El autor cree que si el PSOE sigue apostando por el camino reformista, debe desligarse de las pretensiones 'podemitas' y de las maniobras de Iglesias para destruir la concordia que articuló la Constitución
RAÚL ARIAS
Vivimos tiempos que nunca pudimos imaginar. La pandemia se extiende por todo el mundo pero está golpeando especialmente a nuestro país, debilitado por las consecuencias económicas y sociales provocadas por la covid-19 y por una crisis política, hoy más que evidente para todos. La abrumadora suma de todas esas crisis ha resquebrajado todas las bases de concordia mínima sobre la que se ha basado la confianza de la ciudadanía española en la democracia del 78.
Nunca desde la Guerra Civil los españoles habíamos tenido tantas razones para tener miedo o sentir cómo el futuro se desmorona ante nuestros propios ojos. Ningún mensaje optimista, ninguna retórica confianzuda, ningún programa utópico; tampoco el acopio de medios de comunicación y de propaganda pueden por sí mismos prestarnos la tranquilidad que nos daban, tan sólo hace unos pocos años, el normal desenvolvimiento de la economía, de la política, de la justicia o de la solidaridad pública, por muy deficientes que nos parecieran entonces. Desgraciadamente, cuando el esfuerzo común del conjunto de los españoles se muestra más necesario que nunca, la suma de los independentistas, los corifeos de las acciones terroristas de ETA y, por supuesto, Podemos, en este caso desde las más altas instancias del Gobierno, se han concertado para iniciar una estrategia de acoso y derribo, no sólo en contra del jefe del Estado, Felipe VI, sino también contra las bases más esenciales de la Constitución del 78. El debilitamiento del Estado es la estrategia política que les une hoy, aunque sus objetivos partidarios son muy diferentes. Unos pretenden el debilitamiento del Estado para hacer más fácil la independencia de sus territorios, otros desean llevar a cabo en España los experimentos ideológicos que sus apoyos políticos y financieros llevaron a cabo en Sudamérica, con los resultados desastrosos que tan bien conocemos. Con claridad meridiana vemos que la acción política que impugna la Transición, la Constitución del 78 y la jefatura del Estado, convoca en un espacio político compartido y de conveniencia a independentistas vascos y catalanes con los neocomunistas de Podemos.
Por mucho que los impugnadores de la Constitución del 78 se proclamen partidarios de la República, vociferando sobre sus virtudes, no pueden ocultar que no son ellos precisamente la mejor representación de las ideas republicanas, que trascienden a los regímenes políticos, impregnando por igual a monarquías europeas y sistemas republicanos democráticos. Porque estaremos de acuerdo en que algunas repúblicas, que conocemos muy bien, han destruido en sus países respectivos los más nobles principios del republicanismo. En algunas de estas repúblicas, que les han servido de soporte económico e ideológico a estos profetas de la nada, esos principios republicanos han sido sustituidos por las toscas botas y los uniformes pintorescos de militarotes inflamados por proclamas demagógicas de imposible cumplimiento, que han terminado convirtiendo a sus respectivos conciudadanos en súbditos empobrecidos o transterrados por diversos países del mundo.
En este contexto, reivindicar la Constitución del 78 y los últimos 40 años de libertad y progreso se convierte, para todos los que no nos sentimos representados por esas minorías tan radicales como poco representativas, en una obligación. No rechazo la confrontación de ideas, esencia de la democracia social-liberal que defiendo, pero sí impugno que se haga tabla rasa de todo lo conseguido durante las cuatro últimas décadas y se oculten en cortinones de demagogia y engaño para adquirir superioridad en este legítimo debate de ideas. Porque, no nos debemos dejar engañar, ninguno de estos aventureros políticos defiende una república como la francesa, la estadounidense o la alemana. Su pretensiones finales son otras: unos defienden la República con el último fin de conseguir su deseada independencia, otros reclaman la República para aproximarse a sus postulados neocomunistas. Para todos ellos la República es un trampantojo que encubre pretensiones bien distintas...serían en realidad y, en todos los casos, repúblicas sin republicanos.
En este momento, es necesario recordar con la mayoría de los ciudadanos españoles, pero muy especialmente con los más jóvenes, de dónde venimos: una Guerra Civil y una larga noche de 40 años en la que nos faltaron el oxígeno de la libertad y la igualdad, haciendo imposible a los españoles el simple y fundamental estatus de ciudadanía, condición que poseían todos los ciudadanos de los países vecinos. Los demócratas debemos mantener la discusión afirmando que la Constitución del 78 abrió un periodo histórico de progreso y libertad, que no nos gustaría que fuera excepcional. Aquella sociedad y aquellos líderes políticos, entre los que figuró a la cabeza de todos ellos el Rey Juan Carlos, consolidaron una concordia social y política mínima e imprescindible. Esta apuesta histórica supuso dar la espalda a las trincheras y al frentismo que han caracterizado nuestro pasado y que parece resurgir a impulsos de la demagogia y la irresponsabilidad.
Lo peor, lo impensable, suele ocurrir cuando las nuevas generaciones no reciben de sus padres el legado sincero que produjeron. En nuestro caso, esa herencia nos la han podido ofrecer y la podemos recibir con el máximo orgullo. No se hizo todo bien, desde luego. Pasado el tiempo sabemos que algunas decisiones no se debieron tomar, o se debieron dirigir en otra dirección y con otro contenido. Pero ningún error de los que se cometieron, ninguna de las imprudencias que se produjeron, pueden servir de argumento justificativo para impugnar radicalmente lo conseguido.
De la misma forma que llamo a los demócratas a defender con orgullo nuestro pasado reciente, les pido que no caigan en un pesimismo de sobra conocido por todos nosotros porque desgraciadamente se ha adueñado de los españoles con una frecuencia muy dañina durante amplios y diferentes periodos de nuestra historia. No solo a nosotros nos ha tocado vivir esta crisis política. Vemos cómo en países de nuestro entorno, incluyendo naciones con sólida y continuada tradición democrática, expresiones políticas populistas y nacionalistas asedian a sus respectivos Ejecutivos cuando no han logrado gobernar sus naciones o desarrollan políticas arbitrarias, autárquicas y extravagantes cuando la frustración, el desencanto y el miedo de sus poblaciones les lleva a la responsabilidad de gobernar.
La defensa de la República o la Monarquía no se puede realizar en abstracto, fuera de un tiempo y un lugar concreto. Hoy, en España, como hace 40 años, la Constitución del 78 y la Jefatura del Estado, actualmente encarnada por Felipe VI, están ligadas a la libertad, a la igualdad de los españoles; también al progreso, a la modernidad de España y a esa apuesta de inimaginable envergadura política que representa la UE. Como algunos de los países más prósperos de nuestro entorno, nuestra Monarquía representa los mejores valores republicanos de libertad, igualdad y solidaridad. Sin renunciar a las reformas que sean necesarias, más bien dispuesto a aceptar las que la cambiante realidad nos vaya imponiendo, creo que en la España de hoy no hay nada más republicano que defender la Constitución del 78 y la Monarquía como base para nuestra convivencia, además de ser pilar esencial para poder encarar con las mejores garantías de éxito la triple crisis que nos paraliza. Si no reaccionamos, estos últimos 40 años supondrán una excepción en nuestra historia.
Es una vez más en el PSOE donde, en esta crítica situación para España, se concentran dudas y esperanzas por igual. Estos días se cumple el octogésimo aniversario de la muerte de Julián Besteiro en la cárcel de Carmona. De todos los personajes que forman parte de la leyenda de aquellos años, por lo menos yo así lo creo, fue en este profesor de Lógica en el que se unió de forma más notable la solvencia intelectual y la solidez ética. Se opuso a la deriva de su partido en el 34 y a la influencia comunista durante la Guerra Civil. Pasado casi un siglo, hoy igual que ayer, el PSOE debe decidir si ampara, justifica o impulsa la estrategia aventurera de Podemos o sigue por la vía reformista iniciada durante la Transición. Si apuesta por seguir el camino reformista y moderado iniciado hace 40 años, debe desligarse de las pretensiones podemitas y descalificar tanto las declaraciones de algunos de sus ministros como las maniobras de Iglesias, que no sólo están dirigidas a oponerse al Rey, sino a destruir la concordia mínima en la que se basó la Constitución del 78 y la convivencia democrática que ha dominado estos últimos años de nuestra historia.
NICOLÁS REDONDO TERREROS* Vía EL MUNDO
*Nicolás Redondo Terreros es ex dirigente político.
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