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viernes, 12 de febrero de 2016

¿SIN SALIDA?

La situación política española se caracteriza por una abigarrada mezcla de abundantes problemas sin solución aparente, y de gran variedad de soluciones inanes, estériles, de pura verborrea. Esto es lo que nos pasa, y quienes podrían tratar de arreglarlo, los políticos, no acaban de encontrar ni su sitio ni su cometido, afanados como están en sus negocios habituales, no en el servicio público sino en el medro personal, en arreglarse la biografía.  De esta mezcla de impotencias e incompetencias es difícil que salga algo valioso, pero habría, al menos, que intentarlo. Rajoy y Sánchez pueden representar muy bien los dos polos de esta tensión mal resuelta, el problema sin solución, la solución meramente aparente. ¿Acabarán por apartarse para que se abra paso una salida mínimamente razonable? No lo sabemos, pero, de momento, la decisión de ambos de mantenerse al frente de lo que sea parece irrenunciable, y ese empeño, en decir, el uno, que se han ganado las elecciones o, el otro, en sostener que hay una mayoría social que quiere su Gobierno puede llevarnos a una repetición de elecciones que aumentaría, sin duda, el desapego de los españoles hacia el sistema que nos gobierna y dice representarnos.
Es evidente que se ha roto la regla electoral básica que ha gobernado el sistema desde 1978, que lo que perdía uno lo ganaba el otro, puesto que han perdido los dos
La política ausente del PP
Es evidente que se ha roto la regla electoral básica que ha gobernado el sistema desde 1978, que lo que perdía uno lo ganaba el otro, puesto que han perdido los dos, y ambos partidos parecen empeñados en demostrar que el desafecto es bastante merecido. La política de Rajoy, iniciada precisamente en Valencia, en un congreso del partido que el PP, si es que quisiere sobrevivir, tendrá que enterrar para volver a encontrarse con su razón de ser, ha consistido en un proceso de evisceración del partido poniendo su cuerpo inerte y pasivo al servicio de una política que nada tenía que ver con el programa electoral de 2011, que era una pieza muy respetable y de plena continuidad con su anterior trayectoria, para llevar a cabo una gestión que podría haber sido hecha perfectamente por el PSOE. Esa suplantación ha tenido un efecto muy pernicioso: ha obligado a la izquierda a radicalizarse, proceso que, insensatamente, ha sido catalizado en los medios por la miopía del PP que, al buscar un debilitamiento de su rival en el turno, ha conseguido privar al PSOE de votos, pero aumentando el caudal del conjunto de la izquierda, una auténtica genialidad.  La consecuencia es que el sistema se ve amenazado ahora por quienes quieren deslegitimarlo como supuestamente neoliberal, cuando es un artefacto socialdemócrata de la cabeza a los pies.
Ese vacío de política propia el PP de Rajoy ha tratado de sustituirlo por una mezcla insana de sectarismo, tratando de presentar a Sánchez, por ejemplo, como una especie de vicedemonio, y de absoluta anomia, de un posibilismo que sólo parece enderezado a la continuidad del reducido grupito que dirige la empresa. Es verdad que a esta negación de la política propia se le han añadido recientemente unas gotas surrealistas, como la inaudita renuncia de Rajoy a tratar de hacer valer sus opciones en el Parlamento, pero la esencia del asunto es la ridícula pretensión de seguir representando a una mayoría social del centro derecha de cuyas ideas, valores e intereses se han olvidado por completo.
El PSOE se ha lanzado a una campaña de recuperación del Gobierno en la que, aparentemente, no se ha fijado límite alguno
El PSOE siempre dispuesto a mandar
Más allá de la comprometida herencia de Zapatero, el PSOE se ha encontrado entre la espada y la pared, con su papel político comprometido por un gobierno del rival dispuesto a robarle el programa, a pasarle por la izquierda en materia de impuestos, por ejemplo,  y, dado que nuestros socialistas siempre han entendido la política como una oposición maniquea, se han visto obligados a abjurar de unas ideas que deberían ser las suyas, al tiempo que han
debido enfrentarse con un brote de populismo radical al que su propia retórica ha añadido dosis de virulencia, una situación que ha conducido a endurecer el castigo electoral previamente administrado, de forma que no ha podido recoger de ningún modo los frutos del inevitable desgaste de su adversario. Derrota sobre derrota, el PSOE se ha colocado al borde de la desaparición, pero se ha encontrado con la inesperada baza de un líder dispuesto a todo. En manos de un político sin nada que perder y con suficiente sentido del riesgo y de la determinación, en poderoso contraste con la parálisis de Rajoy, el PSOE se ha lanzado a una campaña de recuperación del Gobierno en la que, aparentemente, no se ha fijado límite alguno, y en eso coincide con Rajoy, dispuesto a continuar al precio que sea.
La aritmética y el arte de sopesar
Dos líderes parejamente limitados por diversos caracteres y circunstancias similarmente adversas se enfrentan con una aritmética parlamentaria impracticable, una tarea muy difícil incluso para políticos extremadamente avezados. Rajoy sumido en la parálisis y mascando lentamente la certeza de que su caso no tiene solución, Sánchez lanzado a una tarea casi imposible, con el dramatismo adicional de que ambos deberán proponer programas políticos muy similares porque la soberanía nacional está limitada desde fuera, y amenazada desde dentro.  La única fórmula realmente viable es un entendimiento a tres, PP, Ciudadanos y PSOE, que sólo podría llevarse a cabo sin que la presidencia del Gobierno recaiga en Rajoy, ni en el PP. Es obvio que se trata de una medicina muy amarga y que quienes se hartan de repetir que han ganado las elecciones se van a resistir a aceptarla, pero, de no hacerlo, pasarán a ser los responsables políticos de una alternativa claramente peor. Tampoco está escrito que la solución haya de llevar necesariamente a Sánchez a la Moncloa, pero por extraña que pueda acabar siendo la salida del atolladero, le servirá al joven líder socialista para mantenerse al frente de su partido, mientras que obligará a Rajoy a abandonar el liderazgo de un PP al que ha llevado al borde mismo de la extinción política.
Pese a lo que pueda parecer, los votantes del PP no deberían ver esta situación como una condena, sino como el paso necesario para una liberación
Las mentiras han ido demasiado lejos
Pese a lo que pueda parecer, los votantes del PP no deberían ver esta situación como una condena, sino como el paso necesario para una liberación, y cualquiera que aspire a ser un líder del futuro centro derecha tendrá que poner la mirada fuera del primer plano, lejos de las pequeñas maniobras y de la confusión de esta situación terminal y empezar a pensar en la reformulación de una política de muy otro porte que podrá volver a obtener la victoria como lo hizo en 1996. Los políticos que sólo piensan en sí mismos pueden sentirse agobiados al ver que el barco que les lleva está zozobrando, pero quienes sean capaces de pensar en una política de otro alcance, en un servicio de verdad a la sociedad española debieran alegrarse de que a un PP incapaz de reconocerse y avergonzado por las abundantísimas tropelías que se han hecho en su nombre le esté llegando la hora del ocaso. Quien se atreva a decir que el Rey está desnudo, y que la política del partido capaz de representar al centro y a la derecha no puede ser un ersatz disimulado de lo que haría cualquier socialista europeo, estará afrontando un reto largo y difícil, pero estará prometiendo a gran parte de la sociedad española que la decepción con la que miran a los que han elegido empezará a ser cosa del pasado, y que van a atreverse a proponer una política distinta que no conduzca necesariamente a un Estado elefantiásico, a una deuda pública monstruosa y a una sociedad universalmente subvencionada, para intentar hacer algo enteramente distinto de lo que malamente ha hecho Rajoy.

                                                        J. L. GONZÁLEZ QUIRÓS  Vía VOZ POPULI 

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