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viernes, 2 de octubre de 2020

ESTA ESPAÑA AUTONÓMICA

Una España autonómica y descentralizada podría funcionar. Esta no lo está haciendo.

 
EFE


No es exacto que, como dice el ministro Illa, «vienen semanas muy duras». En realidad, lo que viene son años de pobreza y de duelo. Y no solo en Madrid, sino en toda España. Durante ese tiempo los españoles deberán responder a muchas preguntas, algunas planteadas por la clase política y otras planteadas al margen de ella. Por ejemplo: ¿ha ayudado la estructura de la España autonómica a gestionar mejor la epidemia? La respuesta, por ahora, parece ser negativa. La descentralización hizo que, en las semanas críticas de marzo, el Gobierno asumiera el control desde un ministerio de Sanidad escaso de personal y de preparación. Así se perdieron días importantes para el aprovisionamiento de materiales y la coordinación de recursos. Después, en los meses de desescalada y de nuevo aumento de contagios, la estructura autonómica ha servido para multiplicar los protocolos -y la confusión- y como burladero de responsabilidades para la clase política.

Siempre es difícil saber si un desastre de estas dimensiones se debe al diseño del sistema o a los individuos que ocupan sus puestos de mando. ¿Qué fue más grave, la falta de botes salvavidas en el Titanic o los errores del capitán? Digamos, por ahora, que estamos ante un círculo vicioso: la estructura autonómica ha facilitado y exacerbado las peores tendencias de la clase política. Ha permitido que se entablen disputas irresponsables en las que lo que menos importa es el interés de los ciudadanos. Ha animado la errática gestión del Gobierno, que volvió del verano cantando las bondades de la cogobernanza y de que fuesen las autonomías quienes manejaran la segunda ola, y semanas después estaba denunciando la gestión madrileña. Ha ayudado a que, siete meses después del inicio del desastre, se considere un logro el acordar criterios claros de actuación en todo el país. En vez de multiplicar las fuerzas y fomentar la responsabilidad de las administraciones, de manera que cuando una no estuviese a la altura otra diera un paso al frente, ha ocurrido al revés. Sirva de ejemplo el cruce de reproches entre el ministro de Sanidad con peores resultados de Europa y el gobierno autonómico con peor situación de España.

Cuesta tener un debate sobre las autonomías centrado en lo único que debería importar: los resultados en la gestión de lo común. Pero la magnitud de la crisis nos obliga a centrarnos precisamente en esto. Una España autonómica y descentralizada podría funcionar. Esta no lo está haciendo.

 

                                                          DAVID JIMÉNEZ TORRES  Vía EL MUNDO

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