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lunes, 11 de enero de 2021

CIENCIA Y CUENTOS CHINOS

 La autora explica lo que se sabe sobre el origen y transmisión del Covid-19 y critica el ocultamiento de regímenes como el chino, así como la mala gestión y la tardanza en la toma de decisiones del Gobierno español

 

LPO

La Transición a un nuevo año es un punto de inflexión simbólico que esta vez ha sido duro atravesar. A través del retrovisor se suceden escenas terribles asociadas al Covid-19 y el futuro se antoja más incierto de lo creíamos posible en todas las navidades vividas. A partir de esta crisis se ha construido un relato oficial victorioso: era imposible prever esta pandemia que ha pillado desprevenidos a todos los países por igual pero el Gobierno ha declarado la guerra al coronavirus y ha vencido puesto que el retorno a la normalidad está a la vuelta de la esquina gracias al esfuerzo ingente y a la aprobación de varias vacunas recientemente. Lamentablemente, este relato tan ampliamente aceptado no es más que un cuento chino.

Es sabido que las películas de desastres comienzan con alguien ignorando a un científico. Este es un caso de libro. La enfermedad que conocemos como Covid-19 está producida por el virus SARS-CoV-2 que procede de los murciélagos. Aún no está claro si el virus dio el salto de éstos a humanos a través de una especie intermedia en un mercado de Wuhan (el pangolín parece descartado), o si se transmitió directamente a través del uso medicinal que se hace en China de las heces de murciélago (conocidas como oro negro). Lo que sí sabíamos desde hace años es que los murciélagos son reservorios naturales de multitud de virus, que viven y se multiplican en este grupo sin causarles problemas, pero que cuando se transmiten a humanos pueden originar enfermedades. Los coronavirus de murciélago también fueron el origen de las epidemias de SARS y MERS; de hecho, se ha bautizado al nuevo virus como SARS-CoV-2 por su parentesco con SARS-CoV-1 que produce síndrome respiratorio agudo grave (SARS).

El SARS emergió en China en 2002, se expandió por 29 países y, con una tasa de letalidad del 10%, fallecieron 774 personas. Más tarde, en 2012, otro coronavirus saltó de los murciélagos a humanos en la península arábiga provocando el síndrome respiratorio de oriente medio (MERS). Se expandió a 27 países y, con una tasa de letalidad mucho más elevada (40%) pero una transmisión mucho más reducida, se registraron en total 866 fallecidos.

Con estos antecedentes, son muchos los grupos de investigación e instituciones que han alertado desde hace años del riesgo de una pandemia causada por un nuevo coronavirus transmitido por los murciélagos. De hecho, ya se habían encontrado parientes muy cercanos. La viróloga China Shi Zhengli (conocida como Bat Woman) lleva años explorando cuevas de murciélagos, había identificado coronavirus muy parecidos genéticamente a SARS y demostrado que personas que vivían cerca de estas cuevas habían desarrollado anticuerpos (prueba de que habían sido infectados), por lo que advirtió que una nueva enfermedad respiratoria era probable y alertó del riesgo a nivel global.

Aunque parezca contradictorio, el hecho de que SARS-CoV-2 sea mucho menos letal que sus ancestros, le hace más peligroso. Un virus que infecta a un hospedador y le causa la muerte antes de que contagie a otros es un virus kamikaze que se extingue. Para el virus la persona infectada sólo es un vehículo temporal que le permite pasar a otras personas y expandirse en la población. Hay varias características del SARS-CoV-2 que explican su crecimiento exponencial: se transmite días antes de que aparezcan los síntomas, hay un alto porcentaje de personas asintomáticas, la tasa de letalidad es baja y se concentra en personas mayores. Esta combinación, en apariencia inocente, es lo que ha causado un número de infectados y fallecidos mucho mayor que sus predecesores, porque personas sin síntomas contagian a muchos, con una expansión rápida.

La comunidad científica había conseguido comprender la gravedad de los coronavirus y había alertado del riesgo inminente de una nueva enfermedad. ¿Qué hicieron los gobiernos? Por decirlo pronto y mal, poco o nada. Ello podría explicarse por la dificultad de poner en marcha medidas preventivas sin saber con precisión qué coronavirus causaría una nueva enfermedad y cuándo. Pero hay errores graves repetido una y otra vez. Tanto en el caso de SARS como en el de MERS, los países donde se originó la epidemia (China y Arabia Saudí respectivamente) ocultaron los casos de neumonía de origen desconocido, y censuraron a médicos y científicos.

¿Qué ocurrió cuando apareció el Covid-19 en Wuhan? El mismo patrón de ocultación y censura por parte de China. El primer caso se detectó a mediados de noviembre 2019, pero las autoridades no informaron a la OMS hasta el 31 de diciembre; se negó la transmisión de persona a persona hasta el 20 de enero y no se prohibió la movilidad hasta el 23 de enero, cuando se calcula que unos cinco millones de personas ya habían salido de Wuhan para celebrar el nuevo año lunar. Todas las estimaciones apuntan a que estos retrasos permitieron la expansión descontrolada del virus y contribuyeron a convertirlo en pandemia. La ocultación de información y el retraso en la toma de decisiones se repitió en países como España, lo que desembocó en un efecto dominó que aceleraba la expansión del virus a medida que penetraba en nuevos países.

Durante la fase de ocultación, la ciencia abrió una rendija que resultó fundamental. Un laboratorio de Shanghai compartió con el resto del mundo la secuencia del SARS-CoV-2 a principios de enero, lo que le supuso el cierre. El acceso a esta secuencia desencadenó uno de los mayores esfuerzos de colaboración científica internacional de la historia, que ha tenido unos resultados mucho mejores de lo esperado con varias vacunas aprobadas antes de final de año ¿Cómo respondieron los gobiernos esta vez? De nuevo la respuesta ha sido decepcionante en demasiados países, incluido España, pues las campañas de vacunación se están desarrollando de forma mucho más lenta de lo esperado.

Y mientras... el coronavirus ha encontrado la forma de tomar la delantera. En el Reino Unido y en Sudáfrica se han encontrado nuevas variantes con un número elevado de mutaciones que aumentan en un 70% la transmisibilidad y que afecta en mayor medida a los más jóvenes. El primer caso se detectó el 20 septiembre en Londres y literalmente arrasó convirtiéndose en la causa de nuevas infecciones en el 90% de los casos hoy en día. Esta variante se encuentra en muchos otros países, lo sepan o no, y han modificado el tablero por completo, dando lugar a un aumento tan rápido de infectados y fallecidos, que han conducido a confinamientos estrictos cuando ya se anunciaba por doquier que se veía la luz al final del túnel. También han generado un debate complejo sobre las estrategias más eficaces de vacunación, inexistente en España, y han abierto los ojos a la posibilidad de nuevas variantes que requieran cambios en las vacunas.

Mientras la ciencia conseguía verdaderos hitos gracias a la colaboración internacional, los gobiernos no sólo han sido ineficaces, algunos han aprovechado la crisis para acumular poder e iniciar una oleada de autoritarismo. Frenar al Covid-19 ha requerido medidas extremas como los confinamientos y las restricciones a la movilidad que han impedido protestas callejeras y retrasado elecciones. Esta deriva autoritaria reiteradamente se ilustra con los ejemplos de Orban en Hungría y Duterte en Filipinas.

Nuestro Gobierno se ha centrado en enmarcar el relato de forma que tenga réditos políticos en lugar de gestionar la crisis sanitaria y económica de forma eficaz. Dentro de este marco se ha desarrollado un lenguaje bélico que le ha sido muy rentable, pues pretende anular a la oposición mediante el argumento de que en una guerra frente a un enemigo común cualquier elemento de crítica nos debilita, lo que le lleva a declarar cualquier voz discrepante un elemento peligroso para la cohesión social. Así, el Gobierno ha convertido una crisis sanitaria en una oportunidad política para apropiarse de todos los resortes necesarios para mantener el control, evitar la rendición de cuentas y la transparencia, a la vez que ha renunciado a ejercer el liderazgo y la coordinación de las CCAA que le corresponde.

 

                                                       MONTSERRAT GOMENDIO*  Vía EL MUNDO

  • *Montserrat Gomendio es profesora de Investigación del CSIC y ha sido secretaria de Estado de Educación.

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