A partir del estallido de la crisis surgió la polémica, ¿la pertenencia al euro aporta más ventajas que desventajas? Ambas partes argumentaron buenas razones en la discusión. El euro habría traído efectos positivos; y también dificultades que debían sopesarse. Sin embargo, la discusión se centró casi siempre en el terreno económico, olvidando que, para España, el beneficio fundamental del euro no es económico sino político. La pertenencia a la moneda única aporta ciertos controles, frenos y contrapesos de los que carece nuestro sistema político. Suple artificialmente algunas de las múltiples carencias. Pone algún límite a la acción de los gobernantes que, a la vista de las inclinaciones de los partidos, derivarían fácilmente hacia la insensatez, o se escorarían definitivamente hacia un exacerbado clientelismo. Actúa como anclaje, como contrapoder; desgraciadamente uno de los pocos que todavía existen.
El euro aportó notables ventajas como la reducción de los costes de transacción
Ventajas y desventajas económicas
El euro aportó notables ventajas como la reducción de los costes de transacción y la eliminación del riesgo de cambio, unos factores que acrecentaron el flujo comercial y las inversiones transnacionales. Y permitió a algunos países financiarse a un tipo de interés bajo, circunstancia que, a la larga, acabó derivando en problema, sobre todo por la irresponsabilidad y visión de corto plazo de los beneficiarios.
Las desventajas del euro se manifestaron especialmente a partir de la crisis. La política monetaria quedaba restringida a una respuesta única para países distintos con situaciones diversas. Y, al quedar descartada la depreciación de la moneda, una vía relativamente rápida e indolora para absorber desequilibrios, hubo que recurrir a la devaluación interna, esto es, a la renegociación a la baja de los precios interiores, un camino más duro y costoso. Y también seguramente más injusto, al incrementar la desigualdad salarial entre quienes se encuentran blindados en el sistema y los desprotegidos.
Parte del control de ciertas decisiones políticas que afectan a la economía se ha trasladado a unos burócratas extranjeros que, sin ser especialmente de fiar, son menos insensatos
Es la política, merluzos
Pero es en el terreno político donde se encuentran las ganancias nítidas, o al menos, el salvavidas al que asirse en el naufragio. En España se diluyó la separación de poderes, las instituciones perdieron su esencia, su neutralidad, convirtiéndose en meros decorados de cartón piedra, desapareciendo controles y contrapesos. Y, fruto de unos perversos mecanismos de selección, surgió una clase política poco fiable, mediocre, estrecha de miras, centrada en la contemplación de su ombligo y su bolsillo. Y una élite económica, extractiva, retrógrada, más bien atenta a favores del poder político. Pocos frenos y ninguna sensatez. Por ello, cualquier decisión, por muy descabellada y nociva que sea, siempre podría ver la luz en España. Pero existen excepciones, pues parte del control de ciertas decisiones políticas que afectan a la economía se ha trasladado a unos burócratas extranjeros que, sin ser especialmente de fiar, son menos insensatos y más rigurosos que nuestra clase política; algo que tampoco tiene mucho mérito. Al menos, hay ciertos disparates que, por ahora, no permitirán cometer.
La elecciones, los tiras y aflojas para formar un gobierno, han abierto de par en par las puertas del más exacerbado clientelismo, esto es, el intento de comprar votos con reparto a manos llenas, prometiendo todo tipo de prebendas a tantos colectivos como alcance la imaginación. Un carro al que no sólo parecen apuntarse PSOE y Podemos; también PP y Ciudadanos. Cualquier cosa antes que retirar las innumerables trabas que impiden a la gente ganarse la vida dignamente. El clientelismo es un fenómeno muy dañino porque subvierte los principios de la democracia, convierte a muchos electores en dependientes del favor público. Esos votantes dejan de ejercer control sobre la política pues sólo tienen una pregunta en mente: ¿qué hay de lo mío? A veces la dádiva es engañosa, un truco de prestidigitación: sustraer disimuladamente dinero de un bolsillo e introducirlo en el otro con ostentación y jactancia, aprovechando la diferente percepción que los sujetos tienen de impuestos y ayudas. Muchos impuestos son borrosos, casi invisibles para gran parte de los contribuyentes. Pero las ayudas y subvenciones son ostentosas, manifiestas y palpables. El beneficiario las recibe con plena consciencia. Así, un sujeto puede sentirse privilegiado al recibir una ayuda que proviene de su propio bolsillo.
Déficit y deuda; patada hacia adelante
Pero la prestidigitación tiene sus límites. Como la recaudación no alcanza para cubrir la intensa cacería de votos, los políticos recurren a otra opción: esquilmar a los contribuyentes futuros, alentar el déficit y endeudarse hasta extremos que rebasan la prudencia. Una patada hacia adelante con consecuencias imprevisibles. Es cierto que el crecimiento económico diluye la carga de la deuda pero, lejos de ser una solución, suele inducir a los políticos a gastar todavía más, a apurar el margen hasta el límite. Los documentos que se van filtrando de cara a acuerdos postelectorales apuntan a una política dirigida a maximizar apoyos, votos y comisiones.
La pertenencia al euro proporciona reglas, ciertas ataduras para nuestros insensatos políticos
Menos mal que... estamos dentro del euro. Que no disponemos de un banco emisor que pudiera tentar a los gobiernos a financiar el déficit con emisión de dinero. Que el BCE tiene la espada para cortar la cabeza de los insensatos que pretendan gastar a placer porque el resto del mundo tiene la obligación de prestarles. Suerte que ha asumido parte de la supervisión del sistema bancario, de las manos
de un Banco de España, otrora independiente y eficaz, pero en los últimos tiempos politizado, ciego y sordo ante lo que ocurría en las Cajas de ahorros. Las restricciones y ligaduras externas, que pudieran ser un severo inconveniente para países con gobiernos juiciosos, son una bendición cuando se atisba en el horizonte la llegada de gobernantes proclives a una orgía de gasto descontrolado. La pertenencia al euro proporciona reglas, ciertas ataduras para nuestros insensatos políticos. Aunque a muchos de ellos no les vendrían mal en su lugar unas buenas cadenas y grilletes.
de un Banco de España, otrora independiente y eficaz, pero en los últimos tiempos politizado, ciego y sordo ante lo que ocurría en las Cajas de ahorros. Las restricciones y ligaduras externas, que pudieran ser un severo inconveniente para países con gobiernos juiciosos, son una bendición cuando se atisba en el horizonte la llegada de gobernantes proclives a una orgía de gasto descontrolado. La pertenencia al euro proporciona reglas, ciertas ataduras para nuestros insensatos políticos. Aunque a muchos de ellos no les vendrían mal en su lugar unas buenas cadenas y grilletes.
JUAN M. BLANCO Vía VOZ POPULI
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