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domingo, 20 de septiembre de 2020

El bombardeo de la 'Memoria política'

 El PP no parece saber por dónde le da el aire ante una izquierda que atisba un horizonte en el que, si Arrimadas muerde el anzuelo, lo desalojará de todas las instituciones

 

ULISES CULEBRO

En plena subbética cordobesa, Cabra es un enclave privilegiado que, entre un mar de olivos, ha sido cuna de una pléyade de próceres. Como Gonzalo Fernández de Córdoba, ilustre general de Felipe IV, o Dionisio Alcalá-Galiano, héroe de Trafalgar, amén de Juan Valera, el preclaro novelista y diplomático, o José Sánchez Guerra, jefe de Gobierno de una Restauración en declive que dio paso a una fugaz República cantonal en la que su primer presidente, Estanislao Figueras, se despediría casi recién llegado "a la francesa" -escapó a París- tras despacharse a gusto con sus ministros: "Señores. Voy a serles franco. Estoy hasta los cojones de todos nosotros".

Cabra ha aportado a la España contemporánea dos figuras de relumbrón entre las que puede establecerse cierta analogía al modo de las vidas paralelas del biógrafo de la historia que fue Plutarco para quien una anécdota retrata, a veces, mejor a un personaje que la mayor proeza. De un lado, el ministro franquista José Solís Ruiz, cuya simpatía le mereció el cartel de sonrisa del régimen y cuya desenvoltura le llevó a emplazar al mismísimo Hassan II a negociar de "cordobés a cordobés" una salida a la crisis diplomática originada por la Marcha Verde que promovió la monarquía marroquí para adueñarse del Sahara español en el interregno de la agonía de Franco. De otro, la actual vicepresidenta primera y ministra de la Memoria Democrática, Carmen Calvo, quien también atesora un baúl de ocurrencias hogaño con Sánchez y antaño con Zapatero.

Si el primero estimuló el desdén por las Humanidades, la segunda subvierte el carácter académico de la Historia. Queda para los anales el "más deporte y menos latín" de Solís, lo que provocó que el catedrático y procurador en Cortes Muñoz Alonso le replicara: "Si no fuera por el latín, a ti, que eres de Cabra, no te llamarían egabrense". Pero el latín desapareció del Bachillerato y, cuando el senador del PP Juan Van-Halen mentó un par de "dexit" a la ministra Calvo para poner en solfa sus ayudas al cine, ésta salió por peteneras con aquello de "ni Dixi(e) ni Pixi(e)" que aún le persigue como a su paisano lo del latín hasta figurar en el epitafio de un egabrense -con este gentilicio, y no otro- merced a una lengua muerta.

Como adalid de la Memoria Democrática, Calvo pretende, como en la distopía de 1984, pergeñar la historia desde el punto de vista de lo que debería haber acaecido. De esta guisa, al bombardeo republicano de 1938 sobre su pueblo, con su centenar de víctimas civiles -la mayoría, en el mercado- podría dársele la vuelta por censores que hagan impredecible el ayer de esta Guernica de la Subbética sobre la que se hizo el olvido al no disponer del Picasso que sí contó la villa vizcaína masacrada por la Legión Cóndor, como refiere el historiador y ex alcalde andalucista José Calvo, hermano de la ministra. Conociendo de primera mano la masacre de su Cabra natal y una Transición modélica, Calvo prefigura un mundo de pesadilla en el que, como apreció Orwell en el frente del Ebro, la camarilla gobernante controle no sólo el futuro sino también el pasado, y "si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco".

Es una nota de este tiempo en el que el presidente catalán Torra se permite exigir a España que el Rey y el jefe del Gobierno pidan perdón por la ejecución de Companys, fusilado por Franco tras serle entregado por la Gestapo. Sin reparar en los más de 8.000 catalanes asesinados bajo el mando de quien antes había sido condenado a 30 años de reclusión por su golpe de Estado de 1934 contra la República española.

Quizá convenga recordar -como ha documentado José García Domínguez- que el principal testigo de cargo fue el padre de Antoni Tàpies, uno de cuyos lienzos preside la Sala de Gobierno de la Generalitat, junto a otros ilustres apellidos como un tío del ex alcalde convergente de Barcelona Xavier Trías. Como fueron catalanes los instructores, así como sus juzgadores, acreditando esa burda manipulación de presentar la Guerra Civil como un conflicto de España contra Cataluña con pareja insolvencia a la que transmuta la Guerra de Sucesión por la Corona de España en una Guerra de Secesión con Rafael de Casanova, muerto en la cama y por España, en un glorioso héroe de la independencia.

No chocará que, cuando Maragall ordenó retirar una biografía con fragmentos del diario de su progenitor loando a Franco como libertador de Barcelona, la escritora Esther Tusquets refiriera ser la única barcelonesa que se recuerda pertenecer al bando vencedor. En la dictadura silenciosa catalana -modelo a imponer a España entera-, ya no es permisible una apreciación así ni siquiera en un rotativo propiedad de un Grande de España.

El nacionalismo, con la complicidad de la izquierda, ha impuesto un pensamiento único con el objetivo de que, como en 1984, ciertas ideas no sean ni pensadas mediante la imposición de una neolengua que, bajo la dependencia del Ministerio de la Verdad, haga impensable cualquier pensamiento divergente.

Enmendando la plana al Daily News, Orwell aclaró que su relato no era ningún ataque "al Partido Laborista (del que soy partidario)"; pretendía mostrar las perversiones hechas realidad bajo el comunismo y el fascismo, situando la acción en Inglaterra porque el totalitarismo puede triunfar en todo lado. Sorprende, empero, la incapacidad de la izquierda española para sacar fruto de las lecciones del pasado reincidiendo en un cainita enfrentamiento en el que todos fueron derrotados, siendo cuestión de tiempo que se enterasen. Ahora se reniega de la Transición para polarizar posiciones, azuzar antagonismos y pescar en aguas revueltas por parte de unos vivos, muy vivos, que pretenden vivir políticamente removiendo muertos.

Siguiendo la necropolítica de Zapatero, el PSOE de Sánchez prefiere identificarse como hijo de la guerra más que como padre de la Transición. Tras la Ley de Memoria Histórica del presidente de un solo abuelo, el capitán Lozano, como táctica para desviar la atención de los asuntos de enjundia, vincular al PP con la dictadura franquista y erigirse en heredero de una II República que no tuvo quien defendiera la causa de la libertad, Sánchez emprende esta ley de Memoria Democrática. Como si quisiera cumplir el anhelo homicida que José Bergamín, el superviviente de la generación de 1927 echado en brazos de Batasuna en su ancianidad, le trasladó en 1983 a Fernando Savater: "Desengáñate; lo que este país necesita es otra guerra civil, pero que esta vez ganen los buenos".

Al ver los metros de disposiciones en el BOE, los millones destinados a escribas para que pongan todo del revés y las horas ministeriales usadas en la Memoria histórica de Zapatero (hoy rebautizada Memoria Democrática), aparentara que España no tuviera mayor oficio que "hacer del pasado el porvenir que nos espera" tras blanquear episodios que horrorizaron hasta el estremecimiento expresado por Joyce: "La Historia es una pesadilla de la que quiero despertarme". Un antifranquismo sobrevenido por quienes resucitan a Franco para instaurar las bases de una tiranía. Una estrategia que va más allá de ser una mera cortina de humo, aunque valga para tapar la negligente gestión del coronavirus con sus más de 50.000 muertos, al buscar incendiar una casa dividida para imposibilitar que prevalezca.

Hasta los ciegos debieran reparar en que se aventura un porvenir que saque del sistema a Vox y deslegitime al PP. Así, una vicepresidenta que no tiene objeción en citarse con los herederos de ETA se permite endilgar al portavoz del partido de Ortega Lara, víctima del mayor secuestro perpetrado por la organización criminal, que responde a sus preguntas por imperativo legal, a la par que su presidente dobla la cerviz ante los carceleros del ex funcionario de prisiones y prodiga favores a los carniceros que cumplen sentencia. Con tal festín, no extrañe que se envalentone la portavoz proetarra y alardee de "condicionar el Gobierno de España y las leyes que este Congreso aprueba" como socia de la "mayoría Frankenstein" que sostiene a Sánchez y de la que Iglesias se erige en custodio para supeditar "la dirección de Estado en décadas".

Es más, el líder de Podemos se vanagloria de aprovechar la Covid-19 para acelerar la marcha hacia una República plurinacional a la que, más temprano que tarde, se sumaría el PSOE urgido por militantes y electores haciendo que "lo que parecía que no iba a ocurrir, ocurriera". Dado su apreciable declive, Podemos soslaya su estrategia de dar el sorpasso al PSOE que creyó al alcance de la mano y se hace fuerte como embajador de soberanistas y filoetarras en el Consejo de Ministros para conseguir, como los comunistas en la Segunda República, bolchevizar el PSOE, esto es, hacer políticas podemitas con la marca y el señuelo socialista.

Entre tanto, el Gobierno de cohabitación explora sacar del sistema al centro derecha -con alguna concesión a Cs cual Partido Campesino de la Polonia comunista- y busca deformar la Carta Magna con leyes que un Tribunal Constitucional en sus manos dará por buenas mediante el elusivo proceder del no, pero sí. Así propició el PSOE la politización de la Justicia legitimando la ley Orgánica de 1985 que estimó constitucional la designación parlamentaria de los jueces siempre que no se efectuara con criterios partidistas. Una burla.

Cuando se habla de homologar la democracia española no se sabe bien con quién, aunque sea de temer, y se favorece el despotismo gubernamental introduciendo de matute jurisdicciones especiales prohibidas por la Constitución, a modo de Policía del Pensamiento o de Policía de la Memoria, pasma que media España se abstenga de comparecer en esta batalla cultural que, como no disimula el estratega Iván Redondo, valido de Sánchez y muñidor de la entente con Iglesias, trata de normalizar los apaños con ERC y Bildu vinculando a todo el espectro a la derecha del PSOE con el franquismo. Todo ello para ejecutar sin oposición una reforma de la Constitución que, tras un fase de transición por medio de una Monarquía presidencialista, concluya en una República plurinacional. Como previno Edmund Burke, "lo único necesario para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada".

Al respecto, el PP no parece saber por dónde le da el aire ante una izquierda que atisba un horizonte en el que, si Arrimadas muerde el anzuelo, lo desalojará de todas las instituciones, salvo en Galicia, a la espera de la sucesión de Feijóo, y con el primer grupo de la oposición a la media España a la que representa el centro derecha. Hasta hacer "de nuestra historia política -anotaría el insigne egabrense Juan Valera- algo tan sin finalidad y sin propósito y tan desengañado que da gran dolor el tener que escribirla".

 

                                                                    FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

 


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