadas a la economía circular y las críticas a las empresas que se preocupan solo por los beneficios resultan particularmente poco verosímiles si se hacen en un hotel de lujo de un país conocido mundialmente por el secreto bancario. Quizás un cambio de sede pueda ayudar a recuperar algo de credibilidad.
La mudanza a Singapur también es la señal del desplazamiento cada vez más importante del poder y el dinero hacia Asia
Pero hay una segunda razón. La mudanza a Singapur también es la señal inequívoca de una realidad mucho más comprobable que ese 'capitalismo de stakeholders': el desplazamiento cada vez más importante del poder y el dinero desde el viejo mundo occidental hacia Asia. No es exactamente una novedad —cálculos de 2015 ya señalaban que Asia-Pacífico era una región más rica que Europa y que andaba detrás de Estados Unidos—, pero sí da la impresión de que, en el extraño 2020 que hemos vivido, el proceso se ha acelerado: por primera vez en décadas, los occidentales se han preguntado si los sistemas políticos de pequeños Estados-nación como Singapur o Taiwán, por no hablar del gigante China, son más eficientes que el nuestro. Hemos visto cómo estos no solo permiten un mayor control social ante fenómenos relativamente imprevistos como la pandemia, sino que muestran una capacidad de recuperación económica más rápida debido a su mezcla singular de 'laissez-faire' y dirigismo (no por casualidad, los partidarios del Brexit soñaban con convertir Reino Unido en un Singapur del Támesis).
Salvar el capitalismo
En las últimas celebraciones de la cumbre de Davos, la organización y los participantes han asumido en general la interpretación que hacen los progresistas moderados de la crisis actual: para salvar el capitalismo, es necesario conseguir que sea más consciente ambientalmente, obligarlo a disminuir las desigualdades y romper con la consigna de Milton Friedman —que ya ha cumplido 50 años— de que el fin de una empresa no es otro que ganar dinero para sus accionistas. No ha sido un cambio repentino, y en casi todos los sentidos está justificado, pero sí tan notorio que cabría pensar que las élites que se reúnen allí ya no se dedican tanto a crear tendencias como a seguirlas y, luego, a fingir que fueron idea suya.
No tiene nada de malo, en realidad. El típico lenguaje del World Economic Forum lo expresaría más o menos como “liderando con resiliencia tras las oleadas de pensamiento global que hasta ahora no habíamos sabido detectar”. El giro hacia Asia es una señal más de esta actitud. En Singapur, pueden estar contentos: no es casualidad que en ocasiones se la haya llamado 'la Suiza de Asia'. En parte, sí, por las facilidades que da al sector bancario.
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ Vía EL CONFIDENCIAL
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