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miércoles, 5 de agosto de 2015

DEMOCRACIA NO HAY MÁS QUE UNA

Me ha resultado particularmente interesante la polémica en torno a la democracia, abierta por el profesor Rallo, insigne economista y reputado liberal. El motivo es que hay cierto sector biempensante y bienintencionado que, debido a su formación económica, pero no política, no acaba de entender el concepto actual de democracia.
Sin distinguir entre Estado y Gobierno no se puede hablar de democracia, puesto que el Estado monopoliza por definición la libertad política
Para empezar, no alcanza a vislumbrar la diferencia entre Estado y Gobierno, uno de los problemas subyacentes de los seguidores españoles de la escuela austríaca. Sin distinguir entre Estado y Gobierno no se puede hablar de democracia, puesto que el Estado monopoliza por definición la libertad política, que es la libertad colectiva a que se refieren las formas de gobierno y las formas políticas. El propio Ludwig von Mises, criado en Viena, era estatista, mientras que la tradición liberal española era antiestatista, porque en España no había Estado-nación sino Imperio.
No diferencia en su contestación a mi artículo el profesor Rallo entre representatividad, que yo no he mencionado, y representación, que sí. La representación no consiste en cumplir con el rito de depositar una papeleta en una urna, algo que también sucede en dictaduras. En Corea del Norte se acaba de votar. Y a nadie se le ocurriría decir que Kim, el “amado líder” sin coleta,  es un demócrata y Corea del Norte un modelo de democracia. La representación consiste en elegir como en USA, como en Francia. Que no es lo mismo que meter una papeleta en la urna con nombres designados por el jefe del partido, algo que sucede en España desde 1977.
Además de la representación, es indispensable la separación de poderes (que no es lo mismo que la división). Es decir, elegir por un lado al jefe del ejecutivo, por otro a los representantes y por otro a los jueces, que controlan la efectividad del Derecho, consustancial a la libertad.
La democracia no es un concepto discutido y discutible, como sostienen Petit, Barber y Habermas, papás de la “democracia deliberativa”
Por otra parte, la democracia, por más que se empeñe el profesor, no es un concepto discutido y discutible, como sostienen Petit, Barber y Habermas, papás de la “democracia deliberativa”, tan admirada por José Luis Rodríguez Zapatero. Tampoco es algo adjetivable a gusto del consumidor de izquierdas. Es más, la democracia es discutible para el neomarxismo, como sostiene el populismo socialista de Ernesto Laclau y sus seguidores. Y todo por una sencilla razón: no son demócratas ni liberales. Pretender la ampliación de un concepto claro, ajustado a la realidad y no imaginario o producto de una ilusión es propio de la moral socialdemócrata, esa misma que todo lo quiere someter a deliberación, porque… todo es relativo. Y sobre todo porque se trata de liquidar los principios que sustentan la civilización occidental; entre otros, y precisamente, la democracia. Cuestión distinta es que la democracia haya devenido en Europa en demagogia.
La definición “amplia” de democracia del profesor Rallo, que trae a colación el sistema ateniense, en donde las mujeres, los extranjeros y los esclavos no podían votar, y la democracia, lo siento, no era directa, nos llevaría a afirmar que son democracias el Estado corporativo fascista, el comunismo soviético, la dictadura de Franco, Cuba, la Venezuela de Chávez y Maduro, China… o lo que propugna Podemos. Puesto que si el pueblo “puede gobernar por maneras muy diferentes”, estamos legitimando como democrático falsos consentimientos populares, como el sóviet, el “bloque hegemónico” de Gramsci, el partido único, la corporación, el sindicato vertical, y hasta el núcleo irradiador de Iñigo Errejón. Según la amplia pero tecnocrática definición de democracia del profesor Rallo, la República Democrática Alemana habría sido tal. Y va a ser que no.
Aunque no es menos cierto que la palabra democracia ha sido tan manoseada por quienes pretenden subvertirla, que, como decía Ortega y Gasset, o el mismo Hayek, que llegó a proponer un nombre alternativo precisamente por ello, ha quedado vacía de contenido ante la opinión pública, entregada a la superstición del “democratismo”. Véase la obsesión por la democracia-interna-de-los-partidos, que nada tiene que ver con la democracia.
Fundarse en la paradoja del economista Arrow para desautorizar la democracia viene a ser algo parecido a apoyarse en Hayek para desautorizar la curva de Laffer
Fundarse en la paradoja del economista Arrow para desautorizar la democracia, que es un concepto político y no económico, viene a ser algo parecido a apoyarse en Hayek para desautorizar la curva de Laffer. Supone un desconocimiento completo de la naturaleza humana (volvemos al hombre nuevo, súper hombre de toda la vida, que le mencionaba en mi artículo), de los sistemas electorales, y del desarrollo de la vida política occidental, al menos, desde 1945. Porque no todo el mundo que vota a un partido o candidato lo hace por la misma razón, ni siempre.
Reducir al individuo o sus comportamientos a un cálculo matemático, como en la aburrida serie norteamericana “Numbers”, es economicismo socialdemócrata puro y duro. El comportamiento humano es básicamente impredecible. No se puede caer, al igual que la tropa marxista, en el determinismo económico.  Más Agatha Christie y menos Buchanan.
Pero todo esto no es porque lo diga yo, sea mi teoría o se me haya antojado, sino porque al igual que la curva de Laffer es la que es y no otra, democracia en el mundo real solo hay una. Imperfecta, pero sin apellidos.

                                                                       ALMUDENA NEGRO  Vía VOZ POPULI




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