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viernes, 18 de septiembre de 2020

ICONOCLASTAS ANACRÓNICOS

 ¿Quién vive mejor, los descendientes de los esclavos de los Estados Unidos o sus contemporáneos étnicos que viven en África?

 Miles de manifestantes protestan contra el racismo en el paseo de la Fama de Hollywood 

Miles de manifestantes protestan contra el racismo en el paseo de la Fama de Hollywood EFE

En 1935 una joven de 23 años, telefonista del servicio de correos británico, contrajo matrimonio con un empleado de banca. Casarse conllevaba la pérdida de su empleo porque en aquellos tiempos las mujeres casadas no podían trabajar en el servicio postal. La ex telefonista tenía cultura musical: hija de un maestro de escuela que amaba la música, tenía un piano en su casa que tocaba con destreza. Ya casada y con poco que hacer –su matrimonio parece que no se llegó a consumar- se presentaba a concursos locales de piano que, en ocasiones, ganaba. En una de estas competiciones su marido le apostó un chelín a que no era capaz de ganar un concurso de canto que discurría en paralelo al de piano. Ella los ganó los dos. A partir de ese día Kathleen Ferrier, así se llamaba, se dedicó en exclusiva al canto y se convirtió –a mi juicio- en la contralto más grande de la historia. Con el mundo musical rendido a sus pies falleció con sólo 41 años de cáncer de mama. La vida es inescrutable y de la muerte sólo sabemos que es inevitable. Cuando escucho alguna de las grabaciones de Ferrier –lo estoy haciendo al escribir estas líneas- siempre me emociono.

Hoy en día, en Occidente, a una gran mayoría nos parece odiosa la discriminación laboral contra las mujeres casadas. En 1935 ese no era el caso: formaba parte de la cultura mayoritaria. Pienso que no hay nada en las culturas que tenga consecuencias absolutamente malas o absolutamente buenas. Si no hubiese habido discriminación laboral, Ferrier hubiese muerto en 1953 de cáncer de mama siendo telefonista de correos, no la gran diva de la música que acabó siendo. Y yo me hubiese perdido muchas emociones inolvidables. La vida es así de compleja y eso debería ser asumido por todas las personas cabales.

Dedico el resto de este artículo a discutir esta complejidad de las culturas y las sociedades en tres situaciones relevantes: en la conquista de América, en la situación que padecieron los 12 millones de esclavos que fueron trasladados al Nuevo Mundo contra su voluntad y en la situación de los descendientes de estos últimos. Espero que la memoria de Ferrier y la compañía de su música me inspiren en este empeño.

La pandemia identitaria y los iconoclastas anacrónicos

Para muchos autores (Amartya Sen, Francis Fukuyama, K. A. Appiah, y etc.) la identidad subjetiva y el sentimiento de pertenencia tienen un papel muy relevante en la caracterización y en la idea que las personas tienen de sí mismas. Esto ha sido así desde la prehistoria. En la vida tribal, la identidad y la pertenencia eran y siguen siendo muy simples. También lo eran, aunque menos, en la Grecia y la Roma clásicas. La complejidad identitaria fue aumentando muy lentamente a lo largo de los siglos hasta que, hace algunas décadas, comenzó una eclosión que ha transformado profundamente los sentimientos de identidad y de pertenencia.

Estamos en una época en la que la identidad de las personas viene dada cada vez más por las minorías a las que pertenecen. Estas minorías –de género, de orientación sexual, de raza, de creencias religiosas, de condición económica o social, y etc.- consiguen en muchas ocasiones ser sujetos políticos de derechos legales para evitar posibles discriminaciones. En mi opinión, esto es algo muy positivo en la medida en que nos lleva a vivir en sociedades más justas pero, como he dicho antes, no hay nada en la cultura o en la política que sea absolutamente malo o bueno. Es probable que el auge y fortalecimiento de las minorías se esté haciendo a costa del debilitamiento del sentimiento de pertenencia a mayorías, lo que redunda en una erosión de las ideas de patria y nación que son clave para el funcionamiento de las democracias liberales, de cuya fragilidad actual sólo parecen ser conscientes sus enemigos. Esto lo estamos viendo en Europa y en América todos los días.

Este anacronismo chusco ha generado un movimiento iconoclasta que ha llevado a derribar monumentos de personajes tan dispares como Colón, Cortés, Churchill, Fray Junípero Serra, Colbert o Cervantes

La eclosión identitaria basada en minorías también tiene algunas consecuencias negativas más. Una de las más llamativas es el revisionismo histórico que lleva a juzgar lo ocurrido en una época –por ejemplo la conquista de América entre los siglos XVI a XVIII- con los estándares éticos occidentales del siglo XXI. Este anacronismo chusco ha generado un movimiento iconoclasta que ha llevado a derribar o a mutilar estatuas y monumentos de personajes tan dispares como líderes de la Confederación, Colón, Cortés, Churchill, Fray Junípero Serra, Colbert, Cervantes y un largo etcétera. La eclosión identitaria particularista, llegados a este punto, no fortalece los derechos de nadie y se transforma en una pandemia de pataletas y sinsentidos.

Sigo con la conquista de América. ¿Qué escenario histórico alternativo gustaría a los actuales iconoclastas anacrónicos? A partir de declaraciones de López Obrador colijo que sería uno en el que los europeos no hubiesen llegado nunca a América y las civilizaciones y costumbres locales hubiesen podido continuar impertérritas hasta nuestros días. No hubieran evolucionado mucho, en mi opinión. No sé muy bien qué piensan de los sacrificios rituales de niños y de prisioneros de guerra, no lo he encontrado en Google. Por mí vale, allá ellos, pero haré una única observación. Si los europeos nunca hubiesen llegado a América, a día de hoy en el Nuevo Mundo, desde el estrecho de Bering hasta la Tierra de Fuego, no se conocería la rueda. Y no se conocería por falta de incentivos: la rueda se inventó en el Viejo Mundo en los lugares donde había animales capaces de tirar de un carro. En América no había ninguno. Caballos, mulos, burros y bueyes fueron introducidos en el Nuevo Mundo por los europeos. Hasta ese momento una rueda no servía allí para nada.

El neurólogo portugués Antonio Damasio defiende convincentemente la tesis de que la selección genética ha sido sustituida en el género humano como motor de la evolución por la selección cultural, que es muchísimo más rápida y eficaz. Estoy de acuerdo. El progreso científico, tecnológico y moral es un fenómeno occidental. Exclusivamente occidental. Y ello se refleja en la posición dominante que Occidente ha tenido en el mundo desde hace siglos. Digamos que es por selección natural impulsada por la cultura, no por los genes. Xi Jinping, sin ir más lejos, va vestido de europeo y no de Fu Manchú por razón de la abrumadora dominancia cultural de Occidente (Fu Manchú, por cierto, es también un invento occidental).

Capitalismo de guerra, esclavitud y economía global

Como relata Sven Beckert en su imprescindible historia de la industria del algodón y del capitalismo global, durante los siglos XVII y XVIII surgió en Europa un 'capitalismo de guerra' en el que ententes de capitalistas y gobernantes de las potencias europeas –especialmente Inglaterra- adoptaron políticas expansionistas extraordinariamente agresivas que llevaron a un imperialismo colonial sin precedentes en la historia. Este imperialismo culminó en el siglo XVIII cuando la industria del algodón comenzó a funcionar como una cadena productiva global que arrancaba en la India, pasaba por África y Luisiana y terminaba en Mánchester o Barcelona. Este proceso convirtió a los tejidos de algodón en el primer producto de gran consumo de la historia.

El algodón americano cruzaba el Atlántico en sentido opuesto al que lo habían hecho los esclavos y, vía Liverpool, llegaba a Mánchester, Barcelona y otros lugares europeos

La cadena funcionaba del siguiente modo. Mercaderes europeos compraban en la India, donde se cultivaba y tejía el algodón desde tiempo inmemorial, tejidos de colores vistosos que, a continuación, eran transportados al golfo de Guinea sorteando el cabo de Buena Esperanza. Una vez allí, los tejidos eran canjeados por esclavos proporcionados por las tribus indígenas –en África el comercio de esclavos era habitual- y estos esclavos eran trasladados, cruzando el Atlántico, al Caribe y a Luisiana. Arribados a puerto eran vendidos a los colonos cultivadores de algodón y puestos a trabajar. El algodón americano cruzaba el Atlántico en sentido opuesto al que lo habían hecho los esclavos y, vía Liverpool, llegaba a Mánchester, Barcelona y otros lugares europeos en los que se estaba empezando a desarrollar una potente industria textil.

El algodón cosechado en el Nuevo Mundo era extraordinariamente barato por dos razones. La primera ya la hemos visto: la mano de obra era esclava y, hecha la inversión inicial, consumía muy poco. Además se reproducía gratis. La segunda razón es menos conocida pero igualmente importante. Las tierras dedicadas al algodón deben ser sometidas periódicamente a régimen de barbecho, lo que eleva el coste de la tierra cultivada. Esto era así en Egipto, la India y otros lugares ancestrales de cultivo algodonero, pero no en América continental. Allí no se hacía barbecho: cuando se agotaba un terreno, se abandonaba y se movía el cultivo hacia el oeste, expulsando por la fuerza a los nativos americanos de las tierras que habitaban. De este modo el bajo coste del trabajo y el de la tierra permitían unos precios bajísimos del algodón puesto en Liverpool. Sobre estas bases nació y se expandió el capitalismo global.

Adam Smith defiende que el buen funcionamiento de la economía y de la sociedad no puede conseguirse solamente por la agregación de una multitud de intereses egoístas

Yo no veo nada en el capitalismo local o global que lo vincule con ideologías como el liberalismo, con doctrinas como la libre competencia, con la decencia moral o con el respeto y la compasión hacia los seres humanos. Nada de nada, ni en el siglo XVIII ni en el XXI. Son ideologías y conceptos que le tienen que ser impuestos desde fuera porque le son totalmente ajenos. No soy el primero ni el único que lo dice. El primero en hacerlo fue Adam Smith en su libro de 1759 La Teoría de los Sentimientos Morales. En este libro, publicado unos años antes que La Riqueza de las Naciones, Smith defiende que el buen funcionamiento de la economía y de la sociedad no puede conseguirse solamente por la agregación de una multitud de intereses egoístas. El buen funcionamiento de ambas necesita confianza y ésta sólo puede conseguirse si los miembros de la sociedad ejercen la probidad y la prudencia. El capitalismo tiene una inclinación genética a olvidar esta segunda parte, como muestran los escandalosos comportamientos en Wall Street que provocaron la Gran Recesión de 2008, tan bien plasmados en filmes como The Big Short, por ejemplo. Por ello el capitalismo necesita vigilancia y regulación sistemáticas, cosa que no era en absoluto extraña a las ideas de Adam Smith. Las necesarias y proporcionadas vigilancia y regulación también deben formar parte de la doctrina liberal. Dicho lo dicho y parafraseando a Churchill, el capitalismo es un sistema económico muy malo, pero todos los demás sistemas conocidos son muchísimo peores.

¿Quién vive mejor?

Llega, por fin, el momento Ferrier de este artículo. Otra vez: la vida es muy compleja, contradictoria e inescrutable. Como he comentado antes, el número de esclavos en América fue muy superior a los 12 millones transportados desde África porque los esclavos se reproducían y sus hijos también eran esclavos. La mayoría de las personas de etnia africana hoy en día en los EE. UU. tiene ancestros que estuvieron en esclavitud. Entre ellos hay nombres tan conocidos como Michelle Obama, Condoleezza Rice, Oprah Winfrey, Morgan Freeman, Spike Lee, y etc. Pero ésta es una lista de triunfadores. ¿Qué pasa con la gente de a pie?

Tras la guerra de Secesión se abolió formalmente la esclavitud pero la vida cambió poco para las personas de etnia africana, especialmente en los antiguos Estados confederados, pero no sólo en ellos. La reciente violencia racial en Kenosha, Wisconsin, muestra que, incluso en los Estados norteños que lucharon con la Unión en la guerra civil, la convivencia entre diversas etnias sigue siendo muy problemática.

Vuelvo a la pregunta que me interesa ¿quién vive mejor? ¿La gente de a pie de etnia africana descendiente de esclavos que viven en los EE. UU. o sus contemporáneos étnicos que viven en África? Voy a poner un ejemplo extremo. El Estado de Alabama es relativamente pobre y, hoy en día, no está claro que el Ku Klux Klan haya desaparecido por completo. En términos de renta per cápita, Alabama ocupa el lugar 44 entre los 50 Estados de la Unión. El 26,8% de la población es de etnia africana y la renta media de los hogares de dicha etnia es el 58% de la renta media de los hogares de etnia blanca y el 80% de los hogares de etnia hispana (que son muy pocos). La igualdad de oportunidades entre etnias, aunque haya hecho algún progreso, todavía no ha llegado a niveles mínimamente satisfactorios. ¿Con qué y quién comparar a la población negra de Alabama en África? Hay una opción tentadora y otras más conservadoras y razonables. La primera es, claro, Liberia. La segunda es algún país representativo del golfo de Guinea, porque fue donde fueron adquiridos los esclavos a cambio de tejidos de algodón, por ejemplo Camerún. Veamos.

Los pocos libertos supervivientes se constituyeron en una élite que oprimió a las más de 60 etnias locales durante casi dos siglos

A principios del siglo XIX había ya un número significativo de personas de raza negra que eran legalmente libres en los EE. UU. Esto causaba inquietud en los Estados del Sur, por el 'mal ejemplo' que pudieran dar a los esclavos, y también en los del Norte, que acabaron aprobando legislación para limitar sus derechos. Esto llevó a un movimiento para 'repatriar' a estas personas a África impulsado por la American Colonization Society, una sociedad liderada por propietarios de esclavos como Thomas Jefferson, ahí es nada. La repatriación se hizo en una zona que acabó llamándose Liberia, cuya capital fue llamada Monrovia en honor del 5º presidente de los EE. UU. James Monroe. Todo el empeño fue un fracaso, sólo unos pocos miles de libertos llegaron allí y casi la mitad murieron víctimas de las enfermedades tropicales. Pero los pocos supervivientes se constituyeron en una élite que oprimió a las más de 60 etnias locales durante casi dos siglos. Dos sangrientas guerras civiles en el último cuarto del siglo XX destruyeron físicamente la economía, la capital y acabaron con la vida de más de 250 mil personas, el 8% de la población.

Por finalizar, algunos números. Según el Fondo Monetario Internacional, Liberia tiene hoy el día un producto per cápita anual de 1.428 dólares internacionales (en Paridad de Poder Adquisitivo, es decir, corrigiendo por el nivel de precios); Camerún lo tiene de 4.099 dólares internacionales; y la población de Alabama de etnia africana (es un cálculo mío muy rudimentario) lo tiene de 28.919 dólares internacionales. Son cifras comparables. Las diferencias de nivel vida son abismales. Nadie en su sano juicio emigraría de Alabama a África para mejorar su nivel de vida. Éste es el efecto Ferrier: una gran injusticia y una gran vergüenza, la esclavitud, acaba provocando grandes beneficios para una minoría que no los hubiese tenido si no se hubiese producido la vergonzosa injusticia. Dicho esto, con quien debe compararse la población negra de Alabama no son los liberianos o los cameruneses sino con la población blanca de ese Estado. Unos y otros son igualmente americanos y sus oportunidades y niveles de vida son aún muy diferentes.

 

                                                  CÉSAR MOLINAS   Vía VOZ PÓPULI

 

 

 

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