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martes, 8 de septiembre de 2015

GONZÁLEZ, GUERRA, RAJOY, MAS...ESOS HÉROES


En un momento de la obra La vida de Galileo, Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898 – Berlín, 1956) pone en boca del científico renacentista la frase “desgraciado el país que necesita héroes”, aserto que ha sido comúnmente interpretado como una sentencia con la que Brecht niega el valor del heroísmo. Sin embargo, no es exactamente así. Brecht no pretende negar de forma absoluta el valor del heroísmo, sino cuestionar a los héroes porque, a su juicio, su condición humana casi siempre les traiciona. Para el dramaturgo alemán, por más que se pueda alegar que Galileoabjuró de la verdad ante el Santo Oficio para, después, preservarla en sus escritos, dista mucho de ser un héroe. De hecho, su ardid le retrata como antihéroe. Porque, aunque pretendiera hacer prevalecer la verdad a posteriori, escribiéndola, lo cierto es que en el momento más álgido de la contienda Galileo reniega de ella para salvar la vida.
El acto heroico para ser efectivo debe ser puro, es decir, inmediato a la amenaza e inasequible al cálculo de la razón; moral antes que racional e, incluso, antes que altruista
Héroes a destiempo
La astucia es un recurso que degrada sin remedio a la heroicidad. El acto heroico para ser efectivo debe ser puro, es decir, inmediato a la amenaza e inasequible al cálculo de la razón; moral antes que racional e, incluso, antes que altruista. En definitiva, irreductible, en tanto que consiste exclusivamente en hacer lo correcto, nada más… y nada menos. Y hacerlo cuando toca, sin aplazamientos. De ahí que no haya peor héroe que el que actúa a destiempo.
Todo lo anterior viene a colación de las presuntas heroicidades tardías que en estos días han protagonizado, entre otros, Felipe González, con un duro artículo; Alfonso Guerra, el hermanísimo, con sus acusaciones golpistas; el redivivo Mariano Rajoy,con la reforma a contrapelo del Tribunal Constitucional, y, como contraparte a todos ellos, Artur Mas, con su cómica promesa de inmolarse en el altar de la 
De sobra es sabido que, a lo largo de sus dilatadas carreras, el afán de supervivencia, en este caso política, de todos estos personajes les ha llevado a abjurar una y otra vez de los más elementales principios, hasta terminar postergándolos indefinidamente en favor de una vida muelle, repleta de agasajos y reconocimientos inmerecidos. Y sin embargo, su estrepitosa irrupción en el debate del separatismo ha monopolizado la atención de los medios informativos, las tertulias y los debates televisivos, como si no hubiera más campeones para dirimir el destino de España que estos destartalados adalides. Y la verdad es que asusta, porque, ¿qué puede esperar el español raso cuando la unidad de la nación parece estar en manos de una pandilla de antihéroes? ¿Qué España política es esta cuyos asuntos se ventilan a los cuatro vientos con artículos en la prensa, entrevistas a la carta y declaraciones que parecen pintadas de un aseo público? En resumen, ¿para qué sirven las leyes, las instituciones y los gobiernos si no hay nada que no se negocie entre bambalinas y, cuando todo falla, se recurre a un obsceno ir y venir de titulares y recados en los medios amigos?
Desgraciadamente, por debajo de estos “prohombres” los indicios tampoco son muy halagüeños. El ciudadano común, lejos de hacer acto de contrición y propósito de enmienda, se aferra si cabe con más fuerza a la cultura del antihéroe, y asoma solo la cabeza cuando hay algún rédito a la vista o una causa a la que sumarse que no acarree demasiadas fatigas. Así se explica, por ejemplo, esa súbita piedad hacia los refugiados que huyen despavoridos de Siria. Un conflicto que, aunque va para más de tres años, ahora pretendemos resolver de un plumazo por la vía del asilo, cuando esa no es más que una medida paliativa difícilmente sostenible a largo plazo. No se trata, pues, de embriagarse de buenos sentimientos, sinos de abrir los ojos a lo que está sucediendo ahí fuera y mirar más allá de Palestina.
Esta mezcla de astucia y cobardía que infecta a la sociedad de la cabeza a los pies no es una afección exclusivamente española, sino un fenómeno que se manifiesta en Occidente desde hace ya varias décadas
La infantilización de la sociedad
Esta mezcla de astucia y cobardía que infecta a
la sociedad de la cabeza a los pies, y que solo a ratos se ve interrumpida por la histeria emocional, no es una afección exclusivamente española, sino un fenómeno que se manifiesta en Occidente desde hace ya varias décadas. En Estados Unidos, país que también en esto nos lleva cierta ventaja, hay mucha literatura que intenta desentrañar sin demasiado éxito los mecanismos que han desencadenado la infantilización de las sociedades desarrolladas, cuyo punto de inflexión parece ubicarse en la década de 1960. Quizá la menos técnica y sin embargo más turbadora contribución a la causa sea la llamada “Trilogía estadounidense” de Philip Roth (Nueva Jersey, 1933), y en especial el libro primero, Pastoral americana (1997), novela en la que el escritor estadounidense describe el cambio generacional y la consiguiente transformación económica y social que tiene lugar en el momento más álgido del sueño americano, cuyo corolario es el fin de los viejos valores.
En el caso español, este proceso de infantilización parece prácticamente consumado. Ha acarreado no solo la extinción de los héroes, sino la estigmatización del valor mismo del heroísmo, que hoy es tachado de anacrónico y estúpido. De hecho, por más que manifestemos nuestra solidaridad y admiración hacia quienes, a contracorriente, se empeñan en hacer lo correcto, en nuestro fuero interno no podemos evitar pensar que hay algo intrínsecamente estúpido en ellos. Porque, más allá de los halagos, que se los lleva el viento, sabemos que los que se mantienen firmes en los principios, lejos de obtener reconocimiento, se exponen al ostracismo. Por el contrario, los que nadan vigorosamente a favor de la corriente, o se alistan en la tribu oportuna, pueden tener la vida resuelta, como Karmele Marchante, sin ir más lejos.
No será suficiente con pensar mucho o pesar muy fuerte. Las buenas ideas necesitan hombres buenos que las lleven a cabo
Año VIII del apocalipsis financiero
Cumplido el año VIII desde el apocalipsis financiero, es verdad que incluso en España el debate se ha enriquecido con un sano empirismo que se hace notar en forma de artículos, “papers”, análisis de datos, conferencias y otras iniciativas, y que se vislumbra una incipiente intelligentsia, en principio, es de suponer, dispuesta a promover algún cambio en las reglas del juego. No deja de ser una buena noticia, aun con todas las prevenciones. Sin embargo, va a hacer falta algo más que empirismo para romper el círculo vicioso de los incentivos perversos. No será suficiente con pensar mucho o pesar muy fuerte. Las buenas ideas necesitan hombres buenos que las lleven a cabo. Personas íntegras, valientes y sacrificadas a las que no les asuste poner el cascabel al gato. En definitiva, héroes que realicen sin dilación ese acto de valor que necesitamos. Por eso la cultura de los antihéroes resulta tan dañina, porque lo peor no es que un país se encuentre en tal estado que necesite héroes para salir del atolladero. Lo terrible es que los necesite y no pueda encontrarlos ni buscando debajo de las piedras.

                                                                    JAVIER BENEGAS   Vía VOZ POPULI

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