Pablo Casado y Santiago Abascal en una imagen de archivo. Efe
Una mala decisión. Desde el mismo día que anunció su intención de presentar una moción de censura al Gobierno Sánchez, Vox ha venido arrastrando los pies en silencio. Probablemente a Santiago Abascal le hubiera encantado apartar de sí ese cáliz, pero ya era demasiado tarde. Ni estaba preparado para el esfuerzo mental que supone afrontar una prueba semejante, ni se había provisto de un discurso convincente, con un cuerpo doctrinal a tono con las circunstancias. Verdades como puños a la hora de describir la situación por la que atraviesa el país, diagnóstico que le hubieran comprado millones de españoles no simpatizantes de Vox, con salidas de tono, exordios al margen y hasta ocurrencias para consumo de la parroquia. Mejor el diputado Ignacio Garriga como defensor de la moción. Dio la impresión de que Abascal, hombre inteligente, no había terminado de asumir la importancia del lance ni lo que estaba en juego. Quien sí había olfateado hasta el regocijo la trascendencia de ese envite era el Gobierno socialcomunista, listo para propinar el crochet definitivo al bloque PP-Vox (la “extrema derecha” y la “derecha extrema”, según la terminología del infame manifiesto que el mismo miércoles el PSOE firmó junto a EH Bildu y demás ralea) y arrinconarlo extramuros del sistema, de acuerdo con la brutal dialéctica de bloques que persigue este Gobierno dispuesto a marginar a la mitad de la población española.
Y un buen discurso. Pablo Casado sí se había aprendido la lección. En realidad demostró que se había preparado a fondo. Por la autopista que galantemente le había dejado Abascal expedita, el del PP se lanzó dispuesto a demoler la imagen de Vox como hermano siamés del PP, alter ego al gusto de Sánchez y su banda. Tras dos años sumido en el laberinto de sus propios miedos, cercado por el marianismo más casposo y abandonado por las elites del dinero, el palentino salió dispuesto a destrozar el espejo en el que Vox pretendía reflejar la imagen de toda la derecha, romper a codazos el libro de familia y trabajarse un espacio propio que abarque desde el centro puro hasta el borde mismo de la muralla de Adriano que ocupa Vox, ampliando el espectro, fijándole y dándole esplendor. Casado rompe con Vox, incluso con alusiones personales a su líder que hubiera podido evitar. Quema las naves. A partir de ahora hay dos derechas con sus perfiles bien definidos. Se acabó el equívoco. Y al hacerlo rompe la espina dorsal de la emboscada que Pedro Sánchez y su banda pretendían tenderle para desactivarlo definitivamente.
Que esta era la operación perseguida por el bloque de izquierda radical que nos gobierna quedó claro en ese manifiesto hecho público la mañana de la moción de censura, casi cuando Abascal se subía a la tribuna. El típico lenguaje de los panfletos comunistas de toda la vida. Ni una cita a España. Ni una a la Constitución. Sí a unos etéreos “ciudadanos y ciudadanas” sin adjetivar, que parecen vagar perdidos en el espacio y el tiempo. Conviene echar una ojeada al texto para comprobar la profundidad del espasmo. Estamos ante algo más que un esbozo de “cordón sanitario” en tanto en cuanto propone una visión patrimonialista de la democracia y un intento de deslegitimar no a Vox sino a todo el centro derecha. La marginación política de la oposición. Un adelanto del sistema de Partido Único que persiguen Sánchez y su banda. Y el anuncio de la ilegalización de Vox con la excusa del “discurso del odio”. He aquí el resultado de la desaparición de la izquierda moderada, la deserción del PSOE como partido constitucional, un PSOE reducido hoy a Sánchez y sus Lastras. Un manifiesto que revela, por lo demás, que la banda está muy “engrasada”, lo que permite adivinar con poco margen de error que el jefe de la banda tiene los PGE a punto de caramelo.
Al ampliar/estirar el campo de la derecha hacia el centro, fijando fronteras claras entre ambos partidos, Casado está lanzando una OPA en toda regla a lo que queda de Ciudadanos. Pescar entre los restos del naufragio de Ciudadanos. ¿Conseguirá hacer regresar a esos millones de votos que en su día huyeron despavoridos del nihilismo rajoyista y su insoportable corrupción para refugiarse en el partido de Albert Rivera? En el famoso Congreso de Valencia, Mariano Rajoy, uno de los grandes responsables del estado comatoso en que se encuentra el país, expulsó del partido a conservadores y liberales. Los primeros se refugian hoy bajo el paraguas de Abascal y con él van a seguir al menos hasta las próximas generales. Casado trata de ganarse a los segundos, pero lograrlo no será tarea fácil y desde luego le costará algo más, mucho más, que un buen discurso en la tribuna del Congreso. Tendrá que construir una alternativa, un partido ideológicamente rearmado, anclado en una derecha liberal, europeísta y moderna empeñada en la regeneración del sistema, capaz de abordar su democratización y de poner en marcha las reformas tanto tiempo aplazadas, enterrando al marianismo de una vez por todas.
La hora de la verdad para Casado
Empieza lo difícil. Llega para Pablo Casado la hora de la verdad, la de demostrar que su vibrante discurso del jueves fue algo más que una agradable sorpresa, simple verdura de las eras. Su mayor enemigo no es desde luego Abascal y si me apuran ni siquiera Sánchez. El gran enemigo de Casado lo tiene en casa, está en Génova y aledaños: es el cáncer del marianismo metido hasta los huesos de una concepción de la política mansa, adocenada y corrupta, dispuesta a aconsejar al jefe que se cruce de brazos y disfrute de los honores y regalías propios de todo líder de la oposición. La primera prueba está a la vuelta de la esquina. La reforma del CGPJ, esa bellaquería que el chulo que nos preside galantemente postergó el otro día después de que la Comisión Europea le llamara al orden, porque Europa no ve con buenos ojos iniciativas de autócratas dispuestos a pasar por encima del Estado de derecho. Si Casado acepta sentarse con Sánchez para reeditar el reparto de cromos al que nos tenía acostumbrados el PP, su discurso del jueves habrá sido flor de un día. Si lo que pretende de verdad es avanzar en la construcción de una alternativa al socialcomunismo, entonces debe poner a Sánchez en su sitio: Iglesias fuera de la negociación. Elección de los vocales del CGPJ por jueces y magistrados, y dimisión automática de una fiscal general engolfada con Garzones y Villarejos. Un gobierno del poder judicial conforme al mandato constitucional y los estándares europeos. Una partida que tendría ganada tanto entre los demócratas españoles como en la UE.
Pocos motivos, pues, para lanzar las campanas al vuelo. Es verdad que el Partido Popular se ha reencontrado con un líder que creía perdido, ensimismado, perplejo durante mucho tiempo. Pero un líder obligado a definir una línea estratégica, a perfilar un proyecto de futuro para el centro derecha, a construir una alternativa de Gobierno que no exija la presencia de Vox como inevitable hermano siamés, ello al margen de posteriores alianzas poselectorales. Y a incorporar talento a su equipo de manera urgente, porque no parece que rodearse de campeones en lanzamiento de huesos de aceituna sea de gran ayuda para tan magna empresa. “El de Pablo es un proyecto aún incipiente, al que hay que dar tiempo”, asegura alguien muy cercano y sin cargo en Génova, “pero es el único homologable al de las grandes formaciones de centro derecha europeas. Él tiene entre ceja y ceja terminar la tarea que este partido dejó incompleta con Mariano, que no es otra que la de modernizar este país nuestro, y el tiempo me dará la razón”.
Cualquier cosa menos un camino de rosas. Un campo de minas, en realidad. Un difícil equilibrio entre la izquierda más sectaria y antidemocrática de Europa y una derecha dura que ha salido herida de la moción de censura (y con la que tendrás que contar para formar Gobierno más pronto o más tarde), con una clientela que ha puesto pies en pared por culpa del vendaval de sopapos que el jueves Pablo propinó a Santiago (“Mis padres han criado a ocho hermanos, seis de ellos casados, que junto a mi mujer y mis tres hijos formamos una familia de veinte. Hasta ayer, solo mi mujer y yo votábamos a Vox; el resto lo hacía al PP. Desde el jueves, todos dispuestos a votar a Abascal”, asegura un alto ejecutivo español en una multinacional francesa) y que presumiblemente seguirá creciendo conforme la triple crisis que asola el país siga haciendo estragos en las clases medias.
Un país que se cae a pedazos
Sin olvidar, en fin, quiénes son sus amigos y dónde están sus enemigos. Desconfiando de lisonjas interesadas y de felicitaciones que, cuando menos, deberían ponerle en guardia. El enemigo de Casado y del PP no es Vox ni Abascal, sino ese nuevo Frente Popular que comanda un peronista como Sánchez y un comunista bolivariano como Iglesias y en el que participan todos los enemigos de la nación española. Ellos son los que están demoliendo piedra a piedra el edificio constitucional. Ellos, los que han pretendido utilizar a Vox como espantajo para contaminar a todo el espectro del centro derecha y condenarle al ostracismo.
Vox es un partido perfectamente constitucional que ha venido para quedarse, con un horizonte cuyo futuro esbozó Abascal el viernes en una emisora de radio: “Atraer a los votantes de izquierda descontentos”, una estrategia que se demostró exitosa con el Frente Nacional francés y que podría explicar el giro “social” y antiliberal de la formación en los últimos meses, junto con la creación del sindicato Solidaridad. Un movimiento sumamente ambicioso, cuyo envés sería la decisión de Casado de marcar lindes y ensanchar el campo del centro derecha. La moción de censura, por eso, no ha resultado una buena operación para Sánchez y su banda, que se las prometían felices y que probablemente se pegaron el jueves un tiro en el pie. Todo dependerá, repito, de que Pablo Casado se ponga manos a la obra. En un país que se cae a pedazos, la siesta marianista ya no es una opción.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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