Ante el acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos, el PP está perdiendo los pocos papeles que le quedaban. Hay que estar muy poco al tanto de las más elementales reglas de la comunicación para que se hayan atrevido a calificar de fraude un acuerdo entre dos fuerzas que, en lugar de dedicarse a lamentar lo mal que los han tratado los electores, han decidido poner negro sobre blanco lo que querrían hacer si se encontrasen con la posibilidad de formar un Gobierno.
Rajoy se está convirtiendo en un auténtico peligro público cuyas acciones pueden acabar manchando a cualquiera que se le cruce en el camino, empezando por el Rey
“Fraude” debiera ser una palabra completamente prohibida en el PP de Rajoy, pero están tan atolondrados que se olvidan de cosas esenciales, a no ser que la hayan empleado conscientes de que merecen más que nadie el título de especialistas en fraudes de todo tipo, algo así como si dijeran “ese pacto es un fraude, y estamos seguros de que nadie se atreverá a negarnos autoridad en esa clase de apaños”. Rajoy está consiguiendo llevar su incompetencia política a un grado de barroquismo inaudito, de forma que se está convirtiendo en un auténtico peligro público cuyas acciones pueden acabar manchando y destrozando a cualquiera que se le cruce en el camino, empezando por el Rey, que hay que suponer tomará precauciones si necesita volver a recibirle.
Mentir sobre las reglas del juego
No hay peor cosa que el que se obstina en discutir los resultados de un mal partido ignorando que la sabiduría práctica de los ingleses ha establecido que un gol es un gol sólo si lo admite el árbitro, que para eso está. Rajoy pretende haber ganado unas elecciones con tan escasa razón como el que, por ejemplo, argumentase que el resultado de un partido debiera ser el vigente en el minuto 75, cuando su equipo iba por delante en el marcador. En nuestra democracia, que es parlamentaria y no presidencialista, los diputados aprueban o rechazan la investidura presidencial del candidato que ha sido propuesto por el Rey, tras haber hablado con los líderes de los grupos, y no es posible que nadie reclame para sí esa designación aludiendo a que tiene más votos que otros, sencillamente porque esa no es la manera de proceder que ha establecido la Constitución. Incomprensiblemente, Rajoy, tal vez preso de un ataque de indolencia, decidió que esa era una oportunidad imposible para él y no perdió ni medio minuto en tratar de convencer a ningún parlamentario de que le diese su voto, pretendiendo, al parecer, que el Rey le evitase el mal trago, pero que, además, no le concediese a nadie la oportunidad que él desestimaba. Rajoy ha reclamado la medalla de oro en un concurso de arco, ignorando las reglas del juego de bolos en el que estaba participando.
Ni yo ni nadie
Era muy difícil que Rajoy fuese elegido por este Congreso, en que tiene casi el doble de diputados en contra que dispuestos a apoyarle, y eso que esa proporción amplia favorablemente a sus intereses el resultado de las elecciones en el que sólo el 28,72 por ciento de los españoles le dieron el voto, pese a los innumerables méritos que ha proclamado, a hora y a deshora. ¿Qué autoridad puede invocar para evitar que otros intenten una investidura a la que ha renunciado para librarse de un más que probable sofocón?
La política es pacto, no sólo victoria o derrota, y el PP, de Rajoy y con Rajoy, está completamente inhabilitado para cualquier pacto
La política es pacto, no sólo victoria o derrota, y el PP, de Rajoy y con Rajoy, está completamente inhabilitado para cualquier pacto, además de que él mismo no ha hecho el más leve ademán de intentarlo. La razón de esa incapacidad tiene algún interés y proviene de dos frentes distintos con un denominador común, su empeño en desoír las incesantes quejas de los ciudadanos. En primer lugar, las de aquellos que estiman que el PP les ha robado su voto haciendo una política que nada tiene que ver con lo que prometió, y son millones, y cuyo aval político ha ido a parar a otros partidos, o a la abstención, prefiriendo cualquier cosa antes que más Rajoy. En segundo lugar, el descrédito general que le afecta por su lenidad a la hora de atajar la galopante y ubicua corrupción que afecta a muchos de sus dirigentes y que ha hecho que se extienda una desconfianza general sobre la presunta decencia de sus líderes. Se trata de una sombra de la que, desde luego, no puede estar exento un Rajoy que le dijo a uno de los rufianes más notorios de toda esta maloliente trama que haría lo que pudiese por él, sin que haya aclarado nunca a qué se refería exactamente con esos auxilios indignos, mientras le demandaba una fortaleza que no tenía otro remedio que suscitar la sospecha de una inconfesable complicidad.
En cualquier democracia mínimamente exigente, Rajoy estaría fuera de la política desde hace muchos meses, pero aquí se permite el lujo de calificar de defraudadores a quienes intentan articular una alternativa al gravísimo vacío que ha provocado su política.
Rajoy, persona non grata
En la ciudad en que Rajoy ha dedicado más horas a lo que entiende por política, en su querida Pontevedra, una pandilla de avezados demagogos ha declarado a Rajoy persona non grata, por unos motivos cuya enumeración debiera avergonzar a quienes los han esgrimido, pero no será el caso, pues han demostrado ser capaces de prender fuego a una casa para calentarse un huevo. Tan sorprendente y disparatado suceso ha dolido a Rajoy, lógicamente, pero le ha llevado a hacer unas sorprendentes declaraciones en las que, de manera indirecta, se compara con Hitler y con Stalin, seguramente para salir favorecido. En verdad que el presidente en funciones no ha estado muy fino escogiendo el término de comparanza, pero esa alusión me ha hecho recordar unas palabras de Albert Speer, el ministro responsable de construcción y arquitectura del III Reich, para explicar cuál era, en su autorizada opinión, la ideología del partido nazi, desengáñese, le decía a su interlocutor, nuestra ideología se resume en dos palabras: Adolf Hitler. Pues bien, habría que preguntarse si cabe una respuesta similar en el caso del PP y de Rajoy, si esa es también la única ideología que le queda a este PP que se mantiene supuestamente firme negando salida alguna al resultado de diciembre, si no pasa por las dos palabras mágicas, por Mariano Rajoy.
Hace falta mucha capacidad de disimulo para ocultar el hecho de que lo que el PP defiende como un bien, un gobierno constitucionalista de gran coalición capaz de afrontar con fortaleza y rigor, los enormes problemas que padecemos, es lo que se proponen hacer el PSOE y Ciudadanos. Pero esa propuesta no cuadra con la ideología del PP reducida a dos palabras, al nombre de un líder vapuleado, sin iniciativa y sin norte. ¿Acompañarán los diputados del PP a su líder cuando se dirija a píe firme al abismo? ¿Creen acaso que los españoles les premiarán su esfuerzo en ocuparse más del destino de una persona que de los problemas de todos?
Caudillismo y democracia son, o debieran ser, dos ideas incompatibles, pero parece que en el PP hay empeño en convertirlas en sinónimas
El caudillismo a deshora
Caudillismo y democracia son, o debieran ser, dos ideas incompatibles, pero parece que en el PP hay empeño en convertirlas en sinónimas. El caudillismo es un mal remedio de otras carencias, pero es un recurso surrealista cuando el supuesto caudillo no hace otra cosa que dar muestras de desorientación y actuar con la lógica de un zombi. Los españoles se merecen buena parte de las desdichas que nos azotan porque las han fomentado con un voto escasamente comprensible desde un punto de vista racional, pero el castigo no debiera de llegar tan lejos como para que millones de españoles que quieren libertad, trabajo, mérito y orden se vean prisioneros del incierto destino de una persona que ha equivocado gravemente los signos políticos y que parece víctima de esa insolencia con la que los dioses castigan a los que se exceden en su orgullo.
No está el PP en condiciones de acusar a nadie de fraude, pero está todavía a tiempo de no defraudar una vez más a quienes saben poner las cosas en el orden debido, la patria, la libertad, la democracia y, sólo después, el propio partido. En esa escala no caben los personalismos, no caben las reducciones de todo a las dos palabras de un nombre, y, llegado el caso, quienes así lo hicieren habrán firmado su sentencia de muerte política, salvo que crean en el imposible milagro de Rajoy, como un nuevo Cid, precisamente en Valencia, ganando batallas después de muerto.
J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ POPULI
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