El diario El País, en un artículo
firmado por Daniel Mediavilla, se hace eco de una interesante
investigación científica de la revista Nature sobre cómo la creencia en
un dios que te vigila ayuda a progresar a las sociedades.
Al Dios de Israel no le interesa solo el culto, sino también la justicia y el bien moral... los 10 Mandamientos lo codifican.
La creencia en un Ser Supremo condiciona
la vida de cientos de millones de seres humanos en todo el mundo, que
realizan todo tipo de esfuerzos para satisfacerlo. Y este peculiar
comportamiento ha podido desempeñar un papel clave en la evolución de
las sociedades humanas.
Más de 150 personas: demasiado complejo
El antropólogo británico Robin Dunbar, padre de la hipótesis del cerebro social, calculó que el límite superior para los grupos humanos es de 150 individuos. Esta cifra se corresponde con las dimensiones de los grupos de cazadores recolectores, con el de las comunidades agrícolas e incluso con la cantidad de amigos que realmente podemos gestionar en Facebook.
Sin embargo, las sociedades humanas han logrado superar por mucho ese
nivel de complejidad y hay ejemplos de cooperación y sacrificio
extremos, como el de los combatientes que dan su vida en guerras por
millones de compatriotas desconocidos.
Un dios con moralidad, que te ve... y castiga
Un grupo de investigadores liderados por Benjamin Grant Purzycki,
investigador del Centro para la Evolución Humana, la Cognición y la
Cultura de la Universidad de Columbia Británica en Vancouver (Canadá),
ha puesto a prueba el papel de las creencias en un dios moralista en
la construcción de sociedades complejas y en el fomento de la
cooperación entre humanos separados geográficamente y completamente
desconocidos.
En un trabajo que publican esta semana en la revista Nature, explican cómo estudiaron el comportamiento de 591 personas de varias comunidades de todo el mundo que profesaban todo tipo de religiones, algunas de alcance mundial, como el cristianismo o el budismo, pero también locales.
A través de juegos en los que tenían que repartir recursos,
observaron que los individuos que creían en un dios que define lo que
es bueno y lo que es malo, que sabe a todas horas lo que hacemos y castiga si no le gusta lo que ve, se mostraban más generosos con miembros de su misma religión.
Como explica Purzycki, “vale la pena tener un Dios Gran Hermano, omnisciente y con preocupaciones morales en lugares con mayor anonimidad y menos responsabilidad. Los dioses evolucionan”.
De alguna manera, la creencia en un ser invisible que nos vigila para que no nos saltemos las normas puede ofrecer ventajas desde el punto de vista evolutivo.
Esto se explicaría porque, aunque la vigilancia divina evite que velemos
solo por nuestro propio interés, estas creencias pueden haber protegido
a quienes las profesan de comportamientos egoístas que, en sociedades
humanas cada vez más transparentes y en las que la reputación es
importante, pueden acarrear castigos.
Sacrificarse por beneficiar a los hijos
Además, según explica Manuel Martín Loeches, coordinador del Área de
Neurociencia Cognitiva del Centro Mixto UCM-ISCIII de Evolución y
Comportamiento Humanos, que no ha participado en el estudio, pero
comparte sus conclusiones, también hay que tener en cuenta los beneficios para el grupo: "Los humanos nos sacrificamos por ideas materialmente inexistentes o intangibles, por símbolos como la patria, la bandera, el honor o la dignidad. Forma parte del complejo juego del grupo, de la mente social del humano, sin necesidad de religión.
A nivel individual no reporta beneficio, el beneficio es para el grupo,
donde abundarían muchos de los genes del ser sacrificado. Se supone que
sus descendientes directos sí podrían beneficiarse, al ser considerados hijos de una persona especial y recibir la gratitud del resto del grupo”.
Si te sientes observado te portas mejor
El castigo sobrenatural, la preocupación moral de los dioses y la omnisciencia habrían evolucionado junto a la complejidad
social. “Muchos estudios sugieren que los dioses moralistas funcionan
como un tipo de mecanismo de defensa frente a grandes poblaciones en las que es más fácil ser egoísta al interactuar con multitudes anónimas todo el tiempo”, explica Purzycki. “Se ha probado experimentalmente con resonancia magnética funcional que tendemos a ser menos egoístas e injustos cuando nos sentimos observados”,
apunta Martín Loeches. “Es probable que esas creencias ayuden a
mantener la complejidad social y la cooperación”, añade Purzycki.
Sobre las implicaciones de estos resultados, Azim Shariff, investigador
de la Universidad de Oregón, comenta que la creencia en seres
sobrenaturales no es una condición necesaria para que existan sociedades
complejas. "Hay varias rutas culturales para establecer los altos
niveles de cooperación necesarios en las sociedades complejas. El castigo sobrenatural ha probado ser una de las soluciones efectivas
para afrontar el reto de la cooperación social, y una solución que es
lo bastante efectiva e intuitiva como para haber aparecido de forma
repetida a lo largo de la historia", considera.
Reciprocidad: hacer lo que querrías que te hicieran
Las religiones organizadas serían un intento de estructurar los sistemas
de reciprocidad que habían mantenido unidas a las pequeñas sociedades
humanas primigenias, cuando aún tenían un tamaño que permitía conocerse a
todos sus miembros limitando la tentación de buscar el bien propio a
costa del grupo. En muchos de los principios fundamentales de las
grandes religiones se puede observar un principio de reciprocidad que ha sido un rasgo fundamental en la evolución humana.
El cristiano “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, encuentra un eco en el islam cuando en el Kitab al Kafi
se lee que “lo que no te gusta que te hagan, no se lo hagas a los
demás”. Textos similares se pueden encontrar en las religiones
orientales o incluso en el confucianismo chino: “Nunca impongas a los otros lo que no elegirías para ti”.
De estudios como el que se publica hoy en Nature se puede deducir que la religión es un pilar importante para el sustento de las sociedades complejas.
Sobre este punto, Martín Loeches considera que no hay que “llevarse las
manos a la cabeza”. “Digamos que estas religiones aumentan o amplifican
algo que todos llevamos dentro: un instinto moral, un sentido de
justicia, del bien y el mal. No se necesita la religión para esto, ya está codificado en nuestros genes; las religiones moralizantes lo potencian, pero podría haber otras alternativas, como el recuerdo, los homenajes… premiando los buenos gestos más que castigando los malos”.
[Nota de ReL: Nos parece que la amplia experiencia del s.XX con
regímenes comunistas anti-religiosos controlando un tercio de la
humanidad, intentando generar un nuevo hombre moral sin Dios, premiando
con homenajes y distinciones mundanas, ha demostrado la poca eficacia
moral y educativa de las alternativas a la religión. Visítese nuestra sección Comunismo].
DANIEL MEDIAVILLA Vía EL PAÍS y RELIGIÓN EN LIBERTAD
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