¿Cuál es el problema capital del PP para volver a ganar las elecciones? Sin ninguna duda, su lejanía del español medio. Jorge Moragas ya se puede esforzar en fotografiar a Rajoy dándose un chapuzón en un río gallego, circulando en bicicleta o vestido con pantalón corto, que la encuesta trimestral del CIS de la semana pasada ha vuelto a certificar que los ciudadanos no se sienten próximos ni al PP ni a su líder.
Preguntados por el partido al que no votarían nunca, el 56,4% contestó que al PP, un grado de rechazo alto y superior al de Izquierda Unida o Podemos (50,1% y 50,6%) y que lo coloca en desventaja frente a Ciudadanos (nunca los votaría el 43,8%) y no digamos el PSOE, su principal competidor, al que sólo un 35,5% dicen que en ningún caso le daría su voto.
La lejanía del PP respecto al español medio se demuestra incluso más cuando se pregunta por la posición ideológica. Interrogados por dónde se colocarían, en una escala de 0 a 10, desde la extrema izquierda a la extrema derecha, la media de los españoles se sitúa en el 4,64, en un moderado centro-izquierda. Y al PP le sitúan en el 8,28. O sea, nada menos que 3,62 puntos a la derecha de la media. Por el contrario, al PSOE lo colocan en el 4,38, sólo 0,28 puntos a la izquierda. Y la gravedad de este dato es más reseñable porque la distancia respecto a la media de Izquierda Unida y Podemos (2,46 y 2,55 puntos respectivamente) es inferior a la del PP. Además, Ciudadanos ocupa una posición más centrada (6,18 y una distancia de 1,54 puntos respecto a la media).
La
conclusión, si atendemos a la proximidad política, es rotunda. El PSOE es el
partido más próximo y el PP el más alejado del ciudadano medio. Y este ha sido
el pecado capital de Rajoy en la legislatura: no haber aprovechado la mayoría
absoluta para convertir al PP en un partido más centrado al que el
español medio se sintiera más próximo y, como consecuencia, tuviera menos
rechazo inicial en votarlo.
El PP
es en la encuesta del CIS el partido que genera más repulsa. El 56,4% dice que
nunca lo votaría. Es un rechazo incluso superior al 50,6% de Podemos
Desde la ley del aborto de Gallardón (que al final el mismo Rajoy
tuvo que abortar) hasta la política de educación de Wert –el
ministro peor valorado que no ha sido cesado, sino que ha abandonado el
Gobierno cuando le ha convenido y encima con el chollo de una embajada en
París ante la OCDE–, el PP no se ha esforzado nada en acercarse al
ciudadano medio. En política educativa hemos tenido que esperar al domingo
pasado para que el nuevo ministro del ramo, el democristiano Íñigo
Méndez Vigo, dijera algo tan de sentido común como: “Voy a quedar con Gabilondo
para hablar del pacto educativo”.Y respecto a Cataluña el gran error de Rajoy no ha sido rechazar el referéndum exigido por Artur Mas, sino no hacer nada en toda la legislatura para corregir el “desafecto” de los catalanes, exacerbado tras la sentencia del Constitucional sobre el Estatut. Hasta el punto de que la situación hoy –con elecciones plebiscitarias sobre la independencia nada más acabar el verano– es mucho peor que la de la legislatura de Zapatero, al que el PP acusó siempre de romper España.
Además, la brecha del PP respecto al catalán medio es abismal, ya que si los españoles se sitúan (según el CIS) en un 4,64, los catalanes lo hacen (según el CEO catalán) en un 3,85. La nominación de García Albiol como nuevo jefe del PP catalán –la patada a Alicia Sánchez-Camacho a sesenta días de unas elecciones clave es ya una confesión de fracaso– va a aportar mucho ruido pero pocas nueces ya que el antiguo alcalde de Badalona quiere escorar el PP hacia las tesis del Frente Nacional de Marine Le Pen. Pretende darle una pasada a la derecha.
El gran
error de Mariano Rajoy no ha sido pues la política económica (con la crisis y
en el euro España tenía poco margen) que está dando –como en Portugal e
Irlanda– resultados, sino la negativa a acercarse a las posiciones del
español medio. Esta distancia es la que hizo que en el pasado el PP sólo
ganara cuando la imagen del PSOE quedó muy deteriorada por la usura del poder y
por la crisis económica (1996 y 2011), o cuando la coyuntura económica era
extraordinariamente favorable, como en el 2000 (la mayoría absoluta de la
segunda legislatura Aznar).
El
Índice de Confianza Económica del CIS y el de Confianza del Consumidor indican
que los españoles sí empiezan a percibir la recuperación económica
Ahora,
tras cuatro años en la oposición, al PSOE se le puede responsabilizar
poco de lo que pasa (lo hemos visto en las elecciones municipales y
autonómicas) y la coyuntura económica –aunque mejor que en el 2012 y
2013– tampoco es ni de lejos la del 2004. ¿Puede ganar el PP en estas
condiciones?
Por una parte, la respuesta es negativa. No ha dialogado ni pactado
nada con nadie, no se ha aproximado al español medio ni tampoco
se dan las circunstancias de los años 1996, 2000 y 2011.Pero el PP no tiene la batalla perdida. La economía no está boyante, pero la política de ajuste aconsejada por Bruselas y Berlín ha dado resultados. El PIB crece al 3% y se está creando empleo, aunque temporal y de baja calidad. Y –en contra de lo que se dice– los españoles lo empiezan a notar. Aunque el dictamen sigue siendo claramente negativo, el Índice de Confianza Económica del CIS (en una escala de 0 a 100) está ahora sólo en un deficiente 42,7 pero ha recuperado los niveles de inicios del 2008 y ha subido un 20% en un año. Y el Índice de Confianza del Consumidor, cuya escala es del 0 al 200, ha subido un 15% en un año y está ya en la zona de aprobado, en el 105.
Esta inicial recuperación ha hecho subir el Índice de Confianza Política al 39 (aumento del 27% en un año), lo que beneficia al PP y al PSOE (también repunta la confianza en el bipartidismo) y perjudica a Podemos y a Ciudadanos.
Además –y este es un dato que no olvidar–, el PP genera rechazo pero mantiene un apoyo fuerte de parte de su electorado. Cierto que la estimación de voto del CIS se ha desplomado del 44,6% (elecciones del 2011) al 28,6%. Es una caída muy fuerte, de nada menos que dieciséis puntos que confirma el gran error de Rajoy al no abrazar el centrismo sin complejos, pero también es cierto que el CIS indica una importante fidelidad de fondo de parte del electorado popular que puede reanimarse y movilizarse en los próximos meses.
El PSOE es el partido más próximo a los ciudadanos, que lo sitúan sólo 0,26 puntos a la izquierda de la media española
Así, la gestión del Gobierno del PP tiene un saldo negativo (diferencia entre opiniones favorables y desfavorables) de nada menos que 49,9 puntos, pero ese saldo se vuelve positivo (36 puntos) entre los electores del PP. Y Rajoy tiene un saldo de confianza negativo enorme (61,5 puntos) entre los españoles, pero el saldo es positivo en ocho puntos entre sus electores.
La nota que los encuestados dan a Rajoy (2,61) es un suspenso profundo e inferior a la de Pedro Sánchez, que con un 3,84 es la más alta de los líderes estatales, pero entre los electores conservadores Rajoy saca un 5,56 mientras que Sánchez sólo alcanza el 5,44 entre los votantes socialistas.
Parece, pues, que Rajoy ha perdido la gran oportunidad de la mayoría absoluta para aproximarse al elector medio, que cree que ya es tarde para hacerlo (en eso tiene razón) y que va a limitar los gestos de proximidad a la bicicleta, los pantalones cortos y poca cosa más, y que, por el contrario, va a insistir en su lenguaje conservador para movilizar –con la recuperación económica y la defensa de la unidad de España– a su electorado tradicional.
Pedro Sánchez ha recuperado la ventaja que le da al PSOE su mayor proximidad al elector medio y lleva ya dos trimestres consecutivos por delante del PP en intención directa de voto (antes de la siempre discutible cocina), pero no lo tiene todo ganado pese al amplio deseo de cambio que se percibe.
El PSOE es más próximo y Pedro Sánchez está mejor valorado, pero va a tener que afrontar un duro examen de solvencia. Pedro Arriola y el agit-prop de Génova van a ser implacables acusándole de todo. De poca consistencia económica al distanciarse de Bruselas y Berlín. De ser débil ante el independentismo y estar condicionado por el PSC al insistir en una seria reforma de la Constitución y no conformarse con los retoques que ahora ha empezado a vender el PP. Y finalmente –quizás lo más peligroso– de ser una veleta de los Podemos y similares en algunos ayuntamientos y comunidades y de carecer, como consecuencia, de toda solvencia para dirigir la salida de la crisis. La opinión mundial está pendiente de Grecia.
Sánchez ha reaccionado bien al nombrar a dos economistas sólidos –Jordi Sevilla y el catalán Maurici Luncena, con experiencia en Madrid– para garantizar que su política económica no caerá ni de lejos en ninguna deriva griega. La asignatura catalana es más complicada porque los nacionalismos (el catalán y el español) se retroalimentan mutuamente y hacen alianza para pintar como pusilánimes y traidores a los que priorizan el diálogo y el pacto. Finalmente queda Podemos. El PSOE no puede excomulgar a una fuerza política a la que le unen algunas cosas –también Felipe González pactó muchos ayuntamientos con el PCE de Carrillo en el 79–, pero tampoco puede ser transigente con quienes ganan simpatías protestando pero abogan por tesis que no funcionan como fórmula de Gobierno. Felipe González lo pudo hacer con comodidad (aunque luego le surgió Nicolás Redondo) por la mayoría absoluta de los 202 diputados del 82. Ahora eso no se va a repetir.
Rajoy cree que sus electores de siempre –y la recuperación
económica– le van a rescatar. Pedro Sánchez sale con ventaja por su mayor
proximidad al español medio, pero va a tener que demostrar que la voluntad de
diálogo y de pacto no será un obstáculo para una política solvente y
acorde con Europa. Y para eso la larga etapa de Felipe González le avala más
que el progresismo tópico de Zapatero y sus María Teresa Fernández de la
Vega y Bibiana Aído.
JOAN TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
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