Lo ocurrido en la República, en la guerra y en la posguerra es demasiado importante como para quedar en manos de Carmen Calvo y Pablo Iglesias. Una vez más, los españoles deberemos encontrarnos al margen de nuestros gobernantes
El jefe de gabinete de Presidencia, Iván Redondo. EFE
En Historia es fundamental fijarse en el contexto. Por ejemplo: el Gobierno aprobó el anteproyecto de Ley de Memoria Democrática el mismo día en que Sanidad informaba de 156 nuevos muertos por Covid. También era el día en que Funcas auguraba una caída del PIB del 13% este año. Y un día después de que la Fiscalía, dirigida por una ex ministra de este Gobierno, pidiese desestimar varias querellas interpuestas contra ese mismo Gobierno por su manejo de la crisis sanitaria. La aprobación también se hizo mes y medio después de que El País publicase un reportaje sobre Iván Redondo en el que se explicaba que el asesor del presidente tiene "un calendario preciso de iniciativas para esta legislatura, con asuntos como la guerra cultural y la reforma de la Constitución. Cada propuesta legislativa está contemplada en su momento". La maniobra se antoja, así, casi trumpiana (otro ingrediente del contexto: lo que el presidente de EEUU ha enseñado sobre estrategias de éxito político). Ante una situación material marcada por la enfermedad, la muerte, el desempleo y el empobrecimiento masivos, se anuncian medidas de raíz simbólica que mantengan a las bases satisfechas y movilizadas. Redondo sabe que, en la España del siglo XXI, lo más cercano a una guerra cultural sigue siendo el recuerdo de nuestra última guerra civil. Y que no hay mejor manera de normalizar ante sus votantes los pactos con ERC y Bildu que sugerir que al otro lado solo hay franquismo.
Dicho esto, habrá que confiar en la madurez de la sociedad española. Tenemos la obligación de librar un debate más sosegado y productivo que el que se busca imponer desde Moncloa. Tendremos que separar el grano de la paja, equilibrar el deber hacia (todas) las familias con muertos aún en cunetas con la explicación de las múltiples violencias de los años treinta y cuarenta. Habrá que escindir los aspectos que puedan ser objeto de una discusión real y sincera de aquellos que resultan indefendibles (como la idea de que hasta ahora no se ha podido estudiar la guerra en secundaria o bachillerato). Habrá que insistir en que una memoria democrática es necesariamente plural y abierta al debate, no la excusa para cerrarlo. No es tarea sencilla, pero sí resulta ineludible. Lo ocurrido en la República, en la guerra y en la posguerra es demasiado importante como para quedar en manos de Carmen Calvo y Pablo Iglesias. Una vez más, los españoles deberemos encontrarnos al margen de nuestros gobernantes.
DAVID JIMÉNEZ TORRES Vía EL MUNDO
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