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sábado, 5 de septiembre de 2020

LA CABEZA DE CICERÓN

El autor subraya que es indudable que la política española necesita un golpe de timón radical. Pero se pregunta ¿dónde está el piloto capaz de llevar a buen puerto a nuestra orquesta flotante?

  

RAÚL ARIAS

De España se puede decir hoy lo que se decía de Turquía hace un poco más de un siglo: es el hombre enfermo de Europa. Con un Gobierno hipertrofiado, despilfarrador y bamboleante, que se apoya precariamente en un partido populista-comunista y en varios partidos separatistas; con una deuda pública que no es ciertamente la mayor de Europa en términos relativos a la renta nacional, pero que acaba ya de sobrepasar el umbral del 100% y lleva visos de seguir subiendo de modo alarmante; con una gestión desastrosa en campos como el sanitario (la pandemia se ha cebado en la población española con tasas de sobremortalidad inusitadas, y sigue haciéndolo), el educativo, el económico o el fiscal, por no hablar del territorial; con los niveles de desempleo más altos de Europa; con déficits presupuestarios crónicamente por encima de lo comprometido con la Unión Europea y con tendencia a crecer en lugar de disminuir; con gravísimos problemas de educación que tres ministros (¡nada menos!) no sólo son incapaces de solucionar, sino que al contrario, contribuyen a embrollar; con amenazas a la unidad nacional y al orden constitucional que provienen no sólo de los presidentes de las comunidades autónomas (lo cual ya es gravísimo) sino además de ministros del propio Gobierno nacional, encabezados por el vicepresidente segundo; con una comunidad autónoma (Cataluña) en estado de rebelión permanente, donde las leyes (empezando por la Constitución) y las sentencias judiciales se incumplen de manera constante y sistemática, y donde la mayoría no nacionalista se ve sometida a una opresión continua por parte del nacionalismo separatista; y otra (el País Vasco) donde, tras años de terrorismo de plomo, la organización criminal, tras abandonar las armas, constituye hoy, con el Partido Nacionalista Vasco, el grupo hegemónico de poder, grupo que airea planes definidos para convertir a la Comunidad en un Estado confederado con el español; con todos estos condicionantes es evidente que el futuro de la democracia española tal como la hemos conocido durante los últimos 42 años -un régimen que, pese a sus muchos defectos (algunos de los cuales pagamos ahora), ha proporcionado un periodo de paz y progreso como nunca habíamos conocido en la historia- se encuentra en una peligrosa encrucijada. Nuestro Estado democrático se ha convertido en un hombre enfermo cuya dolencia hará crisis más pronto o más tarde y que, como toda crisis médica, acabará en la curación o en la muerte. La muerte, por supuesto, sería el desmembramiento.
El que hayamos llegado a esta situación después de una esperanzadora, para muchos modélica, transición a la democracia desde la dictadura es motivo de vergüenza para todos, pero en especial para los gobernantes. Una nación es como una orquesta en concierto donde el presidente es el director, los ministros, los solistas, y el pueblo, el grueso de la orquesta. Si la orquesta desafina es culpa de todos, pero en particular del director y los solistas. Y en muchos aspectos nuestra orquesta lleva décadas desafinando. Los directores, en especial, parecen haber olvidado la partitura y pensar más en mantenerse en el podio que en hacer buena música. ¿Tendrá solución esta situación, o nos ocurrirá como a aquella orquesta flotante en una película de los Hermanos Marx que, cortadas sus amarras por aquel inimitable trío, se adentraba por el insondable océano con rumbo incierto?
Es indudable que la política española necesita un golpe de timón radical. Por muchas razones, por sus propios defectos y por los cambios que impone el inevitable paso del tiempo, la Constitución y con ella todo el entramado de nuestra legislación política necesita una profunda y bien meditada reforma. No es ésta la ocasión de desgranar el programa indispensable, pero sí de afirmar que así no podemos seguir. Ahora bien, ¿dónde está el cirujano de hierro, el piloto, individual o colectivo, capaz de llevar a buen puerto a nuestra orquesta flotante? Yo no lo veo; porque, además, cuando una mente pensante y hablante aprovecha su condición de portavoz parlamentaria para proponer políticas racionales o criticar las irracionales, se estima que está siendo agresiva, crispadora o insubordinada, que está poniendo en peligro la estabilidad y alterando el rumbo de la nave; una nave que necesita no sólo un cambio de rumbo, sino una radical reparación en el dique seco. La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo recuerda aquel cuento de H.G. Wells, El país de los ciegos, en el cual cuenta cómo el pueblo de aquel país trata de sacar los ojos a la única persona vidente que allí habita.
Tan desesperada es la situación, y tan miopes y huérfanas de ideas nuestras élites, que los que desean una reforma no la esperan por iniciativa de los políticos españoles, sino por la de nuestros socios de la Unión Europea, que, se dice, habrían condicionado el desembolso de la ayuda contra los estragos de la Covid-19 a una remodelación del Gobierno español que eliminara a Unidas Podemos. Es posible que esto no sea más que una vana ilusión, un «ensueño», como diría el Tribunal Supremo. Es cierto sin duda que el populismo de izquierda extrema no inspira ninguna confianza a los partidos de centro que dominan la política europea. Un caso parecido al de la España de hoy se dio se dio en 2015 en Grecia (entonces otro hombre enfermo), pero con una clara diferencia: allí el partido Syriza había ganado las elecciones y no podía ser desbancado; lo que se hizo fue obligarle a modificar totalmente su programa y a plegarse a las políticas de austeridad, que había prometido descartar, si quería la ayuda: no tuvo más remedio que traicionar todos sus compromisos electorales. Cuatro años más tarde, Syriza perdía las elecciones y el poder. Ahora, eso sí, el hombre enfermo heleno parece en vías de curación.
El caso español es distinto: Unidas Podemos está en cuarto menguante, sus escaños en el Congreso no son muy numerosos y sus líderes están totalmente desprestigiados. Está en el Gobierno solamente porque la retorcida lógica política de Pedro Sánchez así lo ha exigido. En nuestro caso es mucho más sencillo para Bruselas condicionar la ayuda a la formación de un Ejecutivo centrado y con mayor y más compacto apoyo parlamentario. Sánchez no tiene argumentos confesables para seguir manteniendo vivo a un Frankenstein que amenaza diariamente con partirse en pedazos, por más que algunos en su Gobierno, y él mismo, proclamen diariamente lo contrario. Habiendo enterrado a Franco, parece llegado el momento de enterrar a Frankenstein, que huele a muerto casi desde su nacimiento.
Ya conocemos la capacidad para dar bandazos que tiene Sánchez. Aun así, hay que reconocer que abandonar a sus socios podemitas, convertir el no es no en un no es sí, y cambiar de trapecio en medio del vuelo resulta complicado. Y no hay duda de que es más cómodo tener a Iglesias dentro escupiendo para fuera que fuera escupiendo para dentro. Si el líder de Podemos causa insomnio en el Gobierno, más puede causarlo en la oposición: para agresivo, crispador e insubordinado él sí que se pinta solo. El enésimo bandazo de Sánchez requiere mucha deliberación.
En el año 43 a.d.J.C. se dio una situación parecida en Roma con la formación del Segundo Triunvirato que unía a tres herederos de César (Augusto, Marco Antonio y Lépido) que llevaban años guerreando y que decidieron poner fin a sus disputas y repartirse el poder. Para consolidar su unión, decidieron sacrificar a aquellos de los amigos de cada uno que se hubiera enemistado con alguno de los otros triunviros. Marco Antonio exigió la muerte de Cicerón, que había apoyado a Augusto contra él y le había criticado implacablemente en sus famosas Filípicas. Su voluntad se cumplió y así murió decapitado por la espada de un centurión el gran orador, escritor y filósofo que fue quizá la conciencia más brillante de la República romana. Su cabeza, mutilada por la mujer de Antonio, fue expuesta en el Foro para público escarnio.
Nada tendría de extraño que la destitución de Cayetana fuera el sacrificio exigido por Sánchez para compensarle por su ruptura con Iglesias. En la política española de hoy hay sin duda menos sangre que en tiempos de la Roma antigua. Pero los odios son tan violentos como entonces.
Lo malo de todo esto es que, a pesar de la pequeña revolución y del modesto paso en la buena dirección que estos cambios de pareja silenciosamente impuestos por la Unión Europea significarían, las reformas profundas que podrían curar al hombre enfermo de Europa seguirían pendientes, esperando al cirujano, o cirujana, de hierro que supiera llevarlas a cabo.

                                                                GABRIEL TORTELLA*  Vía EL MUNDO
  • *Gabriel Tortella es economista e historiador, autor, entre otros libros, de Capitalismo y revolución y Cataluña en España (éste con J.L. García Ruiz, Clara E. Núñez y Gloria Quiroga), ambos publicados por Gadir.

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