Ante lo que sucede en Cataluña, que ha abierto una gran vía de agua en el paquebote de la Transición, mi previsión es que habrá paripé, entre otras razones porque ninguno de los agentes políticos de allí y de aquí se plantea el cambio verdadero del estado de cosas en España. Para eso, se requeriría contar con proyectos de alcance político y económico para pedir la confianza del pueblo español con objeto de gestionar un proceso constituyente que reconstruya el Estado sobre la base de los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad. Y es exigir demasiado esfuerzo a los que viven cómodamente instalados en las inercias o a los “nuevos” que aspiran a un buen pasar en la nómina de los instalados. Por ello, tranquilícense los que vaticinan grandes cataclismos o episodios traumáticos: en Cataluña seguirán al mando los independentistas, cuyo objetivo principal será marcar la agenda de las nuevas Cortes y del Gobierno que surja de ellas no para fundar un Estado independiente al estilo tradicional, sino para obtener de facto la independencia económica y fiscal, el modelo vasco corregido y aumentado, bajo la sombrilla de España. Creo que es lo que subyace en las declaraciones de unos y de otros, adornadas con excesos semánticos, porque lo que hay es un ajuste de cuentas entre los grandes protagonistas y beneficiarios de la Transición, que se pretende resolver con ventaja indudable para Cataluña, cuya víctima principal será el pueblo español. En mi opinión, esa es la única certeza en éste campo de Agramante.
El modelo de distribución del poder público en España, las famosas autonomías, ha devenido en una disgregación incompatible con el buen gobierno y el uso eficaz de los recursos públicos
Un modelo que ha deshilachado al Estado
Siempre he sostenido que el modelo de distribución del poder público en España, las famosas autonomías, ha devenido en una disgregación incompatible con el buen gobierno y el uso eficaz de los recursos públicos. Los Gobiernos nacionales han ido decayendo en capacidad en la misma medida en que el Estado se iba deshilachando por mor de las ambiciones
regionales que, aprovechando las riadas de dineros llegados de la Unión Europea y los ingresos provenientes del esfuerzo fiscal de los españoles, encauzaron para sí la parte del león del gasto público, sin adquirir responsabilidades significativas en materia recaudatoria e impositiva. Gastar sí, pero el dinero que lo recaude otro: el mejor de los mundos, que empezó a resquebrajarse con el estallido de las burbujas, lo que espoleó el sentimiento independentista de una región rica como Cataluña, cuyos dirigentes han decidido que les resulta más provechoso construir su propio estado dentro de España. Sería un subproducto singular y privilegiado dentro del Estado español.
Lógicamente, para plantear una pretensión de esa naturaleza hay que contar con el soporte social y político adecuado. Durante decenios, la política catalana ha trabajado en pos de ese objetivo y hoy se puede afirmar que lo han conseguido: el universo nacionalista es avasallador hasta el punto de que las organizaciones sociales y políticas discrepantes se han ido reduciendo a la mínima expresión y, sin descartar algún rebote puntual, no es previsible que el mando político en la Generalidad pase a otras manos. Si a ello se añade que la economía y las finanzas, los mercados y la globalización, prescinden cada vez más de los Estados y de los Gobiernos siempre que se mantengan dentro de las pautas del catecismo financiero imperante, véase Grecia, no parece que por ahí vaya a haber problemas significativos. Desde mi punto de vista, los problemas principales serán para los españoles si, por la vía de hecho, aunque sea de forma pacífica y concordada, se les amputa una parte relevante, alrededor de un 18%, de la tarta fiscal.
Si se termina consumando el paripé sobre la cuestión catalana: sus consecuencias económicas y fiscales convertirán en misión imposible mantener la estructura territorial actual
Las Cortes buscarán otro producto de éxito un poco más pobre
En el caso de una empresa que, por la razón que sea, se ve privada de una parte sensible de su negocio, lo normal es acometer una reestructuración de costes junto con una política
de marketing agresiva para recuperar cuota de mercado. Salvando las distancias, es lo que conviene ir pensando en España si, como es de temer, se termina consumando el paripé sobre la cuestión catalana: sus consecuencias económicas y fiscales convertirán en misión imposible mantener la estructura territorial actual. Se impondrá, como mínimo, una reconversión de las regiones autónomas, con la desaparición de la mayoría de ellas, si no de todas, y que el Estado resultante asuma el papel, que nunca debió perder, de asegurar la cohesión social y el funcionamiento de los servicios públicos, bajo los principios de la libertad y de la solidaridad.
El análisis y el seguimiento de los acontecimientos deben servir para hacer un poco de prospectiva. Por eso, sean cuales sean los resultados del 27S, creo que vamos a asistir a una legislatura contaminada por la cuestión catalana, que pesará sobre el ánimo de las Cortes Generales cuyos integrantes, que serán los de siempre con algunas añadiduras que parecen traer poco nuevo, se afanarán en fabricar un producto, la Transición 2, para superar el trance en el corto plazo. Así, cuando pasen los fervores electorales y se acallen los slogans de brocha gorda, tan faltos de inteligencia como dañinos para la nación, los padres de la patria tendrán que fabricar el nuevo producto de corte lampedusiano para tratar de oxigenar un modelo político aquejado de aluminosis y venderle a los españoles otra fórmula de éxito, aunque con plomo en las alas.
Será difícil evitar que en algunos sectores del pueblo español aniden sentimientos de humillación y de pérdida
Para quienes conservamos la fe en España y deseamos que alcance su plenitud democrática, el sentimiento de amargura y de indignación es inevitable, pero no encuentro elementos que lo varíen. Por supuesto, el escenario descrito no es rígido, porque los procesos políticos y sociales no son
mecanicistas y nada puede garantizar que operen en direcciones desconocidas, pero, con los agentes políticos que operan en el solar español y con la sociedad actual, es bastante previsible que se materialice en paz y concordia aparentes. Sin embargo, será difícil evitar que en algunos sectores del pueblo español aniden sentimientos de humillación y de pérdida que, probablemente, engordarán cuando se vayan conociendo las consecuencias económicas y sociales de semejante paripé. Y entonces, dentro de tres o cinco años, surgirán las voces airadas y las exigencias de responsabilidades a quienes, por acción u omisión, quebrantaron la Patria. Pero ya no habrá vuelta atrás.
mecanicistas y nada puede garantizar que operen en direcciones desconocidas, pero, con los agentes políticos que operan en el solar español y con la sociedad actual, es bastante previsible que se materialice en paz y concordia aparentes. Sin embargo, será difícil evitar que en algunos sectores del pueblo español aniden sentimientos de humillación y de pérdida que, probablemente, engordarán cuando se vayan conociendo las consecuencias económicas y sociales de semejante paripé. Y entonces, dentro de tres o cinco años, surgirán las voces airadas y las exigencias de responsabilidades a quienes, por acción u omisión, quebrantaron la Patria. Pero ya no habrá vuelta atrás.
MANUEL MUELA Vía VOZ POPULI
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