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martes, 4 de agosto de 2015

COLAU, CARMENA Y LA SUBVERSIÓN PARA TONTOS





Una de las circunstancias más llamativas de la irrupción de las marcas blancas de Podemos en las instituciones españolas, tal cual es el caso de los ayuntamientos de Madrid y Barcelona, es que en vez de traer consigo planes solventes para mejorar la gestión de ambos municipios, nos están mortificando con un tosco activismo donde prima el esperpento ideológico. Retirada de bustos, izado de banderas, webs de la verdad, resucitación de emisoras de radio municipales, cuarentena para las inversiones privadas, moratoria de licencias hoteleras, cierre al tráfico de amplias zonas urbanas… En general, y pese a llevar poco tiempo en sus respectivos consistorios, parece que a Ada Colau y Manuela Carmena les importa mucho más el activismo, travestido, eso sí, de política, que el buen gobierno.
Con estas dos peculiares alcaldesas lo único que ha cambiado es la liturgia, que ahora es lógicamente muy de izquierdas. Por lo demás, los ayuntamientos seguirán siendo esas instituciones patrimonialistas de toda la vida
En efecto, con estas dos peculiares alcaldesas lo único que ha cambiado es la liturgia, que ahora es lógicamente muy de izquierdas. Por lo demás, mucho me temo que los ayuntamientos seguirán siendo esas instituciones patrimonialistas de toda la vida, con las que el partido de turno compra la complicidad de los grupos de presión y suma nichos de votantes a base de prebendas y promesas. La novedad, en todo caso, es el tinte subversivo marca de la casa, que les sirve a Colau, Carmena y compañía para imponer sus propias demandas sociales. Lo que piense usted o yo, es más, lo que de verdad demandemos no importa.
Con las Elecciones Generales a la vuelta de la esquina, la toma de control de ayuntamientos tan relevantes como Madrid y Barcelona, ni más ni menos que las dos principales ciudades de España, está evidenciando que eso que llaman la “nueva política” de nueva tiene poco o muy poco, porque lo cierto es que, lejos de transformar los ayuntamientos en instituciones neutrales, pretenden que sigan siendo lo que solían: instituciones fácilmente politizables desde las que acceder al dinero público y sufragar la propaganda. Pero tampoco se engañe. Por ahora, no son tan fieros como los pintan. De hecho, en los asuntos de verdad comprometidos, donde las reacciones pueden ser fulgurantes por parte de los que pueden, la consigna es abstenerse de pisar ninguna mina hasta que las Elecciones Generales de 2015 se hayan celebrado.
Ciudades sacamantecas
Son muchos los problemas que las ciudades españolas arrastran, tan grandes como sus deudas. El abrupto final de la burbuja inmobiliaria dejó en evidencia que nuestros queridos gobernantes habían convertido en gastos estructurales los ingresos coyunturales de los tiempos de vino y rosas. Desde entonces, la amenaza de la quiebra se cierne sobre no pocos municipios. Y solo gracias a la financiación extraordinaria recibida del Estado, a los sucesivos incrementos del IBI, a la expansión irrestricta del estacionamiento regulado y a la recaudación paralela mediante las multas de tráfico, se ha evitado el colapso. A cambio, los grandes ayuntamientos –y no tan grandes– se han convertido en auténticos sacamantecas.
Sin embargo, por más que los regidores expriman a los ciudadanos y hagan ejercicios malabares para casar el pago de las deudas con el mantenimiento de los servicios fundamentales, lo cierto es que las calles están hoy más sucias que hace ocho años, que demasiadas aceras se han vuelto intransitables –especialmente para las personas mayores o con alguna minusvalía– y que abundan las grietas y los socavones en las calzadas, amén de los árboles que se desploman súbitamente sobre las cabezas de los viandantes. Todos estos inconvenientes coinciden en el espacio y en el tiempo con la proliferación de radares urbanos que, en combinación con la imposición de velocidades absurdas, están terminando de quebrantar la maltrecha economía de muchas familias. No en vano, en España, las multas urbanas son las segundas más caras de Europa en términos absolutos, solo por detrás de Finlandia. Y si tenemos en cuenta la diferencia de renta per cápita entre España y países como Alemania, Francia o Reino Unido, nos haremos una idea del pavoroso latrocinio.
En general, nuestras ciudades resultan cada vez más inhóspitas para aquellos que precisamente las sostienen con sus impuestos, que son quienes deberían disfrutarlas; es decir, sus habitantes. Y también para quienes, a pesar de vivir en el extrarradio, no tienen más remedio que aventurarse regularmente por sus calles. Madrid y Barcelona están llenas de trampas, unas en cierta forma involuntarias, como son la decrepitud de las calzadas y las aceras levantadas, y otras premeditadas, como los radares y las zonas cerradas al tráfico rodado, a donde curiosamente conduce, como si se tratara de una trampa perfectamente diseñada, la pésima señalización de las calles adyacentes, de tal suerte que quien no conoce sus laberintos y sigue las indicaciones de giros obligatorios y direcciones únicas, tiene muchas probabilidades de desembocar en una zona prohibida, recibiendo, claro está, la multa correspondiente.
La subversión de que hacen gala personajes como Colau y Carmena es una subversión para tontos, porque está cantado que devendrá en más expolio
La subversión cuesta mucho dinero
Visto el panorama, resulta evidente que las preocupaciones de madrileños y barceloneses poco o nada tienen que ver con quitar bustos o retratos de los consistorios, tampoco con izar banderas de colores, dedicar tiempo y recursos a vigilar la veracidad de determinadas informaciones periodísticas, cuestionar la existencia de las terrazas, poner trabas a los hoteleros o, lo que es aún peor, asumir competencias extraordinariamente gravosas que no son las propias de un ayuntamiento. Todo este activismo de pacotilla solo servirá, si acaso, para crear nuevos problemas y luego, cómo no, buscar las soluciones equivocadas. Entretanto, los viejos problemas, los que desde hace años quitan el sueño al ciudadano común, seguirán sin resolverse. En definitiva, la subversión de que hacen gala personajes como Colau y Carmena es una subversión para tontos, porque está cantado que devendrá en más multas, más impuestos... más expolio. Y de eso ya tenemos bastante.

                                                                                  JAVIER BENEGAS     Vía VOZ POPULI



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