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martes, 25 de agosto de 2015

¿QUIÉN DIJO QUE LA CRISIS TERMINÓ?




Regeneración era la palabra mágica, la que ha estado en boca de muchos durante estos años de crisis. Años en los que hasta el más despistado ha caído en la cuenta de que hay algo que no marcha, que España no termina de funcionar por más que todos los factores externos y hasta los dioses le sean favorables.
Nada ha podido salvarse, ni los preceptos más sagrados de cualquier democracia formal, ni los más testimoniales
Es el nuestro un país roto, averiado, y no por las viejas y destartaladas obsesiones ideológicas, que también. Tampoco por las desigualdades económicas, que cada cual interpreta a su manera. Es el sistema institucional completamente desbordado, asaltado por unos partidos políticos devenidos en insaciables máquinas de la prebenda. Ha sido tal su voracidad que nada ha podido salvarse, ni los preceptos más sagrados de cualquier democracia formal, ni los más testimoniales. Si acaso queda la liturgia y poco más. La ficción.
Todo, absolutamente todo ha sido corrompido. Instituciones, organismos reguladores, altos tribunales, partidos políticos y medios de información hace mucho que no cumplen su función, y giran como veletas a merced del viento del interés particular. Sin ningún incentivo para cambiar, las élites se han deslizado por la pendiente de la degradación, arrastrando consigo los usos y costumbres de una sociedad desnortada, perdida en mil y una exigencias, algunas lícitas, otras no, pero eso es lo de menos.
Es este desquiciamiento institucional abrumador el que parte a España en dos. El gato al que nadie pone el cascabel
Las trabas y las barreras burocráticas se multiplican, reduciendo la libertad a un conjunto de enunciados vacíos, impracticables, y España se parte en dos clases sociales muy distintas, antagónicas y, sin embargo, perversamente complementarias: la de aquellos que son protegidos por el sistema y viven aceptablemente bien, y la de quienes están fuera y resisten; los que viven instalados en el Estado o en simbiosis con él, y los que se ven obligados a sostenerlo a cambio de unos retornos de rentas que son el chocolate del loro. Una desigualdad que poco tiene que ver con la educación y el talento, y sí mucho con la dependencia del Estado, el corporativismo, las relaciones opacas y el amiguismo. Es este desquiciamiento institucional abrumador el que parte a España en dos. El gato al que nadie pone el cascabel.
La política constitucional murió, y la política ordinaria lo ha invadido todo, fabricando sin cesar ungüentos y bálsamos milagrosos. Brujería al por mayor en forma de subsidios, promesas de renta básica universal, desgravaciones fiscales incomprensibles, impuestos alucinantes, ayudas discrecionales, planificaciones, subvenciones, jubilaciones, dinero para esto y lo otro, para aquello y lo de más allá, incluso para naciones a medida. Es el maná de lo público que se derrama generosamente sobre los grupos de presión. La fiesta del populismo transversal, el aquelarre del corto plazo al que no hay partido político que se resista. Y mañana Dios dirá. En fin, el marketing que todo lo puede ha convertido a Políticos y votantes en vendedores y clientes. Y hasta ahí llega nuestra democracia y pare usted de contar. ¿Para qué cansarnos con conceptos?
Lamento mucho tener que decirlo, pero la crisis no ha terminado. Lo cierto es que no ha hecho más que empezar. Estos ocho años han sido los años de la revelación
Lamento tener que decirlo, pero la crisis no ha terminado. Lo cierto es que no ha hecho más que empezar. Estos ocho años han sido los años de la revelación. Un tiempo, a lo que se ve, deperdiciado. Los problemas siguen estando ahí, y son tan graves y las voluntades tan débiles que no cabe imaginar un final feliz. Menos aún cuando, estando España por barrer, se observan ya en el horizonte nuevas nubes de tormenta.
Sí, regeneración era la palabra mágica, ¿se acuerdan? Y lo fue hasta que nos topamos con la realidad. Ahora, dicen, que al menos el mercado político se fragmentará –habrá que verlo–. Y que eso es bueno, porque obligará a sentarse y negociar. Tal vez sea así, y se debata con cierta intensidad la cantidad de soma que se le va a administrar a esta sociedad pueril. Nunca se sabe, a lo mejor tenemos suerte y, sin tocar el Estado, faltaría más, atrasan el reloj por enésima vez. Entretanto conseguimos engañar al tiempo o no, ojalá China no se postule para traca final, porque nos falta un hervor. 

 
                                                                                               JAVIER BENEGAS    Vía  VOZ POPULI

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