No hemos salido mejores de esta pandemia, pero la Unión Europea, contra todo pronóstico ante los primeros compases de la pandemia, ha salido más fuerte
Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. (EFE)
Hay pocas respuestas más dolorosas y claras a una petición de auxilio que el simple y frío silencio. Cuando en los primeros compases de marzo y mientras se multiplicaban las páginas de las esquelas del diario local de Bérgamo en el norte de Italia, la respuesta europea a la petición de auxilio italiana fue dolorosa y peligrosa: primero silencio y después, un portazo. Alemania y Francia prohibieron la exportación de material sanitario a Roma. La solidaridad europea estaba muriendo en vivo y en directo a manos del miedo y el pánico de la primera ola.
No se trataba ya de solidaridad para rescatar bancos o para salvar empleos. Se trataba de la solidaridad más básica: ayuda para salvar vidas de ciudadanos europeos. La rabia vivida aquellos días en Italia, sazonada con una sensación de incredulidad y de estupor auguraba un futuro complicado. ¿Saldría una Europa mejor de la pandemia? A juzgar por lo que se veía y vivía en ese momento, la respuesta era un claro “no”.
Muchos han sido los que se han preguntado a lo largo de los últimos meses si el coronavirus nos haría mejores personas. Pasado el tiempo parece claro que no ha tenido un efecto significativo sobre la tendencia previa. Como explicaba ya en junio Ramón González Férriz, que siempre predica la mesura, este tipo de eventos solamente sirven para reforzar nuestra visión previa: si creemos que el ecologismo es el futuro, defenderemos que la pandemia demuestra que la transición verde es el camino a seguir, o si crees que el capitalismo es el origen de todos los males asegurarás que este es un golpe definitivo al neoliberalismo. La realidad es que salimos más o menos igual. Y si ha habido algún cambio ha sido para peor.
Pero, ¿y esa Europa que mostraba su peor cara a principios de la pandemia? Contra todo pronóstico la Unión Europea que sale del 2020 es mejor que la que comenzó el año. A partir de aquel portazo a Italia y la constatación de que se estaba empujando a los ciudadanos italianos hacia el precipicio de un euroescepticismo justificado, la dinámica cambió en el momento en el que, bajo presión de la Comisión Europea, Alemania y Francia levantaron su veto a la exportación de material sanitario. El año ha dejado al menos tres logros muy positivos para la Unión Europea cuyos efectos pueden llegar a ser muy relevantes en el futuro de los Veintisiete. El primero, y seguramente el menos valorado en la dimensión que tiene, es la puesta en marcha del Fondo de Recuperación de 750.000 millones de euros.
El acuerdo franco-alemán de mayo de 2020 en el que París y Berlín acordaron, con el apoyo de Bruselas en la sombra, la emisión de deuda europea conjunta por valor de 500 mil millones de euros para ser destinados en forma de transferencias a fondo perdido a los Estados miembros más afectados por la pandemia ha sido un paso histórico minusvalorado o al que el público general se ha acostumbrado con una pasmosa rapidez.
En solo cuestión de unos meses, y justo cuando terminaba de arrojarse la última palada de tierra sobre el féretro de la idea de un presupuesto común para la Eurozona, reducido a una herramienta sin capacidad y sin ambición, la Unión Europea ha diseñado y puesto en marcha el instrumento fiscal que tanta falta le hace la zona euro. Ahora el Banco Central Europeo (BCE) ha pedido que se convierta al Fondo en algo permanente, porque lleva ya demasiado tiempo pidiendo que se pusiera en marcha una capacidad presupuestaria para la zona euro.
Durante años Alemania y otros Estados miembros se han negado a cruzar esta línea roja, pero hoy es una realidad. Es cierto que la negociación fue muy compleja, y que socios como Países Bajos ahondaron en esa sensación de enfrentamiento norte-sur, pero lo crucial es que en cuestión de meses la Eurozona ha avanzado décadas. La clave ahora es que funcione lo mejor posible, porque aunque Berlín asegura que esta medida se ha acordado de forma excepcional y única, si surte efecto se acabará quedando. Ya se ha cruzado el Rubicón, y todos los esfuerzos deben centrarse ahora en no volver atrás.
El fracaso del artículo 7 del Tratado de la UE no ha dejado otra opción que crear una herramienta paralela
El otro gran paso ha sido la vinculación de los desembolsos con el respeto al Estado de Derecho, que casi lleva al bloqueo total del Marco Financiero Plurianual y por lo tanto del Fondo de Recuperación. El fracaso del artículo 7 del Tratado como cláusula para la protección de los valores fundamentales de la Unión Europea no ha dejado otra opción que buscar la forma de crear una herramienta paralela, vinculada al presupuesto, que permita tomar medidas reales contra un Estado miembro que, por ejemplo, decida desmantelar el sistema judicial, como ha ocurrido con Polonia.
Es cierto que el acuerdo es mejorable, y que existen dudas sobre hasta qué punto se está sentando un precedente peligroso al acordar que la Comisión Europea no aplicará una norma a la espera de la opinión legal del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), retrasando su puesta en marcha. Pero también es cierto que la UE se ha dotado por fin de un instrumento que le permite poner coto a la diseminación del autoritarismo en el club comunitario. Lo importante ahora será que exista la voluntad y la valentía política para hacer uso de él cuando sea necesario.
Por último, y desde una perspectiva más general aunque no menos relevante, la Unión ha respondido de forma muy rápida a la crisis, siendo capaz de poner en marcha una primera triple red de seguridad de medio billón de euros en cuestión de pocos meses, rompiendo así con la larga tradición de parálisis y dificultad a la hora de reaccionar rápido a retos imprevistos. Poco después, ya en julio, alcanzó el histórico acuerdo del Fondo de Recuperación. En menos de medio año puso en pie un paquete de más de un billón de euros.
Tres conclusiones de un año del que la Unión Europea sale algo mejor de lo que lo entró. No significa que todo sean buenas noticias. Las divergencias en el mercado interior aumentarán y cristalizarán debido a esta crisis y, aunque los líderes han acordado un mecanismo para hacer cumplir los requisitos del Estado de Derecho, lo cierto es que, al menos por ahora y durante un tiempo, algunos países seguirán minando desde dentro los valores fundamentales de la Unión.
Tampoco es sinónimo de que no se pueda dar marcha atrás en esos logros. Para el primero será clave que la Alemania del futuro siga entendiendo que en su interés particular está que no se rompa todavía más el Mercado Interior, y con la canciller Angela Merkel prácticamente despidiéndose ya de su cargo no hay ninguna garantía de que eso vaya a seguir siendo así. Que la idea de la emisión masiva de deuda conjunta para financiar un instrumentos presupuestario común sobreviva depende completamente de Berlín.
Los problemas no se van
Para retener el segundo logro será necesario valentía política, la misma que a todos las familias políticas europeas les falta para lidiar con sus miembros problemáticos: el Partido Popular Europeo (PPE) sigue siendo incapaz de expulsar al Fidesz de Viktor Orbán, los socialdemócratas europeos siguen tolerando al PSD rumano a pesar de su reciente historial y evita hablar del rol de los socialistas en Malta y el asesinato de la periodista Daphne Caruana, y los liberales actúan como si el primer ministro checo Adrej Babis no formara parte de su familia política. A la hora de la verdad los socios europeos siguen siendo muy tolerantes con los países descarrilados en materia de estado de derecho, especialmente si tienen importantes intereses económicos como es el caso de Alemania en Hungría.
Los logros alcanzados en 2020 tienen todos una rápida vuelta atrás. Pero hay bastantes motivos para la esperanza: aunque parezcan frágiles, lo cierto es que se han hecho dichos progresos, y que sin ellos estaríamos hablando de una Unión Europea ya muy diferente, mucho más dividida, enfrentada y polarizada. El reto para 2021 es demostrar que los cambios han llegado para quedarse.
NACHO ALARCÓN Vía EL CONFIDENCIAL
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